El galán de tantos éxitos televisivos volvió a la calle Corrientes con la comedia El enganche; dice que desea volver a la pantalla al lado de Luisa Kuliok y que se afianza su amor por el teatro
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Distinguido, respetuoso y seductor, en la ficción del escenario o en una charla entre plateas. En lo que se refiere a Arnaldo André –al menos el actual, que tiene poco y nada que ver con el galán de ficción, ochentoso y sin matices– cuesta encontrarle una falla. Es encantador con sus compañeros y con el público. Muestra una incondicional predisposición al requerimiento más cholulo de la gente que se amontona frente al teatro Broadway, donde presenta la comedia El enganche, de Julio Mauricio, junto a Miriam Lanzoni, con dirección de Osvaldo Laport. Y además saluda (y lo saludan) con cariño desde el primero de los técnicos hasta el último de sus compañeros.
¿Será realmente una persona intachable, o en esa intimidad que ha guardado con celo tanto tiempo aparecerán los tonos grises de su día a día? Por lo pronto, en un alto de la puesta a punto de la obra, y entrado en confianza, Arnaldo comienza a revelar detalles de su personalidad… de su personalidad obsesiva.
–¿Es verdad que, literalmente, te levantás cada mañana con el pie derecho?
–Desde toda la vida. Es curioso porque es cuando me levanto de la cama, para empezar el día. Porque, por ejemplo, cuando entro al escenario no tengo ninguna cábala. Ya lo hago sin pensar, y evidentemente me funciona, porque aquí me ves.
–¿Qué otra costumbre por el estilo tenés?
–Tengo un tema con la oscuridad en mi dormitorio. No lo llamaría miedo porque creo que todo el mundo le teme, pero lo mío es otra cosa, me genera inseguridad. Por eso siempre le pongo llave a la habitación.
–¿También cuando estás en hoteles?
–Ahora lo he vencido un poquitito en los hoteles, pero antes ponía una silla para trancar la puerta del lado de adentro. Ya no lo hago, pero en mi casa le meto llave sí o sí. A veces ya estoy en la cama, leyendo, y cuando voy a apagar la luz me entra la duda de si cerré o no, así que me levanto y reviso. Obsesivo como yo no creo que sea nadie.
–¿Cómo es esa obsesión en el trabajo?
–Soy muy exigente como actor, no solo con mi trabajo sino con el texto que voy a hacer, con los compañeros, con el director, saber con quién estás trabajando. A la gente puede gustarle más o menos lo que haga, pero nadie me va a decir: “lo que usted hizo es una rascada”.
–¿No hay también algo de capricho?
–No, no me encapricho, pero me gusta sugerir y siempre trato de tener argumentos muy convincentes para que el director esté de acuerdo. De otra manera no lo haría. Voy a contar una anécdota: estaba haciendo Piel naranja, y en esa época la musicalización era en vivo; es decir, si tenías que decir un texto romántico, desde el control te tiraban música romántica que escuchabas de fondo. Eran como las 12 de la noche, estábamos grabando una escena y el musicalizador puso algo que no me convenció. Me fui al control y le dije: “esa música no tiene nada que ver”; y como me discutió y quiso imponerse, me di media vuelta y me fui a mi casa. ¡El quilombo que se me armó al día siguiente! Eso sí fue un capricho de pendejo. Aprendí y nunca más repetí algo así. Es una parte de mi personalidad que rechazo totalmente.
–¿Sos una persona humilde?
–Si a lo largo de tu carrera no aprendiste que el éxito es efímero, no aprendiste nada. El éxito se escapa, lo tenés durante el tiempo que dure una obra o un programa, no te lo podés quedar. Y eso debería darte un baño de humildad, aunque a mí no me hizo falta porque siempre entendí que no lo tenía comprado.
–Podrías haberlo pensado, porque hacías un éxito detrás de otro.
–Sí, pero cada vez que terminaba una novela estaba preocupado por lo que iba a suceder. Y eso también hace que bajes los decibeles. No entiendo que un actor no sea humilde. Porque el que compra todo lo que uno crea es el público. Y es a él al que le debés todo.
Cambio de vida
–Siempre dijiste que el teatro llegó a tu vida de manera tardía, cuando ya eras una celebridad televisiva, y que por eso lo veías como algo ajeno. ¿Todavía tenés esa sensación?
