El conductor, que estrena esta noche la sexta temporada de PH, podemos hablar, su consagrado ciclo de Telefe, disfruta de su familia afianzado en su rol de padre; a los 51, cambio de prioridades, la relativización del éxito y el recuerdo del destierro durante la dictadura militar
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En tiempos de verbalizaciones lacónicas, poca escucha y escritura fragmentada en las redes sociales, el programa PH, podemos hablar se convierte en un acontecimiento de rebelde resistencia. La cruzada de la palabra parece ganar un combate en este ciclo de habla extensa y distendida, de confesiones inusuales y almas generosas que se entregan. “PH tiene que ver con la conversación. Siempre digo que es el programa de TV más radial que hice, ya que no deja de ser una charla entre varios invitados”, sostiene Andy Kusnetzoff, el responsable de timonear ese encuentro heterogéneo de personalidades y colocarlas a compartir.
Este sábado, desde las 22, Telefe pondrá en el aire la sexta temporada del formato, buscando revalidar los títulos y honores de un programa que, sin perder su código natural, aportará nuevas secciones y una escenografía renovada. Luciano Castro, Abel Pintos, Mica Viciconte, Gonzalo Heredia y Belu Lucius serán los invitados estelares del primer programa del año. “Busco historias de vida que llamen la atención y de contar algo distinto. Trato de no hacer un programa de famosos, si bien, paradójicamente, los invitados lo son”, reconoce el conductor.
Hablar y decirse en voz alta son condiciones que hacen a la naturaleza humana. La pandemia del Covid y su consecuente aislamiento rompieron con ese esencial. En ese contexto, PH, podemos hablar se resignificó, siempre en busca de esa palabra que connota universos expandidos y que confirma un rasgo inherente del raciocinio.
Confesionario
–Es de imaginar que, a lo largo de la historia del programa, habrá historias que te marcaron especialmente.
–Sí, la de Roly Serrano la recuerdo porque lo que contó fue muy terrible; también la de Abel Ayala y las confesiones de Mónica Ayos que fueron muy impactantes. Cuando aparecen los temas de violencia, bullying y abuso se generan momentos muy conmovedores. Pero, además de los dolores, me interesan las historias de superación, las del éxito que tarda en llegar, pero se concreta.
–Las vivencias de los nombres reconocidos espejan a muchos anónimos y producen un efecto empático en las audiencias. Una suerte de “le pasó lo mismo que a mí”. ¿Considerás que esa es una de las claves de la buena acogida del ciclo?
–Estoy convencido que lo que le pasa a una persona pública genera empatía en la gente que conoce su historia. Todo el mundo ha vivido de todo, todos pasamos, más o menos, por las mismas cosas. En PH, en definitiva, de lo que se habla es de la vida, eso es lo que se ve.
–El nombre del programa resignifica algo tan básico que no siempre sucede, ya sea por trabas personales como por régimenes dictatoriales que anulan esa posibilidad.
–Mi papá siempre dice que “lo que se verbaliza deja de ser peligroso”. En relación a esto, no se puede pasar por alto que en el programa hubo momentos inesperados y sanadores.
–Por ejemplo, las declaraciones de Toto Kirzner, el hijo de Araceli González y Adrián Suar, quien confesó que fue abusado siendo un niño.
–Fue una situación muy brava porque no se lo había contado a nadie. Noté que amagaba, como que tenía el deseo de decir algo, pero no me esperaba eso. Creo que le hizo bien. Después charlé con él para ver cómo estaba, porque no se trata de medir buen rating y olvidarte de todo. Siempre trato de tomar cada testimonio con la responsabilidad humana que se merece. Si bien se trata de un programa de tele, busco hacerlo con humanidad.
–Tal como sucedió con Toto Kirzner, cuando una historia te interpela especialmente, ¿solés vincularte con los invitados más allá del aire?
–A veces, uno fuerza para lograr una confesión porque siente que el invitado desea testimoniar y que puede hacerle bien. Obviamente, me puedo equivocar. Recuerdo que cuando Abel Ayala contó su historia, mucha gente habló mal en las redes sociales, pero yo sentía que había estado bien, así que me comuniqué con él para ver cómo estaba.
–¿Qué te respondió?
