Recientemente reconocido con el premio Kennedy Center Honors, el actor repasa, a los 75 años, una carrera que empezó en su propio hogar, cuando hacía reír a los suyos
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“¿Qué pensás hacer?”.
Cuando Billy Crystal empezó a hacerse esa pregunta tenía unos 25 años. Por entonces ya estaba casado, tenía una hija de 6 meses y, con su sueldo de maestro suplente en Long Island, apenas llegaba a fin de mes, pero se pasaba todo el tiempo que le quedaba con un puñado de sketches de comedia en su largo camino a ninguna parte. Empezó a tener ataques de ansiedad.
“Ya sos padre, ¿qué pensás hacer?”
Su esposa Janice lo sentó y le dijo: “Escuchame, voy a volver a trabajar. Vos ocupate de Jenny durante el día. Yo llego a casa entre las 5 y las 5 y media, y ahí vos te vas a los bares de Nueva York a convertirte en quién yo sé que podés ser”.
Era el impulso que necesitaba. Cuando lo llamó un amigo de una fraternidad de la Universidad de Nueva York para preguntarle si conocía a algún “estandapero” dispuesto a trabajar por 25 dólares por presentación, Crystal fingió ser uno de ellos. Se presentó con pocos chistes y casi ningún material pero de alguna manera se las arregló para llenar una hora de espectáculo: se notaba su talento natural para el escenario. Unos ocho meses después, en enero de 1976, se presentó en el programa de Johnny Carson.
“Todo lo que vino después fue posible gracias a ese momento en particular”, dice Crystal casi 50 años después en referencia al apoyo de su esposa, sentada junto a él en su penthouse del barrio neoyorquino de Tribeca. Hace apenas unos días, el comediante recibió el premio Kennedy Center Honors, “Algo muy importante para ambos”, dice Crystal.
“Cuando me llamaron me emocioné mucho”, agrega el actor. “Toda mi carrera pasó frente a mis ojos”, dice mirando tiernamente a Janice. Están unidos desde hace 53 años. “Nuestra vida juntos nos condujo a este momento”, agrega encaramado en un sillón frente a su esposa. El penthouse está decorado con pinturas que atesoran, entre ellas, dos del padre de su amigo Robert De Niro.
En la sala de proyecciones que tiene en su departamento hay colgada una fotografía de la ceremonia de entrega de los Oscar de 1937 en el Baltimore Hotel. Fue tomada 53 años antes de que Crystal condujera por primera vez la ceremonia. Allí pueden verse a Spencer Tracy y Spike Jones.
Crystal, que hoy tiene 75 años, es un verdadero creyente en el negocios del espectáculo, un sultán de la nostalgia, un camaleón que de alguna manera se las arregló para conocer a prácticamente todas las figuras significativas de la cultura del último medio siglo. Fue confidente de Mickey Mantle y una vez Joe DiMaggie le pegó una piña en el estómago. Recibió consejos de moda de Alan King y consejos de comedia de Jack Rollins. Martin Scorsese le enseñó a dirigir cine en la Universidad de Nueva York y le gustaba deambular por los sets de rodaje de las sitcoms para hace algún cameo sorpresa con Robin Williams.
Mohamed Ali lo llamaba “mi hermanito menor”, el expresidente George W. Bush lo llamaba “Billy C.”, y para Billy Holiday era “el Señor Billy”.
Crystal dice que nunca tuvo un plan concreto: lo único que sabía era que “no quería ser una sola cosa”. Y no lo fue. Fue autor, “estandapero”, estrella de Broadway, estrella de cine, estrella de televisión. El guionista Eric Roth lo califica de “show de variedades en formato humano”.
Así Crystal se fue convirtiendo en un puente entre el viejo y el nuevo Hollywood, aplicando las rígidas tradiciones del vodevil a la frenética era de los medios masivos. Fue el Bob Hope de los tiempos modernos.
Donde sea que lo vemos aparecer, no podemos evitar reírnos. Nos sentimos bien.
Él lo resume así: “Sé entretener”.
Crystal nació en la órbita del mundo del espectáculo. Su abuelo era dueño de Commodore Music Shop, una disquería ubicada en East 42nd Street de Nueva York, que administraba su padre Jack. Su tío era productor de Nat King Cole y Bing Crosby para Decca Records. Cuando tenía alrededor de 5 años, Billie Holiday lo llevó a ver su primera película en el tiempo libre que le dejaba la prueba de sonido de un concierto que su padre estaba produciendo. Crystal vio jugar a los Yankees desde el palco de Louis Armstrong. Y el médico de la familia era primo de Don Rickles.
Durante su infancia en Long Beach, Crystal idolatraba a Sid Caesar y Mantle en igual medida. Más tarde escribiría: “Lo único que realmente quería ser era uno de los Yankees. Uno de los Yankees que también fuera comediante”. Se convertiría en ambas cosas.
Crystal se recibió en la Universidad de Nueva York en 1970, un año antes que sus compañeros Oliver Stone y Christopher Guest. En 1976 —después de luchar como maestro suplente y en un trío de comedia mediocre, después de manejar hasta altas horas de la noche hasta lejanos clubes de comedia mientras el bebé dormía, después de preguntarse ¿Qué pensás hacer? una y otra vez— su extraña personificación de Muhammad Ali le valió un lugar en una presentación de Dean Martin.
Luego vino su aparición en el programa de Carson, su participación en The Hollywood Squares y El crucero del amor. Fue en la televisión que empezó a convertirse en lo que Janice pensaba que podía ser.
Norman Lear “me metió en el baile”, dice Crystal, después de ver su actuación en Comedy Store de Hollywood y elegirlo para un episodio de All in the Family como el mejor amigo de Rob Reiner.
