Se lo puede ver actualmente en dos grandes producciones del streaming; en diálogo con LA NACION repasó sus comienzos, sus proyectos, cómo fue vivir lejos de la Argentina y las razones de su regreso
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Está en dos series, una de Star+ y otra de Amazon Prime Video, e interpreta a personajes totalmente diferentes: en Limbo se mete en la piel de un hipoacúsico (por lo cual debió aprender el lenguaje de señas) y en El fin del amor es el novio de la protagonista, Lali Espósito. En diálogo con LA NACION, Andrés Gil habla de su ocupado presente, sus comienzos en Patito feo y de su experiencia trabajando y viviendo en Italia durante cinco años, de donde regresó por amor.
-¿Cómo trabajaste el personaje de Limbo?
-Tuve que aprender lenguaje de señas con Kari Hernández, que fue mi coach, y me ayudó mucho en todo sentido porque uno cree que solo es aprender señas, pero hay mucho a tener en cuenta. Están en juego todos los sentidos, la manera de moverse, la intención de cada frase en las manos. Me fui interiorizando poco a poco y lo pudimos trabajar bien. Fue una experiencia reveladora y transformadora como actor. Estoy muy agradecido de haberlo vivido. Es una coproducción con España que rodamos en Buenos Aires la mayor parte y una semana en Madrid, España. Estuvo espectacular. Ya está grabada la segunda temporada, pero no sé cuándo la ponen al aire. Trata sobre Sofía (Clara Lago), una joven millonaria que, tras la muerte de su padre, regresa a Buenos Aires y se enfrenta a un legado que incluye negocios familiares y la rivalidad con sus hermanos. Yo soy Marco, un modelo famoso, amigo y compañero de fiestas de Sofía.
-¿La grabaron en pandemia?
-Sí, la rodamos en pandemia, apenas se abrió la posibilidad de volver a producir y fue un retorno nuevo y extraño, con mucho protocolo, barbijo. No fue fácil hacer mi personaje en esas circunstancias, había mucha incertidumbre, no había vacunas. Fue todo muy raro.
-En El fin del amor, en cambio, tu personaje es más cercano a vos, ¿no?
-Es un personaje diferente, el más hetero normativo de la serie. Tenía otros desafíos, más cercano a lo que yo conozco, y el reto fue encontrar una empatía con el público. Interpreto al novio del personaje de Lali, a quien deja en el primer capítulo y es la premisa de su búsqueda. Un poco lo ghostea, no entiende nada y quiere saber qué pasa. También tiene su trasformación y se cuestiona qué quiere para su vida y trata de empatizar con su ex.
-¿Qué fue lo que te atrajo de esta propuesta?
-Me gusta cómo interpela a los jóvenes y a la gente grande y cómo hace cuestionarnos y repensar lo que nos enseñaron de chicos y nuestras creencias. Lo que más genera son preguntas y hace que te quedes debatiendo con amigos. Es un buen punto de partida para charlar de temas que fueron tabú durante mucho tiempo. Es la historia de Tamara, una chica criada en el seno de una comunidad judía ortodoxa, que confronta contra su educación y su cultura. Fede, mi personaje y su novio, acostumbrado a la previsibilidad de la relación, queda completamente desubicado frente a los profundos cambios que experimenta Tamara.
-¿Qué planes tenés entre manos para el año que viene?
-Estoy escribiendo y desarrollando proyectos para 2023. Hay cosas lindas, pero aún no cerradas.
-¿Te gusta escribir?
-Me encanta. Es un buen complemento que me sirve y un ejercicio catártico que hace mantener mi creatividad activa a la hora de seguir componiendo personajes. Es algo que descubrí en pandemia. Ya había hecho un año de guion en el laboratorio de Patricio Vega y me copé e invertí el tiempo libre en la escritura y me hizo bien.
-Empezaste a los 17 años en Patito feo, ¿eras consciente de lo que estabas haciendo o fue por curiosidad?
-No era para nada consciente, quería ver de qué se trataba. Entré por curiosidad a ese mundo desconocido y de a poco me fue gustando. Aprendí a actuar grabando. Había hecho teatro en el colegio, pero no más que eso. Con el tiempo me fui enganchando, empecé a estudiar teatro con Mónica Bruni, que es mi profesora hoy en día y me enamoré del teatro. Me llamó Alejandro Stoessel, productor de Patito feo, porque me había visto en el musical del colegio, hice el casting en Ideas del Sur y quedé. Era un personaje que iba a estar pocos capítulos porque además iba a la escuela doble turno y no podía estar grabando a las dos de la tarde, pero me enganché, hice malabares para no quedar libre, hablé con la preceptora, e invitaba a la nieta a ver Patito... al teatro para que no me pasara las faltas.
