El popular actor estrenará en el San Martín, Largo viaje de un día hacia la noche, de Eugene O’Neill, dirigido por Luciano Suardi y acompañado por Selva Alemán
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“Siempre hace falta estrenar un O´Neill: hace mucho tiempo que no se hace en Buenos Aires, ha sido el padre del teatro norteamericano, de él se han desprendido autores como Arthur Miller”. Arturo Puig transita esas semanas en las que se mezclan ansiedad, miedos, nervios y felicidad, sentimientos que suelen despertar los debuts de teatro.
En pocos días -se prevé que sea el miércoles 20 de septiembre, en la sala Casacuberta del Teatro San Martín- se estrenará Largo viaje de un día hacia la noche, el clásico de Eugene O’Neill, esta vez con dirección de Luciano Suardi y con Puig y Selva Alemán, su esposa, encabezando el elenco que también se conforma con Lautaro Delgado Tymruk, Diego Gentile y Julia Gárriz.
“Es el mundo de una familia disfuncional y, además, tiene la curiosidad que Edmund, uno de los personajes, es el propio O’Neill”, sostiene Puig, instalado en uno de los imponentes espacios del Teatro San Martín que mira hacia la calle Corrientes. El actor pide un café cortado y se distiende, una hora antes de comenzar un nuevo ensayo. “Ya pasamos la obra completa varias veces, ahora resta sumarle escenografía, luces y vestuario”.
Espejar los vínculos
No es necesaria toda una vida para trazar un mapeo de los cambios de una existencia. De la mañana a la noche, en ese largo viaje que plantea Eugene O’Neill, puede acontecer la implosión afectiva más movilizadora.
Este clásico fue rubricado por el dramaturgo -cuya obra estuvo influenciada por Henrik Ibsen y August Strindberg- entre 1941 y 1942, pero es considerada una obra póstuma, ya que fue ofrecida públicamente cuando su autor O´Neill ya había muerto. De hecho, fue su mujer quien rompió con la idea de O’Neill de no dar a conocer el material de manera pública, al menos hasta veinticinco años después de su muerte, acontecida en 1953. Sin embargo, la pieza, fundamental en la concepción del drama moderno, se estrenó en 1956, pero en Estocolmo.
En Largo viaje de un día hacia la noche, Arturo Puig interpreta a James Tyrone, un actor que carga con la frustración de no haber incursionado en el repertorio shakesperiano, con un patológico cuidado del dinero que afecta el entramado de su familia. El personaje debe lidiar con la adicción de su mujer a la morfina, otra de las características que atraviesa el orden interno y genera vínculos anómalos. En esta versión, Mary es interpretada por Selva Alemán.
Probablemente O’Neill necesitó no mostrar el material dado el carácter autobiográfico que posee, en gran medida, el trazado argumental. Como aclaró Puig desde el vamos, el personaje de Edmund, uno de los hijos del matrimonio Tyrone, espeja al propio autor, quien modificó su nombre de pila por el de un hermano fallecido. El material se convierte en un ritual de la disolución, donde las heridas del pasado reviven en el presente, acompasado en el trazo del gran referente del teatro realista imbuido en lo psicológico.
“Incluso se habla de la llegada de Edmund a las tierras del sur”, explica Puig, en referencia a que el propio O´Neill visitó Buenos Aires en alguna oportunidad, algo que quedó retratado en Elsa Tiro, del dramaturgo Gonzalo De María, que finalizó su temporada recientemente en el Regio. Largo viaje de un día hacia la noche contó con otras versiones en Buenos Aires, como aquellas encabezadas por Norma Aleandro y Alfredo Alcón en el Maipo, y Claudia Lapacó y Daniel Fanego en el Regio.
–Su personaje carga con el recelo de no haberse convertido en un referente del teatro de William Shakespeare y Largo viaje… es un material que se planta en algunos tópicos de la ideología del Bardo.
-Absolutamente, es muy realista y los vínculos se miran con lupa. Los personajes de esta familia se aman y se rechazan, no pueden salir de ese círculo.
