Referente del periodismo cultural desde los años 60, comenzó su carrera en Córdoba, y tras su mudanza a Buenos Aires, marcó época con ciclos de avanzada como Buenas tardes, mucho gusto, Café con Canela y La otra tierra
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Había una vez una nena de 9 años, la más chiquita de once hermanos, que cruzó el océano en barco con su familia. Atrás quedaban, en Vicenza, al norte de Italia, los recuerdos de la guerra. Como en el barco pasaban películas de Gardel, de curiosa aprendió la primera palabra en castellano. “Che cos’è cabeza?”. “Testa”, respondió la hermana mayor. Con el tiempo aprendió muchísimas más, tantas que se puso a jugar con ellas. En cambio, en la Argentina nadie aprendía bien su nombre. Al verla, una señora de la televisión le dijo “Canela, te ponemos Canela”. Y así fue como la chica de enormes ojos oscuros y la sonrisa más amable del mundo comenzó a darle ese toque especial, inconfundible, al disfrute de palabras.
Tal vez toda la vida de Gigliola Zecchin, de apenas 81 años que confiesa con alegría, podría contarse para toda la familia alrededor del fuego. Muchas de sus experiencias palpitan en sus 40 o más libros escritos (y no solo para niños), además de los 250 títulos editados para Sudamericana, donde creó el área de Literatura para Niños y Jóvenes. Estudió Letras, es locutora y le puso su marca al periodismo cultural en la radio y la televisión desde los años 60: Buenas tardes, mucho gusto, La gallina verde, Para crecer, La otra tierra, La luna de Canela, Café con Canela (y más con su nombre), El periodismo que viene y, su último ciclo, Colectivo imaginario, en TN. Ganó todos los premios, desde el Martín Fierro, el Santa Clara de Asís y el Konex, entre otros, hasta la Orden de Caballero del Estado Italiano, la Medalla de Oro al esfuerzo y el trabajo en su ciudad natal, Vicenza, y el de Personalidad Destacada de la Cultura de la ciudad de Buenos Aires. Para quienes la conocen muy de cerca, Gigliola es Lola (¡la pequeña protagonista de su colección de libros infantiles!) pero siempre será Canela para la historia de los medios, en un país donde meterse con la difusión de la cultura es elegir, a capa y espada, remar contra la corriente.
-Empezaste a trabajar en radio y televisión muy joven. ¿Apareció la oportunidad o lo buscabas?
-Pertenezco a una familia de hoteleros, tanto en Italia como en Córdoba, dónde vivíamos. Por lo tanto, estaba muy acostumbrada a comunicarme con la gente desde chica porque en un hotel tenés que hablar. Terminé el secundario antes de los 16 años (por el cambio de planes de estudio con Italia y porque era muy estudiosa) y me fui a la ciudad de Córdoba, a una pensión y a estudiar Castellano y Letras Modernas, mientras trabajaba en una fábrica inmensa, la Kaiser (IKA) donde había actividades internas para los doce mil empleados. Con una compañera creamos la biblioteca y yo empecé a entrevistar a autores que a su vez eran los profesores de la facultad. Como era bastante activa, me invitaron a participar en un ciclo radial que tenía este grupo y enseguida, la radio de la Universidad de Córdoba me propuso hacer un programa para niños. Después inauguraron la TV pero nadie quería poner la cara, entonces me preguntaron a mí si me animaba a conducir la tarde de los chicos. Les dije que no podía, que trabajaba en Kaiser. “¿Cuánto gana?”, me preguntaron Cuando les dije, me duplicaron el sueldo. Nadie tenía idea de nada: llamaron a un director de Buenos Aires para que les enseñara cómo poner las luces, dónde poner la cámara, cómo te tenías que parar. Todo era muy primario, ahora nos reiríamos, en blanco y negro. Yo nunca había visto la televisión, no tenía ni idea, pero era muy suelta porque estaba acostumbrada a los cambios, al trato con personas, lo que hacía en el hotel desde chica. Me crié en una casa llena de movimiento, éramos muchos, hacíamos títeres, cantábamos. Mucha libertad y coraje. Soy una persona tímida, no soy alguien que se va a exponer fácilmente y sin embargo…
Gigliola contesta largo, con muchos detalles y nombres que siguen vivos en su memoria. Y cada dato no está tirado al azar sino que cobra sentido en el gigantesco puzzle de una vida dedicada a convertir al trabajo en un juego divertido. Nunca traicionó ese mandato: “Duré tres meses porque el productor quería que me disfrazara y yo no soy buena para eso. Cuando me fui a quejar me dijeron: ‘Hágalo usted’. Y lo hice, empecé a ser autora de mis programas”.