–Que se había sentido muy cómodo y me agradeció la charla, luego fue a mi programa de radio y también tocamos el tema. Es liberador contar la propia historia, muchas veces uno se la quiere sacar de encima y, sobre todo, le hace bien a otra gente que nos manifiesta que se sintió identificada, eso es muy lindo.
La empatía de las historias repercutió favorablemente en las mediciones de audiencia del ciclo, que suele lograr números de rating más altos que los de La noche de Mirtha, su competidor directo en eltrece, salvo en algunas pocas excepciones, como cada vez que la diva volvió a enfrentar las cámaras de su programa, desde hace dos años conducido por su nieta Juana Viale.
Entre el deber y el deseo
No romper con el concepto espectacular del show televisivo, sin que eso reste profundidad. De eso se trata ese “ser o no ser” de PH, podemos hablar: “El objetivo no es que los entrevistados lloren, sino que salga una verdad, ya sea alegre o no”, sostiene el periodista.
–¿Proponés invitados?
–Sí, muchísimos, y a algunos los remo personalmente.
–¿Con buenos resultados?
–Algunos los he logrado y otros, no.
–A Lilita Carrió no la convenciste.
–Ya ni intento con ella, abandoné esa búsqueda, no sé si me interesaría hoy tenerla en el programa. Hoy no estoy para invitar a ningún político, el año que viene, no sé. A (Fernando) Gago lo he buscado y no lo logré, a (Carlos) Tévez le escribí…
–Una de las secciones del programa enfrenta a los invitados con el posible rostro que tendrán en la vejez. Andy Kusnetzoff, ¿cómo se imagina a los ochenta años?
–¿A los ochenta?
–Sí.
–Tratando de buscar un equilibrio entre lo que puedo y lo que quiero.
–Hasta ahora, ¿cómo se balancea ese equilibrio?
–Va bien, pero, justamente, lo que más quiero es encontrar ese equilibrio entre lo personal y lo laboral. La verdad es que lo he encontrado bastante. Antes estaba solo muy volcado a lo laboral, así que estoy muy contento de haber podido equilibrar todos los aspectos de la vida.
Andrés Kusnetzoff nació en noviembre de 1970 bajo el signo de Escorpio. A los 51, su vida personal ocupa un lugar mucho más destacado que hace décadas atrás. Con Florencia Suárez, su mujer, fueron padres de Helena y León, completando un cuadro familiar largamente añorado por el periodista quien ingresó al mundo televisivo gracias a la convocatoria de Mario Pergolini, quien lo sumó a su ciclo La TV ataca, en1992. En la radio, una de las primeras experiencias fundamentales la dio en ¿Cuál es?, también junto a Pergolini.
–Es un lugar común decir que la paternidad modifica la escala de valores, pero es así.
–No solo lo modifica todo por completo, sino que marca qué es lo importante. La experiencia te va mostrando que aquello por lo que antes te hacías problema, era una tontería.
–¿Por ejemplo?
–Hacerse mala sangre porque un programa no midió bien y hoy mirar para atrás y que no te importe. Entonces, lo importante es entender hoy qué tiene valor y qué no, para no hacerme problemas por algo que, en el futuro, voy a relativizar.
–Es complejo lograr ese equilibrio en un medio que trabaja con los egos en función de la mirada externa.
–A los 24 años, el ego y el éxito me marearon. Ahora, me agarra muy curtido y siento que no me afecta y que estoy muy enfocado en lo familiar y personal.
Andy Kusnetzoff comenzó en una temprana posadolescencia a transitar los medios de comunicación, cumpliendo con un estricto escalafón en el que para coronarse en celebridad fue notero de calle, productor y guionista. “Tengo mucho tape encima. Hice programas como Argentinos por su nombre que se basaban en el trabajo en la calle”.
–Con tantos años de enfrentar micrófonos y cámaras, ¿imaginás una madurez en la que el trabajo sea en torno solo a la producción?
–Me imagino poniendo un café.
–¿Sí?
–Cuando me retire, me retiraré también de la producción. Me gusta hacer tragos y atender a la gente, me veo así.
–¿Ubicación del bar?
–En una playa.
–Quizá no te retires nunca de los medios.
