El actor, que celebra su cumpleaños alejado de la actividad, reflexiona sobre la nueva normalidad en el teatro y confiesa que descree de fenómenos como MasterChef Celebrity
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“Ya he cumplido tantos años en mi vida que lo vivo normalmente”. Antonio Gasalla está con ganas de hablar. Este martes cumple 80 años y el número redondo amerita uno de esos balances que suelen hacerse en las fechas especiales. “Cumplir años en distintos momentos no es lo mismo. Cumplo 80 y la vida sigue, lo tomo como es”, dice a LA NACION acodado en su casa del barrio de Recoleta que habita desde hace mucho tiempo.
Cómicos hay unos cuantos, capocómicos algunos y un puñado de comediantes estelares. Antonio Gasalla ocupa otro status en ese escalafón. El actor es la última estrella del humor argentino con rango de celebridad. Comparable a Niní Marshal o Alberto Olmedo, Gasalla escribió páginas destacadas en la historia de la comicidad nacional. En una televisión que enterró el formato y un teatro en crisis pandémica, el agradecido género del humor, tan complejo de llevar a cabo, hoy es una asignatura pendiente en la industria del entretenimiento.
-Desde hace bastante tiempo, la televisión no le da espacio al humor. ¿Por qué?
-No lo puedo decir yo, que estuve tanto en televisión. En los últimos días escuché que algunos canales están pensando hacer mejores programas, porque lo que quedó adentro de la televisión son propuestas muy elementales.
Rápidamente, Gasalla no duda en dar su opinión sobre el medio sin medias tintas, tal su frontal costumbre. El palacio de la risa, Gasalla en pantalla, El mundo de Antonio Gasalla y tantos otros títulos, lo convirtieron en la figura referencial del humor televisivo. En sus programas desfilaban esos personajes que radiografían, con desborde, buena parte de la miseria, las debilidades y los laberínticos recovecos de la raza humana. La fóbica y temerosa Soledad Dolores Solari, la empleada pública Flora siempre atenta a la corruptela y desnudar la burocracia estatal, la abuela que retrata la realidad de un grupo etario no siempre atendido, la manipuladora Yolanda lista para manejar a su gusto el orden familiar desde una silla de ruedas, la periodista Edith enfocada en reflejar conflictos insólitos, y tantos más. Teoría del Esperpento, en términos de Valle Inclán. Algunas de esas criaturas, como la famosa abuela popularizada en Esperando la carroza, nacieron en sus innumerables temporadas teatrales en el Maipo.
-Sus personajes femeninos, desde el lenguaje de la farsa y la caricatura, interpelaban las miserias sociales. ¿A qué apelaba para poder componerlos y llegar al alma de ellos?
-Si uno es autor, no tiene que plantearse “cómo voy a hacer” o “qué voy a hacer”, tiene que salir naturalmente para luego corregir. Tampoco hay una sola manera de actuar. Cuando hacía televisión, me llevaba todo el día grabar uno de esos personajes. Terminaba a las ocho o nueve de la noche y ya me ponía a pensar en lo siguiente.
-En los últimos meses, MasterChef Celebrity es el programa más visto de la televisión argentina. ¿A qué atribuye el fenómeno? ¿Por qué cree que las audiencias se inclinan por una competencia de cocina?
-No sé si MasterChef Celebrity tiene tanto público. Están tratando con gente que no cocina muy bien. Cuando el participante lleva el plato para que lo evalúen es tremendo, pero ellos se divierten, se ríen. Si me decís que la gente que está cocinando ahí sabe cocinar, me parece un horror. Hubieran puesto a una mujer de familia que sepa cocinar, porque los que van ahí, no saben.
-Antes de la pandemia ya era casi nula la ficción en televisión. ¿Se revertirá la tendencia?
-Que vuelva todo. Que se hagan teleteatros, los dramas a la noche, los programas de preguntas y respuestas.
Atravesados por el Covid
“Los que necesitamos que los espectadores nos vengan a ver tenemos que pensar que la gente no se encierra en un teatro tan fácilmente como antes”, sostiene el actor que debutó en un escenario en 1964 y dos años después llamó la atención del público con aquella rebeldía llamada Help, Valentino, donde también estaban Carlos Perciavalle, Edda Díaz y Nora Blay. La aventura irreverente se montaba en una pieza de la avenida Del Libertador cerca de Callao. Marcaron un camino, el del humor inteligente.
