"Karina y Linda salen a tomar café solas. El único riesgo es que Karina diga: ´Linda tenía razón´. El peligro es mío, pueden hablar mal de mí", se mofa Carlos Rottemberg al describir esos encuentros entre Karina Pérez Moretto, su actual esposa, y Linda Peretz, su exmujer. Y si Sófocles ahondaba en los vínculos interrumpidos trágicamente, William Shakespeare buceaba en la inevitabilidad del cambio en las familias y las traiciones que conllevan, y Armando Discépolo se metía con la incomprensión que generaban las diferencias generacionales entre padres inmigrantes e hijos nativos, acá la cosa es bien distinta: tiene una textura amorosa, aunque no menos teatral que la de los clásicos. Dramaturgia de la vida en estado puro. No podía ser de otra manera, tratándose de él.
Primer acto: ¿querés ser mi novia?
Carlos Rottemberg, el señor de los teatros, el empresario que apuesta una y otra vez a levantar salas en Buenos Aires y en Mar del Plata, es el protagonista de una historia de amor con peripecias, dirían los griegos, tan perfectas que merecería montarse en alguno de sus escenarios. Pero esto de ficción tiene poco. Y de pasión, todo. Es que los cuentos románticos alejados de la fábula suelen contener tantas aristas que, en muchos casos, ni el más avezado escritor podría desarrollar argumentos de tal peso específico. Lo inverosímil se puede convertir en real. La vida misma, dosificada con sus dramas y comedias, es la más eximia dramaturgia con su engranaje perfecto.
Carlos Rottemberg y Karina Pérez Moretto reciben a LA NACION en la cómoda y austera oficina del empresario, ubicada en el último piso del Multiteatro. Allí, en ese oasis, que fue la casa de la actriz Blanca Podestá, se respira un sosiego casi hogareño, a pesar que la pared sostiene, del otro lado, a la luminosa marquesina que hace frente sobre la avenida Corrientes anunciando las obras en cartel. Algo de esa atmósfera casera que le imprimió su legendaria propietaria, se continúa hoy en el hombre que hizo del perfil bajo un culto y de las plateas, una saludable obsesión. "A Carlos lo conozco desde 1990. Yo trabajaba en la sección Medios del área de Atención de Cuentas en una agencia de publicidad que lo tenía de cliente. Durante muchos años tuvimos esa relación estrictamente profesional", explica Karina, quien transcurre el tercer mes de embarazo de su segundo hijo. La pareja ya tuvo a Nicolás, que ya tiene dos años.
En casi dos décadas, ni Carlos ni Karina imaginaron remotamente este presente que, de solo imaginarlo, les podría haber sonado al verdadero disparate de una mente afiebrada. Sin embargo, el libreto de la vida pudo más. La creatividad del destino. Punto de inflexión del propio sainete.
El viernes 10 de abril de 2009 Carlos estaba sentado en su oficina pensando cómo celebraría su cumpleaños al día siguiente. Llevaba un año separado de la actriz Linda Peretz, con quien tuvo a Tomás, quien hoy tiene 32 y continúa el legado empresarial de su progenitor. Fue justamente el joven quien, sin proponérselo, motorizó un accionar en su padre que sería bisagra para iniciar una nueva vida. Como Carlos no pretendía interrumpir la madrugada sabatina de su hijo, en la disco junto a sus amigos, se le ocurrió una cena en las vísperas de su aniversario: "Quería ver la película Rumba, entonces le sugerí a Tomás el plan que deseaba concretar para festejar mi cumple: le propuse que me acompañe al cine el viernes por la noche y, luego, a cenar. Sobre la medianoche brindaríamos juntos, y él quedaría liberado para irse a disfrutar con sus amigos. De esta forma, no arruinaba su rutina y, al mismo tiempo, yo comenzaba mi día con él".
La idea sonaba coherente. Racionalmente pensada para que ambos pudiesen compartir un momento especial. Pero a Carlos algo le hacía ruido. "Yo vivía solo en un apart hotel y no quería que Tomy se angustiase al pensar que, luego de esa cena, dejaría a su padre solo". Casualidades para unos, causalidades para otros, ese viernes 10 de abril, finalizando la tarde, sonó el teléfono en la oficina del Multiteatro. Era Karina que, protocolar y anticipadamente saludaba, de parte de la agencia en la que trabajaba, a uno de los clientes más destacados. Carlos agradeció el gesto, sabiendo que se trataba de una formalidad de rigor. Sin embargo, y sin que nada mediara, invitó a la chica a ir al cine. "Sabía que no era casada, así que le dije: ´¿no me querés hacer un regalo?´ Fue algo repentino. En 19 años de conocernos, ninguno de los dos tuvo el atisbo de pensar en el otro", confiesa el empresario, que le propuso ver Vicky Cristina Barcelona en una sala de Puerto Madero que ofrecía función trasnoche.
