Beatriz Taibo, un prodigio de energía y naturalidad en todos los escenarios
Fue heroína de telenovelas, figura de grandes clásicos del teatro, comediante dotada y confiable actriz de reparto en toda clase de formatos y géneros. Empezó su carrera en la radio, hizo conocido su nombre por primera vez en el cine, consolidó el prestigio ganado en el teatro y triunfó en la televisión. La carrera de Beatriz Taibo -que falleció este sábado a los 86 años- estuvo llena de momentos dignos de ser recordados y la suma de algunos de ellos convirtió a la actriz en una de las estrellas más populares de la pantalla chica entre fines de la década del 50 y principios de los años 70. Un lapso prolongado y suficiente para sumarla, con méritos indiscutidos, a la gran historia de la televisión argentina.
Como muchos de sus contemporáneos, Beatriz Taibo padeció en la última década un progresivo olvido del público, producto del inevitable paso del tiempo y de las sucesivas mutaciones que experimentó la ficción en las últimas dos décadas. Figuras como ella, en esa nueva realidad, se vieron obligadas a refugiarse en pequeños papeles accesorios o circunstanciales. Le sobraban destreza y talento como para destacarse también en esa faceta, pero un hecho trágico la fue apartando por propia voluntad de los lugares que siempre supo ocupar. Ocurrió en 2004, cuando un tren del Ferrocarril Roca atropelló a uno de sus dos hijos, Marcelo Olivero, y le provocó la muerte. Nunca pudo recuperarse del todo de ese episodio de dolor intransferible. Le quedó el consuelo de que su otro hijo, Raúl, mantuvo bien alto el apellido y la vocación artística hasta hoy, con una muy destacada labor en TV y en teatro que lo tiene hoy como uno de los protagonistas de la exitosa versión teatral de Perfectos desconocidos.
Lo que siempre llamó la atención de Beatriz Taibo fue su extraordinaria naturalidad y el modo dinámico y vital con que elegía presentar a sus personajes. Sus dotes artísticas eran innatas: se movía en cualquier escenario como si estuviese en su casa. En su caso, parecía que la vida profesional y la de todos los días coincidían en lo esencial. Alguna vez lo reconoció: "Gorrión es una chica de pueblo, de barrio. Es tan real que me representa. Por las ilusiones, por su sueños, por sus ganas de hacer cosas. Pero la vida es dura con ella. Busca trabajo y no lo encuentra", decía sobre su personaje en Me llaman Gorrión, la telenovela que le dio el mayor éxito de toda su carrera en un testimonio incluido en La magia de la televisión argentina, de Jorge Nielsen.
Emitida en 1973 y escrita por Abel Santa Cruz en su momento más prolífico y triunfal (fue el mismo año de Carmiña y de Papá corazón), Me llaman Gorrión contaba la historia de una chica necesitada de empleo que no tiene otro remedio que hacerse pasar por un muchacho para conseguirlo. Alberto Martín fue su galán y una de las figuras que mejor acompañó a Taibo en sus aventuras televisivas, empezando por la continuación de Adorable profesor Aldao, de Alberto Migré. Y de ese programa muchos recuerdan también a Lechuga (Alfonso De Grazia), un personaje que estaba secretamente enamorado de Gorrión, sin animarse a revelarlo.
En ese ciclo, Taibo dejaba a la vista todas sus enormes condiciones de actriz. Con belleza de sobra para enamorar y un excepcional timing de comediante. Podía transmitir una ternura infinita y enseguida mostrar que era capaz de llevarse el mundo por delante. Tanto éxito tuvo esta telenovela que más tarde se hicieron otras dos versiones.
