Betty Elizalde: el cachetazo que no pudo con su sueño y por qué la radio pasó de generarle alegría a decepcionarla
La locutora estudió a escondidas de sus padres y con el apoyo de una tía; debutó profesionalmente a los 18 años y creó su propio estilo que la mantuvo trabajando hasta unos meses antes de morir
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Su voz sensual y muchos de sus programas son un clásico de nuestra radio. Betty Elizalde soñó desde muy chica con ser locutora y se enfrentó, firme, a sus padres que la imaginaban médica. Convencida de sus deseos, mantuvo su decisión, por lo que su familia no le dirigió la palabra durante seis meses. Con la complicidad de una tía estudió locución, y con los años se convirtió en un símbolo de la radiofonía nacional.
Se llamaba Deolinda Beatriz Bistagnino y nació el 4 de enero de 1940. Debutó profesionalmente a los 18 años y condujo programas que fueron un éxito de audiencia: en los ‘70 hizo El buen día, en Radio El Mundo; en los ‘80 y ‘90 Studio Fiat y también Y a mí por qué me escucha, en Radio Splendid; en el ‘96 debutó con Siempre Betty en Radio de la Ciudad; en el 2010 hizo Las siete lunas de Crandall en Radio Continental; y desde el 2015 condujo La burbuja en Radio con Vos. Trabajó hasta unos meses antes de fallecer, 30 de noviembre de 2018, por cáncer de pulmón.
En televisión condujo varios noticieros en los ‘70 y ‘80, entre ellos 60 minutos por ATC, y De 7 a 8, que se emitió simultáneamente por Canal 9 y Radio El Mundo. En 1999 publicó su libro Perfiles, con entrevistas que le hizo a Alejandro Dolina, Adolfo Bioy Casares, José Sacristán, Susana Rinaldi, Chavela Vargas y Eduardo Galeano, entre tantos otros.
Un cachetazo y un sueño
Tuvo una infancia con carencias, en una casa que compartía con su abuela materna, una española ultracatólica. “Era una vieja cultísima y divina, pero muy mala, aunque rezara mucho”, decía. También contó que su mamá “era una sometida por su propia madre”, y su papá, hijo de italianos y anarquista. “Era un tipo de mucha sensibilidad, aunque tanto mi mamá como mi abuela se confabulaban en su contra”, contaba sobre su familia. Estudió en una escuela religiosa y cara a la que accedió porque su mamá fue a hablar personalmente con el cardenal Santiago Luis Copello para que le dieran una beca. Sin embargo, no la pasó nada bien: “Sufrí mucho porque era muy pobre, y las monjas me lo hacían sentir. Cuando no sabía una lección me decían ‘señorita, tiene que responderle al colegio porque usted sabe que está gratis’, delante de todo el grado. Mis compañeras pasaban por la esquina de mi casa en sus autos impresionantes, sin saludarme. Tenían las quintas en esa zona, y yo les iba a robar mandarinas”. Quizá fue en ese momento que Betty empezó a soñar con estar en la radio porque pasaba horas escuchando sus programas favoritos y desahogaba sus disgustos.
Cuando les contó a sus padres que quería ser locutora le respondieron con un cachetazo y con una frase categórica: “En esta casa no queremos putas”. A ella no le importó y logró que una tía le prestara dinero para inscribirse en el ISER. Sus padres no le dirigieron la palabra durante seis meses hasta que bajaron la guardia. Dueña de una voz cálida y sensual, a los 18 años tuvo su primera oportunidad laboral. Valió la pena su lucha porque creó su propio estilo combinando ciclos periodísticos con entrevistas a intelectuales y canciones inéditas. Sus programas batían récords de audiencia.
