Carmen Maura, una estrella con suerte en lo profesional que metió mucho la pata en su vida personal
La reconocida actriz española que recibirá mañana el premio Platino de honor habla sobre su carrera y su relación con Pedro Almodóvar
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MADRID. “Estoy encantada de que estéis en Madrid porque yo soy de aquí y estoy orgullosa de mi ciudad”, dice Carmen Maura que para muchos de los presentes en la conferencia de prensa de los premios Platino al cine y el audiovisual iberoamericano, es sinónimo de España, de las películas de Pedro Almodóvar y si, de su Madrid natal. A los 76 años la actriz que encarnó a la inolvidable Pepa de Mujeres al borde de un ataque de nervios, a la Carmela de ¡Ay, Carmela!, de Carlos Saura o la desquiciada vecina de La comunidad de Álex de la Iglesia, entre tantos otros personajes inolvidables dice que el Platino de honor que le entregarán mañana en la gala de los premios “le viene bien”. Que aunque le digan que no los parece-y es cierto-, ya tiene la edad que tiene y ninguna intención de retirarse de la profesión que se animó a encarar a los 25 años, casada, con un hijo y otro en camino y en un tiempo en que ser actriz “no se veía bien”.
“Sin esto me hubiera vuelto loca. Un poco loca estoy pero sin la actuación habría sido mucho peor”, explica para deleite de todos los presentes que cuando la miran piensan en cine español pero también en las muchas películas y series que Maura rodó en Latinoamérica, entre ellas las que hizo en Argentina como Valentín de Alejandro Agresti y Arregui, la noticia del día junto a Enrique Pinti. “Mi mejor amigo en la Argentina”, dice mirando al cielo y alentando las preguntas “porque sino me lío”.
Así, cuando le consultan sobre su carrera habla de suerte, de un regalo tras otro, de un ángel de la guarda que la guío sin plan aparente más que el disfrute. “Estoy encantada de ser actriz. Es tan bonito, tan divertido y más fácil que todas las otras cosas que he hecho en mi vida”, detalla y se sincera: “siempre me resultó sencillo imaginar, actuar, se me daba naturalmente desde niña. No tengo estudios pero siempre lo supe hacer. Y si dejara de actuar estoy segura que me pondría sosa. Además, la cámara te hace la mitad del trabajo”, cuenta y provoca la risa de los periodistas invitados a la conferencia de prensa en la que también la mira embelesada Mercedes Morán que un rato más tarde al subirse a ese mismo escenario para agradecer el premio del público por su papel en El reino, dirá que compartir ese espacio con Maura era un sueño largamente postergado para ella.
La doble vida de Carmen
Casi como si se tratara de un unipersonal sobre su vida, la actriz nacida en el seno de una familia conservadora española con lazos con el mundo político-el hermano de su bisabuelo, Antonio Maura, fue presidente de España a principios del siglo 20-, no solo habla sobre su carrera signada, según ella, por la suerte y las casualidades y sin trazo ni plan premeditado alguno, sino que insiste con hablar de la otra Carmen. Esa que no tenía una vida personal demasiado feliz cuando comenzó a tomar cursos de teatro para así por fin dedicarle tiempo a lo que le gustaba desde chica cuando estudiaba en el exclusivo liceo francés de Madrid sin más expectativas de vida que cumplir con los mandatos familiares de casarse y tener hijos.
De aquellos años en las clases de teatro llegó una amistad que cambiaría su vida para siempre. “Yo no era muy feliz en mi vida y en esa escuela conocí a Pedro (Almodóvar). Nos hicimos mucho bien el uno al otro. Al principio él era actor pero era malísimo. En esos tiempos muchos de nuestros compañeros de teatro creían que lo mío con la actuación era un capricho de niña rica pero Pedro no. Me eligió para su primer largometraje-Folle…folle…fólleme-, y en esa época cuando él empezaba a hacer sus películas en muchos casos los productores no me querían a mí en ellas pero Pedro peleó por mí”, recuerda Maura y antes de que nadie le pregunte sobre la famosa pelea que tuvo con el director y los veinte años que pasaron sin hablarse ni trabajar juntos ella se hace cargo del cuento. “En Volver, después de veinte años sin tomarnos un café, logré la actuación que él necesitaba para el personaje. Se nos puso a todos la piel de gallina”, explica y reconoce, una vez más que la cámara hace la mitad del trabajo y que ella se dio cuenta de cómo pararse frente a ella desde el primer cortometraje del que participó.
De sus desacuerdos con Almodóvar no da detalles pero algo se puede adivinar cuando habla de las diferencias entre el Pedro de la juventud, el actor malo que escribía bien y la hacía reír cuando no tenía muchos motivos para hacerlo, y el director consagrado, el de los premios y el reconocimiento global. “De pequeño no tenía nada y estaba siempre feliz. Y ahora que lo tiene todo es más difícil para él. Si hasta tiene un ascensor en la productora”, resume con el mismo desparpajo que un rato antes había dicho que mirando ahora las imágenes de su pasado por fin se daba cuenta de que “era mona, en ese momento no sabía que era tan mona”.
Para muchos artistas un premio de honor como el que recibirá Maura mañana invita a la revisión de lo que ya pasó, a ejercitar el músculo de la nostalgia para hacer un balance desde el presente hacia el pasado que ya pasó. Pero a la actriz ganadora de cuatro premios Goya esa idea le resulta poco seductora porque hacerlo implicaría también revisar su vida personal. “De ese lado, del personal, me equivoqué mucho. Tomé malas decisiones, metí mucho la pata, especialmente con los hombres y no fui la madre ideal tampoco. Y lo cierto es que con mi carrera nunca planeé nada. Y todo el balance que puedo hacer sobre ella es algo que pienso cada tanto cuando veo lo que hice, todos los lugares en los que trabajé, lo mucho que me divertí y divierto todavía. A veces me digo: ”qué suerte has tenido, tía”.
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