Ningún otro musical ha conseguido cristalizar un imaginario tan claro sobre el género como Cantando bajo la lluvia. La imagen de Gene Kelly girando con su paraguas, mirando la lluvia caer, feliz de descubrirse enamorado, sintetizó ese espíritu festivo y melancólico que el musical propuso desde su creación, un mundo irreal que nacía de los sueños y la imaginación, del talento de bailarines y coreógrafos, de músicos y compositores. ‘Un género sin autor’, decía Gene Kelly, porque era el mejor ejemplo del trabajo en equipo en pleno corazón de Hollywood. Y Cantando bajo la lluvia llegó en pleno apogeo del musical, ese que hizo sonrojar a su productor Arthur Freed, orgulloso de su exitosa unidad de producción en la Metro Goldwyn Mayer, del reconocimiento de sus artistas, de hacerse un lugar en la historia del cine. Cantando bajo la lluvia fue la alquimia perfecta de una época, la comedia más divertida sobre el nacimiento del sonoro, una historia de amor y amistad. Sin lugar a duda, una película inolvidable que sin embargo no estuvo exenta de algunos dramas.
El comienzo de un sueño
En 1949 el musical había experimentado una pequeña revolución. La historia de tres marineros que pasaban un día de permiso en las atestadas calles de Nueva York sacudía una de las limitaciones claves del género: el rodaje en estudios. Un día en Nueva York era el debut de Gene Kelly y Stanley Donen como directores, ambos viejos amigos de Broadway y compañeros de coreografías desde la llegada a Hollywood. Gene Kelly se había convertido en el cuerpo perfecto del bailarín atleta, viril y seductor en sus romances, enérgico y desafiante en sus bailes. Si el estilo de Fred Astaire era sinónimo de distinción y elegancia, Kelly se encendía como la energía única de sus rutinas, ardiente y sensual. Desde Las modelos (1944) era el responsable absoluto de sus coreografías, y Donen se había convertido en su colaborador esencial. La oportunidad de dirigir juntos llegó con el abandono de Busby Berkeley del proyecto de los marineritos, y esa travesía por una ciudad bulliciosa y musical se convirtió en el inicio de años de magia.
"Fue Arthur Freed quien volvió a convocarnos a Gene y a mí luego del éxito de Un día en Nueva York para hacer Cantando bajo la lluvia. Nos citó junto a los guionistas Betty Comden y Adolph Green y nos dijo: ‘Hagamos un musical sobre aquellas canciones que escribimos junto a Nacio Herb Brown a fines de los años 20 en el surgimiento del musical cinematográfico", recuerda Stanley Donen en el especial televisivo Musicals Great Musicals (1996) de David Thompson. Eran canciones que ya habían aparecido en otras películas, como La revista de Hollywood (1929) o Hijos de la farándula (1939), que habían quedado como testimonio de esos tumultuosos años de adaptación de la industria a la llegada del sonido y al despegue del musical en pantalla. "Esas canciones habían sido creadas para esos primeros musicales y creíamos que vivirían mejor en ese período", explica Betty Comden sobre la gestación del guion. "Por eso pensamos que lo mejor era situar Cantando bajo la lluvia en esa era".
La aventura del guion fue ardua, pero Comdem y Green consiguieron amalgamar el espíritu de ese viejo cancionero con el estilo del musical de los 50, enérgico y con ambiciones de modernidad. "Sus guiones eran totalmente originales, cosa rara en el musical donde la adaptación es más o menos la norma", señala Donen. "Le dimos vuelta a la historia durante mucho tiempo y cuando nos trajeron el guion a mí y a Gene nos quedamos asombrados. No olvidaré nunca ese día. Era un guion extraordinario". Cantando bajo la lluvia cuenta la historia de Don Lockwood (Gene Kelly), una estrella del cine mudo que ve su carrera peligrar con la llegada del sonido. Su fama se cimenta en el artificio de la era muda, en el apasionado romance con Lina Lamont (Jean Hagen) creado para las revistas del espectáculo, en su galantería de héroe romántico en blanco y negro. El encuentro con la bailarina Kathy Selden (Debbie Reynolds) y el descubrimiento del amor con los colores del musical abren la puerta para conocer el revés de su personaje, ese que queda oculto más allá de las cámaras. Comden y Green combinaron ese romance en clave de comedia con un lúcido retrato del mundo de los estudios, el nacimiento del musical como género y el tirano sistema de estrellas.
