Un repaso sobre su vida y su carrera tiene que contener ciertos datos biográficos insoslayables. Se llama Arnaldo Andrés Pacuá, creció en una casita humilde en San Bernardino, la ciudad que se mece a orillas del lago Ypacaraí en Paraguay, tiene 74 años, su nombre significa ‘fuerte como las águilas’, y entre las postales que atesora de su infancia se cuentan el árbol de mango en el que jugaba de chico, el gallinero y el licuado de banana con leche que se compró con su primer sueldo. Dejó el puerto de Asunción con una confianza ciega en su futuro –allí quedaba su madre viuda, a la que al poco tiempo trajo a vivir a Buenos Aires–, basada en ese plan repasado mil veces durante las tórridas tardes de su tierra, cuando se proyectaba en la vida de las estrellas de la edad de oro del cine argentino que espiaba en las revistas de la época.
Recibí propuestas de amigas mías para tener un hijo que, con todo el dolor por defraudarlas, rechacé
Después, y de la mano de Alberto Migré, fue galán en blanco y negro. Acaso el más adorado por varias generaciones de argentinas, que lo amaron hasta el delirio (el acoso de sus fans llegó a límites tan difíciles que con una de ellas terminó en la Justicia). Y después también el duro, machista y apasionado, que seducía a las bofetadas. "Un modelo de hombre que, en estos tiempos de #NiUnaMenos, sería inviable –dirá después en la entrevista–. Nosotros no éramos conscientes de eso en esa época. Por suerte todos abrimos los ojos". Buen amigo, cordial, seductor nato, Arnaldo se empeñó en construir el muro de misterio que lo envuelve hasta hoy y lo convirtió casi en una leyenda de la televisión: "Digamos que me he sabido cuidar. Y así mi vida privada fue siempre sólo mía". Un self made man guaraní que habla perfecto inglés, lee con voracidad ficciones de todo tipo, hasta grabó un disco y descubrió –de grande– que cocinar para sus seres queridos le funciona como "una suerte de terapia".
–Siempre te las arreglaste para mantener tu vida privada al resguardo. ¿Fue una estrategia?
–Es algo que pensé siempre. Lo pensaba cuando leía Radiolandia y Antena en Paraguay, a los 15 o 16 años. De pronto, cuando veía una nota sobre una figura y a la semana siguiente otra vez una publicación sobre el mismo actor o actriz, pensaba: "Ya no me interesa, no me cuenta nada nuevo". O cuando veía esas fotos mostrando sus casas, sus hijos, su familia, yo decía: "El día que me toque –porque yo esperaba llegar adonde llegué, estaba seguro de que lo iba a lograr–, voy a hacer que mi vida sea un poco más misteriosa, que la gente no sepa tanto de Arnaldo André, para que cuando me vea en la pantalla o en el escenario de un teatro sienta curiosidad.
–En tu pico de fama, cuando mujeres de todas las edades suspiraban por vos, ¿podías tener una vida normal?
–Si uno quiere hacer vida normal, la puede hacer. Elegía bien los lugares a los que iba, no aparecía en estrenos o fiestas del ambiente, cosa que tampoco hago ahora. A mí me gusta tener a mis compañeros de trabajo dentro del ámbito del trabajo, o de manera privada, invitándolos a mi casa a comer. Siempre me he sabido cuidar en ese sentido. En Palermo, donde he vivido casi toda la vida y todavía vivo, la gente me conoce muy bien y voy al supermercado con normalidad. Ni la cajera se sorprende, porque me ve todos los días.
–¿Qué fue lo que te llevó a escribir tu autobiografía?
–Yo leo mucho. Leo ficción y siempre tengo mi libro en la mesa de luz. En este momento, por ejemplo, duermo con Paul Auster, porque estoy leyendo 4 3 2 1. Así que siempre quise escribir y nunca lo hice, salvo en un momento en el que tuve un año sabático y empecé a garabatear cosas de mi propia vida en un cuaderno. Y coincidió con un período en el que mi mamá empezó a estar mal de salud, la internábamos a cada rato y nos turnábamos con mi hermana para cuidarla, así que yo llevaba mi cuadernito al sanatorio y escribía. Escribía en la habitación, o en los pasillos, hasta que falleció mi mamá, en 2008, y no abrí más ese cuaderno. Hace un año y medio me llamaron de editorial Planeta y me propusieron hacer mi autobiografía. Y el ejercicio de recordar experiencias que tenía olvidadas para Por lo que usted y yo sabemos fue maravilloso y me dejó claras dos cosas: me sorprendí a mí mismo de todo lo que he hecho en mi carrera y creo que debí disfrutar más del éxito.
