Boris Rubaja: cómo es su presente en Israel, lo que más extraña de la Argentina y la preocupación de su hija que está en el ejército
El actor argentino, que está desde hace 21 años viviendo allá, habló con LA NACION sobre cómo cambió su rutina en la actualidad, cómo fueron sus inicios en la actuación y por qué decidió irse
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“Esto no es una guerra entre dos países sino contra un grupo fundamentalista que quiere que el mundo sea islámico. Matan y condenan a sus propias mujeres si no usan el velo y quieren que todas las mujeres del mundo sean así. Y exactamente en este momento te tengo que dejar porque suena otra alarma. Esto de hacer notas entre bombardeos y durante tanto tiempo permanecer encerrados nunca lo había vivido”, dice Boris Rubaja, actor argentino que hace 21 años vive en Israel.
La conversación anduvo por distintos canales, el zoom, la videollamada, el WhatsApp, según los tiempos, las dificultades técnicas y las seis horas de diferencia entre la ciudad de Ramat Gan, donde vive y está muy cerca de Tel Aviv, y Buenos Aires. Todo eso más una circunstancia crucial que atraviesa cualquier intento cotidiano, una amenaza constante, un riesgo de días y noches largas, una tragedia a la que nadie puede acostumbrarse.
¿Por qué se fue? Con gran poder de síntesis, lo resume así: “No me fui por falta de trabajo sino porque no me sentía valorado. Cuando me quejé porque no cobraba lo que correspondía, un importante productor de televisión me dijo: ‘Boris, te pagamos esto porque sos vos pero mirá que detrás tuyo hay una fila que lo haría por mucho menos’. Tenía trabajo, sí, pero no era feliz. Aparte, vivía en una zona hermosa -una quinta en Francisco Álvarez, partido de Moreno- pero con muchos problemas de seguridad. Todo ese proceso me llevó a buscar otro camino que me condujo a Israel de casualidad”. En una escuela de la comunidad judía donde daba clases, alguien le sugirió ese destino impensado por la distancia del idioma. Pero las facilidades para poder insertarse lo convencieron de probar suerte y aceptó el reto. No contaba con un empujón extra, el rating de Chiquititas, coincidencia perfecta en tiempo y lugar: para todos en Israel, Boris Rubaja era Ignacio, el padre de Soledad. A partir de eso, su carrera fluyó sin obstáculos.
“Me siento valorado, logré un lugar, tengo un reconocimiento total. Trabajo en un teatro que produce mis obras y me permite, desde hace 16 años, dirigir una obra en español al año -y la misma en hebreo desde hace seis años-, aparte de dar clases todos los días en distintos lugares a los que llego por tren que funciona perfecto. Era así hasta que pasó esto y se suspendió todo, encerrados y corriendo a refugios cuando suenan las alarmas”, dice Rubaja, director de Por siempre... amigos, y uno de los protagonistas junto con Roberto Pollak. Su título original es Yo soy tu amigo infiel, de los argentinos Guillermo Camblor y Sergio Marcos, y estaba hasta hace poco en cartel en el teatro Givatayim, dependiente del municipio homónimo, en el área metropolitana de Tel Aviv.
“Es como si el San Martín tuviera un área de teatro en hebreo y en otros idiomas. Yo soy el director del teatro en español en ese centro artístico”, compara el argentino-israelí que aprendió a hablar en hebreo a modo “tarzanesco” como lo define: “Con los alumnos y los actores me hago entender. Para trabajar es distinto, pero me dan papeles de extranjero, lo hice en una película, un programa de televisión y tres obras”.
Historia de una vocación
El “hijo del kioskero” del barrio, creció en la ciudad de La Plata y, desde que tiene memoria, todos los domingos sus padres lo llevaban al teatro o al cine. No había televisión en su casa. En una de esas salidas, a los 7 años, nació la decisión de ser actor: “Fuimos a ver una película española de esa época, las de Joselito y Marisol, y hubo una escena triste en la que todos lloramos, también mis padres. Y cuando le pregunté por esa reacción, mi papá, que no tenía nada que ver con el mundo del arte, me dijo algo inolvidable: ‘La función del arte es movilizar las emociones’. Desde entonces supe que eso era lo que quería para mi vida”. Y lo cumplió de inmediato: empezó a animar fiestas infantiles con Alfredo, un amigo del barrio, el “hijo del carnicero”, y a hacer fotonovelas con la cámara que le regalaron. Siempre contó con el apoyo familiar. Sin embargo, por las dudas, el padre lo anotó en el industrial.
