La actriz, que se destaca en Inmaduros y también forma parte de la exitosa producción Diario de un gigoló, habló con LA NACION y repasó los inicios de su carrera y cómo nació su historia de amor
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Carla Pandolfi nació en Leones, Córdoba, y a los 21 años vino a Buenos Aires para ser parte de un reality y cumplir su sueño de ser actriz. Pasaron 19 años y hoy es parte de tres éxitos: uno en teatro, Inmaduros, en El Nacional, y otros dos en series, Diario de un gigoló (Netflix) y Tierra incógnita (Disney+). En diálogo con LA NACION, la actriz recordó cómo se sentía en esos primeros años viviendo en la Ciudad, contó en detalle cómo es trabajar con Adrián Suar y Diego Peretti y habló de su experiencia en una superproducción internacional y la comparó con una producción nacional.
-¿Qué significa trabajar con dos pesos pesados de nuestro espectáculo como lo son Suar y Peretti?
-A veces no lo puedo creer. Vamos a estar hasta el 6 de noviembre y volvemos a El Nacional en enero de 2023. Venía de hacer la gira de Perfectos desconocidos, que dirigía Guillermo Francella, y me recomendó para una audición. Quedé elegida y aunque ya había trabajado en teatro comercial, tomé dimensión de la envergadura de esta obra sobre la marcha. Si bien son dos cabezas de compañía muy importantes, el resto del elenco estamos invitados a poner nuestra impronta. Me gusta mucho trabajar en equipo y hay un buen idea y vuelta, escuchan nuestra opinión. También me dio un poco de vértigo porque tengo mucha participación en la escena con Suar, que es el protagonista, pero también el productor y era como estar en un casting permanente [ríe]. Es una persona súper amorosa y siempre me felicitó por mi trabajo. Se llama Inmaduros y yo siento que maduré en esta obra. Ellos son una marca registrada y había una responsabilidad de estar a la altura. Siento que crecí mucho y gané mucha experiencia.
-¿Fue Suar quien te recomendó para la segunda parte de ATAV, Argentina tierra de pasión y venganza?
-Es una participación más pequeña y hago de esposa del personaje de Federico Amador. Sebastián Pivotto, que dirigió Tierra incógnita, me convocó y yo se lo comenté a Adrián, le dije que me encantaría estar, pero por una lógica de tiempos, y porque tengo hijos chicos, no puedo hacer teatro y tira y desaparecer todo el día de mi casa. No quería afrontar esa responsabilidad porque necesito compartir tiempo con mis hijos. Así que tengo apariciones constantes, pero no en todos los capítulos. Se va a ver recién el año que viene.
-¿Cómo fue la experiencia de trabajar en una superproducción internacional como Diario de un gigoló?
-Interpreto a la detective que investiga un asesinato con el que inicia la serie. Es un personaje trascendental porque es la que toma indagatoria, genera careos y remueve toda la historia. En un inicio iba a ser una telenovela de 80 capítulos y finalmente armaron una serie de 10 capítulos. Grabamos en la Argentina, en el último trimestre de 2021, testeados y con barbijos, con una dinámica de trabajo que no era fácil, pero el mayor desafío me lo generó el acento, que tenía que hacerlo en neutro.
-¿Hiciste un curso para aprender neutro?
-Sí, y fue Adriana Barraza, que trabaja en la serie, quien me lo sugirió hace muchos años, cuando yo recién empezaba. Se lo comenté cuando grabamos juntas y al principio no se acordaba, pero yo sí porque era muy chica y recuerdo que tenía que modular mucho para no aspirarme las eses. Porque soy de un pueblo muy chiquito del sudeste de la provincia de Córdoba y no tenemos el cantito cordobés, pero aspiramos las eses y muchas consonantes. Estábamos grabando la novela Frijolito, y en un momento Adriana sugirió que estudiara neutro porque me iba a ayudar. Para mí fue re importante ese consejo. Fue todo un lujo trabajar en una súper producción como esta. Me convocaron Sebastián Ortega y Pablo Culell porque ya había trabajado con ellos en las dos temporadas de Un gallo para esculapio. Me encanta porque Sebastián tiene algo teatral en las cosas que hace, les da una vuelta de tuerca a las tramas y a los personajes. Tuve dos castings relacionados con el acento y me coacheó Ana Carolina Valsagna, la hija de Adriana Barraza.
-Y Tierra incógnita es para un público totalmente diferente y de industria netamente nacional.
-Es la primera producción de Disney que se mete con el género de terror y suspenso y estoy muy orgullosa del trabajo porque es todo nacional, los efectos, la ambientación, la parte técnica, todo. Muchos la comparan con Stranger thing y tiene algunos condimentos, parecidos pero la historia pasa por otro lado. Fue un casting que hice en casa, en medio de la pandemia, con mi familia en una habitación y yo en otra. Después hubo un call back presencial y enseguida empezamos a trabajar. Es un personaje que los chicos quieren mucho porque es la tía aventurera que ayuda a los protagonistas a encontrar a sus padres, desaparecidos muchos años atrás cuando se embarcaron en una investigación buscando nuevos desafíos para su parque de diversiones, Tierra incógnita. Tiene mucha acción, hice cosas arriesgadas físicamente y no es algo tan habitual, me encantó. Tiene dos temporadas que ya grabamos y la segunda se estrena el año próximo.