-¡La compraste!
-Sí... (risas) Hice un trueque. No quedé libre, pero igual me terminé llevando casi todas las materias porque solamente era buen alumno en diciembre, cuando estudiaba y rendía bien, pero durante el año era un desastre. Pude terminar el secundario y al mismo tiempo seguir trabajando. Con el tiempo entendí la responsabilidad que tenía.
-¿Estudiaste otra carrera?
-Fui un año a estudiar distintas ramas artísticas a los Estados Unidos. De chico entendí que quería ir por algo que tuviera que ver con la creatividad y me formé en ese campo y lo sigo haciendo hoy en día. Por suerte mis padres me bancaron en esa.
-Viviste cinco años en Italia, ¿cómo te resultó la experiencia?
-Me fui en 2012 por Patito feo y Consentidos porque en Italia fueron un boom y me llamaron para promocionar la serie y después me contactaron para hacer Ballando con le stelle. Yo no sé bailar, pero si me dicen lo que tengo que hacer, lo hago, así que me aprendí todas las coreografías.
-Tan bien aprendiste que fuiste campeón...
-Sí (risas), decidí quedarme y estudiar italiano y teatro. Conseguí una buena escuela en Roma, empecé a hacer audiciones y me llamaron para sumarme a una novela de la RAI que se llama Don Matteo y lleva 14 años al aire. La protagoniza Terrence Hill, que es el actor de los spaghetti western de los años ‘60 y es muy famoso en Italia. Estuve durante dos años y fue una hermosa experiencia. Después hice otra novela que se llamaba Que Dios nos ayude. Tuve la suerte de poder vivir en Italia trabajando como actor y fue una experiencia inolvidable. Para grabar pasaba todos los días por el Coliseo.
-¿Por qué te volviste?
-Porque extrañaba las cosas que uno piensa que no le presta atención cuando esta acá. Lo más simple y cotidiano como tomar mate con mis amigos y a mi familia. Me faltaba la parte social. En Italia se me despertó esa argentinidad que no sabía que tenía. Me iba a escuchar tangos a un lugar y acá jamás se me hubiese ocurrido. Me emocionaba cualquier cosa que me hiciera acordar a Buenos Aires. Me di cuenta que quería volver, que le daba más importancia a mis amistades y a mi familia. Y también me puse de novio estando allá.
-Con la actriz Candela Vetrano, ¿se pusieron de novios a la distancia?
-No, nos presentó un amigo en común. Cande fue unos días a Roma por un festival, se quedaron a dormir en mi casa, aproveché para hacer de guía turístico, pegamos onda y empezamos a salir. Al poco tiempo volví a la Argentina por un trabajo, estuve un mes y desde ahí que no nos separamos. Fue hace como siete años. Volví a Italia para terminar de grabar y ya sin compromisos laborales, empezó la operación retorno.
-Ese amor incipiente sobrevivió a la distancia...
-Sobrevivimos, sí. Al principio fue complicado estar lejos, sobre todo porque estábamos armando la relación. Por suerte estamos muy bien y vivimos juntos desde hace unos años. En El fin del amor tuvimos la posibilidad de trabajar juntos, hicimos una escena como concuñados porque Cande hace de hermana de Lali. Fue raro porque tenía que mirarla como familia y no como mi novia. Ya habíamos hecho un microteatro, en donde yo interpretaba a John Lennon y ella a Yoko Ono, una parodia muy divertida.
-¿Fue difícil volver a trabajar en nuestro país después de cinco años en Italia?
-Tuve que dar algunos pasitos para atrás, pero sabía que iba a suceder. Fue un lindo camino reencontrarme con mi país, volver a actuar en mi lengua porque eso te conecta desde otro lado y es más enriquecedor. Allá eran más limitados los personajes sobre todo por el acento. Estudié muchísimo italiano para hacer personajes autóctonos, había llegado a un nivel en el que me dijeron que podía hacerlos, pero justo decidí volver, y estoy feliz de haber vuelto.
-¿No te arrepentís?
-Todos tenemos quejas, pero la Argentina tiene un potencial humano y creativo increíble. Hay gente muy talentosa y apuesto a sacar las cosas adelante entre todos. Hay que dejar de decir que el problema está en el otro y hacernos cargo de lo que nos corresponde. Pongo mi granito arena desde donde me corresponde. Nuestra industria tiene potencia para romperla en cualquier parte del mundo.
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