El periodista habla por primera vez de la muerte de su esposa y reconoce que está aprendiendo a lidiar con su ausencia; además reveló que su mujer sabía que dos de sus hijos esperaban familia
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Carlos Monti cuenta intimidades de la farándula vernácula desde hace más de treinta años, pero él siempre guardó su vida privada puertas adentro. Ya desde la escuela se interesó por la comunicación, se formó en periodismo gráfico con Chiche Gelblung, fue productor de Lucho Avilés y en 1993 se animó a las cámaras y se transformó en uno de los referentes de los periodistas de espectáculos. Desde hace dos años conduce Entrometidos, de lunes a viernes ,de 14.30 a 16, por Net TV.
En una charla con LA NACIÓN, Monti se animó a abrir las puertas de su intimidad y habló de su historia laboral, pero también del gran amor de su vida, su esposa Silvia Liceaga. Se conocieron a los 18 años, se enamoraron en una peregrinación a Luján, tuvieron tres hijos, dos nietas y dos más en camino y 42 años de matrimonio hasta la muerte de ella en noviembre pasado. Emocionado, confiesa que está aprendiendo a vivir sin ella, que cambió algunas rutinas y que se permite transitar el duelo tal como lo siente.
Dice Carlos Monti que toda la vida trabajó mucho, que siempre hizo dos trabajos al mismo tiempo y, eventualmente, tres. “Por ejemplo, en un momento hacía Informadísimos en Magazine, a la tarde hacía Implacables en elnueve y los sábados mi programa de radio Bien arriba, que tuve durante 17 años”, detalla. Y durante años trabajó desde muy temprano hasta que se dio cuenta de que podía disfrutar de sus mañanas, leer los diarios y los portales, salir a caminar y tomarse un cafecito. “Me di cuenta que hay vida después de la tele”, sintetiza.
-¿Fuiste adicto al trabajo?
-Sí, totalmente, porque me gusta lo que hago y lo disfruto. La tele es mi ámbito natural.
-¿Cuándo y por qué te diste cuenta de que podías sacar el pie del acelerador y pasarla bien?
-Después de la muerte de Silvia. Todo el mundo empezó a decirme que el trabajo me iba a ayudar a sobrellevar el momento, que me distraiga, que haga esto o lo otro, y la realidad es que no hay mejor experiencia que la que uno vive. Descubrí que puedo disponer de mis mañanas, de mis tiempos y transitar el duelo como me salga. Empecé a valorar ese tiempo que no tuve. Lo mismo me pasa los fines de semana porque durante 17 años trabajé los sábados en la radio.
-Estás en pleno duelo...
-Sí. Silvia falleció el 4 de noviembre pasado, pero venía de una lucha de 7 años. Lo conté por primera vez en el programa de Pamela (David), que se portó bárbaro conmigo porque sabía todo y se lo guardó. Y en un momento necesité contar qué estaba pasando en mi casa y me sentí muy cómodo de poder hacerlo con ella.
-Habrán sido siete años difíciles...
-Tuvo leucemia y le trasplantaron la médula de su hermano, mi cuñado, porque daba 100% de compatibilidad. Podía rechazarla, cosa que no sucedió, pero sí pasó algo que se llama injerto contra huésped, lo que significa que la médula trasplantada no se reconoce en el organismo de ella y se defiende atacando distintos órganos. Al principio la trataron con corticoides y los últimos dos años hizo un tratamiento que se llama fotoféresis, y para explicarlo fácil, pasan la sangre por una máquina que limpia los linfocitos que atacan al organismo y vuelve al cuerpo. Lo hizo en Fundaleu, dos veces cada 15 días y a lo último ya no daba resultado y se complicó.
-No debe haber sido fácil acompañarla.
-No, pero Silvia facilitó las cosas porque en vez de deprimirse y encerrarse, quería vivir, disfrutar de sus hijos, sus nietas, la familia, los amigos, sus padres. La peleó hasta el final (se emociona). Supo de los dos nuevos embarazos, tanto de mi nuera como de nuestra hija Mili. Estuvimos juntos toda una vida y todavía no me acostumbro a vivir sin ella.
-¿Pensaste en mudarte?