–Yo creo que sí me voy a bajar.
–Mirtha Legrand nunca se bajó.
–Cada uno hace lo que siente, todos tenemos un timing diferente, depende dónde uno pone el equilibrio. Siempre fui bueno para irme de las fiestas antes que empiece la decadencia, espero poder verlo en mi propia fiesta.
Riesgo país
–Decías que ya no te interesa tener a un político sentado a tu mesa…
–Me generaron frustración. Cuando empezamos, mi idea era poder resolver la grieta en un programa de televisión. Al principio fue así, pero luego se hizo muy fuerte esa grieta y no logré que se junten frente a una cámara. En las elecciones pasadas no vino ni un solo invitado del PRO.
–¿Por qué?
–Porque estaban bien posicionados en las encuestas y seguían los mandatos del coaching que, para mí, no les aportan nunca.
–El peligro de decir algo que pueda poner en riesgo una buena medición.
–Trabajan para generar una imagen, para que nadie se dé cuenta y, cuando les va bien, no tocan nada, así llegan a la elección con buena aceptación, pero eso les quita verdad. En realidad, si hicieran las cosas bien no tendrían problemas en enfrentarse a todos y contrastar ideas, en lugar de contratar a tres coaches para que les digan qué tienen que decir y dónde decirlo. Eso le hace mal a la política. La verdad es que toda esa dinámica me frustró, aunque es probable que, el año que viene, antes de las elecciones, invite a políticos. Hoy, no tengo ganas.
–Digamos que se termina votando a un complejo entramado de personajes moldeados artificialmente.
–Por eso me parece importantísimo la obligatoriedad de los debates presidenciales. No se trata de ganar, sino de mostrar proyectos, ideas. No podemos votar al mejor coacheado, es un volver a la frase del expresidente Menem cuando dijo “si decía lo que iba a hacer, no me votaban”. Eso no sirve para la Argentina.
–Sigue sucediendo.
–Por eso lo cuento, me da vergüenza. Un político no es capaz de ir a un programa de televisión que tiene humanidad porque un asesor le dijo que no. Así llegamos hasta acá, no nos fue bien, nos fue para el orto.
–Preguntarte cómo ves al país es una obviedad.
–Mal. Está claro que no estamos bien, no venimos de estar bien y no se ve algo mejor. El momento del mundo tampoco está bien, se vive un momento muy complicado. Estoy muy ubicado y me duele mucho la realidad, no hay que confundir que a uno le vaya bien y que tenga una situación de privilegio con no saber dónde se está parado. Sé que la mayoría de los argentinos no puede elegir lo que hace, no puede elegir el trabajo y menos trabajar de lo que le gusta. Es muy difícil llegar a fin de mes con más del 50 por ciento de inflación. Trato de hacer lo mejor que puedo, desde mi lugar y eso puede ser hacer un programa de televisión que entretenga a las acciones solidarias que organizamos en la radio. Cada uno colabora desde su lugar.
Vigencia
Desde hace dos décadas, Andy Kusnetzoff conduce Perros de la calle, el histórico espacio que ocupaba las mañanas de radio Metro y que, desde hace poco más de un año, es uno de los pilares de Urbana Play, la flamante emisora en la que también revistan Matías Martin y Sebastián Wainraich. “Dije que PH tenía mucho de radial y el programa de radio tiene algo de televisivo porque también puede verse, me acostumbré a eso”.
La dinámica de los medios evoluciona y los lenguajes ya no son estancos. Hoy la radio se ve y el consumo televisivo también puede concretarse desde cierto aura de la escucha que prescinde de la imagen. “Cuando comencé en Urbana Play planteé hacer un streaming de una hora por semana, a lo sumo de una hora por día, pero pegó de entrada, fue impresionante. Hoy teníamos 27.800 personas mirando por YouTube en vivo, a eso hay que sumarle a la gente que escucha y los que luego ven las reproducciones a cualquier hora, un numerazo”.
–La radio se define en el poder de generar universos desde la palabra. Ver la radio, ¿no le resta algo de magia a su esencia?