-Karina, ¿cómo reaccionaste ante la propuesta?
-Dejame que consulte con mi mamá. Carlos sorprendido me dijo: "¿Le vas a preguntar a tu mamá?" Yo quería escaparme, no sabía qué decirle. Era descabellado el pedido. Cuando se lo conté, mi madre no sabía qué decirme.
La chica de Boedo, a sus treinta y largos, vivía en la casa materna y, como corresponde, tenía que testear la agenda familiar. "Ella pensó que iríamos en un horario lógico, pero la idea era asistir a la a la madrugada, luego que yo brindara con mi hijo". Transcurrió una hora desde que él le lanzara la insólita propuesta a Karina. Sonó el teléfono y era ella para confirmarle la salida. Mamá había autorizado. Si ya la sorpresa era importante, el asombro fue aún mayor cuando Rottemberg le anunció el horario de la reunión, luego del chin chin con su hijo. Una tortita minúscula, de esas un tanto tristes y mezquinas que obsequian los restaurantes en el día del cumpleaños a sus comensales, sirvió de base para la vela. Tres deseos. Brindis. Telón para la celebración. "Tomy, no te pongas mal por dejarme para irte con tus amigos. Te cuento que esta noche voy a salir con una chica. Yo creo que, cuando se lo dije, Tomás se iluminó. Observé eso". Misión cumplida. Ahora había que ir desde el Belgrano estallado de edificios y con pocos caserones de tejas hasta el snob Puerto Madero. A la una de la mañana en punto estaba ella allí, esperando. Blanca y radiante, aunque aún no era novia. Se encontraron, como no podía ser de otra manera, en la boletería del cine. Modo Rottemberg. Coherencia pura para su propia pieza teatral.
La función transcurrió con normalidad. Se trataba de un filme de Woody Allen, director del que Karina es fanática. El, todo un señor, no amagó a nada durante la proyección. Y, fiel a su costumbre, prestaba más atención a la cantidad de gente que ocupaba butacas que a la cara de su acompañante. Y sí, al menos en esos minutos, calcular el bordereaux pudo más. The End sobre la pantalla. Luces encendidas. Hora de partir. Camino en busca del automóvil, otra vez, sin que nada particular mediara, el empresario se fue de boca: "¿Querés ser mi novia?", le dijo. Otra vez, Karina no sabía qué responder. Mucho menos qué hacer. ¿Reír o salir corriendo? ¿Lo tomaba en serio o llamaba a Sara, la eterna secretaria del productor, para testear sobre el equilibrio emocional del empresario? "Nunca nos miramos con otros ojos más que los laborales. Jamás reparé en él", dice Karina. "Ni yo, en ella", confirma Carlos. "Al apart volviste solo, soy chapada a la antigua", le recuerda ella. "Solo, pero tarde. Eran las cinco de la mañana", chicanea, él.
En pocos días, después de aquella noche de abril teñida con los mejores trazos de un realismo mágico digno de Gabriel García Márquez, y luego de cierto acostumbramiento a la idea de parte de ella, se pusieron de novios. Karina tenía 37. El, 52. A pesar de los modismos casi adolescentes del comienzo de la relación, a esa edad los tiempos son otros. Así que, en septiembre de ese mismo año, comenzaron a convivir. Carlos armó una estrategia para que su hijo no se mortifique con su soledad. Pero aquel prólogo bien planeado devino en noviazgo. En convivencia. Y en algo más.
Segundo acto: apostar por la vida
"Yo era de las que optaban por no tener hijos. Decía que eso no era para mí. Pero cuando cumplí 40 años cambié rotundamente la manera de pensar. No lo tenía muy concientizado, pero me pasaba algo cuando veía a las mujeres embarazadas o con hijos. Eso me llevó a iniciar terapia. Y, en un mes y medio, me di cuenta que quería ser madre. Lo resolví rápidamente", confiesa Karina sobre ese período de quiebre en su vida, cuando ya transitaba los tres años de vínculo con su marido.
