Arturo Bonín: "En el teatro siempre elijo los proyectos por su calidad"
El actor de tantos éxitos hace el elogiado thriller Un instante sin Dios, en el Auditorium y afirma que está en proceso de deconstrucción
MAR DEL PLATA.- Acostumbrado a las giras y las noches sin dormir, el popular Arturo Bonín tiene su propia rutina cada vez que viaja para actuar en una obra. Le gusta salir de noche, llegar a primera hora y preparar la música que escuchará en la ruta. En la oscuridad, cierra los ojos y empiezan a sonar los tangos de Osvaldo Pugliese, el Cuchi Leguizamón y hasta el rock de Creedence. Dice que la música le funciona como un mantra y lo lleva a pensamientos abstractos. "¡Miren es el director de la escuela de Rebelde Way! ", dice una turista que lo divisa en medio de la playa Bristol, entre gente que carga heladeritas con latas de cerveza y extiende lonas para hacerse de un espacio en la arena, un ambiente al que Bonín se lo nota ajeno. "Si yo me voy mucho tiempo de mi casa, me marchito", avisa, pero acepta pasar los fines de semana del verano en Mar del Plata para presentar Un instante sin Dios, una obra escrita y dirigida por Daniel Dalmaroni en la que se cuestiona la imagen idílica de los curas de frontera, que hacen votos de pobreza y ayudan a su comunidad. Esa historia es el motivo de su viaje.
Con 60 años de profesión encima, Bonín lo fue casi todo: hizo del presidente Illia en la reconocida pieza de Eduardo Rovner; fue un hombre gay en la película Otra historia de amor, de Américo Ortiz de Zárate y que se estrenó en 1986, en una época en la que contar esos relatos era una condena implícita; pero también interpretó al macho alfa y bandido Bairoletto, entre otros personajes emblemáticos. Militante del teatro independiente y referente del ciclo Teatro por la Identidad, Arturo Bonín es, además, el actor popular de televisión y el padre de los galanes en telenovelas famosas.
Casado desde hace más de 40 años con la actriz Susana Cart, Bonín piensa en sus personajes y en su vida al mismo tiempo. Cuando tenía 17 años y comunicó en su familia que quería ser actor y su padre lo llevó al médico para que "lo curen". El dolor que le genera la historia de su abuelo paterno que con 40 años conoció a una chica de 15, su abuela, con quien tuvo 10 hijos. Un abuso que, para esa época, estaba legitimado socialmente. Los años que trabajó como vidrierista y las madrugadas que pasaba entre tornillos y maderas en locales, después de hacer una función teatral. Y, también, la vez que en su escuela comercial de Villa Ballester pudo participar de clases de teatro y sintió una fuerza, que todavía le cuesta definir, pero que le decía "vení" y que ahora, con 76 años, todavía no lo suelta.
-¿Cómo se podría definir esa fuerza que sentís por ser actor?
-Hay una película que vuelvo a ver cada vez que estoy angustiado: Zorba, el griego. La he visto cientos de veces. Conozco cada escena de memoria, pero cuando llega el final y la violencia arrasó, los dos personajes lo han perdido todo, están entre escombros y rotos y Zorba, interpretado de una manera magistral por Anthony Quinn, se pone a bailar y hace ese baile tan famoso, yo me largo a llorar. Se hizo mierda todo, pero ellos bailan. El libro de la película lo leí a los 17 años y me generó una emoción incontenible. El arte sirve para eso, para vivir.
-¿Cuando eras chico podías mostrarte emocionado por una película?
-Era otra época. Mi papá era colectivero, mi mamá ama de casa. Yo me enojé mucho con ellos porque no entendieron mi vocación y esa actitud de mi viejo de llevarme al médico. Me llevó tiempo procesarlo y entender qué le pasaba a él por su cabeza. Las nuevas conquistas sociales ayudan a no autocensurarse. Ahora es más posible que alguien se pregunte qué me pasa que veo esta película y lloro. Y ya no tiene tanto sustento que te digan: "pero los hombres no lloran". ¿Cómo que los hombres no lloran? Si lo primero que uno hace cuando nace es llorar y si no llora no es saludable. Te dan una palmada en el culo para que puedas llorar. Llorar es poner afuera algo, es un pedido de ayuda, de auxilio.
