"Los sueños se cumplen y no hay que bajar los brazos", observa Antonio Grimau, quien en estos días estrenó la película Angélica, de Delfina Castagnino, disponible en CINE.AR Play. Y es lo que el actor hizo toda su vida, arriesgarse para crecer y perseguir sus sueños. En una charla telefónica con LA NACION, el actor bucea en su pasado, en sus deseos y habla de sus proyectos. También reflexiona sobre estos duros meses de pandemia y sobre el amor.
-Angélica es una película de un género poco convencional en nuestro cine, ¿qué cosas tomás en cuenta a la hora de aceptar papeles arriesgados?
-Me gustó mucho la estética de la directora Delfina Castagnino y de Cecilia Rainero, la protagonista. Es un thriller psicológico que cuenta el descenso en caída libre de una mujer incapacitada emocionalmente para salir adelante y que ganó como mejor película en el Festival de Cine de Mar del Plata en 2019. Eso ya es un aval. En toda mi carrera hice unas veinte películas y hacía mucho tiempo que no filmaba y la verdad es que apareció esta propuesta y me interesó la historia y mi personaje. Me sedujo también todo lo que hablamos con Delfina, que es una mujer que tiene una dulzura muy grande, pero también una firmeza importante y sabe lo que necesita de sus actores. Toda la propuesta cerró y menos mal que acepté porque fui muy feliz en la etapa de filmación, que en mi caso duró casi dos meses.
-¿Cuándo la filmaron?
-La filmamos el año pasado en Olivos, en una casa que perteneció a la familia de Delfina y es la que se vas destruyendo y simboliza el derrumbe que sufre la protagonista. La película también habla de algo que se repite mucho últimamente y es la palabra soltar. Soltar con el pasado, con la gente tóxica. Es lo que no puede hacer la protagonista, justamente. Mi personaje es un tipo que, de casualidad, conoce al personaje de Cecilia y ella ejerce una seducción medio diabólica sobre él, pero muy atractiva. Este tipo se engancha con una muchacha bastante más joven y la relación lo arrastra en ese derrumbe que vive la protagonista.
-Entonces te atraen mucho los riesgos...
-Me interesa abrirme a todo tipo de propuestas, sin limitaciones a priori. Si me interesa lo que me proponen desde la dirección, el personaje y la historia, me embarco. Inclusive he hecho trabajos para estudiantes de cine. Me gusta estar en contacto con gente joven, con propuestas nuevas. No me detengo en otra cosa que no sea el entusiasmo por el trabajo y la movilización que me produce la propuesta. Ni carteles ni nombres, no es eso lo que me preocupa al momento de aceptar o no un trabajo.
-Contabas que Angélica habla de esa palabra tan usada en los últimas años: soltar. ¿a vos te cuesta soltar?
-En el plano del trabajo, las nuevas propuestas, si son interesantes y agradables, te ayudan a elaborar lo que acabás de despedir. En lo personal, hay todavía oportunidades en que me cuesta mucho soltar y en otras, naturalmente, pongo en juego lo que realmente no me conviene y el raciocinio me permite decidir por lo que me hace bien. La verdad es que me cuesta mucho soltar. Es entendible y necesario, pero no es sencillo.
Pandemia y después...
-Estabas haciendo Hello Dolly! en el Teatro Opera, cuando se declaró la pandemia y se perfilaba un año de gran trabajo.
-Veníamos haciendo una temporada fantástica con Hello Dolly! y el final tan abrupto fue muy ingrato. Realmente éramos una gran familia y estábamos muy felices trabajando, pero salimos casi corriendo del teatro. Íbamos a terminar un domingo, pero el sábado anterior, entre función y función, decidimos suspender esa misma noche porque éramos muchos sobre el escenario. También ya evitábamos un beso que había entre Lucía Galán y yo, por temor a los contagios. Fue una baja de cartel muy ingrata para una temporada hermosa. Por otra parte Karina K, que iba a reemplazar a Lucía, ya estaba preparada para continuar con la obra y hacer la gira. Todo quedó en la nada, como también la segunda temporada de Puerta 7, la serie de Netflix de Adrián Caetano. La productora consideró que quedaba muy separada de la primera parte y quedó cortada esa posibilidad. Fue un marzo terrible, pero peor fue lo que vino después.