-No. Tengo que aprender a vivir sin ella. Hay un momento muy bravo cuando vuelvo a casa después de trabajar y no hay nadie esperándome. Estoy solo. Es la cachetada del día. Me dicen que el duelo dura un año, o dos y no lo sé... Quizá es toda la vida.
-Pero hay que salir adelante.
-Sí, claro, porque, además, el legado que dejó ella es ese. No hay que bajar los brazos, pero se me hace cuesta arriba. Esa es la realidad.
-Una noticia triste que contrasta con la felicidad de la llegada de dos nietos, ¿cómo lo viviste?
-Silvia pudo saber esas noticias. Ella amaba la familia, a sus hijos, sus nietas. Tenemos dos nietas, Inés y Luli, hijas de Paz. Y también esperamos dos nenas más que van a nacer en mayo; Margarita por el lado de mi hijo Nacho, y Catalina por el lado de Milagros. Mis nietas me llaman Charly y no abuelo, y no porque yo no quiera... me dicen así. Somos muy familieros. Mis hijos trabajan todos en medios, pero son perfil muy bajo: Paz trabaja en producción, Milagros es periodista gráfica y Nacho está en la parte publicitaria.
-¿Cambiaste rutinas desde la muerte de tu mujer?
-Sí, cambié. Salgo a caminar todas las mañanas y me hace muy bien. Trabajo desde hace muchos años y entendí que tengo que vivir mis momentos. No me quiero llenarme de laburo para tapar otra cosa, prefiero poner la cara y que sea lo que Dios quiera. Soy un gran lector, soy muy fan de series españolas y confieso que me hice adicto. Eso me ayuda a distraerme.
-¿Cómo conociste a Silvia?
-A los 18 años, en la casa de un compañero de colegio. Pasé a buscar a Víctor por su casa, me hizo esperar en el hall de entrada y en eso se abrió la puerta del ascensor y aparecieron dos faroles celestes impresionantes y era Silvia, que estaba en ese momento con su novio. Ni me miró. Le pregunté a mi amigo por esa chica y me dijo que no hiciera lío, que estaba de novio. Después ella se peleó y nos volvimos a ver en una peregrinación a Luján que hicimos en grupo. Yo tenía la intención de que se diera esa conexión y por eso me fui caminando a Luján (risas).
-¿Y resultó?
-Sí, en un momento se quedó medio dormida mientras caminábamos y apoyó su cabeza sobre mi hombro. Cuando volvimos dormimos dos días seguidos, pero ella me dio su teléfono y yo la llamé. Me atendió Felix, mi suegro, que quería saber quién era yo (risas). Al final pude hablar con Silvia, quedamos en vernos y seguimos juntos toda la vida. Todavía uso mi alianza y llevo colgada la de ella al cuello.
Trabajo, chimentos y otras yerbas
-¿Cuándo decidiste que querías ser periodista?
-De chico quise ser periodista porque me gustaba el tema de la comunicación. En el colegio, el Lasalle, había unos folletos que salían mensualmente y yo escribía crónicas de los partidos de fútbol de la escuela, notas. Además, los Hermanos habían inaugurado un circuito cerrado de televisión porque querían trasmitir las clases para las distintas aulas del colegio. Entonces habían montado un pequeño estudio con cámaras, luces. Era algo de avanzada, me llamaba mucho la atención y en los recreos iba a pispear. Me picó el bichito, empecé a hurgar y me interesó. Me gustó la tele siempre y en menor medida la radio, que la agarré de grande. Tuve una escuela maravillosa. Empecé en revista Gente, cuando vendía más de 400 mil ejemplares semanales, y Chiche Gelblung era el jefe de redacción. Entré como cronista.
-¿Ese fue tu primer trabajo?
-En el medio, sí. Empecé a trabajar casi inmediatamente después de terminar mis estudios. El primer laburo que tuve fue como archivero en una empresa naviera; tenía que archivar facturas, remitos, documentación. Era una empresa de inspección de peritajes de naves y con lo que ganaba, me pagaba mis estudios.
-¿Dedicarse a espectáculos fue casual o lo elegiste?
