Bruce Willis, el comediante que nunca imaginó su destino de héroe de acción y que terminó parodiándose a sí mismo
Comenzó ligado al humor pero se transformó sin escalas en héroe de acción y quedó identificado para siempre con ese rol; la primera Duro de matar y la serie Luz de luna, sus más inolvidables aportes en cine y televisión
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“Nosotros nunca lo olvidaremos. Dios nunca lo olvidará”. Bruce Willis escucha esa frase en Lágrimas del sol (2003), vestido con el uniforme de combate que tantas veces volvería a lucir en el cine. No podía esperarse otra cosa de su personaje, todo un ejemplo de valentía, arrojo y destreza en el cumplimiento del deber. También de solidaridad y espíritu humanitario, porque en esa historia acaba de cumplir con éxito una riesgosa misión que salvó unas cuantas vidas.
Ahora que su carrera llegó a un punto final luego de ser diagnosticado con afasia, una enfermedad que le provoca dificultades en el lenguaje, la comprensión y la expresión, podríamos decir que la vida artística de Willis no fue otra cosa que la repetición con escasas variantes de un puñado de personajes arquetípicos, entre los cuales seguramente aparece arriba de todo el de Lágrimas del sol. El del héroe que estará allí siempre dispuesto a cuidarnos y, eventualmente, a salvarnos.
Una leyenda de la pantalla
Sabemos de sobra que muchas de esas variantes se repitieron más de la cuenta a lo largo del tiempo con un trazo demasiado grueso. Eso explica entre otras cosas que Willis, en los últimos años, haya aparecido en un montón de películas descartables que llegaron a funcionar como una especie de autoparodia. Pero con la ayuda de algunas otras pudo levantarse con el tiempo una leyenda que nadie en su sano juicio podría minimizar.
Willis fue en sus orígenes un gran comediante que casi por accidente se transformó en uno de los héroes de acción más confiables y duraderos de la pantalla grande en las últimas tres décadas y media. Pero es todavía más que eso: perdurará en nuestra memoria con la presencia de una imagen cinematográfica familiar, ineludible, fácil de reconocer y también de admirar. Podría admitirse que rifó en los últimos tiempos buena parte de su condición de gran estrella filmando sin parar películas de acción muy baratas. Pero esa misma presencia es la que no olvidaremos, sobre todo a partir de su gran signo distintivo: la calva más perfecta que haya entregado el cine en las décadas recientes.
Esa es la imagen definitiva que nos quedará de Willis, por más que en sus dos mejores apariciones en la pantalla (la serie Luz de luna y la primera película de Duro de matar) todavía tenía algo de pelo. En ellas vimos y vivimos la transición que terminó marcando a fuego su carrera.
Luz de luna (Moonlighting), filmada entre 1985 y 1989, fue una de las mejores series de la historia, que utilizaba la trama policial y un fondo de comedia romántica como excusa para explorar todas clase de virtuosas posibilidades expresivas, inclusive la ruptura de la cuarta pared. Allí, Willis personificaba al cretino más simpático del mundo. La primera y original Duro de matar (1987) revitalizó a su vez el cine de acción de ese momento, vistiendo al héroe solitario, invicto y valeroso a toda prueba con un nuevo traje: el del tipo común y corriente con problemas conyugales que debe enfrentar descalzo y en musculosa a los terroristas más peligrosos del planeta. Un héroe vulnerable, al que le duelen de verdad los golpes.
En ese momento empezó de verdad la carrera de Willis como estrella de cine. Siguió por entonces grabando discos, pero con el tiempo la mayoría olvidó que además de actor se animó a coquetear con la figura de músico. Su imagen cinematográfica le ganó desde allí a todo lo demás y se afirmó todavía más con sus grandes apariciones en la década del 90: la extraordinaria Hudson Hawk: el halcón está suelto (que hoy lamentablemente nadie recuerda), El último boy scout, Doce monos, El quinto elemento, Entre dos fuegos, El chacal, La muerte le sienta bien, Tiempos violentos (su primera colaboración con Quentin Tarantino), Armageddon...
Esa década en estado de gracia la cerró con Sexto sentido, una de sus mejores apariciones en el cine. En esa deslumbrante presentación de M. Night Shyamalan, Willis llevó allí a su máxima expresión todo el potencial que nacía de su imagen. Le alcanzaba con pararse en el cuadro, imponer su presencia sin demasiadas palabras y dejar en claro cuál era su método: escuchar, lograr en silencio que el público interprete lo que su mente le indicaba y actuar en consecuencia.
