La estrella de Hollywood atravesó varios momentos muy dolorosos en su vida y murió rodeada de un halo de misterio
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Antes de la inmediatez de Internet, antes de esa fábrica de ídolos de pies de barro que son las redes sociales, antes de la televisión y su intromisión en los hogares y las cabezas de los espectadores. Antes de todo esto, aquella figura que lograra una identificación con sus admiradores al punto de copiar sus peinados, sus gestos, o vivir sus vidas a través de ella era un ser privilegiado. Carole Lombard fue una de ellas, lo tuvo todo y lo perdió trágicamente antes de poder disfrutarlo.
Su llegada al cine no obedeció ni a la obsesión de padres frustrados (vivía con su madre recién separada y sus dos hermanos mayores), ni el sueño de ver su nombre en las marquesinas, más bien se trató de un juego que empezó de pequeña. No había cumplido los 13 años y la pequeña ya había participado como extra en varias películas mudas y todavía se presentaba con su nombre de nacimiento, Jane Peters.
Fue recién a los 15 años, luego de ganar un concurso de belleza en su colegio secundario, que decidió apostar de lleno al mundo del espectáculo, abandonó los estudios y decidió que tenía que construir una identidad de estrella. Como su nombre le parecía demasiado común adoptó el Carole (el nombre de una compañera de colegio) y el apellido de un amigo de la familia, debutando en Marriage In Transit (1925) como Carole Lombard.
Jane (o Carole) sentía por primera vez que su vida tenía un destino, la 20th Century Fox le había ofrecido un contrato de exclusividad y ella se sentía feliz. Pero no habían pasado dos años de su inicio profesional cuando el destino le dio el primer llamado de atención, con un accidente que casi le cuesta la vida.
Escalera a la fama
De regreso de una fiesta con el que en ese momento era su novio, el auto en el que viajaban chocó y Lombard atravesó con su cara y su cuerpo el parabrisas del vehículo. Salvó su vida de milagro, pero quedó desfigurada. Con el tiempo, y merced a varias intervenciones quirúrgicas pudo recuperarse, aunque le quedó una cicatriz en el costado izquierdo de la cara, que ocultó con maquillaje y estudiadas poses durante el resto de su vida.
Mientras se recuperaba, la Fox decidió rescindir su contrato y Paramount aprovechó la oportunidad para sumarla a su elenco de estrellas. En 1930, con 21 años, firmó un contrato de siete años con los estudios. No se equivocaron porque su aura enseguida conquistó a los espectadores, convirtiéndose en una de las actrices más convocantes de la época. El productor de Paramount, Andrew Craddock Lyles, declaró: “Fue increíble la rapidez con la que creció su popularidad, la gente la amaba, el estudio la amaba. Cuando comenzó ganaba 300 dólares por semana, cinco años después cobraba 35.000”. Equivale a medio millón de dólares en la actualidad.
Paralelamente al éxito, también llegó para Carole el amor. Conoció al actor William Powell durante el rodaje de Man of the World (1931) y ese mismo año coincidieron en Ladies’ Man. A primera vista no congeniaban en lo absoluto, ella tenía 22 años y una personalidad exuberante; él pisaba los 40 y era mucho más retraído. La relación era casi de padre e hija, tanto que el matrimonio duró apenas dos años y la pareja se divorció en 1933.
Si Carole Lombard era referente del cine de los años 30, el cantante Russ Columbo era el equivalente en el ambiente de la música. Por eso, cuando la prensa de la época publicó que ambos habían comenzado a tener un romance, los fans enloquecieron. Sin embargo en 1934, cuando la pareja ya había blanqueado públicamente su amor, una nueva tragedia le recordó que no había nacido para ser feliz.
El amor de su vida
Columbo era muy amigo de Lansing Brown, Jr., fotógrafo y coleccionista de armas antiguas. El 2 de septiembre de 1934 el artista lo fue a visitar y Lansing entusiasmado comenzó a mostrarle algunas de sus piezas. Nunca quedó claro lo que pasó esa noche, pero la versión oficial señaló que una de las pistolas se disparó accidentalmente y el proyectil dio en el ojo izquierdo del cantante. Columbo fue trasladado inmediatamente al Hospital Good Samaritan de Los Ángeles, pero murió horas después. Lombard quedó abatida por la noticia, hizo un duelo más corto del que le recomendaban sus amigos y volvió rápidamente al trabajo. No se le conoció pareja hasta varios años después, cuando llegaría a su vida quien fuera su último gran amor.
A instancias de su ex William Powell, Lombard protagonizó junto a él en 1936, La porfiada Irene (My Man Godfrey), que no solo le abrió las puertas de la comedia sino que le dio su primera y única nominación al Oscar. Nuevamente su estrella profesional ascendía, imparable hacia el firmamento. Carole había vuelto a sonreír. Por esos años también estuvo a punto de protagonizar Lo que el viento se llevó (Gone with the wind). La intérprete ya había trabajado con Clark Gable cuatro años antes en No Man of Her Own, con muy buenos resultados. Pero como es sabido, el papel de Scarlett O’Hara terminó en manos de Vivien Leigh y aunque a Lombard no le faltaba el trabajo, siempre le quedó la espina de no haber podido protagonizar ese clásico del cine.
