Bob Hope, el comediante que comprendió como pocos el valor de la risa en tiempos de adversidad
El actor británico, que supo componer una inolvidable dupla cinematográfica con Bing Crosby, murió poco después de cumplir 100 años, el 27 de julio de 2003
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Era tan norteamericano que su público desconocía que había nacido en Londres. Era tan joven de espíritu que muchos olvidaron que vivió hasta los 100 años. Era tan cotidiano en sus costumbres, que varios desconocen que fue el comediante más influyente de su época. “Dejé Inglaterra cuando me di cuenta de que no podía ser rey”, le gustaba decir a Bob Hope, sabiendo que una frase aguda se convertiría en el titular del día siguiente.
Pero lo suyo no era lo mediático, lo avalaba una carrera envidiable en cine, teatro y televisión. O más aún, un sentido patriótico que jamás se cuestionó, que lo llevó a entretener a los soldados estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial, a Vietnam o al Golfo Pérsico. O que lo emparentó con mandatarios a los que consideró sus amigos incluso cuando la sociedad los condenara, como fue el caso de Richard Nixon. Bob Hope hacía lo que quería, como lo quería.
Las convicciones como motor de vida: esa fue una lección que el artista aprendió siendo muy joven. No tenía más de diez años cuando Leslie Townes Hope, el quinto de seis hermanos, hizo reír por primera vez en un acto escolar. La magia nació a partir de una imitación de Charles Chaplin, su mayor ídolo. No le iba muy bien en la escuela -de hecho, nunca la terminó- por lo que aquella reacción de su primera audiencia, fue mucho más que un mimo: fue haber encontrado un propósito.
Para cuando el futuro astro de Hollywood cumplió los veintipico, su trabajo en el vodevil ya le había enseñado el timing necesario para lo que vendría después. El resto lo había hecho la vida: antes de convertirse en un actor, Hope había sido mozo, vendedor de autos, reportero y hasta boxeador amateur. Ah, y también un dotado bailarín (lo demostraría más de una vez en pantalla, como la genial performance que hizo junto a James Cagney en The Seven Little Foys). El inicio de la década del 30, mientras el país se hundía en la Gran Depresión, lo encontró dando un salto de los pequeños escenarios independientes a Broadway. Pero faltaba otro paso, el más importante: filmar una película.
A Bob Hope le gustaba mucho contar cómo fue su primera prueba de cámara: “Luego de hacerla pregunté: ‘¿Puedo verla?’. Me la mostraron, y mi nariz apareció en la pantalla antes que yo, y se fue después que yo. Ahí dije: ‘Ya fue’”. Esta agorera experiencia había sucedido en 1929, en la década siguiente el actor, con mejor dominio de la comedia física, éxito en teatro y una mínima experiencia en radio y en la naciente televisión a través de CBS, lo volvió a intentar. Y esta vez lo logró. Casi al mismo tiempo conoció a quien sería durante 45 años su amigo y compañero, Bing Crosby.
Dos amigos y un destino
Viejos conocidos de las épocas de escenario en Nueva York a principios de los años 30, Bing Crosby y Bob Hope se volvieron a encontrar a mediados de 1939 como parte de un evento benéfico en San Diego. La comunión entre ellos estaba intacta, como también la de algunos directivos de Paramount Pictures que estaban entre el público, quienes coincidieron que era momento de ofrecerles un contrato.
A pesar de llevarse un mes de diferencia, Crosby tenía bastante más experiencia en la pantalla grande que su compañero, pero en ese momento el actor y cantante se encontraba en un parate, sin saber cómo seguir frente a una industria que parecía darle vuelta la cara. Su necesidad de reinventarse calzó perfecto con la de Hope, que estaba dispuesto a comerse el mundo: “Íbamos al set, y el director nos decía: ‘ok, solamente avísenme cuándo tengo que parar la escena’”, recordaba Bob.
El dúo compartió por primera vez pantalla en 1940, en la película Camino a Singapur (Road To Singapore), la primera de las siete “Road Pictures” que lo unirían a la estrella de la canción. Durante los siguientes veinte años, el binomio de ficción se iría a Marruecos (1942), Alaska (1946), Río (1947), Bali (1952) y Hong Kong (1962), entre otros destinos. Cada propuesta repetía una fórmula imbatible a partir del contraste entre la apostura de Crosby y el histrionismo de Hope, acompañados por lo general por la también notable Dorothy Lamour.
“La gente siempre nos decía que teníamos distintos niveles de energía, porque en realidad vivíamos vidas muy diferentes, pero al mismo tiempo éramos tan parecidos. Todavía lo extraño”, declaraba en 1980, tres años después de la muerte de Crosby y con una última película juntos inconclusa.
