Debutan trabajando juntos por primera vez en Tijeras salvajes, una comedia desopilante que tiene un final diferente en cada función
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Se miran con admiración, con orgullo. Cómplices. Es la primera vez que trabajan juntos y es el debut de él. Andrea Politti y su hijo Galo Hagel comparten escenario en Tijeras salvajes, una comedia de Paul Pörtner que puede verse de miércoles a domingos, en el Multitabaris. Con dirección de Manuel González Gil, los acompañan Diego Reinhold, Mario Pasik, Alejandro Müller y Linda Peretz. Es una de las producciones más populares del mundo, que lleva 40 años representándose en los Estados Unidos, México y Francia, y tiene la particularidad de un final diferente en cada función.
“El público juega un papel nuevo en cierto momento de la obra, y son ellos quienes deciden quién es el asesino. El culpable puede ser cualquiera, todos son sospechosos y el público también investiga, une datos, cree en un personaje más que en otro. Es una experiencia teatral única. Quizás haya días que voy a hacer lo posible para que me elijan como asesina, y otros días tal vez no tanto. Nunca sabemos para dónde se va a disparar la historia y por eso ensayamos tres o más finales distintos”, se entusiasma Politti. Y detalla: “La historia transcurre en una peluquería y una noche asesinan a Isabel Prat, una famosa pianista que vive en el segundo piso del edificio. Los sospechosos son todos, un peluquero glamoroso, una mujer ambiciosa, una clienta snob y otro muy misterioso, y se suman un inspector y su asistente. Es una comedia con mucho suspenso y todos podrían ser culpables”, explica. En diálogo con LA NACION, madre e hijo hablan de la experiencia de trabajar juntos y cómo se llevan sobre el escenario o en la intimidad de su casa.
Galo Hagel es la tercera generación de artistas de la familia Politti, y Andrea presiente que ese gen se transmite de generación en generación. Así, su padre Luis Politti se lo legó a ella, y ella a su hijo. Pero quizá la que inició todo fue la abuela Santina, que era actriz puertas adentro. “Los estrenos todavía me ponen nerviosa, porque me importan mucho. Sin embargo, ahora mi atención está repartida”, se sincera Andrea.
–Galo, ¿cómo fue que decidiste ser actor?
Galo Hagel: –A los 14 años atravesé un momento muy difícil, con una crisis adolescente importante y todo me enojaba. Entonces mi mamá me sugirió tomar clases de actuación, le hice caso y me cambió la vida. De chico era muy tímido y me transformé en una persona totalmente diferente. Me gustó tanto cómo se siente estar en un escenario, actuar, compartir con actores, que entendí que era mi vocación. Antes ni siquiera se me había ocurrido.
Andrea Politti: –Galo empezó a estudiar en la escuela de Nora Moseinco, que tiene profesores maravillosos y maneja un concepto diferente. Siempre aconsejo hacer teatro, no hace falta querer ser actor, ni famoso. Eso no importa; es un arte que saca nuestra expresividad, que provoca volver a jugar con el niño interior y compartir con otro viviendo otra realidad.
G.H: –Y en mi caso me obligó a encontrar el camino hacia mí mismo, de cierta manera. Los primeros meses de clases estaba en crisis total, nada me salía. Pero un día tuve una buena clase e hice un click tan grande que la alegría me duró un mes. Me pasó muchas veces, tantas que me enamoré del teatro y me sigo formando: estudié con Agustín Alezzo y en la escuela de Cristina Banegas, con Valentina Fernández de Rosa.
A.P: –Me invitaron a una de las clases y me puso muy contenta ver gente joven con tanto talento. Al actor más grande lo conmueve eso y me alivió ver otras camadas que vienen con todo.
–¿Cómo se dio la posibilidad de trabajar juntos? ¿Fue casualidad o hubo alguna ayuda?
A.P: –Ambas cosas. Galo no quería saber nada con trabajar conmigo. En realidad, había en mí una ilusión porque me hubiese encantado trabajar con mi papá. Galo no tenía ese deseo, pero yo sí. Entonces le dije que lo pensara, que probara si le gustaba el personaje. Es una primera experiencia actoral en la que se encuentra con muchos elementos nuevos, y también con el público que es el que te hace crecer, y quien te dice si vas bien o mal. Una prueba de fuego. Y encima de la mano de Manuel González Gil, que es un director delicioso, cálido, tiene muy clara la comedia porque la vio varias veces, y es un maestro de actores. Es una gran primera experiencia, también con un elenco amoroso, de actores maravillosos.
G.H: –Me ayudan todos. Me hacen sentir muy cómodo.
–¿Cómo viven la experiencia de estar juntos sobre el escenario?