–Tenía ese miedo, pero entendí que es una elección. Quien no quiere vernos, puede solamente escucharnos. Lo que yo hago es radio, más allá que pueda haber una cámara enfrente. De todos modos, hay una magia de la radio que se transformó. Antes, no le conocías la cara a Nora Perlé. Ahora, en cambio, vos sabés quien es Santiago del Moro, Lizy Tagliani o la Negra Vernaci. La gente nos conoce a todos.
–Ha sido una patriada la de fundar Urbana Play y buscar continuar con una identidad, junto a figuras como Matías Martin y Sebastián Wainraich.
–Salió mejor de lo que esperábamos. A mí, me renovó las ganas de hacer radio. Cambié el equipo, lo disfruto y me divierto.
El conductor rescata una reciente nota en la que se abordó el tema Malvinas: “Me aportó un montón”, asegura. El programa se mixtura entre la música y las temáticas más livianas, con algunos contenidos más profundos. Perros de la calle nació el 11 de febrero de 2002 y hasta hoy es una de las propuestas más consolidadas de ese horario de prime time radiofónico.
Herencia
–Juan Carlos, tu padre, es sexólogo y Esther, tu madre, es analista. Venís del seno de una familia intelectual, de apertura de pensamiento. ¿Cómo te atravesó esa realidad en tu infancia y adolescencia de los años setenta y ochenta?
–Antes de ser sexólogo, mi papá fue psiquiatra y psicoanalista, así que la terapia la viví muy de cerca y de muy chico.
–Hiciste mucha terapia.
–No tengo tantas horas de análisis encima, pero estuve rodeado de una atmósfera muy terapéutica y de mucha charla.
–Un valioso legado.
–Sin embargo, lo mejor que me dejaron mis padres no es eso, sino sus valores y eso lo puede hacer cualquier padre, más allá de la profesión que tenga. Qué está bien y qué está mal, qué es lo ético y qué no, eso es lo importante. Mi papá me dejó el mensaje de su abuelo.
–¿Podemos conocerlo?
–Cuando mi padre se recibió de médico, mi abuelo le dijo: “No sé nada de medicina, pero mi consejo es que duermas tranquilo a la noche”. Es decir, hacer las cosas bien y no estafar a nadie, eso es lo importante. Sobre el rol de mi padre como sexólogo, tengo mil anécdotas. Él hablaba de temas que no eran comunes en las charlas de mis amigos con sus padres. He oído hablar de disfunciones sexuales varias y no tanto de si se coge bien o mal. En mi casa estaba permitida la revista Playboy. Cuando vi la serie Sex Education me hizo reír, me sentí identificado.
–El permiso para tener la Playboy habla de algo que excede la estimulación erótica, implica muchas otras cosas.
–Habla de la libertad. Por la falta de libertad imperante en el país me tuve que ir a vivir afuera, me crié en el exilio. Cuando vino la democracia me empezaron a caer las fichas.
Andy Kusnetzoff vivió en Brasil desde los 6 años hasta los 11, en el comienzo de la adolescencia. “Como mis padres no podían volver, a los ocho años viajé en avión rumbo a la Argentina, solo con mi hermano. Nos dijeron que, si nos preguntaban, debíamos decir que mi viejo estaba allá por trabajo. Cuando llegó la democracia, me surgieron unas ganas locas de saber qué pasaba, de entender. Me vi documentales y leí mucho material, será por eso que me dediqué al periodismo. Cuando comencé en la radio me acerqué a Abuelas de Plaza de Mayo, sentía que los nietos tenían la edad de los oyentes, así que estuve muy ligado a eso. Tengo un gran afecto por Estela (de Carlotto). Recuerdo que hubo personas que hoy son funcionarios que estuvieron en Perros de la calle antes que, en ningún otro lado, como, por ejemplo, Juan Cabandié, que nos contó su historia cuando conoció su identidad.
–Anular la identidad es anular la vida.
–Sin dudas, es un valor básico.
–Los griegos impusieron el destierro como el peor castigo al que podía ser condenado un ser humano. En ese destierro que padecieron tus padres, ¿se hablaba del tema? ¿percibías la angustia de ellos?