En el Complejo Teatral de Buenos Aires se estrenó la mencionada Elsa Tiro, en torno a O´Neill, y ahora es el turno de la obra más renombrada del autor. Algo paralelo a lo que sucede con Edmond, sobre la figura de Rostand, y que se puede ver en el Alvear, donde se plasma el proceso en la creación de su obra Cyrano de Bergerac, que, a su vez, se estrenará en el San Martín con el protagónico de Gabriel Goity.
“Con Selva (Alemán) hace mucho que teníamos ganas de hacer Largo viaje de un día hacia la noche, material que solo puede hacerse en un espacio como el San Martín”. Justamente, cuando el matrimonio de actores y el director Luciano Suardi ofrecieron la idea a Gabriela Ricardes, directora del CTBA, fue en concordancia con el deseo de este espacio de revisitar el clásico.
Curiosidades en torno al autor
Puig, amigo de Daniel Mañas, recuerda aquella anécdota que le contó el productor, quien, a su vez, forma parte del círculo íntimo de Geraldine Chaplin, hija de la actriz Oona O’Neill y nieta del dramaturgo. “Eugene rompió vínculo con Oona cuando se casó con Chaplin. Cuando nació Geraldine, fue hasta la casa de su padre para presentarle a su nieta, pero la persona que abrió la puerta dijo que ´Eugene no los podía atender´. Así era O’Neill”.
-¿Cómo lo atraviesa este proyecto?
-Hacer esta obra es un regalo de Dios. En el teatro comercial, generalmente, hay que hacer comedias. No lo critico, he hecho muchas comedias y las seguiré haciendo, pero esta nueva propuesta es un desafío enorme.
Con una popularidad enorme gracias a la TV -primero con ficciones diarias de tono romántico y luego con el suceso de Grande Pa! (Telefe), la comedia que superaba los 60 puntos de rating-, no se ha privado de transitar los grandes textos del teatro universal: “Creo que soy el actor que más hizo a (Arthur) Miller, quizás me gane Alfredo (Alcón)”. Y enumera: Cristales rotos, Panorama desde el puente y El precio.
Cristales rotos también subió a escena con su esposa Selva Alemán, en el exteatro Blanca Podestá -hoy Multiteatro- y marcó su vuelta a la actividad luego de tres años de ostracismo, una vez finalizada la última temporada de aquella telecomedia que aún hoy le recuerdan a cada paso.
Durante años, Puig y Alemán eligieron no compartir la actividad laboral, preservando el matrimonio y también la independencia artística. Desde fines de la década del 90, la madurez personal y profesional les hizo replantear tal cuestión. “Decidimos no trabajar juntos porque nos peleábamos y criticábamos mucho”.
Miller obró el milagro sin saberlo: “Nos unió Cristales rotos, porque nos llamaron a los dos y ninguno se quería perder semejantes personajes. Desde aquella vez, nos llevamos muy bien”. Hace años que el público puede disfrutarlos en escena con propuestas muy bien escogidas, van de la mano con una coherencia propia: “Jamás haríamos de hermanos”.
-¿Por qué?
-No sería creíble.
-Su personaje en Largo viaje de un día hacia la noche mantiene un vínculo patológico con el dinero. Usted, ¿cómo se lleva al respecto?
-Por suerte, no tengo los problemas de James; no soy de grandes gastos, pero trato de vivir lo mejor posible. Este es un momento difícil, tremendo, con todo muy caro, el tema del dólar en el medio, pero trato de estar lo mejor que puedo.
-En un contexto tan caótico, siempre el teatro es un refugio de pensamiento.
-El teatro es sanador, pisar el escenario te cura.
-Sucede lo mismo en el espectador.
-Por supuesto, es una sanación compartida.
Puig recuerda aquella época en la que daba clases de actuación junto a su esposa. Una alumna del taller, que acarreaba una discapacidad emocional, fue recuperando el habla y la posibilidad de comunicación con los demás poco a poco: “Vino la terapeuta a decirnos que habíamos logrado lo que ella no había podido en años”.
-La directora francesa Ariane Mnouchkine habla sobre el acuerdo de convivencia en el teatro como una utopía de lo que debería ser el mundo.