A.P: –La etapa de ensayos fue muy creativa, disfrutamos los chistes que surgían. Pero cuando nos ponemos a trabajar somos actores, no somos madre e hijo. Esto no quiere decir que cuando lo miro, y sin que él se dé cuenta, se me caiga una baba. De repente, estoy trabajando mi personaje y lo miro. Es muy lindo y en un punto me dulcifica, se me desplaza bastante el ego porque, en mi caso, soy muy responsable, obsesiva, quiero tener todo perfecto. En cambio, ahora estoy más lúdica, disfrutando. Por ejemplo, trabajé con Mario Pasik hace muchos años en televisión y ahora mis compañeros son también los de Galo. Es hermoso. Me gusta ver que mi hijo se gana su lugar, y maneja su espacio.
–¿Y vos cómo sentís la mirada de tu mamá?
G.H: –Mi mamá siempre me ha dejado ser y eso fue muy importante para mí. Me di cuenta con el tiempo y me sirve mucho, porque me tiene confianza. Y si me dice algo, lo hace desde el amor. Me siento muy bien para estrenar.
A.P: –Yo sufrí mucho la exigencia. Cuando empecé a trabajar como actriz era muy fuerte el nombre de mi papá, y su legado. Me costó porque me exigía tanto que hasta me trababa. Hice muchos años de terapia para poder sobrellevar el tema, porque fue muy duro su exilio y, luego, su muerte. Por eso quiero que Galo se sienta suelto, y que si se equivoca sepa que puede solucionarlo. Hay un momento en que dejas de ser el hijo de…
–¿Tu papá supo que querías ser actriz?
A.P: –Comencé a actuar cuando mi papá ya había fallecido, pero supo que quería ser actriz. La primera obra que hice fue América, de Franz Kafka, en el Payró y con la dirección de Miguel Gerberoff, porque mi papá me lo había recomendado mucho. Y recuerdo que cuando se abrió el telón, me temblaban las piernas.
G.H: –Hay algo muy lindo que me contaste hace unos días: que Miguel quería que hicieras un personaje que estás haciendo en Tijeras salvajes. Es muy simbólico eso.
–Conviven y trabajan juntos, ¿es una ventaja o un obstáculo?
A.P: –En casa somos madre e hijo y en el teatro somos compañeros de trabajo. Es natural, no me siento forzada en ninguno de los dos roles. Podemos dividir. Y mi marido (el músico Fernando Hagelstrom) lo agradece porque siempre llevaba los problemas del teatro a casa y lo tenía cansado. En cambio, ahora lo comparto con Galo, que tiene una mirada fresca y muy interesante. Cuando Galo era chico y venía a ver algún ensayo, me decía: “mamá, por qué no probas esto o lo otro”. Y tenía razón. Hay algo que, sin duda, se hereda, que es genético. Inclusive antes de empezar sus clases de teatro me lo decía. Te das cuenta cuando tu hijo tiene características para el drama o la comedia, o esa sensibilidad del actor.
G.H: –Lo que vive un actor es una locura y solo alguien que la comparte puede entenderlo. A lo mejor estás feliz porque pudiste llorar en una escena. Alguien que no es actor no lo entiende, te mira raro, pero otro actor lo celebra. Es tan fuerte lo que me pasa con el teatro que no podría evitarlo. Siento un llamado a hacerlo.
A.P: – Y hay que saber que no todos los días son perfectos, ni todas las funciones. A veces pensás que las hiciste muy bien y el otro no lo cree así. Y en otra oportunidad pensas que fue una función horrible y al otro le encantó. En realidad, es producto del trabajo, de tropezarse, de levantarse. No es una ciencia exacta y es muy subjetiva.
–¿Y de tu papá heredaste el don de la música, Galo?
G.H: –Toco la guitarra y estoy entrenándome con Silvia Meuli para cantar. Con mi mejor amigo, Franco, componemos y estamos esperando el momento para armar un disco. Soy una persona bastante musical.
A.P: –Es importante apoyar a tu hijo en lo que quiere hacer. Mi mamá, María Teresa Rubio, tocaba el piano y en la familia hay muchos músicos, hasta hay violinistas que han trabajado en el Teatro Colón. Yo me crié debajo de un piano. Y de la parte de papá vienen de una familia de inmigrantes muy humildes donde, en realidad, la que quería ser actriz era mi abuela Santina, algo impensado en aquella época. Yo viví con mi mamá y mi abuela paterna, que se llevaban muy bien. Recuerdo que mi abuela siempre renegaba conmigo por el desorden y un día me hizo un drama tremendo, lloraba, gritaba, y la miré y le dije: “vos estás actuando, ¿no?”. Y me respondió: “¿cómo te diste cuenta?”. Podés estar arriba de un escenario o no, pero el teatro se lleva en la sangre.
Para agendar
Tijeras salvajes
Dirigida por Manuel González Gil.
Teatro Multitabaris, Corrientes 831.
Miércoles, jueves y viernes, a las 20.30; sábados, a las 19.30 y 21.30; y domingos, a las 19.30.
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