El actor y director, de 62 años, reabre el teatro Albéniz de Madrid con Company, un musical que estrenó en Málaga
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Con solo 20 años, Antonio Banderas se plantó en Madrid con una mano adelante y otra atrás y empezó a actuar. A partir de ese momento hizo casi todo con su oficio de actor. De vuelta de Hollywood -sin haberse ido del todo- y radicado en su ciudad natal por puro gusto tras haber sufrido un serio susto de salud en 2017, Banderas no tiene que demostrar nada a nadie. Por eso, porque puede y porque quiere, ejerce su derecho a seguir sus deseos. El 17 de noviembre reestrena el musical Company, de Sondheim, en la reapertura del teatro Albéniz de Madrid. Su personaje, Bobby, tiene 50 años y se enfrenta a los contratiempos de la soledad tras haber huido del compromiso toda su vida. Él a sus 62 encuentra divertido al reto de interpretarlo. “Hago creer al público que soy más joven. Desde la platea, yo creo que me lo creen. Otra cosa es que me miren de cerca la cara”, bromea.
Al teatro Albéniz de Madrid lo están preparando para su inauguración. Bueno, re-inauguración. Una multitud de operarios de las obras de reforma, y del montaje de Company, la obra musical con la que reabre tras 17 años cerrado y amenazado de demolición, dan los últimos toques para que todo, y todos, brillen en el estreno. Huele a serrín, a pintura, a nuevo, nuevísimo. A vísperas de algo grande. En esas, llega el jefe, Antonio Banderas, que se quita la gorra y las gafas de estrella de incógnito, y se pone a las órdenes del fotógrafo. Luego, suspira, resopla, se acomoda en una silla frente a la grabadora y se entrega a una charla divertida salpicada de guiños y carcajadas. Lo que sigue es solo un intento de acotarla.
-Parece cansado. ¿Nervios por el estreno?
-No. El cansancio es mi estado natural. Trabajo mucho. Soy hiperactivo: he intentado reducir el volumen desde el infarto que sufrí en 2017, pero, al final, termino haciendo de todo y, con 62 años, que pase lo que tenga que pasar.
-¿Ya se le ha pasado el miedo?
-Sí. Si ya sabemos todos que aquí venimos a morir, lo que hago ahora es hacer menos tonterías y solo exactamente lo que quiero. La gente me pregunta que por qué vengo a Madrid con el mismo espectáculo de Málaga. Pues porque me gusta. Soy adicto a trabajar como quiero trabajar. Mi vida empieza cuando se levanta el telón y oigo “acción” y acaba cuando oigo “corten”. Durante muchos años, mis representantes no querían que hiciera teatro, porque no es rentable. De hecho, aquí vengo a perder. El éxito es un bicho rarísimo, pero lo que sí busco es la excelencia. Puedo permitirme ese lujo, no tengo que presentar cuentas a nadie.
-Pero, además, tiene que dar de comer a 300 empleados.
-Y lo hago, tirando de mi bolsillo, en este caso. Pero, ¿y el gustazo que me estoy dando? Eso no tiene precio.
-Bernardo Pérez, el fotógrafo que lo ha retratado, también tuvo un infarto y juró que, si salía, se compraba una Harley, el sueño de su vida...
-Es que es exactamente eso. El teatro es mi Harley, mi avión privado, mi barco. Mi pasión. Cuando pasó aquello me desprendí de muchos juguetes caros e inútiles, y volví a mi esencia. La gente se olvida de que yo soy actor por el teatro, independientemente de que luego haya tenido una carrera digamos frondosa en lo económico, y divertida, en cuanto a lo de la fama. El cine ha sido un accidente de 120 películas que me ha permitido hacer el teatro que yo quiero como yo quiero. Durante muchos años, mis representantes no querían que hiciera teatro, porque no es rentable. De hecho, aquí vengo a perder. El éxito es un bicho rarísimo...
-Es la segunda vez que inaugura un teatro. El Albéniz, que reabre, y el Soho de Málaga, que inauguró usted mismo.
-No lo había pensado, pero sí. Debo de ser de las pocas personas en el mundo que lo han hecho. Y es un milagro en estos tiempos en que los teatros cierran y se convierten en grandes almacenes, bingos o discotecas. Cada vez que uno abre, hay un rayo de esperanza, porque creo que los problemas de las sociedades modernas están derivados de una falta de cultura y de ideas. Hay casi una exaltación de la ignorancia. El otro día vi un meme que me hizo gracia: “Van a hacer tan, tan bien el 3D que van a inventar el teatro”, decía. El teatro está inventado desde hace 3.000 años, solo hay que cuidarlo.
-Es tan querido en Málaga que solo falta que lo canonicen: San Antonio Banderas del Pimpi (el bar más famoso de Málaga, debajo de su casa, del que es socio).