-¿Cómo transcurrió tu cuarentena?
-Por suerte venía trabajando con mucha continuidad y la verdad es que necesitaba un descanso. Los actores tenemos esa espada de Damocles encima y trabajamos sin descanso a veces, por temor a que después pasemos tiempo inactivos. Yo necesitaba un descanso, pero me vi obligado a hacerlo y lo tomé como una suerte de vacaciones. Pensé: "La realidad me impone este parate y voy a tratar de aprovecharlo de la mejor manera posible". En principio descansé, miré muchas películas, series y obras de teatro online, leí, escuché música y volví a pintar porque me encanta, más allá de defectos y virtudes, jugar con el color y la forma y puedo pasarme horas gastando acrílicos. También pasamos mucho tiempo con mi hija Antonia, que vive conmigo. Los primeros dos o tres meses la pasé bien, más allá del entorno que cada vez se ponía más oscuro. Soy un tipo casero, me gusta estar en mi casa. También hice un poco de ejercicio en el patio, para no oxidarme, pero la cosa se fue haciendo cada vez más larga e insoportable. Fui "sobreviviendo" a toda esa etapa, esa sería la expresión más justa.
-Al menos compartiste tiempo con tu hija.
-Sí, claro, además ella me ayuda mucho con los Zoom y todas esas cosas en las que no soy muy ducho. A mí no me molesta quedarme solo cuando lo elijo pero no cuando me obligan y sé que solo se hubiera hecho mucho más duro.
-¿Estás en pareja?
-Tengo en quién depositar mi afecto, mi amor, pero cuando en algún momento di a conocer mi vida privada, después me di cuenta que no traía buenas consecuencias porque se abre una puerta difícil de cerrar. Existe esa persona, pero es una parte de mi vida que guardo para mí. No quiero hablar de mi privacidad.
-Está bien. Ahora que hay protocolos para volver al teatro, ¿tenés propuestas?
-Sí, hay proyectos para hacer teatro y los estoy evaluando. Sería para enero, una en calle Corrientes, en el Multiteatro, otra en Carlos Paz y otra más en un teatro al aire libre, con Mario Pasik. Me tengo que decidir en estos días porque no queda mucho tiempo. Es apenas un comienzo muy humilde y modesto, como para empezar a rodar la pelota, pero no esperamos grandes resultados.
-Empezaste tu carrera como actor de muy chico, fuiste el galán de muchas telenovelas y también te comprometiste con el teatro, ¿fue un camino que buscaste a conciencia?
-Empezar fue muy difícil porque no tenía ningún contacto con el mundo artístico y estaba completamente alejado, hasta geográficamente, de lo que tuviera que ver con la actuación. Pero tuve mucha suerte porque encontré el amor en Leonor Manso (su primera pareja) y fue ella quien me habló de Juan Carlos Gené y propuso que tomáramos clases con él. Estudiamos durante cuatro años y Gené nos formó en muchos aspectos, en la técnica de la actuación, en la ética y en muchas cosas de la vida misma. Todo eso me fue nutriendo mucho. Con el tiempo me convertí en el galán de las tardes de Canal 9. Me encantaba esa posibilidad de trabajo que me abrió muchas puertas, pero me preocupaba no tener acceso al Teatro San Martín y a otras propuestas más comprometidas artísticamente y los años pasaban...
-¿Y qué hiciste?
