El popular actor catalán se posicionó como uno de los artistas más convocados por la industria audiovisual española y con proyección internacional
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Estuvo dos veces en Buenos Aires, promocionando Merlí, la exitosa serie donde interpretaba a Pol Rubio, el niño rebelde del bachillerato. Aquellas dos visitas al Río de la Plata le valieron para hablar de Timbre 4 y El Picadero, salas referentes de la ciudad, con la misma naturalidad con la que menciona el coqueto y arbolado Passeig de Gràcia de su Barcelona natal.
Aquella serie, cuyo elenco estaba encabezado por Francesc Orella, fue el puntapié para que Carlos Cuevas se hiciera muy conocido en nuestro país y que sus trabajos lograran gran aceptación, como sucede por estas horas con Smiley, la nueva serie de Netflix en torno a vínculos, amoríos y decepciones focalizadas en la comunidad LGBTQ+. Allí es Alex, un joven despachante de bar algo decepcionado por los sinsabores afectivos.
“Este trabajo ha sido un hermoso viaje que arrancó con una obra de teatro de Guillem Clua que tiene diez años y que yo había visto como espectador. Él, como creador y habiendo probado la obra con varios actores, sabía muy bien qué quería con la serie, así que éramos nosotros los que debíamos hacer un trabajo de aproximación”, explica Carlos Cuevas a LA NACION, en el atardecer catalán fresco y previo a la Nochebuena. “Es una linda época, porque estamos de vacaciones por las Navidades”. A los 26, habla con seguridades en torno a su trabajo, aplomo que le dio haber comenzado su carrera muy joven.
-Cuando fuiste espectador de la pieza teatral Smiley, ¿surgió el deseo de poder interpretarla o imaginaste una posible versión audiovisual?
-No tuve ni el pensamiento, la vi porque conocía a uno de los actores y no me la quería perder. Aquí en Barcelona fue un fenómeno, pero cuando yo la vi, hace más de diez años, casi no existían las plataformas.
-Alguna vez te has referido a que jamás te parás en una postura de juzgamiento del personaje, ni en su ética ni en su ideología, posicionamiento que también es muy saludable para el espectador.
-Es la única manera de hacerlo creíble. Lo único que juzgo es el discurso del proyecto en el que estoy. Mira, te lo grafico con un ejemplo. Meryl Streep en No miren arriba hizo un personaje que recordaba a Donald Trump, pero estoy seguro que ella no lo apoya y el discurso de esa película tampoco lo apoya. Es decir, el primer paso es no juzgar al personaje, pero, sí hay decisiones, no todo vale.
-Pensando en Pol Rubio de Merlí y en Alex de Smiley, se trata de personajes no lineales, nada ingenuos, que conviven con sus claroscuros, algo que genera empatía en la audiencia.
-Intento que a mis personajes, salvo que me digan lo contrario, se les note pensar, que no suene como de memoria el texto escrito, sino que piensen lo que dicen. En la vida no sabemos cómo terminará la frase que acabamos de empezar, pero, en el mundo audiovisual, a veces veo slogans, músicas que me recuerdan a un texto aprendido, actores que suenan a libreto. Yo quiero que mis personajes piensen mientras hablan, que se perciba una reflexión. En el caso de Merlí, como se hablaba sobre filosofía, le reflexión estaba implícita, es que, si no, es un aviso de perfume. No me gusta la gente susurrando y me interesa mucho que mis personajes duden, eso me hace empatizar.
-Cuando llega un nuevo material a tus manos, ¿qué aspectos entran en juego para decidir tomarlo o no? ¿Te resulta complejo enfrentarte a este tipo de decisiones?
-El objetivo es hacer cosas que yo vería como espectador, me interesa lo que yo pagaría o saldría de mi casa e iría a ver.
-¿Cuál es el límite?
