Nos conocimos en la puerta del Teatro Provincial. Carlos ya era número uno, protagonizaba una obra con Alberto de Mendoza y Silvia Montanari. Era la época de El Rafa, así que imaginate… Yo estaba recién llegado a la ciudad: tenía 12 años, me había criado en un pueblo del interior de Córdoba, que se llama General Roca, de dos mil habitantes, y estaba descubriendo Mar del Plata de la mano de mis abuelos. Recién empezaba la temporada de verano. Como todas las abuelas de Argentina, mi nona Josefina también era fanática de Carlín. Cuando lo vio en la puerta del teatro, muy resuelta se acercó, le pidió un autógrafo y le dijo que moría de ganas de ver la obra. "Bueno, vengan esta noche que yo los invito" dijo, Carlos. Volvimos a la noche, en horario de la función, y fuimos a buscar las entradas a boletería. No sé por qué, pero le dije al boletero que yo quería ver la obra "desde atrás". Yo nunca había pisado un teatro, en mi pueblo no había teatro… pero bueno, me salió eso. La primera respuesta, obvia, fue: "No, nene, rajá". Insistí tanto que lo fueron a consultar a Carlos. Tampoco sé por qué, pero Carlos dijo: "Sí, que el nene venga atrás". Vi la función entre bambalinas y quedé fascinado por ese mundo. Pedí volver al día siguiente y me dejaron. Al tercer día, los actores me mandaron a comprar una gaseosa. Al cuarto día estaba comprando cigarrillos y al quinto me dieron un cuenta ganado y me pidieron que controlase cuánta gente entraba en la sala. Así, medio de casualidad, me convertí en el ‘che pibe’ del elenco. Estaba todo el día en el teatro. Cuando veo que va terminando la temporada, me desespero. Yo no quería perder el vínculo con Carlos.
Tengo un agradecimiento eterno a Carlos porque me formó en mi profesión. Si no me hubiese encontrado con él cuando tenía 12 años, no sé qué sería de mi vida. Le debo todo
Todo el tiempo me preguntaba qué tenía que hacer para que el verano siguiente me volviese a tener en cuenta. Tenía que desarrollar algo que él considerase un valor, algo que superase el afecto que sentía por ese chico de 12 años. Armé una estrategia. Trabajé todo el invierno en un solo objetivo: ganarme la amistad de todos los boleteros de Mar del Plata. Mi viejo tenía una distribuidora de panificados, así que no me resultó difícil: todas las tardes iba a tomar mate a los teatros y les llevaba facturas. Al mismo tiempo, trabajaba en un cine vendiendo caramelos para juntar plata y poder pagar las llamadas de larga distancia que hacía, una vez por semana, siempre al mismo número, la casa de Carlos Calvo. En la temporada siguiente, volví a encontrarme con Carlos en el teatro. Esta vez no fue por azar, me citó en su camarín, quería verme. Me recibió como siempre, con mucho cariño. Cuando empezó la primera función, hice mi jugada maestra: salí corriendo, me hice un pique por el resto de los teatros y le pedí a mis amigos boleteros que me cantasen las cifras de espectadores. Cuando Carlín terminó la primera función, antes de saber cuánta gente había entrado en su sala, yo le di las cifras de todos los demás teatros. Hoy, en tiempos de internet, esto parece una pavada, pero en aquel momento fue revolucionario. Repetí la maniobra todas las noches. Carlos, que siempre fue una bestia competitiva, me llevaba con él a todos lados. "Este chico vale oro", decía. Y gozaba a todos con las cifras. Llegaba al Hermitage, lo encontraba a Emilio Disi y le decía: "Bicho, ¿solo metiste 1.352 espectadores?". ¡Y Emilio no entendía cómo Carlín sabía todo! Yo estaba feliz. Al verano siguiente, a mis 14, dejé de ser el ‘che pibe’ y me convertí en asistente de producción. Dos años más tarde, Carlos crea una sociedad con Palito Ortega y me ofrece venir a Buenos Aires para hacer la producción ejecutiva de un espectáculo con el Polaco Goyeneche y Atilio Stampone en el Lola Membrives. Me instalé en Buenos Aires, pero poco después nos peleamos. ¿Por qué? Él me pagaba poco y yo le robé plata. Serían mil pesos de hoy… Estuvimos cinco o seis años distanciados. Fueron tiempos difíciles, porque me hizo la vida imposible. Me cerró la puerta de todos los teatros. "No podés entrar, Carlos me pidió que no te deje entrar", me decían. Pero no solo en el teatro de él, me prohibió en todos los teatros de calle Corrientes. Parecía una pelea de chicos. Vos no sabés lo que sufrí. Cuando nos reconciliamos, me dijo que no se había enojado por la plata… ¡Si hasta hicimos una foto con un billete de dos pesos! Me explicó que él sintió que yo lo había traicionado cuando empecé a trabajar solo o con otros productores. Decía que él me había preparado, que yo era su descubrimiento, y otros se aprovechaban de mí. Carlos siempre fue así, a todo o nada. "No entiendo cómo sobreviviste, cómo hiciste para seguir en esto si yo te cerré las puertas de todos lados", me decía. Nos amigamos, pero no volvimos a tener la misma relación. Nos volvimos a encontrar en 1999, cuando tuvo el primer ACV, y no nos separamos más. Todo lo que hizo después, lo hizo conmigo. Nos volvimos familia. Vi nacer a sus hijos, él se convirtió en padrino de mi hija Connie. Levantó el pie del acelerador y pude disfrutarlo más. Antes, Carlos vivía a una velocidad tan grande que era difícil seguirlo. Era como ir en un Fórmula Uno todo el día. Tenía una gran intensidad con el laburo, necesitaba conocer todas las cifras, cuántos espectadores metieron en la sala de enfrente, solo se permitía ganar. No bajaba nunca y toda esa locura la está pagando hoy.
