En una extensa charla con LA NACION analiza el presente de la televisión y las razones del éxito de su programa en elnueve; además admite un posible retiro para dedicarse a escribir guiones de cine
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“Cuando era chico, todo lo que quedaba del otro lado de la General Paz, era Hollywood”. Beto Casella lleva el Oeste en la sangre, pero la ajetreada agenda laboral lo llevó a emular la atmósfera de su Haedo natal en Colegiales, una zona de casitas bajas, aunque con las construcciones en altura asechando en cada esquina. “Con su cercanía con Palermo, se puso un poquito cool, pero aún conserva sus árboles y es lo más parecido a Haedo y Villa Luzuriaga que hay en Capital”, dice el conductor a LA NACION.
A los 61 años, Juan Bautista Casella vive un momento de plenitud laboral con varias horas diarias de aire radial y televisivo. Cada mañana, desde las nueve en radio Continental, se pone al frente de Bien levantado, el magazine de paleta de colores amplia que lo sumerge en la actualidad más cruda, pero también en el humor y la música. Por la noche, desde las 20.30, conduce Bendita, el clásico ciclo de elnueve que repasa el día televisivo. A pesar de su rango estelar, que él se encarga de hacer pasar inadvertido, Casella pareciera vivir con un pie en los medios de comunicación y otro en una vida austera que lo vincula con esos orígenes que mantiene siempre presentes: “Antes de ser periodista, hice de todo. Entre otras cosas, vendí camperas de cuero”.
-¿Qué otras actividades desarrollaste?
-Fui vendedor ambulante durante mucho tiempo. Mis viejos tanos nos inculcaron mucha libertad, eran de esa gente que no te transmitía el ejemplo por la palabra, sino a través de la acción. Por eso, cuando terminé la primaria, como odiaba tanto la escuela, les dije que no quería ir más.
-¿Qué te respondieron?
-”En esta casa se estudia o se trabaja”, así que me mandaron a trabajar.
-¿En qué otros rubros incursionaste?
-Primero vendí paraguas y, a los trece años, ya estaba atendiendo en una marroquinería de Once. Me tomaba el Sarmiento solito, iba de Haedo hasta Once y caminaba hasta Paso y Lavalle. Tiempo después, tocaba timbres por las casas para vender. Era muy atorrante.
-¿No seguiste estudiando?
-Sí, al año siguiente me metí en el secundario, era consciente que si no estudiaba no iba a llegar muy lejos. De todos modos, nunca dejé de trabajar porque en casa había que ayudar.
-Todo eso te habrá dado una muy buena materia prima para ejercer el periodismo.
-Seguramente fue un plus. Tenía calle, pero hay una calle buena y otra mala. Lo mismo que la noche, hay una saludable y otra nociva. Seguramente, trabajar desde tan chico me dio buen material. Creo que hay que experimentar y ser curioso entre los 15 y los 25 años, es una etapa de mucho riesgo, aparecen amistades nuevas y existe la posibilidad de conocer todo tipo de gente, con eso hay que tener cuidado. La calle es una hermosa Wikipedia que, si se la sabés leer, te puede dar mucha enseñanza.
-En la actualidad, para un adolescente, ¿cambió la realidad de la calle?
-Creo que las sociedades donde hay más delito son aquellas donde existe más desigualdad. En mi época, tanto el hijo del almacenero como el del médico tenían zapatillas Flecha o Pampero, y la escuela pública nos igualaba a todos. No había motivos para estar enojados. En los ´90, arremeten las marcas, surge el “deme dos” y empezamos a ver a un chico muy bien vestido y otro descalzo conviviendo en el mismo barrio, y buena parte de esa población sin trabajo y sin saber para dónde rumbear. Antes había un tejido social, un país con menos desigualdad y, quizás, habría menos violencia.
Paradigmas propios
La felicidad vive en el conurbano es el nombre de uno de sus libros, un tratado de filosofía popular que define su manera de moverse inquebrantable a pesar de ser una figura pública y de notable popularidad. Casella mira desde afuera el star-system y su rango de popularidad: “No hay nada que me llame la atención de Puerto Madero o de una alfombra roja. Es más, me parece medio patético ese Hollywood en castellano. No me interesa ir a un restaurante donde te sirven el vino más costoso y un plato mínimo, prefiero un bodegón donde ofrecen milanesas a caballo. Bendita es una milanesa a caballo muy rica y que te deja pipón”.