-La línea roja es la vergüenza ajena. Con mi edad, trayectoria y tal, no puedo ir con la nariz tapada a un rodaje. Ni por dinero ni por visibilidad, eso no. Ahora, si me gusta algo, va más allá del género, porque me gusta el thriller, el musical, la comedia, el terror, todo me gusta si está bien hecho.
-Decías no hacer algo sólo por dinero, ¿qué valor tiene la plata en tu ecuación?
-No voy a ser ingenuo, en un mundo capitalista, el dinero tiene muchísimo valor, pero no es la prioridad, ya que tengo el privilegio de poder subsistir. Hay actores que hacen proyectos que yo no haría, porque tienen que pagar la renta de su casa. En mi caso, eso lo tengo cubierto, entonces tengo el privilegio de escalar otro escalón.
-Hablás de la sociedad capitalista en la que estás inmerso y, quizás por eso, Slavoj Žižek, que ha pensado la teoría marxista, es uno los filósofos que más te interesan.
-Sí, lo leo a menudo, de los contemporáneos es de los que más me interesan.
-¿Qué encontrás en él?
-Se ha dado cuenta de la mentira y no quiere participar de eso. Ojo, también es muy sensacionalista y juega ese rol de escandaloso.
- Žižek sostiene que nadie es libre del todo y que, en realidad, la libertad absoluta es una simulación.
-Pues mira, si fuésemos totalmente libres no tendríamos que tener dinero en el banco, pagar cada mes la renta y tantas cosas que hacemos todos los días.
Hoy y mañana
La carrera de Carlos Cuevas es prolífica. Y si Merlí fue un suceso, no menos repercusión tuvo la secuela Merlí: Sapere Aude, donde tuvo el protagónico excluyente. Durante la pandemia se lo pudo ver en Alguien tiene que morir, miniserie dirigida por Manolo Caro, quien fuera el creador de la bizarra y desopilante La casa de las flores. En breve estrenará el film La ternura, basado en la obra dramatúrgica de Alfredo Sanzol, en la serie Citas Barcelona grabó un capítulo con Clara Lago, aún no estrenado, y rodará en enero y febrero otro material, mientras espera la confirmación de la puesta en marcha de una segunda temporada de Smiley, algo que aún no está confirmado y depende de la acogida que logren los primeros ocho capítulos ya puestos a consideración del público.
-¿Qué considerás que le aportás al colectivo LGBTQ+ con las temáticas abordadas por personajes como Pol Rubio de Merlí o Alex de Smiley?
-Es un tema interesantísimo, que a mí me complace mucho. Creo que es importante generar referentes en el colectivo LGBTQ+. Hay cuestiones que no se entienden que recién se hablen en las historias. ¿Cómo puede ser que Paul Rubio fuera el primer personaje bisexual de la ficción española? Como actor, estoy feliz de generar referencia.
-¿Cuál es la devolución del público?
-Hay padres que se me acercan diciéndome que gracias a estas series han podido tener conversaciones en casa. En Smiley había un figurante que era un chico trans y que me vino a decir que su nombre como chico trans es Pol por mi personaje. “Cuando vi tu serie decidí que, cuando cambiara de género, me llamaría como tú, porque me corajaste y me empoderaste”, me dijo. No pretendo embanderarme ni mucho menos, pero es una realidad que, para mucha gente, estas series son un bálsamo. Por eso no puedo entender algunas críticas, no tengo dudas que una historia como la de Smiley suma mucho.
-Y en el caso de Merlí, la problemática atravesaba a los adolescentes, un trabajo sumamente abarcador e inclusivo de parte de los libretistas.
-Siempre tuve la edad de mis espectadores, entonces eso hace que se genere una identificación muy rápida, que mis tipos de relaciones sean las que vive el público. Mira, lo positivo es que me creen y eso quiere decir que estoy haciendo bien mi trabajo.
En Smiley, comparte el coprotagónico con Miki Esparbé, cuyo personaje se enreda con el suyo. Los actores, quienes, además, son amigos íntimos, tuvieron que rodar algunas escenas de sexo jugadas.
