La prestigiosa actriz protagoniza Salvajes, un crudo relato cinematográfico dirigido por Rodrigo Guerrero, y forma parte de Personas, lugares y cosas en el teatro Sarmiento
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-¿Qué es el prestigio?
-No lo sé.
-Usted es prestigiosa. ¿No es consciente de eso?
-De un tiempo a esta parte, en la que me lo han dicho tanto, tengo cierta idea. Hice lo que pude. Siempre creí ser bastante invisible. Caminando por la calle con compañeros actores, muchas veces me hacen notar que la gente me reconoce, pero no me doy cuenta. He vivido muy preocupada por la profesión, desde lo económico hasta lo que tiene que ver con la formación.
Beatriz Spelzini forma parte de ese seleccionado de actrices muy bien catalogadas por el medio y por el público a fuerza de una trayectoria donde no faltaron los estudios académicos como discípula de los maestros Agustín Alezzo y Augusto Fernandes; los grandes trabajos -cómo olvidar su inigualable y conmovedora Rose en teatro-; ni las apuestas masivas -su interpretación de Lili, la madre del personaje que recreó Nancy Dupláa en la telecomedia Montaña rusa sigue en la memoria de muchos.
Hoy, su presente la encuentra disfrutando de las primeras exhibiciones de Salvajes, el film de Rodrigo Guerrero que protagoniza junto al actor chileno Luis Gnecco. La narrativa de la historia gira en torno a un matrimonio que es sorprendido en su casa por un grupo de malvivientes y la sorpresiva peripecia del destino -casi como un recurso de la tragedia griega- que convierte al dueño de casa en un victimario que termina secuestrando a uno de los asaltantes. Para su esposa (Beatriz Spelzini) es, en gran medida, encontrar en este joven la figura de su hijo fallecido tiempo atrás.
“Debo tener alguna tragedia escondida en mi cara”, reflexiona la actriz, quien llegó a la charla con LA NACIÓN elegantemente vestida ya que luego la espera una gala en el teatro Colón. “Es lindo ir en busca de un poco de belleza”, reconoce ante la noche que la espera en nuestro mayor coliseo.
Persianas y telones
Spelzini era una niña aún no escolarizada cuando un ritual matutino de Guillermo, su padre, se le revelaba como una manifestación anticipatoria. Cada mañana, cuando el hombre levantaba la persiana de su almacén, ella sentía que esa luz que entraba intempestivamente no era otra cosa que los haces de los focos teatrales y que los clientes pasaban a formar parte del público. “Vivía en Saavedra, un barrio de inmigrantes donde todos se conocían”.
En ese barrio, estudió en el colegio Santa Clara de Asís donde se produjo su debut teatral a los cuatro años. Si en el universo del teatro clásico las mujeres tenían prohibido el acceso a la escena y los varones debían cumplir con todos los roles, la pequeña Spelzini canalizó una praxis a la inversa e interpretó al niño Jesús. “No hablaba, mi hermana me hacía la mímica”, recuerda.
Las religiosas de aquel colegio tenían algunos aspectos del arte dramático muy claro: “Nos decían, ´en teatro nunca mueva los dos brazos en paralelo´ y tenían razón”. Aquella casa de estudios contaba con un salón de actos que era una sala teatral de envergadura con telón que cerraba a cuchilla. “Cuando llegó una nueva alumna que estudiaba declamación y hacía todo muy bien, me morí de odio”. Sin embargo, Spelzini siguió siendo la elegida para recitar las poesías y bailar el pericón.
Ya adolescente, a su vocación por la actuación se sumó su pasión por la pintura, disciplina en la que se instruyó en las escuelas Prilidiano Pueyrredón y Manuel Belgrano. La entrevista con LA NACIÓN se realiza en un tradicional bar de la calle Libertad, frente a la plaza Lavalle, zona que le trae grandes reminiscencias. “Acá cerca vendían los óleos para pintar; era hermoso, para una chica de barrio, llegar hasta el Centro, me emociona estar en este lugar”.