-Sos una figura famosa, ¿cómo te llevás con eso?
-Con la fama decidí tener una relación de indiferencia. Me llevó bien, en tanto no me pesa sacarme treinta o cuarenta selfies por día en la calle, lo tomo como una bendición. Puedo estar manteniendo una charla importante por teléfono e interrumpir para sacarme una foto. Cómo te vas a molestar cuando alguien te dice que ya no tiene a su viejita y que uno era la alegría de esa mujer. Por suerte, no perdí la sorpresa, al punto tal que me sigue sorprendiendo estar en este lugar. No lo naturalicé, ni lo tomo como un derecho adquirido. Por eso, cada tanto, me paro frente a la escuela primaria o en la vereda de la casa de la infancia. Eso no tiene que ver con el rating.
-El rating no te constituye.
-Para nada. Uno no es un punto de rating. El que se come ese personaje, está perdido. La televisión es como un jefe que te controla el rendimiento minuto a minuto, nuestro supervisor es el público y el gerente es el dueño del canal, si no se mide, te despiden. Hay gente que no soporta esa presión y se droga, adquiere otra personalidad o les explota la cabeza.
-Antiguamente, la televisión no era un sistema tan despiadado.
-Todo comenzó con la medición minuto a minuto que hizo mucho más berreta a la pantalla, esa dictadura es fatal. Tengo como premisa no enterarme del minuto a minuto y si me preguntás cuánto midió Bendita anoche, aún no lo sé y ya son las tres de la tarde. No quiero entrar en esa vorágine loca del “salgamos de acá”, que es una de las frases más comunes de la televisión actual.
Casella se refiere a la decisión de cambiar velozmente de tema si lo que está saliendo al aire no tiene buena medición de rating: “Han despedido invitados luego de hacerle la segunda pregunta. No quiero que esa sea la lógica de la televisión”.
Clásico
-Bendita tiene una mirada ácida en su crítica al medio y buena parte de su construcción está dada por los tropiezos de la televisión. La excelencia de figuras como Cacho Fontana, Juan Alberto Badía, Pinky, Andrés Percivale, Fernando Bravo o Mónica Cahén D´Anvers, ¿le hubieran dado tela para cortar al programa? ¿Podría haber sido factible en tiempos donde había mayor ilustración en los profesionales?
-Aquella era una televisión más sobria y con gente más formada como las que vos nombrás y sumo a Roberto Maidana, Antonio Carrizo, Sergio Villarruel o Blackie. Si uno piensa en esos nombres, da vergüenza salir al aire. Era gente muy formada y sin prejuicios. Carrizo podía hacer un programa sobre literatura y ser el partenaire de Juan Carlos Calabró en El contra. Además la televisión era mucho más tranquila, sobria. ¿Qué podríamos levantar de aquella televisión? Lo bizarro de la tele de hoy nos da mucho contenido.
-Históricamente Bendita mostró equipos sólidos, afines aún en las diferencias.
-El grupo responde a esa lógica de la milanesa a caballo. Somos parecidos en nuestra forma de ser y no me refiero a lo profesional, sino a lo personal. ¿Dónde se comprueba eso? Cuando, en los cortes, la charla fluye y nos damos cuenta que tenemos hábitos parecidos, es como un grupo de amigos. Ha llegado alguna panelista con un séquito de maquillador, vestuarista y el perrito y, como suponíamos, duró dos días, Bendita no era lo suyo. Sé que hay programas de televisión donde sus integrantes se llevan pésimo y les resulta insoportable la convivencia diaria.
-En algunos casos, la disidencia entre panelistas es parte del ADN de los programas.
-A veces es divertido y hasta se actúan enojos entre panelistas. Eso me parece bien, es como un show. Lo malo es cuando el enojo sigue detrás de cámara, es insalubre.
-Más allá de Susana Giménez, Almorzando con Mirtha Legrand, Telenoche, Telefe Noticias y ShowMatch, no existen programas que permanezcan en el aire 16 años consecutivos como es el caso de Bendita. ¿A qué lo atribuís?
