Andy Gibb, el principito de la música disco que vivió a la sombra de sus hermanos, rompió corazones y murió días después de cumplir los 30
El cantante, que obtuvo grandes éxitos a finales de los 70, siempre se sintió una suerte de “extensión de los Bee Gees” y falleció tempranamente, deprimido y económicamente quebrado
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Andy Gibb murió a los 30 años. Conoció el éxito, tuvo romances con estrellas, pero su fuerte adicción a las drogas fue dinamitando sus posibilidades de trabajo, destrozando sus relaciones y precipitando su final. Esta semana se publicó una biografía de sus hermanos, los miembros del icónico grupo Bee Gees, que deja al descubierto el espiral autodestructivo en el que se vio atrapado el menor de los Gibb.
El libro lleva por título La historia de los Bee Gees: Niños del mundo, y repasa las vidas de Barry, Robin y Maurice, los hermanos mayores del cantante. Allí, según adelantó Page Six, el autor Bob Stanley asegura que la exnovia de Gibb, la también cantante Marie Osmond, emprendió acciones legales para impedir que el cantante de “Shadow Dancing” intentara contactarse con ella, incluso por teléfono.
Andy nació en Oxford, Inglaterra, pero creció en Sídney, Australia. La diferencia de edad con sus hermanos hizo que quedara “fuera” de la emblemática banda que hizo bailar a toda una generación. Pero fue gracias a uno de ellos que irrumpió en la escena musical de finales de los años setenta: Barry escribió dos de sus primeros éxitos: “I Just Want to Be Your Everything” y “[Love is] Thicker than Water”.
El mismo año en el que se convertía en estrella, se mudó junto a su esposa Kim Reeder a West Hollywood. Tenía apenas 19 años y con su carrera meteórica comenzaba a la par su cada vez más recurrente consumo de drogas. Al poco tiempo, la mujer regresó a Australia y dio a luz a la hija de ambos, Peta. Ese mismo año, se divorciaron. Con el camino libre, retomó su corta carrera de rompecorazones que había comenzado unos años antes, pero que se había frustrado debido a su matrimonio.
Según cuenta el libro, cuando aún era apenas un adolescente comenzó a salir con la actriz británica Susan George, toda una estrella por aquella época tras haber protagonizado junto a Dustin Hoffman la película Los perros de paja (1971). Otra de sus conquistas fue la estrella de la música Marie Osmond, conocida desde niña en la industria del entretenimiento por el exitoso dúo que formaba con su hermano Donny.
En aquella época, según relata el libro, Andy vivía en una casa en la que su anterior dueño, un narcotraficante, había sido asesinado a tiros. Pasaba sus días tirado en la amplia cama de su habitación, mirando el techo espejado y jugando con armas. Nada de eso coincidía con la formación de Osmond, que había sido criada en una familia mormona y seguía a la perfección, al menos en público, todas las normas de su comunidad.
“Él consumía toneladas de drogas y ella ni siquiera bebía Coca-Cola”, resumió el productor discográfico Albhy Galuten aquella relación. Como era de esperar, las cosas terminaron mal. “La familia de Osmond lo rechazó”, relata Stanley en su libro. Y, ante la insistencia del cantante, “Marie emprendió acciones legales para que dejara de llamarla”.
Su siguiente conquista fue una de las mujeres del momento: la bella Victoria Principal, la actriz que despertaba suspiros todas las semanas en su rol de la sufrida y honesta Pamela Barnes Ewing en la exitosa serie Dallas. La actriz supo, ya desde el comienzo de la relación, que tenía una gran competencia: las drogas y el alcohol, pero de todos modos no pudo evitar caer rendida a sus pies.
Durante lo que duró la relación, Principal intentó por todos los medios ayudarlo a luchar contra sus adicciones, pero no tuvo éxito. “Cuando finalmente ella lo obligó a elegir entre permanecer juntos o seguir consumiendo cocaína y alcohol, él le respondió que se fuera”, relata la biografía.
Una de las causas de su gran inseguridad, explica el autor, es que siempre se sintió a la sombra de sus hermanos mayores, especialmente de su mentor, Barry. “No tenía ninguna confianza”, admitió Andy en una entrevista que se cita en el libro. “Siempre pensé que la gente compraba mis discos porque me consideraba una especie de extensión de los Bee Gees. Nunca, siempre sentí que a nadie le gustaría lo que hago si no llevara el apellido Gibb”, indicó.
Durante sus últimos años, su vida parecía haber perdido para siempre el brillo de la era de la música disco. Y, a pesar de ser muy joven, Andy se convirtió para los medios en una especie de “señor prematuramente grande con costumbres bizarras”. Esa fama tenía cierto sentido. El cantante vendió su casa de Los Ángeles y se mudó a Miami para vivir en una casa flotante gigante llamada “Shadow Dancer”, un guiño a uno de sus exitosos sencillos, con un cachorro de león como mascota. Cuando el cachorro creció demasiado como para seguir viviendo en la embarcación, lo regaló al Zoológico de Miami. Las crónicas recuerdan, también, que debieron convencerlo de que no comprara una jirafa como mascota.
Cuando los Bee Gees terminaron su gira de 1979, Barry fue nuevamente a su rescate. Desde el último punto del tour viajó directamente a ayudar a Andy a terminar de grabar su tercer álbum, pero su cometido fue casi imposible de llevar a cabo. El productor musical Galuten recuerda que Andy estaba “en tan mal estado” que Barry terminó cantando en la mayoría de las canciones. “Ya no era un álbum de Andy”, confesó el productor. “Era Barry tratando de rescatar a su hermano. Era un caso perdido”, resumió.
A pesar de que sus problemas eran conocidos por todos, la industria del entretenimiento estadounidense seguía brindándole oportunidades a ese muchacho alto y rubio. Llegó a ser elegido para interpretar en Broadway el papel principal en Joseph and the Amazing Technicolor Dreamcoat, de Andy Lloyd Webber y Tim Rice, pero terminó siendo despedido. También lo echaron del programa musical de televisión Solid Gold del que era presentador. “La gente seguía dándole oportunidades y, sin falta, Andy las desperdiciaba”, escribe Stanley. “Ya en 1982 había llegado a vender sus pertenencias para llegar a fin de mes, incluidas sus joyas”.
En 1987, la vida del cantante parecía haber cambiado. Por un lado, todo indicaba que después de haberse internado en una clínica de rehabilitación había logrado controlar sus adicciones; pero, por el otro, ya no tenía dinero. “Se había declarado en quiebra. Vivía de una asignación semanal de 200 dólares de su familia”, describe el autor de la biografía. Durante todo ese tiempo, apenas mantuvo contacto con su primera esposa y su hija Peta. “Peta y yo éramos marginadas por los Gibbs”, señaló Reeder. “Una vez le envié fotos de nuestra hija, pero tuve que hacerlo a través del club de fans”, reveló.
Finalmente, Andy volvió a su país natal para vivir con su hermano Robin. “Todavía tenía la costumbre de no presentarse a las reuniones que había coordinado y se negaba a atender el teléfono”, asegura Stanley. El estado que mejor lo definía era “deprimido” y “derrotado”. Tanto, que más de una vez le dijo a su madre que preferiría estar muerto.
Justamente fue ella quien, a cuatro días de que él cumpliera los 30 años, lo llevó a un hospital de Londres porque sufría dolores en el pecho. A partir de ese momento, todo se precipitó: a la mañana siguiente, el cantante “cayó inconsciente mientras hablaba con el médico” y fue declarado muerto por miocarditis, una inflamación del corazón que puede ser causada por el abuso o consumo de drogas.
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