También había logrado por fin cumplir el viejo sueño de hacerse famoso como actor. Nunca dejó de disfrutar ese logro. Su vocación se hacía realidad. Pero más de una vez la asoció con una carga difícil de llevar. “Yo soy apenas un tipo común y corriente que se viste igual que cualquiera y que tiene esa carrera gracias a una bendición de Dios”, decía allá por 1997, cuando soñaba poco con el Oscar y mucho más con una posibilidad que la fama le negaba: andar inadvertido por las calles de Nueva York y charlar con la gente de a pie, algo que vivía todo el tiempo cuando trabajaba en sus años juveniles como barman en clubes nocturnos de Manhattan.
Demi Moore y una seguidilla de trabajos sin fin
Willis siempre tuvo en claro que el cine era un negocio que alternaba por igual el éxito y el fracaso. En su época de mayores desafíos artísticos, sobre todo en entre los años 90 y la primera década del siglo XXI, decía que se desafiaba a sí mismo todo el tiempo en su afán de no repetirse. “Yo podría seguir siendo toda la vida sólo el tipo que hace películas de acción, pero sería muy aburrido”, decía en esos tiempos.
La realidad lo llevó a desmentir en los hechos aquella afirmación y, obviamente, a ganar mucho menos dinero por cada nueva aparición en el cine. Cuando hizo la cuarta de sus cinco apariciones como John McClane, el héroe de Duro de matar, Willis cobró 25 millones de dólares y era el actor mejor pago de Hollywood. En las últimas dos décadas, rumores insistentes sobre sus problemas financieros lo llevaron al parecer a una especie de rendición: empezó a aparecer una y otra vez, sin exigirse más de la cuenta, en esas mismas películas que poco antes despreciaba por completo.
Mientras tanto, su figura era cada vez más popular en las publicaciones indiscretas sobre la vida de los famosos. A falta de noticias sobre nuevas muestras de talento de Willis en la pantalla, la atención estaba puesta en la cordial continuidad de su relación con Demi Moore, su esposa entre 1987 y 2000 y madre de tres de sus cinco hijos. Los otros dos los tuvo con su actual esposa, Emma Heming. Están juntos desde 2009.
Cuando nos enteramos que Willis estaba pasando la pandemia aislado y encerrado en la misma casa junto a Moore, a Heming y a los cinco hijos del actor, empezamos a descubrir al mismo tiempo el viraje notable de su carrera más reciente. En los últimos 10 años, Willis filmó algo más de 30 películas, casi todas estrenadas directamente en plataformas de streaming y video on demand. Todas representaban una suerte de caricatura de sus presencias más reconocidas y apreciadas.
Cuenta una nota de El País que la razón de esta conducta fue explicada mejor que nadie por Sylvester Stallone, que convocó a Willis para sumarse al elenco de Los indestructibles 3 ofreciéndole tres millones de dólares por tres días de trabajo. “Es vago y codicioso”, dijo en 2013 sobre su antiguo socio en los primeros tiempos de la cadena Planet Hollywood. La parodia llegó a su extremo cuando los premios Razzies (o “anti-Oscar”) instituyeron este año una categoría especial, la de “peor película de Bruce Willis”, con ocho de sus apariciones en 2021.
Willis no podrá decir más nada sobre las ocho películas que tiene actualmente en etapa de post-producción y se estrenarán de aquí a 2023. Quienes dicen conocer todo de él aseguran que desde hace tiempo seguía actuando solo por el placer de hacerlo y por la necesidad de sumar más dólares a su cuenta, sin preocuparse demasiado por el perfil de sus proyectos.
El actor nacido en una base militar en Alemania hace 67 años que nunca ocultó sus preferencias por el Partido Republicano (“prefiero un gobierno más pequeño y con menos gastos”, repitió siempre) pero prefirió tomar distancia de las políticas de Donald Trump, admitió también que con el tiempo se fue volviendo cada vez más conservador y agrio.
Después de todo, él mismo contó una vez que nadie llegó a imaginar que alguna vez podría convertirse en estrella. “En el anuario de graduación de la secundaria escribieron sobre mí: no va a llegar a nada”, recordó. Ahora, frente al duro trance de dejar la actuación para siempre, al menos sabe que el público nunca lo olvidará.
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