Carla Quevedo: el desafío de componer a una villana, la emoción por su primera novela y el emprendimiento gastronómico que la sacó del encierro
La actriz debuta en el cine de género con Ecos de un crimen, junto a un elenco encabezado por Diego Peretti y Julieta Cardinali; su primera novela, Cómo me enamoré de Nicolas Cage, llega a las librerías la próxima semana
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De joven promesa a desempeñar papeles de alto impacto con un singular magnetismo que se renueva a cada interpretación. Carla Quevedo tuvo su debut a los 19 años en la oscarizada El secreto de sus ojos, fue protagonista de éxitos internacionales como Show Me a Hero y de ficciones locales como El Maestro o Monzón, y hoy se estrena en el cine de género como parte del thriller psicológico Ecos de un crimen, presente en las salas y próximamente disponible en HBO Max.
La película marca el regreso a la dirección de Cristian Bernard, quien dejó huella en el cine experimental argentino con la icónica 76 89 03, y reúne a un elenco conformado por Diego Peretti, Julieta Cardinali, Diego Cremonesi y Carola Reyna. “Es de esos thrillers de suspenso que te tienen al borde de la silla y que, cuando pensás que entendiste todo, vuelve a dar un giro”, apunta Quevedo.
Ecos de un crimen se centra en la figura de un escritor de best-sellers (Peretti) que intenta terminar su última novela en una casa en un bosque junto a su familia. En una noche de tormenta, aparece Ana, el personaje interpretado por Quevedo, que se convierte en una amenaza para el protagonista, acosado por sus obsesiones. “Para construir a Ana me vendé los ojos y le agarré la mano a Cristian (Bernard). Me dejé guiar ciegamente. Lo escuché mucho, miré las referencias que me dio y me solté. A raíz del género, pude explorar un registro distinto, fuera del realismo puro, y eso fue muy interesante y me divirtió mucho”, cuenta sobre el proceso la intérprete de 33 años.
La producción fue una de las primeras realizadas en pandemia en Argentina, con testeos diarios y una escenografía que requería de lluvia constante, en los meses fríos. La emoción de entonces por la vuelta al ruedo era desbordante. “Recuerdo el primer ensayo: no nos veíamos las caras, estábamos todos con barbijo pensando: ‘qué estamos haciendo’, pero hubo algo muy lindo a nivel humano ante la sensación de alivio y agradecimiento por poder trabajar de nuevo”, le dice a LA NACION.
-¿Cómo fue la experiencia junto a Cristian Bernard y el resto del elenco?
-Increíble. Un lujo. Son actores y un director a los que admiro y de los que aprendí muchísimo. No había trabajado con ninguno antes, salvo con Diego Cremonesi (su coprotagonista en la historia, con quien compartió el set de Monzón) y eso nos jugó a favor. Había una confianza en el otro ya establecida que fue fundamental a la hora de construir nuestros personajes, que podrían haber sido dos villanos estereotípicos, pero con Diego y con Cristian nos planteamos el desafío de que fueran “personas”.
-¿Cuánto has cambiado y qué te ha enseñado la actuación desde aquel debut en El secreto de sus ojos a este personaje en Ecos de un crimen?
-Lo que aprendí es incalculable, inabarcable. Ha sido un recorrido muy largo. Entiendo que todavía soy joven pero ya es casi la mitad de mi vida que llevo trabajando y en cada proyecto aprendo muchísimo. Es lo que más me gusta de hacer esto. Si estuviera repitiendo siempre lo mismo, lo dejaría de hacer, porque soy una persona muy inquieta. Me gusta sentir que siempre estoy agarrando desafíos. Sin ir más lejos, estoy por sacar el registro de conducir, algo que juré que no iba a hacer en la vida, porque le tengo mucho miedo a los autos y nunca me gustó ni sentí la necesidad, pero estoy filmando una serie donde me lo requerían y me encantó tomar el desafío de hacerlo.
En la carrera de la actriz, que vivió gran parte de su vida en Nueva York y en Los Ángeles, conviven experiencias como un segundo trabajo junto a Juan José Campanella en la obra teatral Parque Lezama, su participación en la película 20.000 Besos de Sebastián De Caro e incursiones en el cine estadounidense en realizaciones como Youth in Oregon, dirigida por Joel David Moore, o How to be single, protagonizada por Rebel Wilson y Dakota Johnson.
-¿Pensaste en dirigir algún día?
-No lo descarto. Creo que aún no tengo el conocimiento técnico para hacerlo pero me interesa mucho el trabajo de dirección de actores. De hecho, cuando vivía en Los Ángeles, no diría que trabajé de eso, porque nunca cobré, pero sí era la persona a la que acudían todos mis amigos para que los ayudara para los castings. Me genera una satisfacción muy grande ayudar a otro a llegar a un punto de mayor conexión emocional. Soy una persona empática en general, me gusta llevar los sentimientos en los brazos y soy muy sensible a la falsedad y a la mentira, las detecto muy rápido, entonces me gusta usar esas herramientas para ayudar a otros actores a alcanzar un punto más profundo en una performance. Por eso es que en algún momento me gustaría explorar ese camino.