Entre 1977 y 1981 interpretó al primer personaje inequívocamente gay de la televisión en la comedia Soap. Tuvo brevemente su propio programa de variedades. Hizo su debut en Broadway a los 56 años y su debut musical en Broadway a los 74. Y a lo largo del camino se hizo amigo de casi todo el mundo.
“En el ambiente de la comedia hay muchos que no se ríen de lo que hacen los demás”, dice Martin Short, coprotagonista de Crystal en la temporada 1984-1985 de Saturday Night Live. “Pero Billy se descostilla de risa con cualquiera que le parezca divertido”.
Y con el tiempo, por supuesto, se convirtió en el presentador por excelencia de los Oscar. Cuando era niño, se reunía con su familia alrededor del televisor en blanco y negro para ver a Bob Hope o Johnny Carson ser los maestros de ceremonias de la velada: “Era un pase especial de una noche para sentarse en el palacio con las leyendas del rubro”, escribiría Crystal más tarde. En 1990, siguió a Hope y Carson en el papel de presentador de los premios de la Academia.
En un lapso de 22 años, fue anfitrión de la ceremonia en nueve oportunidades, solo superado por Hope, convirtiendo el trabajo quizás más difícil de Hollywood en su sello distintivo. Crystal convirtió la ceremonia en un éxito de taquilla y en un club de cena privado: un espectáculo que parecía íntimo. Convirtió esa gala anual en un evento televisivo imperdible y su trabajo le valió cuatro premios Emmy.
“Cambió totalmente el enfoque de la ceremonia”, dice Jimmy Kimmel, que el año que viene será anfitrión de los Premios de la Academia por cuarta vez. “Me dio el consejo más valioso para presentar la velada: tenés que actuar para la sala, no para la gente que mira desde su casa”.
Crystal siempre se inspiró en su propia vida. Gran parte de la relación central en Cuando Harry conoció a Sally -quizás su película más memorable- refleja la de Crystal y Reiner, aunque sin los orgasmos fingidos. Crystal era un cómico judío al que le empezó a picar el bichito de la actuación entreteniendo a los miembros de su familia en el living de su casa, por eso escribió y dirigió Mr. Saturday Night, una película sobre un cómico judío al que le empieza a picar el bichito de la actuación entreteniendo a los miembros de su familia en el living de su casa.
Crystal pasó las últimas dos décadas dedicado a la arqueología personal, hurgando en los detalles de su propia vida para crear su unipersonal en Broadway, 700 Sundays, ganador de un Premio Tony, y su autobiografía, Still Foolin’ ‘Em.
Eso es lo curioso de este showman: “En realidad, nunca monta un espectáculo”, dice su amigo y escritor Alan Zweibel. “Simplemente está siendo él mismo”.
“Es un gran narrador de historias”, dice Kimmel. “Probablemente esa sea la esencia de todo lo que hace: saber contar muy bien las historias de su propia vida”. Historias, anécdotas, recuerdos: esa es la forma en que Crystal se conecta con el público, aunque sea una sola persona.
La filosofía de Crystal se resume claramente en Aquí y ahora. Su personaje recibe su diagnóstico de demencia haciendo bromas. “No es momento para bromas”, dice el médico. “Claro que sí”, le responde Crystal, poniéndose de pie de un salto. “Es el momento perfecto para las bromas, carajo. No intentes quitarme el sentido del humor. Prefiero morirme acá mismo”.
Crystal dice que el humor es esencial, “sobre todo ahora, con tanta desinformación, tantos canales por donde el veneno entra en la cabeza de la gente, tanto pensamiento trivial. Cualquier idea envuelta en comedia deja más claras las cosas que alguien señalando con el dedo”.
Por eso, en 1989, cuando Michael J. Fuchs, entonces director de HBO, le pidió que fuera el primer comediante norteamericano en filmar un especial en Moscú, Crystal saltó de felicidad. ¿Quién mejor que ese artista consumado para empezar a suavizar las relaciones entre dos países que venían de la Guerra Fría?
“Esto es historia”, dijo Fuchs durante el especial Tren de medianoche a Moscú, cuya producción costó un número de siete cifras. “La voz de la comedia es tan relevante socialmente como cualquier otra voz y Billy no es el típico comediante. Es capaz de presentar un punto de vista con inteligencia y darle relevancia”.
Para prepararse, Crystal caminó por las calles de Moscú con un oficial de la KGB, muy consciente de que los estaban vigilando. Se reunió con el embajador de Estados Unidos, quien no le dejó hablar hasta que llegaron a cierta habitación de su residencia, porque estaba llena de micrófonos. También grabó videos en las calles moscovitas, cámara en mano. “Hasta el día de hoy pienso: ¡Pucha! ¡Qué coraje que tenía”, dice Crystal.
A partir de los 70 años, el “¿qué pensás hacer?” empieza a convertirse en “¿qué hiciste?”. Y resulta que hizo de todo. De hecho, es más fácil hablar de la carrera de Crystal en términos de lo que no hizo. Crystal nunca fue presentador de tiempo completo de un programa nocturno como el de Carson, aunque en 2007 Fox le ofreció hacerlo. Habría sido perfecto para el trabajo, pero no quería pasar tanto tiempo lejos de su familia: Janice, sus dos hijas y cuatro nietos.
“Me he subido al escenario de los Oscar, donde hay mil millones de personas que te están mirando. Es emocionante mirar hacia la platea y ver ahí a Streep, a Coppola, a Jack y a todos los grandes. Nunca olvidaré todos esos momentos que tuve la oportunidad de vivir sobre ese escenario”.
Traducción de Jaime Arrambide
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