-El secreto del éxito de este programita es un gran interrogante...
-No peques de falsa modestia.
-Es que tampoco es que hacemos algo de una calidad sobresaliente ni nos destacamos por un talento especial.
-Entonces...
-Tenemos un público muy consecuente, con el que se generó una afinidad emotiva. Hoy nos pasa que se ha trasladado el gusto por el programa de padres a chicos.
-Por la mañana hacés radio, medio que, a diferencia de la televisión con su estructura más pantagruélica, propone otra dinámica bien diferente.
-La radio es mucho más emocional, se plantea otra relación con la gente.
Se escucha un chirrido. Beto interrumpe para apagar el horno, evitando que se queme una preparación que dejó su pareja cocinando. “Me puse una alarma para no olvidarme. Sigamos”.
-Hablábamos de la radio y su vínculo con el oyente.
-Mucho tiempo hice el programa de 6 a 9, a esa hora sos vos y el que escucha. Como no se da una cosa grupal, entonces la relación es más íntima que la que puede generar la televisión.
-Tu programa en Continental es bien amplio en cuanto a su agenda.
-Siempre digo que en la televisión abandoné el periodismo hace rato, pero, en la radio, aún puedo ejercerlo.
-El humor es un sello.
-Ya no me puedo escapar de eso. Me surge y no lo quiero reprimir.
-¿Dónde nace esa cualidad?
-En la escuela primaria era el típico payasito al que la maestra le decía: “Casella, ¿me puede decir de qué se ríe, así nos reímos todos? Disfrutaba cuando otros se reían con mis pavadas. El humor es terapéutico, sana. Cuando comenzó la pandemia y el Presidente anunció el confinamiento, recuerdo que me reuní con Diego Toni, el Gerente de Programación del canal, y le advertí que teníamos que estar alertas con lo que podía pasar con el programa. Ante tanta cosa nueva y el drama en el mundo, podíamos acompañar el momento o quedar como unos estúpidos y que se nos estallara el formato en las manos. Estuvimos muy atentos observando qué le sucedía al público en esa película distópica que comenzamos a vivir.
-El formato no estalló, sino que sucedió todo lo contrario.
-Exacto. Fue el enorme agradecimiento por despertar una sonrisa en medio de tanta mala onda, estadísticas de contagios y muerte. Desde ya, si hay algún tema muy serio, le dedicamos un informe, pero, rápidamente, volvemos al humor. La gente nos agradece poder descansar con Bendita y nos hace saber que no quiere política.
-¿Qué otro contenido no fue bien recibido por la audiencia?
-Todo lo referente a lo sexual. Puede sonar pacato, pero les indiqué a los productores no abundar en esos temas. La gente ve el programa con su familia, por eso, cuando salió alguien hablando del tamaño del pene, molestó. Lo mismo sucede con lo escatológico. Con los años, uno va conociendo al público que lo sigue.
Los unos y los otros
-Alguna vez dijiste: “No soy peronista ni kirchnerista”. ¿Dónde te parás?
-A mis padres los trajo el peronismo en un barco porque había una concepción de inyectar a la Argentina con toda esa gente que quería y podía trabajar, gente que vino a ganarse la vida, a hacerse la América. Sin ir más lejos, mis viejos en Italia no tenían qué comer en tiempos de la postguerra. Primero llegó mi viejo, que se subió solito al barco sin saber dónde quedaba la Argentina en el mapamundi. Recién al año y medio pudo llegar mi mamá con mis hermanos mayores. Eran tiempos donde había un agradecimiento a Perón, recuerdo que mi hermano mayor me contaba que le habían regalado una pelota de cuero. Crecí pensando en esas formas de cierta equidad. Alguien puede definirlo como “asistencialismo capta votos”, pero esa es una disquisición política que me excede.
-Más acá en el tiempo, ¿dónde te parás?
-De grandecito, uno se vuelve pragmático y evalúa cómo gestiona cada administración. Ya uno no compra ni rechaza del todo nada. Ojalá, alguna vez, la política nos cambie el destino.