-¿En qué nuevos proyectos estás trabajando?
-Estoy muy ilusionada con lo que se viene. Estoy filmando una serie que va a salir este año, y en marzo se estrena Iosi, el espía arrepentido, serie para Amazon Prime (sobre un agente de inteligencia y los atentados a la comunidad judía, con Daniel Burman en la dirección), que me encanta y que disfruté mucho de hacer. Y estoy con otros proyectos personales que no están necesariamente ligados a mí como actriz, como persona que represente historias de otros, pero que me tienen muy comprometida.
-En 2019 publicaste tu primer libro de poesía, Me peleé a los gritos con el manager del spa (editorial Trópico), y en estos días llega a las librerías tu primera novela, Cómo me enamoré de Nicolas Cage (Pengüin Random House). ¿Qué podés adelantar acerca del libro?
-Es una ficción que tiene varios puntos en común con la vida de la autora. Es una novela sobre la obsesión de ser amada, sobre esa necesidad desesperada de ser amado por otra persona, como si la validación que nos da un otro nos hiciera finalmente existir. La historia trata sobre una actriz argentina, casi famosa, que se va a vivir a Nueva York, que trabaja de mesera, haciendo castings e intentando quedar en grandes producciones en las que nunca termina de encajar porque no encaja en el estereotipo de lo que es una latina para la industria americana. Y una noche, en una fiesta, conoce a un músico famoso y se enamora de él, y, donde podría empezar una historia maravillosa hollywoodense de amor empieza una historia de muchos desencuentros. En ese proceso, la protagonista va a ir desentrañando qué es el enamoramiento y qué es el amor romántico como a ella se lo vendieron en las pelis y en las canciones, a la par de que va a intentar mantener a flote su salud mental.
-¿Qué lugar ocupa la escritura en tu vida?
-Me gusta decir que yo trabajo como actriz y el resto del tiempo me lo paso escribiendo y leyendo. La escritura ocupa un lugar muy grande en mi vida. Es algo que hago desde muy chica y es un lugar de mucha tranquilidad y seguridad para mí, que está mucho más cerca de quien soy que otros aspectos de mi vida. Es algo que siento muy propio.
-¿En qué está inspirado el título de la novela? Alguna vez contaste que llegaste a conocer a Natalie Portman y que la experiencia fue decepcionante. ¿Te gustaría conocer a Nicolas Cage o es pura literatura?
-Por supuesto que me gustaría conocer a Nicolas Cage, pero, en realidad, él en la novela viene a cumplir la función de cualquier actor, representando a otra persona. En la historia es un músico famoso, el protagonista masculino.
El actor de Adiós a Las Vegas fue la imagen de uno de los primeros memes y había una web que lo utilizaba como comodín: Nicolas Cage podía ser cualquier persona, explicó Quevedo años atrás al dar cuenta de los motivos por los que decidió tatuarse el nombre de la estrella. Junto a este registro en la piel, la actriz presume de otros, como unas islas Malvinas a las que bautizó con los nombres de las hijas de Diego Maradona o el de un cuarto de helado.
En su caso, el humor es seña de la casa, así como el amor por la cocina. En pandemia, la intérprete pudo dar forma a otra de sus inquietudes: la gastronomía. En el barrio de Villa Crespo, en 2020 abrió C.A.N.C.H.A., un local con mesas en la vereda, hechas con cajones de bebidas, y pizzas de autor que algunos ya sitúan entre las mejores de Buenos Aires. Son a base de masa madre y llevan ingredientes innovadores.
-¿Qué hay de Carla Quevedo en esta propuesta gastronómica?
-C.A.N.C.H.A. es un proyecto pequeño que empezamos con tres amigos, en el que hicimos todo nosotros y que tiene mucho de mí porque fue el primer lugar al que fui después de casi nueve meses de aislamiento total. Empecé a salir a la calle con muchísima dificultad en ese momento, porque yo tenía mucho miedo, para ir a C.A.N.C.H.A.: a pintar el local, a poner los azulejos en la cocina, a hacer el revoque en las paredes, a colgar las estanterías, a diseñarlo. Y el menú también fue algo que pensamos entre todos, siempre buscando que fuera un lugar al que nosotros mismos disfrutáramos de ir a comer y a janguear. Y eso es lo que es.
-También te gusta la decoración.
-Sí, soy una chica inquieta (risas). Viviendo en Los Ángeles incluso trabajé como decoradora de interiores e hice un par de proyectos allá. Es gracioso, porque cuando era chica mi madre siempre se quejaba porque era muy inquieta. Yo siempre quería una y otra cosa: empezaba patín, después quería hacer pintura, después danza, básquet, natación. Siempre tuve curiosidades y pienso que hoy eso sigue estando. Es parte de quien soy.
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