-El vínculo con Miki Esparbé, ¿beneficia el rodaje de esas escenas?
-Siempre que trabajas con alguien con quien tienes confianza, la seguridad es mayor, es mucho mejor que trabajar con un desconocido. Eso no quiere decir que con alguien desconocido no puedas estar muy cómodo, pero si conoces a la persona, hay un querer cuidarse que es mutuo. Miki es mi amigo personal, pero, además, es un compañero estupendo. Trabajar con él es como estar en casa, sabes que estarás cuidado y nadie estará incómodo.
Límites
-Sos una persona extremadamente reservada que no habla de su vida privada, ¿te molesta cuando se te consulta sobre si tenés o no pareja, o es parte de las reglas del juego y lo tomás como tal?
-Cuando hablan sobre mi vida privada, me río, pero sí me molesta cuando me veo sexualizado y erotizado, o cuando se pone mi físico por encima de la actuación. Eso sí me molesta, primero porque yo no puedo escoger mi condición física y luego, soy muy reflexivo, me estudio mucho los personajes, hay muchas horas de estudio y ensayo, miles de madrugones a las cinco de la mañana para que, luego, el resumen sea qué pasa con mi cuerpo. Ahora, cuando me preguntan sobre mi vida privada, lo que respondo es que no hablo sobre mi vida privada, pero no me genera nada. No me siguen por la calle, no me han hecho una foto, nunca nadie me ha invadido de una manera agresiva.
-Quien focalice en tu físico, se basa en una mirada estrecha y se ha perdido a un extraordinario actor lleno de matices.
-Es muy complejo el tema, uno trabaja mucho, pero, luego, la gente se mira la serie en un celular yendo al trabajo. Desde mi punto de vista, que soy un romántico y un purista de la interpretación, eso es desmerecer el oficio, pero no soy nadie para juzgar eso. En definitiva, es la gente la que nos da de comer, así que tengo que entender que hay otras maneras de consumir nuestro trabajo.
-Buena parte de los ciudadanos de Cataluña bregan por la independencia, ¿cómo te parás ante eso?
-Fueron años muy complejos, donde una parte de la población ha planteado una necesidad, pero desde el Estado no se ha permitido de alguna manera eso. Tengo familiares, amigos y conocidos de ambos bandos y yo mismo he flirteado con los dos. Lo que no puedo concebir en democracia es que no se debata, cada cual debe dar sus argumentos para que gane la opción preferible. Lo que ha sucedido es que hubo en Cataluña una necesidad que ha sido negada. El tema es de difícil resolución, pero entiendo las necesidades de las dos partes.
-Para un actor catalán que también filma en Madrid, ¿es complejo manejarse en ambos lugares?
-En los años 2017, 2018 y 2019 estaba todo más complicado, pero yo nunca me he escondido de nada, los Derechos Humanos no se negocian. En un debate serio, todos salimos reforzados a diferencia de cuando todo se maneja crispado, nunca tuve un problema, he trabajado siempre en Madrid y en Barcelona. Como soy franco con lo que pienso, puedo entrar en discusiones y todo bien, lo que no se puede hacer es mandar policías a la calle a golpear a la gente.
-En la Argentina existe la llamada grieta social conformada por las polaridades que tienden hacia la derecha o hacia la izquierda. Esto, desde ya, también se refleja en la posición de los actores. ¿Sucede algo así en España?
-A los actores, en general, se los sitúa a la izquierda, pero no se puede hablar de una unanimidad, sobre todo en un mundo capitalista donde cualquiera se vende. Pero, la cultura y el arte están en constante evolución, entonces, por definición, no pueden ser conservadores. El artista tiene que buscar derribar la siguiente puerta, mientras que la centroderecha buscará conservar la habitación. El espíritu de inquietud y exploración tiene más que ver con la izquierda, pero no es unánime.
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