El horror de la guerra
En 1939, cuando todavía creía que su éxito estaría más ligado a la radio que al cine, Bob Hope y su esposa Dolores viajaron a Inglaterra a visitar a la familia de él. Eran sus primeras vacaciones a Europa, prácticamente una luna de miel desde su casamiento cinco años antes: por su trabajo, el actor no había tenido todavía la posibilidad de hacer un viaje con su mujer.
Sin embargo, el viaje tuvo que reducirse a unos pocos días debido a que la embajada de los Estados Unidos recomendó a todos los turistas que volvieran a Norteamérica a raíz del inminente comienzo de la guerra. El 30 de agosto, la pareja inició su regreso a bordo del Queen Mary. Como medida de seguridad ante un posible ataque de submarinos alemanes, el barco desarrolló parte de su travesía a oscuras y en “silencio de radio”. La angustia de los pasajeros llevó al capitán a pedirle a su famoso tripulante que levantara el ánimo del grupo. Aunque el intérprete al principio dudó, finalmente improvisó una rutina para todo el pasaje. Por un rato la gente se olvidó de lo que pasaba a su alrededor y disfrutó como nunca aquella velada.
Cuando llegó a Nueva York, Bob Hope se enteró que el SS Athenia, transatlántico que cumplía las mismas funciones que el barco en el que había viajado y en el que se encontraban 792 pasajeros, había sido hundido por los nazis.
La sucesión de estos hechos le demostró al joven artista, la importancia de la risa como alivio, especialmente en situaciones tan cruentas como un enfrentamiento bélico. Por eso, desde ese momento se puso a disposición del gobierno para viajar siempre que se lo necesitara a zonas de conflicto, con la intención de entretener a los soldados. Esta costumbre, que lo volvió mundialmente famoso e inspiró a muchos colegas a seguir sus pasos, la mantuvo a lo largo de toda su vida. Para muchos fue más importante que la mejor de sus 69 películas, que su pasión por el golf, o que su mejor rutina escénica.
En octubre de 1997, el presidente Bill Clinton presentó un proyecto de ley para que se nombrara al intérprete como “veterano honorario”. Fue la primera vez que sucedió algo así en Estados Unidos. En su agradecimiento dijo: “Me han dado muchos premios en mi vida, pero estar entre los hombres y mujeres que más admiro es el mayor honor que he recibido”.
Bob Hope todo lo podía, no parecía haber nada que lo pudiera detener. Sin embargo, la salud empezó a marcarle la cancha y a demostrarle que, a pesar de todo, él también era mortal.
Un siglo al servicio del espectáculo
Durante el rodaje de Fancy Pants (1950), comedia que Hope protagonizó junto a Lucille Ball, el actor se cayó de un caballo mecánico provocándole una conmoción cerebral. Se recuperó sin secuelas, pero poco tiempo después sufrió una segunda caída, que le produjo una hemorragia cerebral. Su esposa Dolores recordaba: “Ese fue el inicio de sus problemas con la vista. Esa caída fue realmente seria”.
Desde entonces, el actor comenzó a sentir mareos periódicos, como también un fuerte deterioro en su visión. A pesar de varias intervenciones quirúrgicas, y una medicación que tomaba al pie de la letra, el problema lo obligó a bajar la intensidad de sus viajes, sus presentaciones, y su trabajo en general. Lo único que no cambió fue su tarea de divertir a las tropas, y recibir los honores de una vida dedicada al espectáculo. “No es un secreto que Bob Hope es mi mayor ídolo cómico. Sin duda la mayor influencia que he tenido”, declaró Woody Allen, otro gigante de la industria.
Los años pasaron, y las apariciones públicas de Hope comenzaron a ser cada vez más espaciadas. En ficción aceptó solo algunas invitaciones especiales a programas que le gustaban, como Las chicas de oro, Camino al cielo, Roseanne o Los Simpsons. Más tarde se dedicó a escribir, y hasta llegó a seguir muy interesado las instancias de su página web.
En el 2000, Bob Hope sufrió una hemorragia estomacal por la que tuvo que ser intervenido de urgencia. Un año más tarde fue la neumonía la que dejó seriamente comprometida su salud. Tantos problemas de salud lo llevaron a tener que desmentir su propia muerte: “No me parece una noticia creíble”, dijo cuando llamaron a su casa para corroborar el rumor.
Dos meses después de cumplir 100 años, el 27 de julio de 2003, Bob Hope falleció de pulmonía, rodeado de su familia, sordo y casi ciego. No le había quedado nada por hacer, porque él ya había hecho todo.
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