El prócer de la radio y la televisión vio opacada su carrera luego de los escándalos protagonizados con la mujer de Alberto Olmedo y con una secretaria de Gerardo Sofovich
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El gran amor de Norberto Palese fue una incógnita. Nunca quiso revelar el nombre de esa persona con la que logró la plenitud en materia amorosa. Acaso haya sido una iniciación adolescente o la concreción de un amorío de la adultez que quedó oculto por alguna razón que solo él conoce. Más allá de aquel misterio, a Jorge Cacho Fontana, quien murió hoy, a los 90 años, se le conocieron tres parejas estables, mujeres afines, de una u otra forma, al mundo del espectáculo. Y un par de vínculos traumáticos con jovencitas de fama momentánea.
Palese construyó a Fontana, a ese prócer de los medios de comunicación que hizo escuela con estilo propio y programas que marcaron un quiebre como el radial Fontana Show y el televisivo VideoShow. Uno se amalgamó con el otro. Ambos hicieron a ese hombre que vivió intensamente, al que conformó parejas estables y duraderas y al que también se equivocó, fruto de las atracciones más efímeras que le han sellado, escándalos mediante, una mácula imborrable en lo que era una intachable trayectoria profesional. En tiempos donde no estaba socialmente visibilizada la violencia de género, Fontana debió explicar ante la Justicia sobre las denuncias de una mujer que, por edad, podría haber sido su hija. Con otra, se lo vio salir de un hotel. Nada de malo, sino hubiese sido la pareja de uno de sus amigos más famosos. Aquellos sucesos desentonaron con su, hasta entonces, sereno andar público y marcaron el declive de su carrera.
Aquellos años locos
“A mí verdadero gran amor nadie lo conoce”, dijo en algunas oportunidades. No hay por qué dudar de su confesión sobre esa pasión idílica. Y si un nombre secreto le robó los sueños, no fueron menos pasionales las relaciones con esas parejas que sí salieron a la luz.
A los veintipico, Cacho Fontana se casó con la locutora Dora Palma, a quien había cruzado en un estudio de radio. Fruto de aquel matrimonio nació Estela, la primera hija del locutor. Eran tiempos de siembra para Fontana, quien estaba obsesionado con ascender los primeros peldaños profesionales. En aquella época, el comunicador solía frecuentar los viejos cabarets o reductos tangueros de moda para hacerse ver y construir un nombre propio. Su porte elegante lo convertía en un hombre codiciado por las mujeres.
Entre el trabajo y la vida social, pasaba poco tiempo junto a su mujer y su pequeña hija. Las tentaciones estaban al alcance de la mano y siempre eran más interesantes que la rutina hogareña. Fontana ya había fagocitado a Palese. Poco se supo de Dora Palma, quien habría padecido no solo la falta de atención de su esposo, sino las frecuentes infidelidades. La relación duró dos cortos años y se dijo que el gran motivo de la ruptura habría sido el inicio del romance de Fontana con la cantante de tangos Beba Bidart. Palma, cansada de los desplantes, hasta habría cambiado la cerradura de su casa para que Fontana no pudiese ingresar más. A pesar del final prematuro e intempestivo, fue la única mujer que llevó a Fontana al Registro Civil. Al menos en Argentina.
Taconeando
Beba Bidart fue una querible actriz, bailarina y cantante popular de tangos. Su estilo arrabalero y su voz ronca les conferían a sus interpretaciones un aire canyengue muy particular. Era una mujer bella y atractiva, que también supo ganarse la vida como empresaria cuando se hizo cargo de la tanguería Taconeando, sobre la calle Balcarce, en el corazón de San Telmo. Cacho Fontana la conoció en un festival de música que se realizó en el teatro Presidente Alvear de la calle Corrientes. En cuanto se vieron, la atracción fue mutua. Flechazo, decían en la época.
Ella era mayor que él, una rareza dado que el locutor siempre se fijó en mujeres más jóvenes. La diferencia confesa era de ocho años, aunque la coquetería de Beba la llevaba a quitarse alguno que otro almanaque de encima, con lo cual no sería ilógico suponer que era una década –o más– mayor que su marido. Juntos vivieron en un formidable piso sobre la avenida Callao, en el barrio de Recoleta. Eran la pareja perfecta o al menos eso se percibía desde la mirada externa, que no siempre es la que más se ajusta ante la realidad de la intimidad ajena.
Fontana amó a Bidart al punto tal que decidieron plasmar el matrimonio con una unión civil concretada en Las Vegas. El protagonista de innumerables publicidades solía decir, con humor, que, en aquella ciudad del juego, los casorios se podían anular a las 24 horas de rubricados. No fue necesario recurrir a ese artilugio. Se amaban.
La pareja estuvo doce años unida, hasta que el amor se desvaneció. Al menos de parte de él, quizás porque el tiempo va socavando los sentimientos o porque había aparecido en su vida una mujer que hizo sucumbir su paz matrimonial. Al momento de concretar la separación, Beba Bidart le pidió a su esposo conservar aquella libreta expedida por las autoridades norteamericanas. El documento pasaba a ser un “souvenir” de enorme carga afectiva y algo torturante, ya que la cantante se sumió en una profunda depresión y, posteriormente, en muy pocas oportunidades se refirió a su pasado junto al animador de Odol pregunta, el recordado programa donde, ante la respuesta correcta de un participante, Fontana decía el famoso latiguillo: “Con seguridad”.