-Estaba en Gente y me propusieron hacer espectáculos porque me veían potencial en esa área. Sin embargo, la primera nota que hice fue sobre una empresa española que había ganado la licitación para estacionamientos subterráneos en Buenos Aires. Y después, ese día me mandaron a hacer una nota a lo de Blanca Isabel Álvarez de Toledo, que es la mamá de Esmeralda Mitre, a quien conocí siendo de niña. Blanca hoy es la madrina de Entrometidos, mi programa en Net TV. Hice espectáculos entonces y lo primero que me dijeron es que me hiciera amigo de los porteros de los canales, para que me dejaran entrar. Los tipos estaban con impecables trajes grises y eran los que te dejaban pasar o no, y te cuentan cosas. Empecé a moverme en ese medio y me resultó muy cómodo caminar los pasillos de los canales. Sería el año 78.
-¿Y cuándo saltaste a la tele?
-Mi primer trabajo como productor periodístico en tele fue La casa de Patricia, que conducía Patricia Lage. Y en un programa de espectáculos debuté en 1992, en Indiscreciones con Lucho Avilés, cuando se pasó de Telefe a elnueve. No aparecía en cámaras, pero tiraba bocadillos.
-¿Y cómo fue el salto delante de cámaras?
-Al año siguiente, cuando con Jorge Rial pasamos a América a hacer El periscopio con Andrea Frigerio. Hacíamos un ida y vuelta con Jorge que estaba bueno y Liliana Parodi, que era la productora, sugirió que yo fuera delante de cámaras.
-¿Tenés límites al momento de contar un chimento? ¿Te autocensurás?
-Con las redes hoy es difícil poder tener una primicia, pero en ese entonces se corría detrás de ella. Siempre traté de cuidar los temas de salud; me hacían ruido. Lo que no quiere decir que alguna vez haya contado algo de lo que pude haberme arrepentido.
-¿Y cómo te manejás con las infidelidades y los embarazos?
-Perdí la cuenta de las cosas que he contado y he dicho, pero recuerdo que en Rumores conté el último embarazo de Marcela Tinayre, que estaba guardado bajo siete llaves. Yo lo tenía muy confirmado y Martín Kweller, que era el productor del programa, me dijo que había hablado con Marcos Gastaldi (padre de Rocco, el hijo menor de Marcela) y se lo había negado. Me pidió que lo guardara, pero en ese momento la competencia era feroz; volví a reconfirmar y lo conté. A los pocos días Marcela lo confirmó. En cuestiones de salud, paso. Aprendí que a veces es mejor dejar pasar una primicia porque podés herir a la familia, al protagonista de la historia. Y uno está para entretener a la gente, informando.
-¿Qué pasa cuando hay un amigo involucrado en un chisme?
-Yo chequeo todo. Prefiero llamar y correr el riesgo de que me pidan que no lo diga. Lo asumo y trato de ver cómo lo manejo. En general, no tengo amigos en el medio justamente porque te mete en el compromiso de guardarte ciertas informaciones.
-¿Por qué te fuiste del programa matutino de Pamela David?
-Me fui por una cuestión económica, no nos cerraban los números ni a mí ni al canal. No había plata, pero me fui muy bien con todos.
-¿Y cómo te llevás con tus colegas?
-Mayormente bien. La gente debe pensar que estamos todos peleados y nos odiamos. Bueno, algunos están peleados, pero yo me llevo bien con todos aunque tengo más afinidad con unos que con otros. Rodrigo (Lussich) empezó a trabajar conmigo en Contalo contalo, y este verano lo encontré en Mar del Plata y también estaba Adrián Pallares con su familia.
-¿Y con Susana Roccasalvo cómo te llevás? Fueron una pareja icónica de los programas de espectáculos con Rumores.
-Nos llevamos bien. Trabajamos muchos años juntos, después hubo un enfriamiento en la relación, pero volvimos a hablar y a trabajar juntos otra vez en Implacables. Hablamos mucho cuando falleció Silvia. Le debo una visita a su programa y ella al mío. Gustavo Yankelevich dijo alguna vez que la nuestra era una de las dos mejores duplas del espectáculo argentino. Trabajamos muy bien juntos, nos conocíamos hasta la manera de respirar. Y todavía hay algún tachero que me pregunta por el trencito (risas). Algunos se hicieron películas fantásticas con eso, y nada que ver.
-¿Hay proyectos?
-Seguir con Entrometidos y también hay algo dando vueltas de lo que no puedo hablar todavía. Hace algunos años me propusieron escribir un libro sobre anécdotas del espectáculo y no se dio en ese momento, pero estaría bueno hacerlo.
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