-¿Cómo recordás esos principios en Córdoba?
-Venía a Buenos Aires cada dos meses a comprar libros, revistas, cosas que me sirvieran porque todo lo que teníamos era una sala y una cámara, imaginate que había que reinventar todo, pero lo hice. Teníamos un cineasta que filmaba para los noticieros y después había que traducir eso para la TV. Convertir algo en imagen era muy difícil. Todo era en vivo y muy precario, nos equivocábamos todo el tiempo y había una lentitud que ahora sería inadmisible. Era muy importante la palabra, la representación: de eso me di cuenta muy rápido, porque había que llenar esa hora de programa. A los seis meses, era famosa, me saludaban por la calle. Ya era Canela.
-¿Cuándo empezás a trabajar en Buenos Aires?
-Estaba de novia con mi primer amor, dos años a distancia, y por eso decidimos casarnos (con Héctor Duhalde) y vivir en Buenos Aires. El pacto de la pareja era que iba por seguir trabajando. No pude recibirme porque (Juan Carlos) Onganía cerró la universidad, aparte de que yo iba lento por el trabajo. Hubo una convocatoria en Canal 13 para la conducción de un programa infantil. Me presenté, tenía mucha experiencia en vivo, sabía improvisar y quedé. Me acompañó mi marido, que tenía pánico al ambiente televisivo. Me acompañó mucho siempre.
Unos meses duró El juego de Canela. Al poco tiempo, la llamaron para conducir lo que se convertiría en un clásico de la historia de la TVargentina, en vivo, todas las tardes: “Buenas tardes, mucho gusto fue mi primera escuela, no puedo decir de periodismo pero sí de conducción de algo que no era lo que yo manejaba. Estuve en el programa durante todo el embarazo de Constanza, mi primera hija, y cuando nació fue todo un evento mediático. Nunca una conductora embarazada había aparecido en cámara, me mandaban cartas diciendo que cómo me atrevía a mostrar la panza”.
-En retrospectiva, ¿cómo ves hoy ese programa?
-Eran los años 60 y 70, y hasta donde sé, fue el primero que se ocupó de la mujer de una manera integral: se hablaba de leyes, de los derechos, de la maternidad, de los controles en el embarazo, de mujeres que se destacaban en la literatura. Conocí a gente muy interesante, entrevistaba una vez por semana al pediatra Florencio Escardó, estaba Blanca Cotta que era productora y coautora de parte del programa. Y había una revista, por supuesto en papel, del programa.
-¿Cuándo empezaste a considerarte periodista?
-Hubo una vuelta de tuerca muy importante con el programa Para crecer, un programa periodístico que duró poco, pero que era tan bueno que se repitió dos veces. No fui la autora sino la conductora. Surgió porque participé de una campaña que hizo María Herrera Vegas, una especialista en medios de comunicación formada en París y que traía ideas muy nuevas, muy distintas a lo que aquí se hacía tanto en lo técnico como en el contenido. La campaña fue un ciclo de ocho micros de un minuto que hablaban de la salud maternoinfantil. Como tuvo muchísimo éxito, salió el programa Para crecer: eran historias de primera infancia, analizando el entorno social, historias muy dramáticas pero siempre con un final de superación. Ahí empecé a entender la diferencia entre la conducción y el ejercicio del periodismo.
-¿Qué aprendiste?
-Aprendí que quien entrevista tiene, en la medida de lo posible, saber mucho sobre la persona que va a entrevistar y que nunca tus preguntas tienen que expresar lo que sabes, o sea, la pregunta tiene que ser seca, sorprendente y tenés que bajarle la guardia al entrevistado para que termine diciendo lo que quizás había imaginado que no iba a decir. Eso te lo digo ahora. En el camino, ¿quién sabe las pésimas entrevistas que habré hecho? Mirtha (Legrand), por ejemplo, es el exponente máximo de esta evolución, del cambio desde la conducción. Yo la vi desde los comienzos, cuando era un desastre. Mirtha empieza con un hecho social: abre su mesa y participa de un diálogo. Es un programa de entretenimientos que ella ha ido virando hacia la política y ella misma se ha convertido en una persona que ejerce una opinión que tiene cierto peso. Para mí, la opinión del entrevistador tiene que estar muy sutilmente expresada.