Amor prohibido
Cuando Fontana conoció a la modelo Liliana Caldini, sucumbió. Ningún otro término podría definir mejor lo que sintió por esa jovencita, veinte años menor que él, que era la chica de tapa del momento. Caldini había logrado notable repercusión gracias a la publicidad de cigarrillos Chestefield, donde se la ve fumando y danzando, mientras se escucha “Tiritando”, el popular hit interpretado por el compositor y cantante Donald. El país hablaba de ella. Liliana Caldini murió ayer, apenas 24 horas antes que Fontana.
Si la noticia de la separación de Fontana y Bidart impactó a la opinión pública, cuando se conoció que el locutor había entablado una relación con una jovencita que, por edad, podría ser su hija, el público se enojó mucho. Nadie podía entender cómo el hombre aplomado, de modales galantes, había tenido la osadía de vincularse con una chica como Caldini. No solo el romance fue la comidilla del momento, sino que, además, pocos apostaban por el buen destino de la pareja. Se equivocaron.
Cacho Fontana y Liliana Caldini estuvieron juntos doce años, el mismo lapso que había durado el matrimonio con Beba Bidart. El tiempo iba pasando y la pareja se afianzó de tal forma que fueron padres de las mellizas Ludmila y Antonella. Contradiciendo a los agoreros, eran la postal de la familia armoniosa. Concurrían a eventos sociales y se mostraban en viajes de placer por el mundo.
Cuando la pareja se separó, la opinión pública volvió a estremecerse, pero esta vez por el fin de la relación que había nacido entre prejuicios y tabúes. A pesar del distanciamiento matrimonial, ambos mantuvieron un muy buen vínculo, en gran medida fomentado por haber sido padres. En los últimos años, Fontana padeció serios problemas de salud y Caldini siempre estuvo a su lado para asistirlo en sus necesidades más esenciales.
Tiempos de escándalos
Luego de tres matrimonios terminados, el público deseaba ver a Cacho Fontana unido con Pinky. Sin embargo, eso no pasó de un deseo estimulado porque ambos eran “las figuras” de la televisión nacional y, además, porque tenían algunas experiencias compartidas como el histórico programa Las 24 horas de las Malvinas, aquel envío que emitió Argentina Televisora Color con fines solidarios en medio de la guerra del Atlántico Sur. Sin embargo, el vínculo entre Fontana y Pinky fue siempre de amistad, camaradería profesional. Casi de hermanos. En esas vueltas sorprendentes de la vida, hace poco tiempo ambos compartieron la internación en un centro de rehabilitación para adultos mayores en el barrio de Palermo. Y hasta se dieron el lujo de recibir un merecido homenaje compartido en una entrega del premio Martín Fierro, ante la ovación de los presentes.
Muy lejos del perfil de Lidia Satragno, en 1987 Fontana se entreveró con Nancy Herrera, entonces mujer de Alberto Olmedo, quien era íntimo amigo del locutor, aunque se encontraban distanciados. Ese año, en plena temporada de Mar del Plata, Fontana y Herrera se encontraron en el automóvil de él porque ella lo había citado para conversar sobre algunas cuestiones personales. Lo cierto es que los fotógrafos dicen que fue ella quien les avisó, los encontraron y retrataron la escena que fue uno de los grandes escándalos de ese verano. Nunca se los volvió a ver juntos y ellos jamás reconocieron una relación.
Tiempo después, Fontana posó su mirada en una atractiva jovencita que había comenzado a aparecer en televisión. Todo comenzó cuando el locutor asistió a uno de los programas que Gerardo Sofovich tenía en Canal 13. Bajo las luces del estudio mayor que da a la calle Cochabamba, conoció a Marcela Tiraboschi, una suerte de secretaria que hacía de partenaire de Sofovich en La noche del sábado y La noche del domingo.
La chica, de 22 años, rápidamente obnubiló a Fontana, hasta entonces, un comunicador de carrera intachable. Sin embargo, en 1989, el vínculo terminó en un escándalo cuando ella lo acusó de incitación al consumo de estupefacientes y violencia física. Las fotos de la joven con moretones en su cuerpo eran impactantes. Luego de cuatro años de secuencias judiciales, Norberto Palese quedó liberado de todo tipo de cargo en su contra y Marcela Tiraboschi vio esfumarse su incipiente popularidad. Con los años, Cacho Fontana reconoció su adicción a las drogas.
Triste, solitario y final
Aquella foto con Nancy Herrera y lo acontecido con Marcela Tiraboschi minaron la carrera profesional de Fontana, quien no volvió a ocupar los lugares relevantes que había ganado por profesionalismo, talento y empatía con la gente.
“Las mujeres son caras”, le dijo en 2008 a Susana Giménez en su programa de TV. Quizás esa mirada define el vínculo que Fontana pudo establecer con sus parejas. Respecto de sus relaciones formales siempre se refirió en los mejores términos. Palma, Bidart, Caldini y aquel amor oculto que se reserva para sí, determinaron la vida nupcial del gran caballero de la comunicación, el hombre que fue la voz escuchada por todo un país como si se tratase de una espontánea cadena nacional que atravesó a varias generaciones y contó con sobresaliente estilo el acontecer nacional. Razones suficientes para convertirlo en un prócer popular y pagano.
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