Estuvimos peleados cinco o seis años, por mi culpa. Fueron tiempos difíciles, porque me hizo la vida imposible. Me cerró la puerta de todos los teatros de calle Corrientes. Parecía una pelea de chicos
El viernes 8 de octubre de 2010, fui a ver el último ensayo de Taxi2. Esa noche era el estreno, pero Carlos nunca me dejaba ver la primera función. Decía que le daba vergüenza, que yo lo ponía nervioso y cosas así. Eran las tres de la tarde y lo noté un poco perdido, se equivocaba en la entrada y salida de una puerta, no pegaba el texto… Lo hablé con el director, Carlos Olivieri, pero creímos que estaba nervioso por el estreno. Me fui a mi casa y a las 20:15 me llaman para decirme que se había descompuesto. La mujer de Olivieri, que es médica, enseguida se dio cuenta de todo. Suspendimos la función con la gente en sala, lo llevamos al Hospital de la Comunidad en una situación de emergencia total. "Operamos ya o muere", me dijeron. No estaban la mujer ni el hermano de Carlos, así que tuve que firmar la autorización para que lo operen. Así, en veinte minutos de charla, casi sin detenerse a recuperar el aliento, Javier Faroni (47) cuenta una parte de su historia con Carlos Calvo (65). En distintos pasajes, cuando revivía los momentos más bravos de su relación, le tembló la voz.
Somos familia
Carlos Andrés Calvo sobrevivió a la operación, lo sabemos todos. Pero padece secuelas irreversibles. El primer ACV afectó su motricidad, sobre todo en el lado izquierdo de su cuerpo; mientras que el segundo ACV apuntó, directamente, sobre la parte cognitiva. Hoy vive en un departamento del barrio de Belgrano, con una enfermera que lo acompaña las veinticuatro horas. Javier Faroni siempre está cerca, pendiente de sus necesidades y de su familia. "Yo hago por él exactamente lo mismo que él hubiese hecho por mí si yo estuviese en su lugar. No tengo duda de eso. Además, yo tengo un agradecimiento eterno a Carlos porque me formó en mi profesión. Si no me hubiese encontrado con él cuando tenía 12 años, no sé qué sería hoy de mi vida. Todo se lo debo a este tipo. Yo laburé, hice mi parte, pero el que me llevó de la mano fue Carlos. Es padrino de mi hija Connie, yo vi nacer a sus hijos Facundo y Abril. Supe todo de su vida, hasta lo que no podíamos contar. Disfrutamos juntos cuando hubo plata y la salimos a buscar cuando nos quedamos sin un mango. Hace años que nuestra relación superó el plano laboral: somos familia. Tanto él como su mujer Karina y sus hijos Facundo y Abril saben que me van a tener para lo que necesite", asegura Javier.
Cuando el tiempo lo permite, Carlos y Javier van a tomar un café al boliche "de a la vuelta". También suelen ir juntos al teatro. Pero todos los meses tienen una cita impostergable, una noche "de varones" donde se reúnen todos los amigos de Carlos Calvo grupo que integran Carlos Olivieri, Matías Santoianni, Diego Pérez, Marcelo de Bellis, Carna Crivelli y Fabio Cuggini, entre otros) para rendir tributo a la amistad.
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