Su personaje en Chiquititas le abrió las puertas en Israel, donde vive desde hace 19 años y a donde llegó casi de casualidad; aprendió hebreo, se enamoró y tuvo mellizos
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En el 2000, Boris Rubaja empezó a darse cuenta de que, aunque tenía mucho trabajo, Argentina no era el lugar en el que quería vivir. Barajó varias posibilidades y terminó mudándose a Israel. Aprendió hebreo, consiguió trabajo, se enamoró y fue padre de los mellizos Lior y Sol, que acaban de cumplir 17 años.
En diálogo con LA NACION, el actor relata en detalle cómo tomó la decisión de irse del país y cómo fueron estos 19 años en una geografía tan diferente a la nuestra. Hoy vive en Ramat Gan, está en pareja y se gana la vida dando clases de teatro y haciendo obras en teatros de diferentes ciudades. “Yo no estaba bien en Argentina y no por falta de trabajo, que tuve hasta una semana antes de venirme. Estaba haciendo Los buscas en televisión y ese año también filmé Apasionados, de Juan José Jusid. En teatro estaba haciendo una experiencia muy linda con Pablo Machado, recorriendo las escuelas de todo el país con El acompañamiento, de Carlos Gorostiza, y un debate posterior. Entonces no me vine por falta de trabajo sino por una necesidad de cambio”, detalla Boris Rubaja.
En ese momento, Israel no era una opción. “Tenía tres alternativas: México, Venezuela y Colombia. Un actor amigo me dijo que en México, con mi estilo de actuación y mi look me iba a ir muy bien, pero que no pensara que bajaba del avión y enseguida tenía trabajo, sino que primero había que hacer lobby y no tenía dinero para bancarme un año sin ingresos. Israel no era una opción, ni se me había ocurrido”.
-¿Por qué sentiste que en Argentina ya no estabas bien?
-Por hechos de inseguridad, problemas económicos y desvalorización. Yo era un actor de 500 pesos por programa y un día mi representante me dijo que me querían para Los buscas, para un personaje extraordinario, pero que me pagaban 80 pesos. “Peor es nada” pensé y acepté. Y un día me crucé con el productor de la novela (Enrique Estevanez) y me dijo: “Boris, 80 porque sos vos, porque atrás tuyo hay 20 que lo hacen por 30″. No me olvido más de esa frase. Eso y una anécdota que viví en la grabación de una serie terminaron de decidirme. Yo estaba esperando para grabar desde las 10 de la mañana y a las 3 de la tarde un productor me preguntó qué hacía ahí. Le respondí que esperaba para grabar mi escena. Me dijo que se había pasado para el día siguiente. Cuando es así hay que reclamar algo que corresponde por el Sindicato de Actores y es la doble citación, que es un 30% del cachet. A los seis o siete capítulos mi personaje murió en un accidente. Eso sumado a que vivía en Francisco Álvarez, un lugar hermoso pero cada vez que llegaba miraba para todos lados, para comprobar que nadie me siguiera, y era angustiante esperar que los cinco perros se acercaran al portón y luego abrirlo. Había mucha inseguridad en esa zona y esos segundos eran muy feos.
-¿Cómo recalaste en Israel?
-Me llamaron para dirigir una obra de teatro en una escuela hebrea, la Scholem Aleijem, en Palermo, y si bien la obra no me volvió loco, me pagaban mucho y me fascinaba la posibilidad de trabajar con niños y adolescentes. Los chicos se entusiasmaron mucho, empezamos a ensayar y se desinflaron porque la obra no era atractiva y propuse escribir algo nuevo relacionado con el mismo tema, que era para estimular la identidad judía. Fue un éxito. Conversando con la maestra que me ayudaba, le dije que mi idea irme del país, y ella me sugirió ir a Israel. Yo ni lo había pensado porque lo mío es la palabra y acá se habla hebreo. Me respondió que siendo judío el estado te enseña el idioma, te da un lugar donde vivir y te paga un pequeño subsidio durante un tiempo. Le pedí que me enseñara hebreo y decidí inscribirme en la Agencia Judía para la Absorción (SOJNUT), que en Buenos Aires funciona en la AMIA. Así fue. Llegué a Israel y fui a lo que se llama un Centro de Absorción, un lugar enorme con muchos departamentos con ventanas chiquitas, pintados de gris y todo para que no te quieras quedar ahí. Durante seis meses te pagan un dinero mínimo para que vivas. En ese tiempo vas a la escuela todos los días de 8 a 12 para aprender el idioma, de domingo a jueves, porque el sábado es el séptimo día, el que se descansa, y todo está cerrado.
-¿Y qué pasó cuando saliste del Centro de Absorción?
-¡Ah! Esa fue la etapa más difícil. Me alquilé lo que pude, que era un cuartito chiquito. Confieso que no creía en los milagros pero después de lo que me pasó, cambié de opinión. Empezaron a pararme en la calle, a hablarme en hebreo y yo apenas entendía, y me decían: “Vos sos el papá de Soledad, te vi en la tele con tu hija”. Y yo les respondía que no, que no tenía hijos. Hasta que me di cuenta de que me hablaban de Chiquititas, programa al que entré por diez capítulos y terminé quedándome 41 de los 600 que tuvo esa ficción en cinco años. Y justo cuando llegué a Israel pasaban esos capítulos donde yo trabajaba.