Familia tipo
Padre de Franco y Juan Pablo, su rol como padre excede sus aspiraciones laborales: “Es una frase hecha, pero antes que ser un buen conductor de tele o radio, me ocupaba de ser el mejor padre posible. No haber respondido a las demandas de mis hijos, hubiese sido el peor fracaso de todos. Tenemos muy buen diálogo y siempre remarcan cómo los hemos acompañado con la madre, aún en la adultez. Me separé de Patricia, la mamá de mis hijos, pero el vínculo es divino y, desde hace siete años, estoy con Carolina. Haber conformado una buena familia es mi principal orgullo”.
-Tu hijo Franco reveló que le habías redactado una carta.
-Sí, hace unos dieciocho años les escribí a mis hijos una carta con todo aquello que les quería transmitir y que les quedase ahí fijado para el futuro. Les hablo de la libertad de elegir la vida que deseen llevar.
-Fuiste abuelo, tu nieto Gabriel, hijo de Juan Pablo, nació en pandemia.
-Fue una situación dramática, fue prematuro de ese rango en el que sobreviven 3 de 10. Por suerte, hoy está muy bien.
-Hace algunas semanas te operaron, ¿a qué se debió la intervención?
-Me hicieron un agujero del tamaño de un balazo en la nariz, entraba un dedo. Lo que parecía un granito, era un quiste maligno que había que extirpar porque crecía para adentro.
-No se perciben secuelas estéticas.
-Me hicieron un procedimiento con láser. Pensé que iba a quedar mejor, pero, para un hombre de mi edad, es una cicatriz de la vida.
-¿Tuviste miedo?
-No, sabía que no era grave, pero había que hacerlo.
Fanático de los bares, suspendió sus hábitos durante la pandemia. Hoy, con sus dosis de Sputnik ya recibidas, anhela volver a su antigua normalidad: “Siempre enfrenté esta situación pensando que faltaría solo una semana, fue mi forma de afrontarlo. Con la vacuna, me siento más aliviado”.
-Comenzaste en la gráfica hace muchos años y llevás años en los medios audiovisuales. ¿Pensás en un retiro?
-Me di cuenta en pandemia que mi tiempo libre lo disfruto, por eso no me asusta no tener el programa. Si tuviera un buen ahorro, daría las hurras a fin de año y creo que no extrañaría nada. Aunque mi trabajo me gusta, sé que estoy grande y que no soy imprescindible, hay que dar paso a las nuevas generaciones. En realidad, quizás podría virar para otro lado.
-...
-Me encantaría hacer cine, siempre amagamos a hacerlo con mi amigo Raúl Perrone.
-¿En qué rol?
-Escribiendo. Lo hice con dos obras de teatro y me fue muy bien. Ya tengo un par de garabatos escritos, siempre hay que tener pretextos para entusiasmarse.
-Vuelvo a tu libro, ¿La felicidad está en el conurbano?
-Es un título caprichoso, aquello surgió porque me basé en la Pirámide de Maslow donde en la base están los que tienen necesidades básicas insatisfechas y arriba los más ricos. Maslow descubrió que el pico de plenitud está en lo que hoy sería una clase media baja de Lanús, con un trabajito, capacidad de un pequeño ahorro, con algo aspiracional como cambiar la cerámica de la cocina. Es más feliz ese matrimonio que uno rico de Beverly Hills.
-En el libro describís dos fotos de un domingo: un shopping de elite y una multitud tomando mate al costado de la Ricchieri, y describís que las risas y la felicidad están al costado de la ruta.
-Encontraste la idea clave del libro. De eso se trata. De hecho, sigo viviendo como pobre, no necesito más. Tengo un auto chiquito de 2011, no tengo que mostrar nada. En el libro también está la diferencia entre bienes materiales y bienes mostrables. No me hago el hippie ni el antisistema porque formo parte, pero hay lugares a los que ya ni me invitan porque saben que no voy. Estoy en un lugarcito de paz razonable y eso es la felicidad, a mí no me llegó la depresión de la prosperidad. Quizás me tiro a menos para no volar tan alto. Es más, me han ofrecido llevar Bendita a Telefe y eltrece, pero mi intuición dice que no funcionaría bien. Confío ciegamente en mi intuición, me parece que ser cabeza de ratón está muy bien.
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