-¿Cuando dejás de hacer programas infantiles?
-La luna de Canela, por Canal 7, fue la culminación del ciclo programas para niños. Terminó cuando volvió Perón (1972) y cambió la programación. No me fui por eso sino porque quería tener más hijos, era incompatible el programa en vivo todos los días con la crianza y preferí hacer radio. La luna de Canela fue un programa integral, muy interesante, pionero absolutamente, porque yo venía nutrida de una serie de teorías por mis viajes a Europa y haber visto Plaza Sésamo; hice traer por intermedio del canal los dibujos animados de Europa del Este, que no era nada fácil en ese momento. Tenía especialistas de cine, de teatro, teníamos café concert y teatro de títeres. Éramos 24 personas y un cuerpo de actores del Teatro San Martín. Apuntaba a lo máximo de calidad.
-¿Cómo lograbas convencer a los productores cuando presentabas tus proyectos?
-Soy muy convincente, me creen (se ríe). Ya era muy conocida. Y me ayudó mucho la publicidad. Para La Serenísima trabajé ocho años. Eso ayuda, te instala. Cuando vino la democracia, me convocaban por ser yo Canela y porque confiaban. Había un cambio total de directivos y me escuchaban con atención. Para Café con Canela, concretamente, me presenté con mi proyecto. Al principio, me dijeron que no y me fui de vacaciones. Y me llamaron para decirme que tenía quince días para ponerlo al aire. Volví a Buenos Aires y pedí trabajar con Clara Zappettini con quien había hecho Para crecer. Queríamos hacer el programa no solo desde Buenos Aires sino viajando al interior. Una osadía total, técnicamente hablando. Fue la primera vez que se transmitía regularmente desde las provincias. Y lo hicimos, durante dos años y medio, con mucho chamuyo con las provincias, con las secretarías de Cultura, porque no ganábamos ni un peso más por eso. Nunca mis proyectos fueron económicos. Llegamos a la Antártida. Hacíamos el programa en el lugar, con los periodistas del lugar y con los temas del lugar para todo el país. Fue algo absolutamente atrevido. Obligábamos a los técnicos del lugar a hacerse cargo de una emisión para todo el país.
-¿Te censuraron alguna vez?
-Te vas a reír. Una vez, el director no quiso que mostrara una estampilla de Rusia. Me quedé pasmada porque si hay algo universal es una estampilla. Otra vez me puse a hablar de la menarca y todos se quedaron muy pasmados, pero no me censuraron.
-Tu imagen quedó asociada para mucha gente a los contenidos infantiles, a la no confrontación, ¿estás de acuerdo?
-Mucha gente cree que yo no tengo ideas políticas, que soy madre de diez hijos (tuve cuatro), me asocian con la maternidad. Mi estilo no es confrontativo pero eso no me impide preguntar a fondo cuando quiero preguntar a fondo. Yo sé meter mi cuchillito. Supongo que esa imagen ligada a lo maternal fue tan fuerte porque, en aquel momento, la televisión era mas pregnante que ahora, había cuatro canales, la gente era mas fiel al canal que al marido. Me hago responsable de la imagen que proyecto, fui educada en el rigor, nací en la guerra, en pleno régimen fascista, cuando abrir la boca era la purga o la muerte; eso me podría haber volcado a ser combativa, pero no soy así. Tampoco estoy asociada a la bohemia o la nocturnidad, vos mirás mi casa, hablás un ratito conmigo y ya sabés quien soy.
-Es que tu estilo, tu forma de vestir, de hablar, es familiar y de bajo perfil.
-La gente me tiene una especie de hiperrespeto. Una vez me invitaron a la fiesta de revista Gente. Al llegar me piden el documento y se lo doy, junto con el de mi esposo. “No, su marido no está invitado”, me dicen. Y nos fuimos. Eso se sabe, yo no hice vida social prácticamente. Otra cosa: tampoco, nunca, hice una nota renumerada, por dinero, ni un chivo. Me parece indigno. Si vos sos periodista, no podés vender la ropa que tenés puesta. Esa especie de seriedad fue por algunos mal entendida. Otra vez fui al programa de esta chica que es psicóloga, Verónica Lozano, y me dice: “¿Vos te casaste virgen?”. “Perdón, ¿qué pregunta es esa? ¿Por qué te tengo que contestar eso a vos?”, le dije. Soy así, no soy maleable en ese sentido, ni puede ser demasiado interesante lo que yo pueda decir al respecto.