“Siempre digo que soy ‘paraperiodista’: he sorteado prohibiciones, les he hecho trampa a los milicos, en estupideces, claro. Porque el que iba de frente seguro hoy tiene a la madre con el pañuelito en la Plaza de Mayo. Los que hemos trabajado todas estas décadas en los medios somos seres humanos que tratamos de zafar como pudimos, mientras otros han sido muy indignos y miserables. Yo me entretenía con meterles el perro con las listas de prohibidos, con la música, les cambiaba los títulos. Porque astutamente me di cuenta de que los tipos tenían la lista de los prohibidos en música, pero que no los escuchaban. A pesar de haber sorteado momentos muy difíciles, cuando pude avanzar, lo hice”, contaba con orgullo.
En los últimos años, el medio que la hizo feliz durante muchos años, empezaba a decepcionarla. “No hay muchos programas periodísticos donde haya una persona que tenga algo para contarme. En estos tiempos la radio se ha convertido en un terreno de disputa más que en un elemento de entretenimiento, de distracción o de información. Ni siquiera ideológica, porque no estamos viviendo un tiempo de ideologías sino de negocios, de intereses, de odios. La radio se ha convertido en ese terreno de falsa opinión, de enfrentamiento entre los periodistas, los locutores. Parecen más peleas entre partidos políticos que programas de radio”, opinaba con tristeza.
“Soy una solitaria”
En declaraciones a la Revista Narrativa Radial alguna vez contó intimidades de su relación con su medio favorito, la radio: “Nunca me importó romper reglas. Lo mismo sucede cuando leo los cuentos… Utilizo diversos planos para los cuentos y hago la narración, y si aparece un personaje me corro, porque es otro el que habla y está en otro plano. Me gusta todavía seguir investigando todo lo que tiene que ver con el sonido, que es algo muy descuidado. Creemos que es sólo llegar, sentarse, decir ‘buenas tardes’ y largar el discurso. Para mí, la puesta en el aire de la radio tiene mucho que ver con la puesta escenográfica de una obra de teatro. Es lo mismo, todo sugiere. Eso es el sonido. Y los silencios, porque sin el silencio no existiría la música, por ejemplo. Es lo más difícil de manejar porque no hay reglas. Nadie puede enseñar cuál el manejo del silencio, es algo que se siente físicamente, que tiene que ver con la respiración, con el momento. No se puede enseñar el valor del silencio”.
Era bastante crítica con su trabajo y tan apasionada que nunca se desconectaba: “Siempre pienso que lo de hoy fue bueno, pero lo de mañana tiene que ser mejor. No importa la calidad del producto que yo presente, pero estoy las 24 horas enganchada con la radio. Tengo un anotador y un lápiz al lado de la cama, y me despierto a la madrugada para anotar cosas que se me ocurren… Empecé cuando tenía 18 años y la radio me atrapó. No sé por qué, pero acá estoy”.
Elizalde no vivía el mismo romance con la televisión: “Si bien tengo muchos años de televisión, nunca me despertó la misma fascinación que la radio. Es muy lindo hacer televisión, que te maquillen, te pongan linda. Sos una Cenicienta, porque cuando termina el programa está el vestuarista esperándote en la puerta para sacarte los zapatos, la bijouterie. Te desnuda, te saca todo… En televisión todo es una mentira. Cuando la hice la disfruté y también traté de hacer lo mío, de llevar a la práctica lo que se me ocurría, pero en la televisión nunca dejé el corazón. Me daba pena dejar un ciclo, sobre todo por el cheque a fin de mes. Pero la radio no, porque en los períodos en que tuve que producir mis propios programas y poner plata de mi bolsillo para pagarle las llamadas telefónicas al productor, no me importaba. Siempre digo que la radio es el uno a uno: uno que habla, uno que escucha. La televisión, en cambio, es la multitud, ruido, aturdimiento en el living de una casa ajena. Me fascina mucho más la radio porque es el lugar donde estoy sola… Porque soy una solitaria. Uno se forma su propio universo en esto de la radio: se siente querido, contenido, respaldado, con permiso para decir cosas. La radio es mi lugar, mi espacio, como un símil de ser amado, del amor. En ese contexto uno se siente querido, cuidado, atendido, y eso me gusta”, reflexionaba Betty Elizalde.
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