-¿Por qué, hasta ese momento, no deseabas ser madre?
-Por miedo a perder mi libertad y el manejo de mi vida, para no tener que estar pendiente de si alguien me estaba esperando. Hasta que me di cuenta que sí quería que alguien me esté esperando.
Karina no puede evitar las lágrimas. Escena de profunda emoción para esta pieza con todos los condimentos dramatúrgicos posibles. "Fue muy loco el cambio. Es hermoso ver al nene como se le dibuja una sonrisa cuando llegás. No entiendo cómo tardé tantos años en darme cuenta que sí quería ser madre. Me atravesó el ser mamá".
-¿Tendrá que ver con que en esta joven madurez apareció la persona adecuada para producir el milagro?
-Apareció tarde la persona. Si Carlos hubiese aparecido a los 25, quizás hubiese sido madre a los 30, como la mayoría. Pero así sucedió. Con él se abrió un abanico de posibilidades y de deseos.
-¿Cómo le comunicaste el anhelo de ser madre?
-Estábamos en Madrid tomando una gaseosa. Vi pasar a alguien con un bebé y sentí mucha angustia, algo raro. Ahí mismo le comenté mi deseo.
-¿Qué te dijo?
-Carlos fue sincero: "Yo ya soy padre y siento que no lo necesito, pero si vos tenés el deseo, te acompaño". Eso me dio mucho vértigo. Tenía que buscar muy dentro mío si ese deseo existía realmente, confirmarlo. Puse manos a la obra, y, con terapia, descubrí que sí. Me encontré a mí misma.
-En tu caso Carlos, ¿con qué tenían que ver los temores?
-Tenía mucho prejuicio con ser padre a esta edad.
-Prejuicio superado.
-Sí, pero recién en la sala de partos cuando nació Nicolás. Ni siquiera en el embarazo.
El presenció el parto de su mujer. El corolario a una lucha que no fue sencilla. Una contienda que consistió en siete tratamientos de fertilidad. "No alcanzó con la decisión. No fue soplar y hacer botellas. El tratamiento es duro e invasivo. El hombre, acompaña. La que pone el cuerpo y a la que hay que respetar es a la mujer", reconoce él. La pareja, lógicamente, buscó el embarazo a partir de los intentos naturales. Hasta que, finalmente, se decidió por otro camino con el apoyo de la ciencia. Dos prestigiosos médicos acompañaron a la pareja en el derrotero por cumplir el deseo tan profundo: la obstetra Alicia Palant y el doctor Ramiro Quintana. "Alicia nos dijo: ´vayan a ver al doctor Quintana y cuando estén embarazados, vuelvan´. Así fue. Solo con la pareja no alcanza, es necesario que los profesionales se entreguen y acompañen. Ellos tuvieron mucho que ver con todo ésto", dice Carlos.
Fecundación in vitro, ICSI, fue el tratamiento abordado que consiste en la inseminación de un óvulo mediante la microinyección de un espermatozoide en su interior. A partir de esta experiencia, el productor se decidió a mostrar su intimidad, algo no acostumbrado en él: "Es una forma de transmitir la experiencia a mucha otra gente que transita por lo mismo. Sólo el 25% de las parejas logra un embarazo natural. Y, por otro lado, hablé porque sentí que se cometía una injusticia en contra de las mujeres. Cada vez que se habla de tratamiento, inconscientemente, emocionalmente, subliminalmente, se le atribuye la responsabilidad a ellas. Yo había tenido solo una experiencia fallida con un embarazo perdido con Linda y luego tuvimos a Tomás, hace 32 años. Esta vez, el médico, para no comenzar con los tratamientos invasivos en Karina, sugirió comenzar a estudiarme a mí. Yo me hice el canchero y dije: ´¿Yo, por favor?´ El estudio se llama espermograma y dio que los espermas no eran iguales a los de mis 30 años. Ya tenía casi 60. Sentí que era una reivindicación a las mujeres cuando hablé. La devolución de la gente fue maravillosa. Es raro que los hombres lo cuenten. Es machista creer que el problema lo tiene la mujer porque pone activamente el cuerpo".
-Karina, ¿cómo se desarrolla este tratamiento?
-Te adormece y te extraen el óvulo. Al poco tiempo se buscan los mejores espermas para injertar en el óvulo y fecundarlos. Hay que esperar las primeras 24 horas para ver cuántos embriones siguen avanzando. A las 72 horas se observa qué embrión siguió ese trayecto de tres días. Cuando se llega a ese momento ya se los puede colocar en el útero de la mujer. Cuando quedé embarazada de Nico me coloqué tres embriones fecundados.