Viejas canciones, nuevo espíritu
El desafío de los noveles directores Kelly y Donen era amalgamar esa historia con los números musicales, gestados con un espíritu nuevo a partir de canciones viejas. Algunos como "Beautiful Girl" se pensaron como un claro homenaje a Busby Berkeley, pionero de la coreografía cinematográfica y director admirado por Arthur Freed, artífice de esos caleidoscopios en danza filmados con la geometría del plano cenital; otros como "You Were Meant For Me" concentraban la esencia del romance en el musical cuando Don le declara su amor a Kathy en un set de filmación, en un ejercicio de notable reflexión metadiscursiva. Otros nacieron de esa química perfecta que Kelly y Donen generaron juntos, como fue ese baile en la callecita trasera del estudio, cubierta con una tela oscura para simular la noche, regada con una lluvia artificial que dejaba charcos perfectos en el brilloso empedrado.
"Freed se acercó y me preguntó si había pensado cómo sería el número de la canción ‘Cantando bajo la lluvia’ [que en la versión original de La revista de Hollywood era interpretado por una hilera de bailarines mirando a cámara ataviados con impermeables]. Le dije que sí, que simplemente estaría lloviendo y yo estaría bailando y cantando". Kelly ideó la coreografía y Donen la puesta en escena. "Sabía de manera instintiva cómo filmar a un bailarín porque yo valoraba el movimiento. Era cuestión de situar la cámara para que el espectador viera el baile desde el mejor lugar posible". Donen fue el artífice de la fluidez de la película, comandó los ensayos sobre un escenario de madera, atendió con precisión a la ubicación de los charcos en la calle, a la aparición del transeúnte que se lleva de regalo el paraguas, al éxtasis que transmitía el baile como deseo convertido en energía musical. Kelly bailó engripado y con 40° de fiebre, y la única toma que se rodó es la que quedó en la película.
Los únicos dos números que no eran parte del repertorio de Freed y Nacio Herb Brown fueron "Moses Supposes", escrita por Comdem, Green y Roger Edens como parodia a los profesores de dicción en esos años, y "Make’em Laugh", pensado para el lucimiento de Donald O’Connor. "Con Gene le dijimos a Freed si quería escribir una canción para O’Connor, un poco al estilo de ‘Be a Clown’, el hit de Cole Porter que aparecía en El pirata. Nos dijo que sí y apareció a los pocos días con una canción muy parecida a ‘Be a Clown’. Ninguno tuvo el coraje de decirle que era una copia", recuerda Donen. "Encima invitó a Irving Berlin al rodaje del número musical, quien a medida que escuchaba la canción movía la cabeza acusadoramente porque obviamente recordaba el éxito de Porter. Entonces, de repente miró a Freed y le dijo: ‘¿¡Quién escribió esta canción!?’. ‘¡La escribimos entre todos!’ fue la salvadora respuesta de Freed mientras intentaba sacar a Berlin a la rastra del set". El número, que incluía saltos a través de paredes de utilería y destrezas acrobáticas, terminó exigiendo en demasía a O’Connor, que entonces fumaba cuatro paquetes de cigarrillos al día, y lo dejó una semana en cama debido al agotamiento.
El arte de la desincronización
El eje de la comedia en Cantando bajo la lluvia nace de los infinitos problemas que ocasiona el rodaje sonoro. Los micrófonos se ocultan en plantas y atrezzos, los cables se enredan en los pies de los figurantes, los vestidos se hacen pomposos para esconder los implementos de la sonorización. Ese juego de persistentes fracasos y malentendidos da a la película su impronta satírica, cuando vemos a Lina una y otra vez naufragar en su parlamento frente al micrófono, o al público reírse a carcajadas en una escena dramática ante la desincronización entre el audio y el movimiento de los labios. El otro gag monumental es la voz de Lina, aguda y ridícula, que desmorona su personalidad como estrella. Ese acuciante dilema, que fue tragedia en aquellos años para muchos actores y actrices, se convierte en paradoja cuando es Kathy Selden la que dobla la voz de Lina en pantalla al mismo tiempo que gana el corazón de Don. Lo curioso en el rodaje de la película fue que, como Debbie Reynolds era la que tenía voz aguda, fue Jean Hagen la que terminó doblándola en los parlamentos, mientras la cantante Betty Noyes la doblaba en las canciones.