–No me quiero victimizar porque tuve un exilio de lujo. Nos adaptamos muy bien. Creo que ahí nació la capacidad de adaptación que tengo, siento que me puedo adaptar a todo. Me tirás en otro país y sin laburo, y siento que me puedo adaptar. Hice una semana de primer grado en un colegio del estado de Buenos Aires y enseguida me llevaron a Brasil. Me fui de la escuela argentina un viernes y el lunes estaba comenzando en otra de Brasil sin saber portugués. Creo que eso te da una gran adaptación a todo. Para mí fue una gran experiencia el exilio, el dolor vino después, al enterarme de todo lo que sucedió con las víctimas.
–Nunca hay razones que justifiquen un destierro y la censura, pero, ¿qué explicación le das al exilio de tus padres?
–Mi papá había escrito sobre masturbación en la revista Padres, publicación en la que el editor había sido secuestrado. En ese momento, dieron el mensaje para que mi papá se fuera del país. Lo hizo esa misma tarde y a las dos semanas nos fuimos nosotros. En esos días vivimos situaciones raras, nos vinieron a arreglar el teléfono sin que hayamos pedido el service. No entendíamos nada.
Con credo propio
En los inicios de la pandemia del Covid, Kusnetzoff se contagió el virus, complicándosele el cuadro con la irrupción de una neumonía, razones que impusieron una internación de varios días. “Fue un momento difícil, en un tiempo donde aún no había vacunas. Era angustiante porque no sabías si al día siguiente te ibas a ir al bombo o si ibas a zafar. La incertidumbre fue lo más difícil de transitar”.
–¿Creés en Dios?
–No mucho… si necesito de él, quizás soy un poco oportunista y recurro, pero, en general, no.
–¿Qué te falta a nivel profesional?
–Me quedé con ganas de tener una experiencia en el exterior. En la época de CQC estuve a punto de irme a Los Ángeles, pero no se dio. Sin embargo, estoy tranquilo. Creo que logré la carrera más difícil que es la de formar una familia, en eso estoy, ese era mi desafío. Hoy ya no sueño con trabajar con David Letterman, deseo que alguna vez tuve, ahora lo que más sueño es en ser feliz con lo que hago y disfrutar de la vida, juro que estoy más enfocado en eso, que en ser más exitoso.
–¿Por qué la conformación de la propia familia fue complejo?
–Porque estaba muy abocado a mi trabajo, no era el momento y no había encontrado a la persona.
Terapia de famosos
Así como Valle Inclán, a través de la poética del esperpento, animalizaba a los humanos, en PH, podemos hablar, la persona pública invitada es colocada en un rango de humanización de su propio ser, encontrando detrás de la categoría de “famoso” al ser humano que lo corporiza y da por tierra con lo idílico de la popularidad, generalmente fomentado por los propios protagonistas.
–No veo cinco famosos, sino que paro ante cinco historias. Ahora, en cuanto a lo que se muestra públicamente, no sólo los famosos hacen un recorte de sus vidas. En las redes sociales, las personas que no son públicas también muestran lo mejor de lo que les pasa. Nadie te dice “tuve un día de mierda”, pocos son los que confiesan un dolor o un fracaso, son excepciones. Es un mal de la época mostrar la felicidad, sea cierta o no. Por eso me parece que PH es una buena propuesta que destierra esa falsedad ficticia y va en busca de historias reales.
–Ante vos se plantan cinco o seis invitados de paleta de colores muy diversas, ¿cuál es la estrategia para hacerlos convivir?
–Es muy complejo nivelar las energías, más de una vez quedé muy agotado. Hay programas más fáciles que otros, algunos más divertidos y otros más pesados debido a los temas. Pero eso es algo que no puedo saber hasta que comienza. Ni bien empezamos ya me doy cuenta cómo viene la mano y cómo será esa energía.
–Has transitado la terapia con cierta regularidad, ¿algunas de esas estrategias se ponen en juego en el programa?
–Creo que un montón, a veces siento que soy un terapeuta sin título. Estudié psicología en la Universidad de Buenos Aires, pero no me recibí, cursé hasta tercer año. Me gusta. Creo que el secreto del conductor de PH es escuchar antes que hablar, y, a veces, ayudar a que algo pase. De todos modos, tengo que mantener un ritmo, acelerar tiempos para que algo suceda o interrumpir. No es una terapia de grupo, aunque lo parezca.
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