Gasalla se preocupa por la nueva dinámica de la expectación teatral. A pesar de ser una figura masiva de la televisión, el actor siempre ha estado vinculado a la representación escénica: “Cambió la cantidad de asientos. De pronto, hoy día un teatro que tiene 1000 localidades pasó a tener 220 habilitadas. Es hacer teatro para ver al público de lejos…”, refunfuña ante la “nueva normalidad”.
Cuidadoso, entiende que buena parte de la población y muchos de sus compañeros del mundo artístico experimentan una suerte de sensación post pandémica, nada más alejado de la realidad mundial: “Muchos creen que está todo bien y dejaron de utilizar el barbijo, pero hay gente que está internada. esto es algo que no ha terminado aún”.
-¿Cómo transitó y transita la pandemia?
-Fue una situación obligada, fue terrible estar todos encerrados. Pero, repito, mucha gente dejó de usar el barbijo y así es como después terminan internados diez o quince días. Pasó con gente que está trabajando en la calle Corrientes. Estar encerrados o tener que usar barbijos hizo que todo cambie mucho.
Volver
La última actividad artística de Antonio Gasalla se dio en la temporada de verano del año pasado en la ciudad de Mar del Plata. Se trató de una experiencia trunca, debido a que el humorista debió suspender las funciones por problemas de salud.
-¿Extraña trabajar? ¿Qué le gustaría volver a hacer: cine, teatro, televisión? ¿Cómo quisiera regresar a la actividad?
-Como está hoy día el teatro, no volvería. Otra cosa sería hacer una película.
-El film Dos hermanos narraba una historia conmovedora donde Graciela Borges y usted estaban espléndidos en sus caracterizaciones. ¿Le interesaría protagonizar un material con esos matices sensibles?
-Hablé bastante con Graciela Borges en los últimos dos años, pero el cine no es mi fuerte. A mí me cuesta pensar en una película. Así como puedo pensar en un escenario y ver qué pongo y qué hago, en cine siento una especie de falta de práctica. Con Graciela hablamos y volveremos a hablar cuando ella regrese de su casa de campo para ver si hacemos algo.
-¿Por qué el cine no es un lenguaje transitado por usted con asiduidad?
-El cine me cuesta mucho. Hacer las escenas sueltas es una técnica muy distinta a las otras formas de actuación.
-Aunque sin las esperas del cine, usted hablaba de todo lo que le insumía grabar sus programas, donde sus personajes requerían de una importante caracterización física. Ese también era un ritmo demoledor.
-Cuando uno es joven y adora su profesión, lo puede hacer. Por suerte, había egresado de la Escuela de Arte Dramático, había tenido como profesoras a María Rosa Gallo y a mucha gente importante.
-Aquella era una formación integral que incluía aspectos éticos de la profesión.
-Teníamos que llegar a las cinco de la tarde y nos quedábamos hasta la una de la mañana. En la escuela no se podía gritar ni hablar fuerte, uno aprendía formas que te quedaban para siempre.
-Disciplina.
-Y sí. Uno hablaba con gente importante como Alfredo Alcón o Inda Ledesma. Cuando comencé en televisión hice un programa con Inda Ledesma. Nunca había hablado con ella ni ella conmigo, pero me largó todo lo que tenía dentro para poder hacer lo que teníamos que hacer. Así es como las cosas se ponen en movimiento.
Ganador de innumerables premios Martín Fierro, Estrella de Mar, Konex, ACE y el Podestá a la Trayectoria Honorable, entre otros, su trabajo fue reconocido no solo por el talento, sino también por la rigurosidad de sus creaciones. Exigente en su praxis, también fue caratulado de autoritario y de no manejarse con los mejores modos con sus compañeros. Norma Pons, con quien compartió escena y televisión, y Claudia Lapacó, con quien protagonizó la pieza Más respeto que soy tu madre, dieron cuenta de su molestia en torno al trato dispensado por el actor, quien no se privó de trabajar para Marcelo Tinelli como jurado de Bailando por un sueño o desarrollando algunos de sus personajes.
Ser o no ser
Su infancia transcurrió en el Oeste, en tiempos donde Ramos Mejía parecía mucho más alejada del centro porteño. Un abismo separaba en los años 40 a esa barriada de chalecitos de techo de tejas de la Calle Corrientes pletórica de teatros donde descollaba Tita Merello, Luis Sandrini y doña Lola Membrives.