En simultáneo con sus estudios de arte, a los 16 años se probó en el Conservatorio Nacional, pero su primer examen de ingreso tuvo un resultado negativo: “Me pidieron que imaginara que me tocaban en un lugar público y que reaccionara. Buscaban que explotara, pero yo no podía, me daba vergüenza decir malas palabras delante de los profesores”. Al año siguiente logró aprobar y destrabar su acceso y, con los años, tuvo su revancha al egresar con el mejor promedio.
Corría 1974 y un docente de aquella institución, que dirigía la obra Periodistas al desnudo, la hizo debutar en esa obra como protagonista, junto a Andrés Percivale y los consagrados Elsa Berenguer, Aída Luz y Julio de Grazia. “Cuando salí de firmar el contrato en el teatro Astral iba entre algodones, flotando por la avenida Corrientes”.
-¿Cómo fue esa primera aventura?
-Era iniciarme con gente con mucha experiencia, algunos eran actores estupendos, pero también conocí la otra parte, como el trabajar sin ganas; cosas que me chocaron. Me llevé bien con todos, aunque, al principio, ellos no sabían cómo, siendo una desconocida, había llegado a ese protagónico.
Algunos influenciados sospechaban de un vínculo entre la actriz debutante y el director, pero lo cierto es que se trataba de una relación entre alumna y maestro. “Al principio, Elsa Berenguer me la hizo un poquito difícil, pero luego se portó muy bien conmigo, me tomó cariño”.
Con lo que ganó con su primer contrato teatral ayudó a sus abuelos, pero las cosas no salieron como ella imaginó: “Mi abuela me contó que mi abuelo no quiso usar ese billete y lo guardó de recuerdo”. Sus ojos se humedecen recordando aquellos tiempos iniciáticos.
Aquel anciano inmigrante dejó a parte de su familia en Italia. Esos parientes localizaron a la actriz del fin del mundo cuando se dio la telenovela Micaela a través de una de las cadenas televisivas de aquel país. “Miraban la tira y decían ´tiene que ser la nieta de Giuseppe´”, se sorprende aún la actriz. Aquel abuelo, cuando tocó tierra en el Lago de Como, luego de navegar desde su pueblo cercano a Milán, no dudó en afirmar “llegamos a América”. Aún le faltaba cruzar el Atlántico.
Spelzini no solo es reconocida en Italia, también ganó un destacado premio en Alemania y su voz fue instrumento de doblaje en varias ficciones que se vieron en Europa.
En los inicios de su carrera, se sucedían los pequeños papeles ocasionales en nuestra televisión (los famosos “bolos”), aunque se mantenía económicamente dando clases de dibujo en diversas escuelas. Todo cambió cuando fue convocada para formar parte de una tira escrita por Alma Bressan, una de las plumas más referenciales del teleteatro en los años setenta.
“Era un contrato estable, así que, como ya estaba muy cansada de correr de un colegio a otro y de ahí a cumplir con los ´bolos´ en los canales, renuncié a la docencia y me dediqué a la actuación”. Adiós a los tiempos interminables en los vagones de trenes y subtes o, al menos, a cumplir solo con el ida y vuelta que implicaba ir de su domicilio a los canales.
El techo propio
Nunca se detuvo. Durante la década del ochenta, era convocada en teatro para transitar materiales de envergadura como Peer Gynt (Henrik Ibsen), Rey Lear (William Shakespeare) o Las brujas de Salem (Arthur Miller); mientras en televisión formaba parte de culebrones como El coraje de querer, protagonizado por Jorge Mayorano y Silvina Rada.
“Es como que hice dos vidas dentro la actuación, por un lado, aprovechaba cómo se generaba el camino, aceptando las propuestas para televisión, y, por otro lado, no quería abandonar la formación”. En ese trayecto de búsquedas, dos libros la marcaron: No actúe por favor de Eric Morris y La terapia gestáltica de Fritz Perls. “A partir de ahí comenzó a resonarme el aquí y ahora en la escena”.