-¿Te gusta ser contemporáneo a esta época?
-Sí. Estoy tratando de reformatearme a estos tiempos. Me reformulo desde el tsunami verde que nos arrasó. Pienso mucho cuando hablo con una mujer, tratando de entender la época en la que estoy viviendo. Estoy en mi propio proceso de deconstrucción, de una estructura que vengo arrastrando desde que nací y que no elegí, me fue impuesta.
-¿Qué hacés para deconstruirte?
-En principio lo que hago es poner en duda todo y después pensar. Pienso que en mi carrera elegí cosas en las que había una búsqueda, aunque no tenía con qué compararlo. Cuando me propusieron hacer Otra historia de amor, yo tenía amigos que vivían en pareja desde hacía 15 años y pensé cómo no voy a contar esta historia si es algo que sucede. Eran personas que tenían que vivir su amor de manera marginal.
-¿Qué es lo que más disfrutás de tu profesión?
-Amo contar cuentos y me encanta encontrar cómplices para hacerlo. También me gusta que mi trabajo sea colectivo. Por eso nunca voy a las entregas de premios. No me gusta competir con mis compañeros. Eso es algo que imponen otros, de afuera, pero yo no lo hago. El teatro compite contra el individualismo, la meritocracia y las formas excluyentes del otro. Yo no me expongo en premios que digan ganaste, perdiste o sos mejor o peor que otros.
El cómplice que encontró Bonín para hacer Un instante sin Dios es el actor Nelson Rueda. Solos en el escenario, los dos artistas trabajan en un choque de fuerzas muy interesante de ver. Cómo un empresario poderoso (Rueda) llega con cierta prepotencia a una parroquia pobre y luego, a medida que avanza la obra y este thriller gana en tensión, también aparecen debilidades, traumas e identidades ocultas. La obra, de Daniel Dalmaroni, se sostiene por lo que pasa entre ellos dos y ese es el gran mérito. En abril volverá a Buenos Aires, al teatro Nün.
-¿Por qué elegiste hacer esta obra?
-En el teatro siempre elijo los proyectos por su calidad. Nelson Rueda es un actor con el que quisiera trabajar siempre, un compañero ideal. En cuanto al teatro de Dalmaroni siempre me gustó porque es zarpado, violento, mordaz. Muchas veces le digo que, a veces, se pasa de loco. Un día me ofrece leer una obra suya. La empecé y no la pude soltar. Luego lo llamé y le dije: "Disculpá por decir esto, pero no te reconocí". Y él me dijo que era lo mejor que le podría haber dicho. En esta obra cambió el foco, pero sigue mostrando un costado oculto de las cosas, que a mí me importa contar.
-Formás parte del grupo de artistas que dio su apoyo al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. ¿Cómo ves el comienzo del mandato de Alberto Fernández?
-Los artistas nos comprometimos con una idea. El teatro es un hecho colectivo y solidario y durante el macrismo estábamos asistiendo al individualismo absoluto. Entiendo que lo que se viene es difícil. Si yo hago una síntesis y me pregunto por qué soy actor, estoy seguro que es porque en 1959, en el colegio comercial de Villa Ballester, el Ministerio de Educación auspició la posibilidad de estudiar teatro. Eso me lo dio el Estado. Fueron los últimos coletazos de un Estado protector, que existió. Si no hubiese pasado, jamás hubiese llegado el teatro a mí vida. No quiero vivir en una selva en la que nos matamos entre todos, quiero estar en un país, con personas, que se ayudan y se respetan. Respetan el derecho de todos por vivir.
Un instante sin Dios
De Daniel Dalmaroni
Viernes, sábados y domingos, a las 21.30
Teatro Auditorium, Bvrd. Marítimo 2280), en Mar del Plata ($ 500).
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