–No. Estoy totalmente familiarizado con los tiempos, con los climas, con la conexión directa con el público. Es cierto que al estar enganchado tanto con la televisión, no me dejaban respirar y yo no me lo permitía. Un contrato tras otro, un año tras otro. La televisión requiere de sacrificios horarios, tenés que dedicarle muchas horas.
–Hay muchos colegas tuyos que hacen televisión de día y teatro de noche.
–Ha habido, no digo “los hay” porque ya no hay ficción en la televisión argentina, pero yo nunca quise. Mi entrega siempre es total para la actividad que haga. Por pensar así y entregarme totalmente a la televisión me fui cerrando un poquitito. Cuando llegó mi pausa con ella y aparecieron las propuestas para hacer teatro no lo dudé, y me sentí absolutamente cómodo. Amo los ensayos, cosa que no tenemos en televisión. No porque el director no tenga la capacidad para dirigirte, sino porque no hay tiempo. Es una gran diferencia, en televisión todo es efímero. Además el teatro tiene esa magia, que es la entrega del público que compró su entrada, se preparó para venir. Es una ceremonia. Y eso hace que desde la platea haya un clima muy especial, y la mejor manera de agradecerlo es entregándote con todo. Puedo estar muy cansado después de una jornada de trabajo pero vale la pena.
–¿Por qué una obra como El enganche, que se escribió en la década del setenta, todavía tiene tanta vigencia?
–Porque los personajes son auténticos. Nosotros la mantuvimos tal cual y es una historia que, salvo por situaciones puntuales de la época, podría transcurrir hoy tranquilamente. Tiene vigencia porque los personajes son reales.
–Siempre se habló de la condición social como motor de la interacción entre ambos personajes, una prostituta y un vendedor.
–Eso lo hemos trabajado mucho. Tanto al personaje de Miriam como al mío los atraviesan muchas cosas. Y el hecho de que ambos tengan tanta ternura termina siendo la clave para que haya conexión con el público. Se van a encariñar con ellos, y también sorprender. Porque cuando uno dice “comedia argentina” se puede pensar que se trata de algo pasatista, pero El enganche no lo es. Porque lo que se dice, lo que le pasa a cada personaje, te lleva a contar una historia que no solo provoca risas.
–¿Cómo se mantiene el nivel de popularidad cuando uno deja de tener tanta exposición?
–La gente me saluda como si nunca me hubiera ido de la tele. Pero no sé si recuerdan al actor o al personaje. Antes te hablé de lo importante de poder elegir con quién trabajar. Y durante mucho tiempo, los autores o directores me eligieron a mí, y yo me entregué completamente al proyecto, confiando plenamente en ellos. Por ejemplo, Alberto Migré. Quienes trabajamos con él seguimos viviendo en el recuerdo de la gente. Después vinieron las novelas en la década del 80 y surgió otro tipo de público. Después Los únicos, que hizo que un público joven supiera quién era yo. Estaba tomando un café en la calle y chicos de 10 u 11 años gritaban: “¡Mirá, ahí está Monterrey!”. Eso hizo que hasta el día de hoy la gente me recuerde, y yo estoy profundamente agradecido.
–¿En tiempos en los que se modificó por completo el arquetipo de galán, nunca tuviste miedo de quedar pegado con la imagen del varón recio y violento con las mujeres?
–No hay que temerle al prejuicio de la gente, y menos en este momento cuando no hay muchas posibilidades de ver a otro tipo de personajes porque no existe la ficción. Igualmente yo nunca quise quedarme con ese estereotipo, siempre busqué cambios. Es cierto que durante mucho tiempo no se me dio y terminaba haciendo papeles que, como decía, eran “primos” del anterior. Yo quería hacer comedia, y metía cositas en los libretos. Me acuerdo que una vez, creo que era El infiel, me escribió la autora venezolana y me dijo: “yo no me acuerdo haber escrito eso” (Risas).
–Y el cambio llegó en los Estados Unidos, queriendo quemar las naves, y gracias a Jorge Guinzburg.