Ramos Mejía también tenía sus marquesinas, aunque no tan rimbombantes. Los tres cines del barrio anunciaban sus programas en continuado y generaban en el pequeño Antonio un éxtasis muy particular. Eran los tiempos de tres películas por día, donde hasta la matinée tenía público. Si la cinta era protagonizada por alguna diva de Hollywood, el plan era perfecto. Hoy, en Ramos Mejía no solo se perdió la matinée, tampoco le quedan cines al poblado nacido a la vera del Ferrocarril Oeste, hoy llamado “el Sarmiento”.
Antonio y su hermano, de increíble parecido físico, fueron criados con todas las rigurosidades de la época. Difícil rebelarse ante la rigidez imperante de aquellos padres queribles, pero chapados a la antigua: “Mi papá era de carácter muy fuerte, así que teníamos que estudiar. Él quería que siguiera Ciencias Económicas, aprender la contabilidad. De hecho, hice el Comercial y lo terminé, pero nunca entendí nada. No entendía cómo eran las reglas económicas de una empresa. Hice toda esa carrera con los machetes escritos en las manos y en las mangas de la camisa. Lo que entra se acredita, lo que sale se debita, ni idea tenía de eso”, recuerda sobre aquellos tiempos adolescentes y esa primera juventud que lo encontró en los claustros de la Facultad de Odontología. Entre tornos y apliques, Antonio ya estaba cerca del centro y no veía la hora de salir de la universidad para caminar por esas calles atestadas de gente, publicidades y teatros.
-Contra el destino vocacional no se puede ir.
-Depende qué te tocó en la vida, qué integridad tiene cada uno, qué familia tuviste.
-¿Siente nostalgia por aquella industria del entretenimiento de su adolescencia y juventud?
-Eso en este país se ha cortado. Se ha cortado el enorme movimiento artístico que teníamos, lo teatral, la música. Hoy es difícil. Vas a un teatro y le sacaron una fila por medio, quedan dos butacas juntas y tres que no están. A veces, quiero ir al teatro porque me interesa algo, pero siento que me voy a distraer más viendo al público, a la gente.
-¿Cómo ve al país?
-Es difícil hablar de la Argentina. La Argentina tiene muchos vaivenes, vueltas. En mis años he visto dictaduras de lo peor. Tenías que salir corriendo porque venían dos militares, uno con una navaja y otro con un banquito, para pelarte la cabeza.
-Un país de sobrevivientes.
-Y claro. Uno se olvida de aquellos presidentes militares que eran terribles, asesinos.
No eran tiempos sencillos aquellos en los que las libertades estaban oprimidas. Hacer humor con tintes ideológicos, sin liviandad, era una tarea de riesgo. Con todo, en los 70 Antonio Gasalla se las ingeniaba para decir lo suyo en espectáculos como Gasalla 77, Abajo Gasalla o Gasalla es el Maipo y el Maipo es Gasalla. A veces, la censura pasaba por alto ciertos simbolismos del humor teatral, menos masivo y simplista que el de la televisión imperante en la época.
Cuando Antonio Gasalla nació gobernaba el país Roberto Marcelino Ortiz. En 80 años corrió agua bajo el puente. Fluir plácido y correntadas peligrosas. Vio pasar democracias y dictaduras. Tiempos de trabajos para pocos y períodos de masividades fanatizadas. Gasalla creó un estilo propio que lleva su marca en el orillo. Ese con el que construyó a criaturas de ficción inolvidables trazadas con lupa precisa. Fue el vanguardista del café concert y el humorista del mainstream junto a Susana Giménez, con quien desarrolló una dupla infalible durante años.
Hoy, en plena pandemia, celebra sus 80 años con la incertidumbre sobre el futuro laboral, pero con la tranquilidad de una salud menos quebrantada luego de un período con diversas dolencias: “Por suerte estoy bastante bien. Tengo las cosas que vienen con las edades, pero hago gimnasia todos los días con un profesor que viene a mi casa. Y leo muchos libros. Libros y libros”, concluye. Ese es su mundo hoy, lejos de las máscaras y los tacos de los zapatos desvencijados de sus inolvidables personajes. El mundo de Antonio Gasalla, como rezaba uno de los títulos de su programa.
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