-Mentiría si no dijera que me gustaría colaborar a que Málaga se parezca a lo que una vez soñé. Y, la verdad, es que cada vez se va pareciendo más. Pero pasan cosas curiosísimas. Una vez, en la platea del teatro del Soho, una señora se levantó y dijo a grito pelao: “¿Eres Antonio de verdad?, ¿Antonio Banderas, Banderas?”. No dije nada, pero me dieron ganas de contestarle: “Sí, señora, y la tierra no es plana” [risas].
-Los turistas suben a los últimos pisos cerca de su casa por si lo encuentran tomando sol en la terraza y pueden tomarle fotos...
-Estoy por poner un recortable a tamaño natural para que se vayan contentos. No me molesta. ¿Qué me cuesta? Asumo las incomodidades por vivir donde y como quiero.
-Cuando iba a cumplir 50 años, en una entrevista, me dijo que la adrenalina subía y la testosterona bajaba. ¿Cómo va de ambas a los 62?
-La testosterona está muy bien: en su sitio. Es curioso, pero no he notado grandes cambios. Los habrá, supongo, pero me encuentro muy, muy, muy bien.
-Entonces, no ha tenido la crisis de la mediana edad, como Bobby, su personaje en Company.
-No de esa manera. La crisis de Bobby es terrible porque, durante toda su vida ha tenido una soledad elegida, por no querer comprometerse y, a esas alturas, se da cuenta de que no tiene a nadie que le diga te quiero, y le invade un miedo feroz a quedarse solo.
-La soledad es dura para todos.
-La obra es dura, porque habla de cosas muy simples que todos podemos reconocer. Ese querer y no tener a alguien que te robe el sofá.
-Qué curioso. Luis García Montero habla del “sofá como una barca a la deriva” en su salón tras la muerte de su esposa, Almudena Grandes.
-Pues si Luis viene a vernos se va a morir. Una vez, en Málaga, después de la función, volvía yo a casa caminando, como siempre, se me acercó una chica de unos treinta y tantos años, sola, y me dijo que se había pasado el show llorando. Se acababa de divorciar.
-¿Y usted, se ha sentido solo?
-Sí, pero de momento, siempre han sido soledades elegidas, porque las necesitaba. Me pasa al revés, a veces estoy demasiado acompañado, con muchas cosas, ruido y mucha gente alrededor.
-A los hombres de 60 les gustan las mujeres de 22... ¿Lo entiende?
-Fíjate que yo, casi siempre, he salido con mujeres mayores que yo. Mi mujer, Melanie [Griffith]. Pero claro que lo entiendo, a la que no entiendo es a la de 22.
-¿Se ha sentido fuera de lugar en alguna ocasión?
-Sí, me he sentido fuera de sitio. En mi primera etapa en los Estados Unidos me sentía mareado, incluso con las cosas buenas, porque yo no lo veía normal. Me insistían en que yo era una cosa que ni yo mismo me sentía.
-¿Por exceso o por defecto?
-Por exceso. Me llevo mal con los halagos extremos, porque a veces los carga el diablo. Prefiero a alguien que me toque los cojones, con verdad y con razón, a un chupamedias.
-¿Y usted, qué admira en otros?
-Joder, tantas cosas. La inteligencia, por supuesto, el talento y, sobre todo, la capacidad de trabajo. Yo he basado mucho mi carrera en ser perseverante y concienzudo.
-¿Su éxito es más trabajo o más talento?
-Te diría que, a estas alturas, el 50 por ciento, pero después me arrepiento. No soy una persona brillante ni ingeniosa. Temo a las entrevistas esas tipo psicológico que te dicen una palabra: “España” y tú tienes que responder con otra, yo qué sé: “Paella”. Necesito tiempo para pensar, para encontrar la verdad. Hace tiempo que escribo.
-¿Qué escribe?
-Poesía, pensamientos, ensayos personales sobre la esencialidad del arte en momentos de crisis. Me ayuda a reflexionar y a encontrar respuestas.
-¿Qué ve en el espejo?
-Esta es la pregunta que más me han hecho en mi vida.
-Trágame, tierra.
-Te lo diré: veo a una persona muy enamorada de la vida. Me jode muchísimo tener que morirme. Ahora que parece que la ciencia dice que podremos vivir 150 o 200 años, hay quien dice que no quiere vivir tanto. Pues yo sí.
-Para eso tendría que ayunar buena parte del día, privarse de ciertos placeres. ¿Merece la pena esa vida?
-Bueno, yo aún no he comido y son las tres de la tarde [ríe].
-Ahí, ahí, haciendo méritos.
-Solo tomo té blanco por la mañana y luego como mucho y bien. La verdad es que ahora me viene fenomenal para las cuerdas vocales, pero así me siento muy bien y lleno de energía y, oye, por mí que no quede.
EL PAISTemas
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