-¿Tenés amigos en el medio?
-Muy pocos… Hago más sociedad con escritores y con artistas plásticos.
-¿Cómo conciliabas la actividad profesional tan activa que tuviste siempre con una familia con cuatro hijos?
-Tenía ayuda, una familia política muy generosa y mi marido que era un compañerazo. No podés ser tan hogareña si haces todo eso. Esta imagen ligada a lo maternal y hogareño es un problema de la gente, no mío.
-Cuando a fines de los 90 hacés El periodismo que viene, en TN, con jóvenes estudiantes de periodismo, ¿con qué te encontraste, ¿cómo era el nivel de los participantes?
-Una de mis hijas estudiaba Ciencias de la Comunicación y yo me daba cuenta que no tenía la menor idea de lo que era un estudio de TV, no había praxis. En ese programa también aprendí a ser periodista. La formación periodística era muy despareja, porque participaban desde universidades, institutos, públicos y privados y de todos lados. Dejé de hacerlo cuando prohibieron las pasantías de los extranjeros. Unos chicos de Chile habían participado y ganado y no pudieron hacer la pasantía. Ahí me fui.
-¿Por qué la cultura no interesa en los medios, especialmente en los audiovisuales?
-Porque se fue dando una farandulización de la política y de la conducción, todo fue al escándalo. Se perdió el espacio y la paciencia de la reflexión. Aparecieron muchos estímulos, el control remoto cambió todo, como lo hizo la medición del rating minuto a minuto. El escándalo se convirtió en una adicción. Estamos a la espera de que algo nos salve o de que algo nos conmueva. Fijate que lo importante de las galas de cine es la ropa que se ponen. La autoridad ha perdido peso, la ética no le interesa a nadie, se educa a los niños para que ganen dinero y sean exitosos, etcétera. Todo es la misma degradación.
-¿Qué te parecen los booktubers?
-Vi el efecto en la Feria del Libro, porque las editoriales los contratan cuando funcionan. Hay mucha gente que puede surgir de ese lugar y convertirse en un gran crítico, nada es malo per se.
-¿Por qué dejaste en 2019 de hacer Colectivo imaginario, tu último programa, que además de conducir también producías?
-Lo dejé porque era un programa que daba muchísimo trabajo y ganancia cero, porque cada vez más se hace un paquete de publicidad para el canal y los programas quedan afuera. Yo tenía algunos anunciantes que, por lo menos, sostenían a mi productora Medio Mundo TV, mejor dicho, a la productora de mi hijo, que se inició con el Periodismo que viene. El programa Colectivo imaginario me dio muchísimas satisfacciones, fueron 18 años donde viajé y conocí a gente maravillosa, a muchos escritores. Gracias al programa, a mi presencia en la televisión, hice otras cosas en paralelo, como la conducción de los premios Konex, los Clarín y conduje funciones en el Teatro Colón. Lo dejé porque empezaron a modificar el horario, cada vez más tarde y cuando lo pusieron a la una, dije basta. Tengo que decirte algo: para mí el trabajo si no es lúdico, no funciona. Yo tengo que jugar con lo que hago. Apuesto a que algo sale y sale con todo mi corazón, con toda mi energía. Pero si esa energía que me demanda me destruye, paso a otra cosa. Y necesito trabajar con gente con la que me llevo bien.
-Ahora estás dedicada a la escritura.
-Si bien tengo más de cuarenta libros publicados -entre otros, tres libros de poesía- me dediqué a la escritura porque era una deuda pendiente. El último, La hoguera, es el resultado de esa puerta que cerré y me puse a escribir con muchísima dedicación. Gané el Gran Premio de Literatura de Alija y ahora estoy terminando otro sobre mi infancia en Italia y el viaje a la Argentina, aunque todavía no terminé de definir el título, me cuesta. Son relatos breves, cada relato tiene que ver con un recuerdo fuerte, donde describo ese momento de la familia. Me ofrecieron editarlo en Italia, en Padua, una editorial que edita autores que han sido alfabetizados en una lengua y escriben en otra.
-¿Qué opinás de tu propia carrera?
-Aprendí a apreciar lo que había hecho, en el sentido de que acompañé y me comuniqué con la gente. Porque uno está ligado a la vida de la gente. La comunicación es la que te permite sobrevivir, a través del arte. Porque el arte sostiene la historia, es el sello de cada época.
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