El tratamiento incluye un período de diez días donde la mujer debe inyectarse cuatro veces por jornada. "En la heladera había más inyecciones que huevos", bromea el padre de Nicolás. "Cuando comenzamos el tratamiento, y los resultados daban negativos, me preguntaba hasta cuándo seguir. Yo me bancaba todo, pero hasta cuándo él querría seguir intentándolo. El médico me hablaba de una mujer con 13 tratamientos y recién íbamos por el quinto. En el séptimo dio positivo". El 21 de julio de 2016 nació Nicolás Rottemberg. El milagro de la nueva vida había sucedido.
Tercer acto: ¿querés ser mi esposa?
Exactamente un año después de la llegada de Nicolás, Carlos y Karina decidieron formalizar la unión legalmente. Con una ceremonia en el Registro Civil de la calle Uruguay, la pareja dio el sí con la presencia de un testigo de lujo: su propio hijo. Y, desde ya, Tomás, el hijo mayor de Carlos que, en cierta forma, impulsó en aquella madrugada de cumpleaños de su padre la posibilidad del encuentro con Karina, la asistente de la agencia de publicidad, hoy devenida en esposa y madre. La doctora María Elena Lentini presidió una ceremonia cálida y austera. El pequeño Nicolás desde el mismo estrado aplaudió a sus padres, intuyendo que algo poderoso sucedía.
"Pobre de aquel que en estas profesiones de rating, bordereaux, y audiencias, cree que toda esa gente estará en la puerta de un quirófano cuando lo tengan que operar. Allí, solo estarán los afectos. Uno desea que la gente que quiere esté bien y, seguramente, aquel intento de madrugada fue por Tomás, pero tampoco yo quería volver solo al apart hotel en el día de mi cumpleaños".
La vida familiar se desarrolla con tal armonía que son habituales los encuentros de Karina y Linda Peretz en la casa de la pareja. "Ayer Linda se quedó jugando dos horas con Nico. A veces nos vamos juntas a tomar un café para conversar". La actriz, hoy presidenta de la Casa del Teatro, hasta fue al sanatorio a visitar a Carlos y a Karina cuando nació el bebé. Bien podría ser una comedia de enredos. Pero devino en una fina estampa de vodevil familiar. "Con Linda estuvimos juntos 29 años. Hubiese sido muy ignorante de nuestra parte si luego de todo ese tiempo no sabríamos qué clase de persona somos. A mí me parece natural", dice Rottemberg.
-Pero no es habitual.
-Que no suceda, es otra cosa. Pero el sentido común dice que así debe ser. Me da mucho placer. Linda va a casa cuando yo no estoy
Hoy, Karina está esperando a su segundo bebé con Carlos. Nuevamente recurrieron a la ciencia para que opere en el milagro de la vida. "Aún no le contamos nada a Nico, pero yo creo que presiente. Muchos me dijeron que la madre, por la revolución hormonal por estar embarazada, huele diferente y que el chico se da cuenta. Unos días antes de hacerme el análisis, sin saber que estaba embarazada, Nico comenzó a cambiar su conducta".
La vida por nacer llegará en mayo. Será una nena. Y, aunque se barajan varios nombres, quedaron descartados Bordereaux y Taquilla, idea primigenia del padre cada vez que se entera que su mujer está embarazada. "Cuando nació Nico no lloré, pero me emocionó ver cuando se ven, por primera vez, Tomás con Nicolás, cuando se conocen los hermanos. Y también me movilizó la actitud de Tomás que hasta la acompañó a Karina a hacerse ecografías. Él es hijo de otra mamá, así que eso vale un montón", concluye el empresario.
De aquí a mayo se producirán varios estrenos en las tantas salas de Carlos Rottemberg. Allí estará él acompañando a los elencos. Y deseando que el telón levantado sea sinónimo de éxito. Sin embargo, dentro suyo sabe que la gran pieza teatral estrenada ha sido la de su vida. Y que el amor por Linda Peretz, por Karina Pérez Moretto y por sus hijos, conforman el mayor suceso que jamás haya imaginado. Su propia historia de amor sin ficción. Y con una hermosa beba, a la que llamarán Matilda, pidiendo nueva estelaridad. Telón.
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