-Es un hecho vivo y, por lo tanto, único e irrepetible tanto para el actor como para el espectador. Por algo, el ser humano necesita del teatro desde la época de los griegos.
-Usted ha elegido muy bien qué hacer en teatro.
-Creo que sí…
Con modestia, pero con orgullo, menciona aquella temporada de ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, de Edward Albee, donde, una vez más, compartió escena con Selva Alemán. “A veces pensamos en volverla a hacer, pero es realmente muy fuerte y requiere de un gran esfuerzo físico, hoy tendríamos que montarla un poco más tranquila: pasó el tiempo…”. El actor se refiere a algunas situaciones de riña física y verbal encarnizadas por el matrimonio protagonista. “Fue una de las obras que más me gustó hacer”.
Única vocación
Cuando el padre de Arturo Puig regenteaba la sala del Lasalle (hoy abandonada), el actor dio sus primeros pasos, en lo que podría llamarse “pueblo”, justamente en Panorama desde el puente. El recordado intérprete y director Pedro López Lagar, que protagonizaba aquella versión, no sabía que Puig era el hijo del empresario, aunque siempre lo veía pispeando los ensayos. “Una tarde me dijo ´Subí al escenario; señalás hacia allá y te vas´. Era la escena donde aparece el barrio. Significó la primera vez en mi vida que pisé un escenario”. Décadas después, el actor interpretó al estibador Eddie Carbone, el personaje principal de la pieza, también en el San Martín.
Su padre, además de ser empresario y tener a su cargo la sala del Lasalle, fue el propietario de una famosa casa de utilería que proveía al mundo de la ficción escénica, cinematográfica y televisiva. Una influencia de fuerte raigambre que lo llevó a amasar una vocación que no fue mandato y de la que jamás tuvo dudas: “Era tal la adrenalina que sentía al subir a escena, mezcla de miedo y placer, que nunca me quise bajar del escenario”.
Puig estudió en el famoso Instituto Labardén y con Augusto Fernández y Agustín Alezzo, formando parte de las primeras camadas que se formaron con estos grandes maestros. Y si López Lagar fue quien lo sacó de “entre cajas” y lo puso en el centro de la escena, luego vinieron figuras como Rosa Rosen, quien confió en él y lo hizo entrar en La mujer del domingo y El tema eran las rosas, donde compartió escenario con la propia Rosen y Fernando Labat y se ganó el premio revelación de la temporada. “Fue una hermosa época, hacía mucho teatro, porque me costaba un montón poder entrar en la televisión”.
Paradojas de la vida profesional, justo él, que allí conoció el éxito grande –ese que les golpea la puerta a pocos– reconoce que su ingreso a los sets televisivos tuvo inicios esquivos: “Hacía bolitos y pensaba que nunca iba a llegar”.
-¿Cómo logra un primer protagónico?
-Alejandro Romay me vio en un almuerzo de Mirtha Legrand, aunque, en realidad, la estaba reemplazando Orlando Marconi, y me llamó para hacer Carmiña.
Aquella telenovela fue un suceso, donde compartió el protagónico con María de los Ángeles Medrano y que tuvo su versión cinematográfica en 1976. Eran tiempos donde el cine convocaba al actor con regularidad.
Cuando le tocó acompañar el film Los días que me diste -protagonizado por Inda Ledesma- en el Festival Internacional de Mar del Plata, otra voltereta del destino le jugó a favor: “El día del estreno estaba Alberto Migré en la platea y, cuando terminó la función, se me acercó y me dijo ´Algún día, usted y yo vamos a trabajar juntos´”.
-Sucedió.
-Al año me llamó y trabajamos juntos durante cinco años seguidos.
Pablo en nuestra piel, Vos y yo toda la vida; Chau, amor mío y El tema es el amor fueron los éxitos que vincularon al escritor icónico del melodrama argentino y al actor.
-¿Alguna vez le ha resultado incómoda la fama?
-Jamás.
-¿Ni siquiera en tiempos de Grande, Pa!?
-En esa época, donde tuve un pico muy grande de popularidad, iba al cine y salía a comer sin problemas. Si uno no va con anteojos negros y hace una vida tranquila, el público se mueve de igual manera, no hay histerias.