-¿Es verdad que un reality te trajo a Buenos Aires?
-Vine a Buenos Aires en 2003 para participar del reality Ser una estrella Lux Star. Tenía 21 años y me vine ya con mi licenciatura en teatro, en la Universidad de Córdoba, y mi sueño era ser actriz. Me acuerdo que cuando me tomé el colectivo en la terminal de mi pueblo, mi papá me dijo: “Mirá que el camino es largo”. Ya desde la secundaria quise venir a Buenos Aires. Mi idea era terminar y venir a estudiar acá, pero mis padres me sugirieron que fuera a Córdoba, con mis hermanos. Menos mal que no me vine porque el salto es muy grande. En cambio, hice un paso a paso y estuvo bueno.
-¿Tenés un recuerdo de la primera vez que pensaste en tu deseo de ser actriz?
-Arranqué a los 8 años haciendo todos los talleres de teatro que había en Leones. A los 13 me fui a Belle Ville, a un taller de la Casa de la Cultura. Primero me llevaba mi papá y después me dejaron viajar sola en un autobús local que se llamaba El leoncito y entraba a todos los pueblos. Y en el último año de secundario iba a Villa María, a otro taller. Todavía hoy me sigue emocionando el recorrido que hice porque siempre quise ser actriz y acá estoy [se seca unas lágrimas]. Desde un pueblo chiquito es muy difícil tener una proyección laboral. Ser una estrella Lux Star se emitió en Canal 13.
-¿Y cómo te enteraste del reality?
-Me acuerdo que estábamos en una clase de historia universal y un amigo me trajo un volante, tenía que llevar mis datos a un Blockbuster para audicionar. Dudé mucho porque se venían haciendo realities como Gran hermano y no me gustaban. Mi amigo me dijo: “Hacelo, quién te dice que por ahí te ve alguien”. No tenía mucho para perder, la verdad, hice la audición y quedé. Viajé en avión por primera vez para hacer una prueba de cámaras y también me hicieron un test psicológico para saber si estaba preparada. Me acuerdo que Claudio Gallardou me tomó la audición, que después estaba en el jurado con Alberto Migré y Graciela Borges, con quien me sigo hablando. Hice una poesía de Oliverio Girondo, recuerdo. Las que éramos del interior vivíamos en una casa y nos hacíamos el aguante. Teníamos clases de poesía, improvisación, danza y yo lo viví como si fuera una beca de estudios y nunca entendí que estaba en un programa de televisión. Es muy distinto cómo se ven las cosas en los pueblos. Todavía sigo concibiendo algunas cosas con mucha inocencia, y creo que eso me salva.
-Y fuiste la ganadora de ese reatily, el trampolín para ser actriz...
-Gané y el premio era participar de la segunda parte de Piel naranja. No fue una novela exitosa, pero me sirvió como puntapié inicial para seguir trabajando. No entendía el funcionamiento de la ciudad, me parecía un montón. Claro, en el reality estaba con una productora que me llevaba y me traía. Quise quedarme para aprovechar y probar suerte, pero sola era distinto. No quería emplearme en nada fijo porque me iba a quitar tiempo para hacer audiciones. Entonces una de las chicas del reality, de quien me hice muy amiga, me hizo un hueco en su casa hasta que yo consiguiera dónde vivir, y me sugirió trabajar haciendo promociones. Y así fue. Después hice varias publicidades y eso me dio bastante pantalla. Me fue bien, ahorré, me compré una casa chiquita y todo pasito a paso.
-¿No te costó, entonces, adaptarte a una gran ciudad?
-Un poco sí, pero estaba tan metida en lo que quería hacer, que me adapté. Mi premisa es siempre estar haciendo algo porque no hay mejor publicidad y en eso estuve ocupada siempre. Al comienzo me costó entender la ciudad y extrañaba, no voy a negarlo, pero los amigos y la familia siempre estuvieron cerca y están apoyando.
-Decías que sos mamá de dos niños...
-Sí, de Ramiro (8) y Facundo (4). Mi marido se llama Fernando y es profesor de educación física y preparador físico de básquet en las inferiores de San Lorenzo. Lo vi por primera vez cruzando la calle y después me di cuenta que era uno de los profes del gimnasio al que iba en ese momento. Yo iba a la mañana, pero un día cambié de turno y lo conocí. Al tiempo empezamos a salir, nos fuimos a vivir juntos, nos casamos y tuvimos a nuestros hijos. ¡Y hasta pasamos una pandemia! Las parejas largas tenemos que ser muy hábiles para revalidar los contratos que vamos haciendo, somos muy compañeros, muy independientes y tenemos una diferencia de edad bastante amplia porque me lleva diez años. Somos una pareja con muchas libertades y por eso vamos bien.
-¿Practican el poliamor?
-Poliamor todavía no, pero tenemos una independencia muy linda, un vínculo muy maduro.
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