Kathy Selden fue el primer papel estelar para una joven Reynolds, cuyo ascenso emulaba de alguna manera el de su personaje: de bailar charlestón en el coro y saltar en una torta gigante a conquistar un nombre en la marquesina del final. "Aprendí todo de Gene", destaca Reynolds en el libro Glamorous Musicals de Ronald Bergan. "Era un director disciplinado y perfeccionista, el más exigente con el que he trabajado. Incluso había momentos en los que me gritaba y me hacía llorar. Pero tuvo mucha paciencia porque yo nunca había bailado antes y tuve que aprender a hacerlo para la película". El detalle en la reconstrucción de aquel período crucial para la industria del cine se debió a que varios de los que trabajaron en los años 20 todavía estaban en la nómina de la MGM. Fue el caso de Walter Plunkett, diseñador de vestuario, que cuenta su experiencia en Glamorous Musicals. "Como los micrófonos podían capturar cualquier sonido, teníamos que usar telas especiales en la confección del vestuario. Los vestidos con engarces de cuentas o fabricados con tafeta eran imposibles por el ruido que hacían al moverse".
"Tengo que verlo en pantalla"
"El productor en la ficción, R. F. Simpson, estaba basado en el mismo Freed, que a menudo entraba al estudio en el medio del rodaje y arrastraba cables, o repetía ‘tengo que verlo en la pantalla’ para convencerse del resultado de una toma", evoca entre risas Kelly en una entrevista para Musicals Great Musicals. Los gags que burlan la torpeza de Freed en la entrada intempestiva al rodaje aparecen en la secuencia en la que Lina intenta hablar al micrófono escondido en su vestido y el productor tira del cable de sonido y la levanta por los aires. Otro guiño aparece en la secuencia final del ballet, que Don Lockwood intenta explicarle a Simpson hasta que se convence que es mejor mostrarla en pantalla. Esa secuencia fue ideada por Kelly en un una clara vocación de fusión de géneros y exploración de estilos; evoca a la secuencia final de Un americano en París, filmada junto a Vincente Minnelli un año antes, y anticipa el tono experimental que definiría a su película manifiesto, Invitación a la danza (1956). La participación de Cyd Charisse fue definida a último momento, y el peinado y el vestuario estuvieron modelados como un homenaje a Louise Brooks, estrella del cine mudo. Charisse, bailarina clásica que tuvo que adaptarse a bailar con tacos y sobre fondo de jazz, causó tal impresión en Freed que la eligió como protagonista de Brindis al amor junto a Fred Astaire, filmada al año siguiente.
El rodaje de Cantando bajo la lluvia se extendió varios meses en jornadas de hasta 19 horas y alcanzó un presupuesto final de dos millones y medio de dólares, casi 600 mil más que el estipulado inicialmente. Sin embargo, el estudio comprendió de inmediato que la película sería una inversión rentable: en su primer lanzamiento cosechó más de 7 millones de taquilla. Los musicales en la era clásica eran películas muy costosas pero rendidoras por la gran popularidad del espectáculo que ofrecían en el cine, pese a la competencia de la televisión. La película recibió una tibia recepción de la crítica en su estreno en 1952 y recién en su reestreno en 1958 fue considerada, en palabras de la crítica Pauline Kael, "la mejor película musical de la historia del cine". Después de tantos años, todavía atesora uno de los más lúcidos y divertidos homenajes al cine, lleno de citas y guiños al espectador, dotado de una inventiva audaz y un ritmo admirable, cúspide de un arte que combinó la ambición creativa y el éxito popular.
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