-Al ser una actriz tan formada, pero que también grababa telenovelas, ¿existía la subestimación de parte de determinados círculos?
-Yo misma subestimaba el género, hoy no me sucede eso.
-Actores con formación enaltecen ese tipo de propuestas.
-Siempre fui muy crítica conmigo, pero hoy, cuando veo alguna escena de aquellas telenovelas, no me veo mal.
-¿Cómo era su vida en ese entonces?
-Hice muchos malabares. En el medio tuve una hija, me separé. A veces, siento mucha culpa por el tiempo que le resté a ella.
-¿Exceso de trabajo?
-Era consciente que la televisión se iba a terminar a determinada edad porque no solía haber personajes de gente grande.
-Hoy no hay personajes para ningún rango etario.
-Se terminó para todos, pero, en aquellos tiempos, solo había uno o dos personajes maduros.
-Hablaba de un sentimiento de culpa.
-Sí, porque me iba temprano a grabar y volvía de noche, muy tarde, luego de tomar una clase con Augusto Fernandes o dictar yo misma alguna de las clases en su estudio. Cuando salía de casa y veía la lucecita en la habitación de mi hija, me decía “¿por qué no me quedo?”, pero partía.
-¿No cree que un hijo agradece la realización de sus padres?
-Pero tiene su costo.
-Su hija, ¿le pasó factura?
-Alguna vez...
Lucía Castro, su hija, es fruto de su vínculo con el actor Hugo Castro. “Él le enseñó a escribir”. Hoy, en ella reside el legado artístico de sus padres ya que escribe, hace cine y ha transitado el teatro. “Está luchando”.
-¿Tienen buen vínculo?
-Cuando nos sentamos a conversar, hablar de la vida con ella es hablar sobre el trabajo. No me pregunta nada y tampoco me cuenta. Ya sé que me tengo que acomodar a eso. Me pasa guiones para leer, me pide que se los corrija, comentamos películas. Se vincula conmigo a través de eso. A veces quisiera no hablar de trabajo cuando estamos juntas, pero sé que valora mucho mi opinión.
-¿Se arrepiente de la forma en la que encaró su vida?
-Como me gusta mucho estudiar, si volviera a nacer, me gustaría no temerle tanto a la parte económica y tener más disciplina para el estudio, sobre todo lo referente a la formación del actor y los temas de filosofía.
Leyendo LA NACIÓN dio con el pensamiento del filósofo Enrique Dussel, una llave que confirmó su afición por esa disciplina.
-Ese miedo a lo económico al que se refiere, potenciado por los vaivenes de nuestro país, ¿la llevó a aceptar trabajos que no le interesaban?
-Sí, incluso en teatro he hecho cosas que no me gustaban o que no eran para mí.
-No hay actor que no pase por eso.
-Lógico, sobre todo cuando se vive de la profesión; por eso admiro mucho a Julio Chávez que ha mantenido una línea, pero, en mi caso, haber sido madre también condicionaba mi realidad. Vengo de una familia de inmigrantes, con lo cual, tener el techo propio era una obsesión.
Explosión
La tira Montaña rusa, que se vio durante las temporadas 1994 y 1995 en Canal 13, fue un semillero de figuras emergentes como Gastón Pauls, Nancy Dupláa, Esteban Prol y Malena Solda, entre otros actores. La telecomedia, de tono adolescente, fue un gran éxito quedando grabada en la memoria de toda una generación que hoy ronda los cincuenta años.
En esa ficción, a Beatriz Spelzini le tocó cumplir con el rol de madre del personaje de Dupláa, un papel que le permitió acceder a una popularidad hasta entonces desconocida por ella.
-¿Le pesa que le mencionen su trabajo en Montaña rusa?
-Me encanta, quedé en la infancia y adolescencia de mucha gente. Cuando entro a un lugar, si quien me atiende tiene más de cuarenta, ya sé que me va a conocer.