“Soy electricista porque terminé mi secundaria con ese título, pero nunca dejé de dedicarme a la actuación, me formé para eso”, dice. El padre no llegó a verlo actuar en teatro. Murió cuando Boris tenía 13 años. Un tío, entonces, apareció con una sugerencia, la de participar en el Centro literario israelita y Biblioteca Max Nordau (institución que se mantiene vigente desde 1912 en La Plata). Fue en ese lugar donde comenzó su formación artística con el maestro Alberto Rubinstein (que falleció el mes pasado) hasta que, antes de cumplir 20 años, se mudó a Buenos Aires para estudiar con Agustín Alezzo.
“Iba y venía de La Plata a Buenos Aires. Cuando Alezzo se enteró, me dio una beca a cambio de trabajar como asistente en su estudio. No sólo entrenaba con él sino que observaba todas las clases que daba y debuté en teatro bajo su dirección”, dice.
La primera aparición profesional en un escenario fue en 1974 con El knack y cómo lograrlo (libro que en 1965 había filmado Richard Lester), producida por Lino Patalano y Elio Marchi, que también estudiaba con Alezzo. Después vino Despertar de primavera, con dirección de Alezzo y Hedy Crilla, un éxito de público durante tres años, de martes a domingos, con jóvenes que daban sus pasos iniciales como Luisa Kuliok, Edgardo Moreira y Norberto Díaz.
“Nunca paré de trabajar”, dice Rubaja cuyos intensos ojos azules se hicieron reconocibles desde que apareció en la pantalla con la tira María, María y María (con las Trillizas de Oro) seguida por otras populares telenovelas (Amo y señor, Micaela, El infiel, 90-60-90 Modelos, Grande Pá!), ciclos unitarios (Alta Comedia y Atreverse) y películas (Los pasajeros del jardín, de Alejandro Doria, y Camila, de María Luisa Bemberg). También fue Ignacio, el padre de Soledad, en Chiquititas, el personaje que le abrió puertas a más de 12 mil kilómetros de distancia, cuando decidió irse del país en 2002.
-Entre tantas producciones en la televisión, ¿hubo alguna preferida o que disfrutaste más?
-Todos los personajes son importantes hasta el más chico. Todo lo que hice sucedió porque lo quise hacer; algunos los disfruté más y otros menos. Sólo para parejas, por ejemplo, en Canal 9, fue un programa extraordinario pero no tuvo éxito, con Pablo Echarri, Eleonora Wexler, Paola Krum, pasó sin pena ni gloria. Otro sí muy exitoso fue Atreverse, con colegas extraordinarios.
-¿Te sentiste encasillado alguna vez como galán?
-Nunca me sentí galán. Nunca me propuse serlo. Me formé como actor y lo mío es actuar. No hay actor de comedia o de drama. Hay actor, con mayúsculas. Por otro lado, siempre es muy gratificante que me saluden por la calle, me hagan comentarios, me pidan autógrafos, siempre lo viví como caricias, aplausos y reconocimiento.
-¿Recibiste propuestas para volver a trabajar en la Argentina?
-En 21 años, desde que me fui, nunca me llamaron, cosa que me habría encantado y con mucho gusto haría. Estuve en mayo en la Argentina y Uruguay, en distintas instituciones judías, con el unipersonal sobre mi vida, De La Plata a Tel Aviv. Si bien me habría gustado estar más con mis seres queridos, tuve solo una noche libre donde los junté a todos en un restaurante a puertas cerradas, Casa Filomena, de Elio Marchi y Rodolfo Borda: fue un encuentro extraordinario con mis siete amigos del alma, muy distintos entre sí y que casi no se conocen entre ellos.
