Angela Lansbury: la gran dama de los escenarios que se hizo famosa resolviendo crímenes al estilo de Agatha Christie en TV
La protagonista de la serie Reportera del crimen falleció a los 96 años; antes de ganar la mayor popularidad de su carrera con ese personaje, brilló en el cine y el teatro musical
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A partir de hoy, es muy posible que la irrepetible existencia de la época más clásica y dorada de Hollywood quede definitivamente guardada solo en los libros de historia. Con la muerte de Angela Lansbury tal vez estemos despidiendo al último gran testigo capaz de narrarnos una parte de esa memoria desde su testimonio oral.
Después de la extraordinaria actriz que falleció mientras dormía en la madrugada de este martes en su casa de Los Angeles, cuando le faltaban apenas cinco días para cumplir 97 años, quizás ye no encontremos más quien pueda contarnos como ella felices y risueñas anécdotas vividas junto a Ingrid Bergman y Katharine Hepburn, o el recuerdo de un paseo en un lujoso automóvil al lado de Clark Gable.
Lansbury lo hizo, por ejemplo, cuando le tocó recibir en 2013 un Oscar honorario, el único que recibió en toda su larga y casi centenaria vida. Allí se las ingenió para disimular con ese maravilloso aire de abuela distinguida y bonachona que supo lucir en sus años más altos que también ella había sido víctima del ya característico complejo de culpa de la Academia de Hollywood. Como tantas otras grandes figuras, Lansbury recibió ese reconocimiento para compensar de manera tardía el desdén de la Academia para con su talento. Al menos una de las tres nominaciones que obtuvo merecía el premio.
Más desagradecida todavía podría haberse sentido con el Emmy. Fue candidata 18 veces, pero jamás subió al escenario para recibir el Oscar de la tele. “Parece que nadie en esta ciudad ve Reportera del crimen. Solamente el público”, ironizó en 1991, después de vivir una nueva frustración en la temporada de premios con el personaje que la hizo famosa en todo el mundo.
De la mano de Jessica Fletcher, la viuda inglesa con extraordinarias dotes de detective aficionada que resolvía crímenes como en las novelas de Agatha Christie, Lansbury consiguió una nominación como mejor actriz por cada nueva temporada de una serie transformada en éxito colosal entre 1984 y 1996, con un total de 264 episodios. Pero el Emmy nunca llegó. El unánime reconocimiento de los televidentes de todo el mundo dejó todavía más a la vista una omisión tan flagrante.
Pero Lansbury nunca dejó de ser una persona agradecida. En aquella misma velada de 2013, durante la cual recibió el Oscar honorario, recordó el momento en que ella, con apenas 15 años, llegó a Estados Unidos junto a su madre actriz y sus hermanos menores (Edgar y Bruce Lansbury, luego transformados en exitosos productores) para escapar de los bombardeos nazis y encontrar un refugio seguro. Había nacido en Londres el 16 de octubre de 1925.
Con una vocación artística asimilada casi desde la cuna, la joven Angela no tardó en buscar un espacio de formación en Nueva York, donde hizo estudios de arte dramático, y luego, tras graduarse, empezó a hacer audiciones para clubes nocturnos con canciones e imitaciones. Logró gracias a ellas un contrato para actuar en Montreal cuando todavía era menor, después de mentir con la edad. Con el tiempo aprovecharía a la perfección la posibilidad de interpretar en el cine personajes con más años de los que mostraba su documento de identidad.
En 1943, recién instalada en Hollywood por decisión de su madre, que se mudó allí junto a ella, obtuvo un contrato a largo plazo en los estudios Metro-Goldwyn-Mayer. Tenía apenas 19 años cuando recibió en su debut cinematográfico su primera nominación al Oscar personificando a Nancy, la joven doncella de La luz que agoniza (1944), dirigida por George Cukor a partir de la famosa pieza teatral de Patrick Hamilton conocida entre nosotros como Luz de gas.
Al año siguiente le llegó una segunda nominación, esta vez por El retrato de Dorian Gray (1945), de Albert Lewin, película en la que su madre también formó parte del elenco. No tardó en ganarse un lugar muy valorado en esos tiempos clásicos de Hollywood como contrafigura femenina, que representaba por lo general en fuertes melodramas a personajes cargados de resentimiento y espíritu vengativo. Muchos recuerdan, por ejemplo, el modo en que amenazaba a Judy Garland en el musical Las chicas Harvey (1946). Todo lo contrario a la imagen amable, tierna y cálida de sus últimos años.
En el crecimiento actoral de Lansbury, casi siempre convocada para exigentes papeles de reparto, empezó a aparecer la constante de personificar a mujeres de mayor edad que ella. Uno de ellos le permitió ganar en 1962 su tercera nominación al Oscar como la posesiva y manipuladora madre de Laurence Harvey en la primera versión para el cine del drama testimonial y político El embajador del miedo, protagonizado por Frank Sinatra. En la vida real, Lansbury tenía al filmar esa película apenas tres años más que Harvey.