El casting del film de Victor Fleming reunió a los compañeros. Gable que se había sentido atraído por ella desde un primer momento insistió, insistió e insistió hasta que logró una primera salida. Desde ese momento no se volvieron a separar. Que en ese momento el astro estuviera casado con Maria Franklin era apenas un detalle, así era la época dorada de Hollywood.
En 1939, un mes después de firmar el divorcio, Clark Gable se casó con Lombard. Fue el sueño de los fans de ambos, dos de las personalidades cinematográficas más relevantes de la época habían sellado su amor “hasta que la muerte los separe”. Una frase hecha, que se convertiría en un escalofriante vaticinio apenas tres años después.
El último adiós
Además de su carisma, su talento y su belleza, Lombard poseía otra cualidad que fascinaba a sus compatriotas: su nacionalismo a toda prueba. “A mí no me importa pagar un porcentaje de mi salario para impuestos porque me siento muy afortunada de ser americana”. Gracias a la prensa gratuita que había tenido esa declaración, el presidente Franklin D. Roosevelt la había adoptado entre sus preferidas de Hollywood. Varias veces se los vio juntos, lo que acrecentaba aun más el patriótico corazón de la actriz.
En 1941, luego del ataque a Pearl Harbor, los Estados Unidos decidió involucrarse de lleno en la Segunda Guerra Mundial, que se libraba desde septiembre de 1939. Como parte de la financiación de las operaciones militares, el gobierno creó bonos de guerra y le pidió a muchas figuras conocidas que colaboraran con la venta; entre ellos, por supuesto, a Carole y a Clark. Mientras él decidió mantenerse al margen para evitar que la acción pudiera repercutir en su carrera, su esposa aceptó entusiasmada. El 12 de enero de 1942, Lombard y su madre Elizabeth tomaron un tren desde Los Ángeles, con diferentes paradas y destino final Indianápolis, para continuar con la campaña de promoción. Al llegar fueron recibidas con todos los honores y luego de un sentido discurso ante una enorme cantidad de público, la estrella logró vender el equivalente a dos millones y medio de dólares.
Terminado el compromiso y contra todo lo planeado, el 16 de enero la actriz decidió volver a su casa en avión. Su madre estaba en total desacuerdo porque tenía un mal presentimiento. Optaron por dejar la decisión a la suerte y una moneda decidió que volverían por aire. Un desperfecto técnico hizo que el avión se estrellara en las montañas, cerca de Las Vegas. No hubo sobrevivientes. A los 33 años, Carole Lombard había muerto.
La maldición del número tres
Si tenía pasaje de regreso en el mismo tren que la había llevado, ¿por qué Lombard insistió tanto en volver en avión? Esta pregunta desveló por mucho tiempo a la opinión pública. El dolor por la muerte de la estrella estaba rodeado de un halo de misterio relacionado a su fatídica decisión.
Entre las hipótesis más sólidas estaban los celos de la estrella con su marido. Por entonces, Clark Gable acababa de terminar el rodaje de Somewhere I’ll Find You, junto a Lana Turner. Y entre bambalinas se hablaba de un interés manifiesto de la joven actriz por él, algo que desvelaba a Lombard. De acuerdo a algunos medios de la época, el interés por volver lo antes posible a su casa fue para cuidar que aquel juego de seducción no pasara a mayores. Otros en cambio adujeron cansancio y la necesidad de preparar un nuevo proyecto luego de la satisfacción que había sido filmar Ser o no ser (To Be or Not to Be) de Ernest Lubitsch, película que no llegó a ver estrenada. Es la única disponible en la Argentina (en la plataforma Qubit.tv) para quienes quieran descubrir su talento.
Más difícil de explicar es la maldición que pesa sobre la estrella y su trágica desaparición. La madre de Lombard, Elizabeth Knight, era una estudiosa de la numerología y creía que el número tres era sinónimo de mala suerte. Su insistencia en no subir aquella tarde al avión estaba relacionada directamente con eso. El aparato era un DC 3, el vuelo era el número 3, los pasajeros eran 3, la actriz tenía 33 años y se estrellaron a 33 millas de Las Vegas.
Una explicación más plausible señala al piloto Wayne Williams como gran responsable de lo sucedido. Como se supo después, el comandante tenía un historial de malas decisiones, maniobras arriesgadas y de abandonar su puesto frecuentemente para conversar con los pasajeros, dejando toda la responsabilidad en el copiloto. Por la posición en la que encontraron su cuerpo, todo parece indicar que Williams no estaba en la cabina en el momento del siniestro.
Luego de la muerte de su esposa, Clark Gable abandonó el cine y se enroló en el ejército, el presidente Roosvelt le otorgó a Lombard una medalla por ser “la primera mujer en morir en servicio” de la Segunda Guerra Mundial. Y por primera vez todos los estudios de Hollywood cerraron sus puertas en señal de luto y dos años después la Marina de los Estados Unidos bautizó un buque con su nombre.
El presidente le envió un telegrama al actor, que se convirtió en un resumen del paso de Carole Lombard por la vida de quienes la conocieron: “La señora Roosevelt y yo estamos profundamente angustiados. Carole era nuestra amiga. Ella le trajo grandes alegrías a todos los que la conocieron personalmente, como también a los millones que la conocieron solo como una gran artista. Entregó desinteresadamente su tiempo y su talento para servir a su gobierno, tanto en la paz como en la guerra. Amaba a su país. Es y será siempre una estrella. Siempre le estaremos agradecidos”.
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