-¿Ve los episodios que suelen repetirse en el canal Volver?
-Me gusta verla, tengo cariño por ese lugar, me pregunto por qué me criticaba tanto si estaba bien.
-¿Se siente cómoda con la repercusión en la calle?
-Antes no entendía bien que me conocieran, me llevaba mal con eso. Yo sólo quería estar en el estudio de (Augusto) Fernandes. Además, me obligaba a estar siempre arreglada y yo no soy así, me gusta salir muy cómoda de mi casa.
A veces, el público devuelve una mirada menos grata y amorosa en las demostraciones de “afecto” hacia sus artistas. Cuando la actriz salía “menos producida” a la calle, no faltó quién le dijera “es más linda en televisión”.
-El precio de la fama.
-En aquella época, caminaba por la avenida Cabildo y en las casas de electrodomésticos me veía en todas las pantallas de los televisores, era raro.
Huellas
“Creo que las arrugas y ciertas marcas de mi cara están colaborando”, sostiene con humor la actriz de rostro por demás expresivo que pidió a la producción del film Salvajes -rodado en la provincia de Mendoza- la posibilidad de permanecer en un sitio aislado entre el rodaje de una toma y otra. “Hay horas perdidas en una filmación y, quizás por eso, la disciplina, que es muy difícil de conseguir, también es fácil de perder. No quiere decir que se piense durante tres horas de espera en el personaje a encarnar, pero sí busco estar relajada. La mujer que interpreto es hacia adentro, entonces necesitaba esa soledad”.
Luego de reclamarlo, Spelzini contó con un sitio apartado para pensar en la emocionalidad que proponía y demandaba la filmación de cada tramo del film donde se mueve con comodidad en una composición a su medida.
“Augusto Fernandes decía que ´más difícil que mencionar lo que no se sabe, es decir yo de esto sé´, estoy en una etapa donde me atrevo a eso”, confiesa la actriz.
-En Salvajes queda expuesta la emocionalidad del personaje que le tocó componer.
-Trato de tener un pensamiento que haga que la mirada no esté vacía, algo que no debe suceder. Confié mucho en Rodrigo (Guerrero) porque sabía que él confiaba en mí. Buscaba esa cosa chiquitita, que hubiera vida atrás.
-¿Existe el padecimiento ante el drama interpretado?
-Con algunos personajes sufro bastante, es mentira que no te pasa nada por adentro.
-¿Y en la vida?
-Uno tiene un personaje con el que anda por el mundo para salir de la timidez.
En paralelo a la exhibición de Salvajes, se puede ver a la actriz en escena formando parte del elenco de Personas, lugares y cosas, pieza de Duncan Macmillan con dirección de Julio Panno, que se ofrece en el teatro Sarmiento, perteneciente al Complejo Teatral de Buenos Aires. “Es un elenco joven, gente muy buena, pero no sé si es el tipo de propuestas que más me interesa hacer”.
En la pieza, que se estrenó en el West End londinense, comparte el escenario con Flor Otero, Nelson Rueda y Carlos Kaspar, entre otros intérpretes.
-¿Cómo vive la situación actual del Incaa?
-Es preocupante lo que sucede. Sin ir más lejos, la gente que filmó conmigo en Mendoza el año pasado hoy está sin trabajo. El Incaa no utilizaba plata del Estado, sus recursos salían de otro lado; por otra parte, no se trata de hacer películas que solo consumen las mayorías, ¿vamos a tener que comprar pochoclos y ver el cine de las grandes compañías?
-¿De qué se arrepiente?
-Corregiría algo de la presencia con mi hija.
-¿Cuál es el balance de su vida?
-A esta edad estoy cargada de agradecimiento.
-Si volviese el tiempo atrás, ¿elegiría nuevamente su carrera artística?
-Sí. ¿Por qué uno está en el teatro? En mi caso, me he sentido más viva en el escenario que en la vida.
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