Fueron muchos los momentos de gran brillo en el cine de Lansbury durante ese tiempo, con papeles de amplísimo rango que iban desde la reina Anne en la versión de Los tres mosqueteros (1948), dirigida por George Sidney, hasta la madre de Elvis Presley en Hechizo hawaiano (1961).
De a poco también empezó a ganarse un lugar igual de destacado en el teatro. Un rutilante debut en Broadway con Mame, en 1966, le dio su primer Tony como mejor actriz en un musical. Después ganó otros tres premios como gran figura de obras de Stephen Sondheim (Sweeney Todd) y Jerry Herman (Dear World). Mantuvo su lugar en lo más alto de la escena musical inclusive cuando todavía andaba, a sus 90 años, de gira al frente del elenco de Un espíritu burlón, de Noël Coward.
Tardó mucho en convencerse de que la televisión le reservaba un lugar para su talento. “En un momento empecé a sentir que la audiencia televisiva era muy receptiva conmigo y decidí que tenía que dejar de coquetear y de cerrar esa puerta”, admitió a comienzos de la década de 1980, cuando los papeles en el cine y en Broadway retaceaban y, en cambio, la TV le empezaba a abrir las puertas a través de alguna miniserie.
Allí llegó el ofrecimiento de Richard Levinson y William Link, los creadores de Columbo, y empezó la larga y exitosísima etapa de Reportera del crimen (Murder, She Wrote). Gracias a Jessica Fletcher, Lansbury pasó de ser una actriz prestigiosa a convertirse en una estrella de inmensa popularidad en todo el mundo. Y a quedar a la vez asociada para siempre a ese gran personaje.
La serie llegó a la televisión argentina en 1986, estrenada por Canal 9, con otro título, A la manera de Agatha Christie, pero tuvo que ser cambiado de apuro por el de Reportera del crimen porque el nombre de la célebre escritora estaba siendo usado sin autorización. El éxito de la serie fue inmediato, sobre todo por el compromiso del televidente en el seguimiento de las pistas que la entusiasta Fletcher analizaba episodio tras episodio.
Las primeras aventuras de este espléndido personaje transcurrían en Cabot Cove, un tranquilo enclave ubicado en la costa de Maine, pero de a poco las historias que escribía y los casos en los que se involucraba fueron llevando de a poco a la simpática Fletcher (que andaba siempre en bicicleta, porque no sabía manejar) a viajar mucho. En varios episodios, por ejemplo, la vemos enseñando criminología en una universidad neoyorquina.
Varios personajes estables la acompañaron durante las largas temporadas de Reportera del crimen y entre ellos el más longevo fue el doctor Seth Hazlitt (William Windom), que nunca se privaba de una buena partida de ajedrez con la protagonista. En 12 temporadas, Fletcher logró resolver unos 300 casos y escribir al mismo tiempo 30 libros. Y luego se convirtió en una de las series clásicas con mayor cantidad de repeticiones de toda la historia. Nunca nos aburríamos al volver a ver una y otra vez los mismos casos resueltos de manera brillante por una supuesta aficionada.
“Lo que más me atrajo de Jessica Fletcher –confesó una vez Lansbury, que empezó la serie cuando ya tenía 59 años- es que podía hacer lo que mejor me sale, el papel de una mujer sincera que siempre está con los pies en la tierra. No había tenido hasta ese momento otras oportunidades de hacerlo. No soy en la vida real como Jessica, un personaje de una sinceridad extrema y una intuición extraordinaria. Jessica es una persona pragmática. Mi imaginación, en cambio, se desboca todo el tiempo”.
Tenía 19 años cuando se casó con el actor Richard Cromwell, que tenía 37. Menos de un año después se divorciaron y poco después Lansbury descubrió que él era homosexual. En 1949 se unió al productor británico Peter Shaw y el matrimonio duró hasta 2003, cuando él falleció. La pareja y sus dos hijos mellizos lograron escapar de un incendio que destruyó por completo la vivienda de Malibú en la que vivían y durante la década siguiente resolvieron radicarse en una propiedad rural de Irlanda. Lansbury confesaría más tarde que esa mudanza evitó que sus hijos cayeran en las drogas.
Lúcida casi hasta el final, se mantuvo activa en todas las facetas que le permitieron lucir su esplendor artístico. Ya nonagenaria apareció como la tía March en una versión de Mujercitas en clave de miniserie televisiva y en su último papel para la pantalla grande encarnó a la vieja dama de los globos en El regreso de Mary Poppins, una de las varias muestras del compromiso con el cine familiar que exhibió en su madurez.
Las nuevas generaciones, por ejemplo, la recordarán como la voz original de la señora Potts en el laureado largometraje animado de La bella y la bestia, y como la tía Adelaida, junto a Emma Thompson, en Nanny McPhee. Pero la mayoría guardará de ella el recuerdo de aquella viuda de acento inglés dispuesta a resolver desde la pantalla del televisor hasta el crimen más complicado.
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