-La actitud es todo.
-El público sabe: mostrarse como un divo es una forma de provocar.
-Volvamos a la casa de utilería de su padre, para un niño, sería una suerte de parque de diversiones.
-Cuando era chico vivía en Belgrano, así que me iba a los cines de la avenida Cabildo a ver tres películas en continuado, generalmente de piratas o cowboys y, los fines de semana visitaba a mi abuela, que vivía en la casa de utilería, así que terminaba jugando con los revólveres de mentira haciéndome el Errol Flynn. Cuando llevaba a algún amiguito no lo podían creer: era un mundo mágico, un sueño.
-¿Qué objetos recuerda especialmente?
-Había una estatua muy grande de papel maché que había hecho mi abuelo, estaba en la entrada, así que, cada vez que llegaba, no podía dejar de mirarla y tocarla, parecía de mármol. También había muebles de todos los estilos que te puedas imaginar.
-Y cada uno con su historia.
-Todos habían formado parte de películas y obras de teatro.
-¿Por qué se cerró el emprendimiento?
-Mi padre ya era grande, había quedado solo, y, por otra parte, era un negocio que ya no funcionaba como antes. Lo cerramos con todo el dolor del alma, tuve que alquilar un taller gigante vacío para exponer la utilería y rematarla.
-¿Se cotizaban bien los objetos?
-No, porque los anticuarios compran muebles y objetos en perfecto estado, en cambio, los que teníamos nosotros eran muy usados, así que tenían rayas o les faltaba una parte. Mi familia siempre pensó que tenía una fortuna en esa casa de utilería, pero no era así.
Aquella vocación de la que jamás tuvo dudas le permitió desandar el camino del canto -del que él se ríe- y, el de la dirección. Conocedor del género, Puig dirigió la última versión de Sugar -con Griselda Siciliani y, luego, Laurita Fernández- y la maravillosa ¡Hello Dolly!, protagonizada por Lucía Galán y Antonio Grimau. Décadas atrás, Puig había trabajado como actor en ambas.
Cuestión de fe
“Ah, bueno….”. Arturo Puig cambia el tono de voz cuando recuerda aquello que le sucedió en torno a la Virgen de Guadalupe en el DF mexicano, ciudad a la que visitó cuando rodó un programa sobre el idioma castellano para la Universidad de Boston.
Fue en la tierra azteca donde se cruzó con uno de los actores del film Los siete magníficos, película que maravilló al actor, razón por la cual se acercó a saludar a su colega. “Como soy muy admirador de Steve McQueen, que formó parte de aquel film, le pedía este hombre que me contara anécdotas”. Ese actor, que también trabajaba en el mismo proyecto que llevó al artista argentino a México, fue quien lo interpeló “¿has ido a ver a Nuestra Señora?”, le dijo en referencia a la Virgen de Guadalupe. Puig aún no había visitado el templo que la reverenciaba.
“Me tomé un ómnibus y fui siguiendo la recomendación de este actor, quien me dijo que, detrás del templo principal, había una capillita muy chiquita que es el lugar donde había aparecido la Virgen”. Cuando llegó a ese recinto místico y pequeño, observó a un sacerdote de sotana blanca. Al acercarse, el religioso mojó una rosa en agua bendita y rozó su cabeza. “Cuando salí no pude dejar de llorar de la emoción”.
Al día siguiente, Puig le contó al actor que le había recomendado ir hacia la capilla que se había topado con un cura de sotana blanca, diferente al atuendo tradicional de color negro que solían llevar los religiosos en esa época. El colega le confirmó que en México también las sotanas eran oscuras y que aquello que había visto Puig no era habitual. “Quizás fue un ángel”, le susurró, ante la mirada asombrada de su colega argentino. El actor jamás olvidará el roce de los pétalos bañados con agua sagrada.
-Arturo, lo traigo al teatro nuevamente, ¿por qué habría que ver Largo viaje de un día hacia la noche?
-Es una obra que celebra al gran teatro. Los espectadores se pueden sentir identificados con algunos de los personajes, es un texto en el que aflora la emoción, es un clásico.
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