-Me preocupaba esa falta de propuestas que yo no generaba tampoco, ocupado por el galán. Gracias a mi representante de ese entonces, Sáenz Valiente, tuve una charla con Emilio Alfaro, que era el director artístico del Teatro San Martín. Emilio tenía alguna referencia porque Gené nos había llevado como extras a Cosa juzgada, el programa que hacía y era un éxito. Alberto Ure estaba preparando Los invertidos y luego de una charla, decidió tomarme por un tiempo y si funcionaba, me quedaba. Yo acepté encantado porque además me interesaba muchísimo el elenco en el que estaban Lorenzo Quinteros y Cristina Banegas. Con el tiempo Ure me confesó que en la primera entrevista sintió que el personaje era para mí, pero de todos modos quiso ponerme a prueba. Debutamos y fue un éxito enorme, todos recibimos premios. Fue una temporada que duró dos años y medio y era todo un desafío porque el galán de las tardes de Canal 9 tenía una historia de amor homosexual y hasta había un beso en escena en una obra que había estado prohibida en 1914, y en el momento en que la hicimos era clave para dar a conocer abiertamente conflictos de esa índole. Fue un boom, un estruendo. Pasamos por tres teatros.
-Un galán arriesgado.
-Me encanta el riesgo. Creo que es lo que te hace crecer. Los desafíos. Cuando Caetano me ofreció hacer la serie de Sandro también fue una conmoción porque no tengo nada que ver con el perfil físico de Roberto Sánchez. Esas propuestas extremas generan dudas, pero aceptarlas es lo que te hace crecer. Lo que uno no debe hacer es sacarle el cuerpo a estos desafíos intensos, renovadores y esenciales, y no detenerse en zonas cómodas de la actuación, en lo que uno conoce y sabe hacer.
Me encanta el riesgo. Creo que es lo que te hace crecer
-Además el galán tiene fecha de vencimiento.
-Era lo que me preocupaba porque pasaba el tiempo, yo estaba en los casi 40 y no quería eternizarme solo en el galán. Muchos galanes van quedando en el camino si no hay un actor que los sostenga. Tuve el buen tino de aceptar un amor homosexual en Los invertidos. Fue una temporada soñada que me valió la posibilidad de que me llamaran directores que me interesaban y que no me tenían en cuenta. Me abrió otro camino de trabajo.
-¿Te queda algo pendiente?
-Trabajar con mis hijas, Luciana y Antonia. Las dos tienen estudios teatrales y han representado personajes en algún momento. No sé hasta qué punto es posible de concretar, pero me gustaría mucho hacer una historia pequeña tal vez, que nos uniera. Es la única asignatura pendiente porque pasé por todos los géneros, salvo infantiles que nunca hice. Esa sería el último sueño, la ultima locura: hacer algo con ellas.
-¿Es verdad que jugabas bien al fútbol?
-No, ser jugador de fútbol era un sueño de la niñez, como el de tantos chicos de barrio. Esta profesión que me ha dado tantas satisfacciones y que me permitió conocer personas que en mi vida me hubiera imaginado, también me dio la oportunidad de ser una suerte de jugador de fútbol porque integraba el equipo de los galanes. Jugábamos en canchas profesionales y había gente que pagaba una entrada modesta que después iba a beneficio de una escuelita o un hospital vecinal. Jugamos contra equipos muy bravos. Entonces, durante 5 años fui más un jugador de fútbol que actor. En ese momento hice una coproducción con Puerto Rico, La cruz de papel, y el director me decía que comiera un poco más porque en los primeros planos se me veían demasiado los pómulos. Estaba por debajo de mi peso, como los jugadores, y muy entrenado. Realmente sentíamos que éramos jugadores profesionales. Fue cumplir un sueño maravilloso. De modo que los sueños se cumplen y hay algo más que me hace pensar eso. Marta Reguera me convocó para hacer Estación retiro en Canal 13 con Susana Campos, a quien había visto en el cine de Lanús haciendo Detrás de un largo muro. Y un día, de pronto, estaba dialogando en un programa de televisión con esa actriz tan distante de mi vida. Era muy fuerte. Una vez más, los sueños se cumplen y no hay que bajar los brazos.
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