–¿Hiciste terapia alguna vez?
–Una vez hice ocho sesiones y me di de alta yo mismo. Me di de alta cuando sentí que ya había resuelto el problema que me llevó a analizarme.
–¿Tenés sueños o te sentís completamente realizado?
–El único deseo personal tiene que ver con la integridad en cuanto lo físico. Yo me siento tan joven mentalmente que quisiera que mi salud me ayude, que vaya acompañándome en una vejez digna. Y por supuesto, también con la salud de mis seres queridos. En cuanto a lo profesional, el cine es lo que más me apasiona. Tengo mi película, Lectura según Justino, que se estrenó en Paraguay, la llevé a distintos festivales de cine del mundo y ahora espero que se estrene acá. Ese es mi gran sueño, que este año se estrene en Buenos Aires.
–¿A qué le tenés miedo?
–Le tengo miedo a la muerte. No a mi muerte, sino a las consecuencias de mi muerte. Porque hay gente que depende de mí, no necesariamente en lo económico, sino de mí en la fortaleza. Y le tengo mucho miedo a eso, a lo que les pueda pasar a esas personas cuando ya no esté.
Yo me siento tan joven mentalmente que quisiera que mi salud me ayude, que vaya acompañándome en una vejez digna
–¿Qué es el amor para vos?
–Por un lado, al amor de mi infancia y mi adolescencia lo asocio con lo verde, con Asunción, esa ciudad en la que todo es mullido y espeso. Hace unos años me metí caminando por una callecita de San Bernardino para ir a ver la casa de mi infancia. Y aunque ya no es la misma, sí está la planta de mango en la que jugábamos de chicos: enorme, tan frondosa que no permitía que se filtraran los rayos de sol. Después, tal vez por los viajes que hice en otra época en la que por ahí yo estaba enamorado, también asocio el amor con los viajes. Pero soy una persona muy creyente y cada vez que estoy en un lugar que me llama la atención o disfruto, le agradezco a Dios haber podido llegar ahí. Dios me ha guiado, me ha dado la posibilidad de conseguir todo lo que he logrado. Hasta en los momentos de hacer el amor, es tanto el placer, que ese es también un momento en el que le agradezco a Dios.
–¿Te hubiera gustado tener un hijo?
–Hoy, cuando miro a los padres con los bebés, llevándolos en sus cochecitos, me gusta verlos… ¡pero de lejos! [Risas]. En una época sí lo pensé. Soy muy amante de los animales, especialmente de los perros, y tengo varios en la quinta. Es que nunca podría tenerlos en la ciudad, porque tienen que estar en un espacio grande, y además está el tema de la responsabilidad que implica un animal en tu casa. No sé si tengo ganas de sacarlo todos los días, llevarlo al veterinario, estar pendiente de las vacunas… Si con un animal no me animo, ¡imaginate con un hijo! Pero sí, en algún momento tuve la fantasía. Incluso recibí propuestas.
–¿Propuestas? ¿De quién?
–De algunas amigas. Una llegó a decirme: "Mirá, no vas a tener ningún tipo de responsabilidad, yo me ocupo de todo". Y con todo el dolor del alma por defraudarla le he dicho que no. Por suerte esa amiga hoy tiene mellizos.
–¿Estás enamorado?
–No. Y tampoco quiero estarlo. Porque las pocas experiencias que he tenido, tal vez alguna sin llegar a ser amor (a veces uno no sabe si es amor, capricho o acostumbramiento), la he pasado mal. Siempre he sufrido por amor. Y como ese sufrimiento me marcó mucho, no quiero volver a pasar por eso.
–¿Es un capítulo cerrado en tu vida?
–No, tampoco diría que le cerré la puerta al amor, porque la vida me puede sorprender. Pero no estoy en un momento en el que piense: "¡Ay, como desearía enamorarme!". Tal vez porque he suplido la carencia de amor por otro tipo de emociones u otros amores, como la familia, los amigos o los animales.
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