Rubia, menuda, de enorme sonrisa y voz inconfundible, Beatriz Taibo fue una de las tantas estrellas que terminó consagrando en la televisión, envuelta en el afecto del público, una carrera iniciada en otros espacios artísticos. Nacida el 10 de marzo de 1930 (las fuentes difieren respecto de estas fechas) como Beatriz Mascaró Taibo en la ciudad de Buenos Aires, puso en marcha su vida profesional en la radio, donde llegó a ser apodada Polilla porque su voz había quedado identificada con el aviso de un insecticida. El comienzo de la década de 1950 coincidió con sus comienzos en el cine, donde tuvo frecuentes apariciones hasta que la televisión comenzó a conquistarla. Su lugar en la pantalla grande estaba entre la comedia y el drama romántico, y así lo mostró en películas como Los Pérez García, Martín Pescador, El cartero, Para vestir santos, Amor prohibido, Pobre pero honrado y Sinfonía de juventud.
Mientras tanto se iba acercando a la televisión, que parecía estar guardándole un lugar para su lucimiento. Arrancó allí con algunas adaptaciones de grandes obras del teatro universal, se lució más tarde en la comedia Matrimonio feliz se necesita, junto a Sergio Renán, y su primer papel consagratorio le llegó en 1959 con ¡Un mundo de juguete!, producción de Pedro Muchnik, el creador de Buenas tardes mucho gusto. Allí personificaba a una chica huérfana que cuidaba de su pequeña hermana mientras trabajaba en una juguetería. Ese papel de Cenicienta estaba escrito para una figura de sus características. Desde allí, todo fue reconocimiento en una carrera de imparable ascenso. Uno de los puntos destacados de esa etapa fue la versión para TV de El príncipe y la corista, dirigida en 1960 por Alejandro Doria, junto a Raúl Rossi, en la que Taibo interpretaba el papel que tuvo en el cine tres años antes Marilyn Monroe.
En ¡Un mundo de juguete! Taibo tuvo como galán a Rodolfo Salerno, un actor prematuramente desaparecido. Ese fue el mismo destino que tuvo Atilio Marinelli, con quien Taibo formó una dupla insuperable que se prolongó hasta la muerte del intérprete, en 1978. "Esa pareja la armé yo. Se comprendían muy bien. Ella era una profesional excelente, poco frecuente. Tenían un ángel que venía desde la radio", señaló una vez Alberto Migré, que escribió varias de las telenovelas interpretadas por la pareja durante ese fértil período.
Cualquier variante de la telenovela le sentaba bien a Beatriz Taibo: historias largas, de corta duración y hasta de un único episodio (Teleteatro Odol). Se sentía muy cómoda trabajando en obras unitarias que formaban parte de ciclos muy reconocidos, como las temporadas de novelas televisadas de Guillermo Bredeston y de Darío Vittori, o ciclos como Alta comedia y La comedia brillante. Mientras tanto comenzaba también a lucirse en las telecomedias, género que frecuentó durante casi cuatro décadas y que comenzó en 1963 con El departamento y La revista de Dringue. Allí la veíamos actuar con todo el cuerpo: el modo en que movía la cabeza y abría bien grandes los ojos para dejar a la vista en clave humorística sus reacciones y estados de ánimo se convirtió con el tiempo en una de sus poses más celebradas por el público.
Me llaman Gorrión fue la cumbre de la carrera televisiva de Taibo y, al mismo tiempo, su último gran papel protagónico. Desde allí, de manera constante y con el reconocimiento de siempre, mantuvo su presencia en los primeros planos, pero casi siempre en papeles secundarios. Sólo volvió al lugar central junto a Ricardo Lavié en Gente como la gente (1986). La comedia costumbrista era otra de sus especialidades.
Quedan para el tramo final de su carrera artística algunas apariciones muy recordadas, como la monja de Inconquistable corazón (1994). En ese tiempo también le tocó ponerse al frente de programas de actualidad dedicados al mundo femenino como Cada día una mujer y Una para todas.
Trató de reponerse de la trágica muerte de su hijo con algunas participaciones para la Compañía Porteña de Teatro Clásico (con representaciones en colegios y entidades intermedias) y un regreso a los orígenes de la mano del radioteatro. Allí formó parte del tradicional ciclo Las dos carátulas y de otras experiencias, una de ellas en 2014 sobre textos de Migré, el autor al que ella seguramente le fue más fiel. Hasta el final dejó en el micrófono o sobre el escenario las muestras de su identidad: pasión, entrega, dedicación, compromiso, amor al arte.
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