-Una casualidad enorme...
-Otro día estábamos en una clase de hebreo y entró el director general del Centro de Absorción para preguntar quién era el actor famoso de Chiquititas. Yo no entendía nada, porque no era famoso, pero la novela era furor en ese momento. Me hicieron una nota para un diario importante y le siguieron muchas otras. Yair Dori se ofreció como traductor, lo que siempre le voy a agradecer porque ya era un productor de contenidos muy conocido. A partir de ese momento empezaron a llamarme para hacer teatro en español en una ciudad, en otra más y en menos de un año estaba dando clases en siete ciudades de Israel. Trabajé unos meses en una estación de servicio y después continué con mi oficio. Hoy sigo ganándome la vida dando clases y haciendo talleres y muestras para gente que quiere jugar y divertirse. La comunidad hispano parlante es muy importante y hago teatro profesional en español, en general dirigiendo comedias con contenido, que invitan a una reflexión.
-¿En Israel también formaste una familia?
-Tuve la suerte de reencontrarme con dos primos hermanos que hacía cincuenta años que vivían acá y hasta el día de hoy me dan contención familiar. Mi papá falleció cuando yo tenía 13 años, y a mi madre la vi por última vez cuando me vine para acá, porque a pesar de que volví a la Argentina, mi mamá falleció en el 2004, dos años después de mi partida. Y lamentablemente no llegué a despedirla. Por otra parte, al tiempo de estar en Israel conocí a Paulina, que es argentina pero hacía 25 años que vivía acá, y es profesora de educación física. Y aunque no estamos ya juntos, tenemos mellizos, un varón y una nena: Lior y Sol, de 17 años. Tenemos muy buena relación, somos familia. Al año de vivir juntos, ella me dijo: “Boris, vamos a seguir pagando dos alquileres estando siempre juntos, en una casa o en la otra”. Porque aquí los alquileres son muy altos. Nos mudamos juntos y al tiempo me dijo: “ya que convivimos, seamos padres”. Nunca lo había pensado porque quería estar estable económicamente y ver cómo nos iba en la convivencia. Me dijo: “Boris, la economía siempre es inestable y los vínculos son eternos, vos querés ser padre o no”. Y así fue, en el primer intento quedamos de mellizos, un nene y una nena. Y volví a creer en los milagros.
-¿Volviste a enamorarte?
-Volví a tener pareja sin convivir porque no creo en la convivencia, me parece que es difícil. Tengo mis costumbres, mis ñañas, entonces compartimos pero cada uno en su casa.
-¿Extrañás la Argentina?
-Mucho. Amo y agradezco a la Argentina, que es un país maravilloso: su vida cultural, sus costumbres. Pero no está bien y no hay un gobierno que pueda hacer o que lo dejen hacer algo para rescatar ese país con tanta educación, buen clima, agricultura y tanto de todo. Es admirable y tan fértil, pero... Y este es un país construido sobre un desierto, no hay ni siquiera agua, pero hay una actitud de crecimiento. Acá, si no pagás un impuesto te buscan y te encuentran, te embargan la cuenta y te hacen pagar. Todo funciona y la justicia también: hay un exprimer ministro preso por una coima, por ejemplo.
-¿Cómo es el día a día en una zona de conflicto?
-Israel es un país en guerra desde hace 71 años. El sistema de seguridad es impresionante. Mi padre me enseñó la buena costumbre de caminar después de cenar y hago eso todos los días como lo hacía en Argentina, pero allá iba con miedo, mirando para todos lados y acá a esa hora hay nenes jugando en las plazas. Acá no hay robos, la gente deja los autos con las ventanillas abiertas, las puertas de la casa sin llave. Uno de los trabajos que hice en mis primeros años en Israel fue repartir diarios y me daba un entrenamiento físico y mental tremendo porque caminaba cuatro horas diarias sin parar. Haciendo eso vi muchas veces departamentos con las llaves puestas, y nadie toca nada.
-Entonces, ¿una zona de conflicto es más segura que Argentina?
-La seguridad es tremenda y podés caminar tranquilo por la calle, a cualquier hora. No existe que te roben, que te falte el estereo de tu auto, que entren a robar a tu casa. Pero sí existe que, de golpe, te caiga un misil.
-¿Viviste esa situación?
-Sí, varias veces. La última vez cayó una bomba a diez cuadras de mi casa, frente a donde voy a comprar la miel. Suenan las alarmas y tenés hasta dos minutos para ir a un refugio, que hay en todos lados. Se muere gente y te da una pena tremenda. Es una vida totalmente distinta y después de 19 años, me acostumbré.
-¿Cómo pasaste la pandemia?
-Ya estamos casi todos vacunados con las tres dosis. Bueno, todos menos los que no quieren vacunarse. La pandemia paró todo y ahora retomamos la vida. Hace unos días empecé a ensayar una obra para reír y reír, porque es lo que la gente necesita: Mi mujer es el plomero, de Hugo Daniel Marcos. Estrenamos en noviembre y van a poder entrar al teatro todos los que estén vacunados.
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