–Exacto. Yo estaba muy deprimido, le había pedido a mi representante que me ofreciera como actor de comedias pero los gerentes de programación decían que no servía para eso. Así que me fui a los Estados Unidos para seguir estudiando inglés, para poder instalarme allá y aprender dirección de cine. Un día me llamaron de parte de Guinzburg para participar de un especial de Peor es nada, una parodia de Martín Fierro que se llamaba Martín Fierrazo. Era un personaje escrito para él, pero no lo podía hacer por problemas de salud. Todo el mundo veía en ese momento el programa así que no dudé, ni siquiera había leído el libreto pero dije: “es mi oportunidad”. Me tomé un avión y me vine. Al día siguiente de emitirse sonó el teléfono, era el gerente de programación del canal que me ofrecía una comedia semanal, Gerente de familia.
–Una locura...
–Es que en ese momento sentí que esa decisión me iba a cambiar la vida, y lo hizo. Siempre actué con mi intuición, y con los impulsos. De chico también, fijate que a los 17 años me vine acá solo, teniendo trabajo en Paraguay. Y eso que me iba muy bien, hasta el punto de que tal vez ahora sería dueño de una radio.
–¿Hoy qué te dice esa intuición?
–Que no quisiera que me llamen para la televisión, a menos que sea un personaje novedoso. No quiero repetirme más.
–¿Algún ejemplo?
–Cuando empecé a ver Netflix me sentí inspirado por el personaje de Kevin Spacey en House of Cards. Me encantaría hacer una versión local. También me gustaría volver a trabajar con Luisa Kuliok no solo porque es una gran compañera y una gran laburante, sino también porque el público nos recuerda y siempre nos pregunta cuándo van a volver a vernos juntos.
–Podría hacer el personaje de esposa de él, que en la serie hace Robin Wright.
–Sería fantástico. Y después termina ella con el protagonismo, porque se queda como Presidenta.
–¿De qué te arrepentís en lo personal?
–De nada, creo que haría lo mismo pero mejor. Incluso puedo responder esto uniendo lo personal y lo profesional. Me fui dos veces a los Estados Unidos con la intención de hacer carrera en Hollywood, no me sacrifiqué lo suficiente porque estaba mi familia de por medio. Después en relación con conductas de vida, no soy un ser perfecto pero siempre traté de manejarme acercándome a lo razonable. Mi conducta con mis afectos, con mis parejas, con la gente, intenté que siempre fuera honesta.
–Hace algunos años soñabas con la idea de ser papá.
–En una época tuve muchas ganas, pero hoy ya no. Por más que veo la relación que tienen con sus padres, y me encanta, ya no. Soy tío de los hijos de mis hermanas. Eso sí, necesito tener a mi familia cerca. Cuando me vine a los 17, yo le prometí a mí mamá que las iba a traer a ella y a mis hermanas, y al año estuvieron todas acá.
–Varias veces durante esta charla mencionaste la ausencia de ficción en la televisión. ¿Por qué creés que sucede?
–Muchos lo relacionan con la pandemia, pero viene de antes. Acordate cuando mi amiga María Valenzuela (su compañera en El infiel) gritó en los Martín Fierro “Aguante la ficción”, ya en esa época prácticamente no había. Esta crisis empezó porque dejaron de valorar el código de la telenovela. Es una cosa simple: hay que contar una historia de amor, con las intrigas, la venganza, el odio, el romanticismo. Cuando se empezó a hacer otro tipo de ficción, todo empezó a decaer.
–¿Qué tipo de ficción?
–Historias costumbristas, amables, que no tenían intriga. Porque el espectador sabe que si no la ve ni hoy ni mañana, no va a cambiar nada. Mientras exista el suspenso, la cosa va a funcionar bien.
–Como en las novelas turcas.
–Claro, en la cuarentena hubo una que seguía todas las noches, estaba enganchadísimo. A las nueve de la noche, estaba frente al televisor sí o sí. Ellos siguen respetando el código. Después hubo una brasileña que ahora está en Netflix, Dulce ambición, que también es muy buena. Adrián Suar ha hecho algún intento y en Telefe también hay alguna idea. Pero son una o dos, no hay nada. Por ahí es una cuestión de costos, o quizá lee esto un gerente de programación y dice: “éste no entiende nada”. Y a lo mejor tiene razón.
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