Cuando Rubaja tomó el avión hacia Israel dejó en Buenos Aires a su madre, a quien no volvió a ver porque murió en 2004, a su hermano cuatro años menor y a una pareja que no compartía el deseo de partir. En su nuevo lugar en el mundo, se casó con Paulina -también argentina y profesora de educación física-, fue padre de mellizos -Lior y Sol, de 19 años-, después se separó en buenos términos y hasta hoy mantiene una excelente relación con su exmujer. A ninguno de sus hijos le interesa la actuación: ella está en el Ejército y en un año y medio seguirá en la universidad mientras que a él le preocupan las finanzas y “cómo hacer plata”, según su padre.
-¿Cómo es tu rutina hoy?
-Encerrado, salgo sólo a hacer compras y en cualquier momento pueden sonar alarmas. Hoy, cuando estaba en el supermercado, sonó una y nos metimos en un refugio. No estoy cerca de la Franja de Gaza ni del Líbano pero pueden llegar misiles. Mientras estábamos hablando recién, sonó la alarma y si no fuera por la cúpula de hierro (el sistema antimisiles) no podríamos haber continuado.
-¿Qué te cuenta tu hija? ¿En qué lugar está?
-Mi hija está en una base al sur del país, en la frontera con Egipto y Jordania. Es una base de tanques, todos sus compañeros están en el frente, lo que la tiene muy preocupada. Realiza trabajo social en la base para lo que puedan necesitar.
-¿Qué opinás del actual gobierno israelí?
-Este es el peor gobierno de Israel desde que yo estoy, hace 21 años, y en toda su historia por lo que estudié. Con respeto lo digo, vivo en un país democrático con libertad de expresión pero el señor Benjamin Netanyahu (primer ministro israelí, del partido conservador Likud) no alcanzó la mayoría de los votos y tiene causas judiciales pendientes. Y acá las causas judiciales funcionan, hay varios funcionarios presos. Este señor se unió con los ultrareligiosos que tienen una mentalidad arcaica, terrible, y quieren cambiar el sistema judicial, quieren que el Parlamento decida por la Justicia. Perdió entre personas de su propio partido, el pueblo no lo acepta: fue su último manotazo de ahogado para salvarse de las causas judiciales. O renunciará o se verá en las próximas elecciones porque todo esto es por su culpa, por estar ocupado con la Justicia para salvarse. Por eso descuidó la seguridad, razón por la cual la inteligencia israelí, admirada en todo el mundo, se vio sorprendida.
-¿Cómo ves la situación en la Argentina y el surgimiento de fuerzas de extrema derecha?
-Veo difícil la situación en la Argentina, no hay unión para salir adelante, hay lucha continua. En cuanto a Javier Milei, no lo conozco, solo lo escucho hablar y me parece un loco, sus conceptos y definiciones, no puedo creer que exista algo así, parece una película de Mel Brooks.
-¿Volverías a vivir a la Argentina? ¿Extrañás algo?
-Volvería. Amo a la Argentina. Soy un agradecido, un hijo de lo que fue la mejor educación de América Latina, un país con grandes cineastas, con producciones que supieron competir con Hollywood, pero no hay unión para salvar el país, quieren el poder y se olvidan del pueblo. Y claro que extraño. Hay algo que no me acostumbré en todo este tiempo, no lo puedo superar. Extraño el modo afectuoso de relacionarnos, sentarse en un café a charlar, analizar, filosofar, Freud, el humor, la risa, abrazarnos y besarnos cuando nos encontramos... Acá todo es muy chic chac, así le dicen. Te cuento una anécdota. El primer año que llegué invité a mis primos que viven acá, terminaban de cenar y se iban. Una vez les dije: “¿Por qué se van tan rápido?”. Y me respondieron: “Boris, ¿a que nos invitaste? ¿A cenar? ¡Ya cenamos!”. No existe la sobremesa. Todo es chic chac. Extraño eso, a mis amigos que amo y pude reunir este año en Buenos Aires por unas horas. Acá no hay tanta charla, es más acción, más hacer que hablar y eso me falta y lo necesito.
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