La actriz, que estrena la segunda temporada de El Tigre Verón, en eltrece y en Flow, habló con LA NACION del trabajo, el amor y de su largo recorrido para ser madre
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“Todo me está resultando muy emocionante en el estreno de esta segunda temporada que debimos suspender por la pandemia, desde el encuentro con Julio (Chavez) para promocionar la serie hasta hacer notas por mi trabajo. Es muy movilizante la vuelta”, cuenta Andrea Pietra, estimulada por el estreno de la segunda temporada de El Tigre Verón, el próximo domingo a las 23, por la pantalla de eltrece, y al día siguiente en la plataforma Flow. En diálogo con LA NACION, la actriz también habló sobre sus emociones durante la cuarentena obligatoria y sobre la dicha y los contratiempos que atravesó para poder adoptar a su hija Ani, de 11 años.
-Las grabaciones de El Tigre Verón fueron suspendidas durante diez meses, por la pandemia, ¿cómo fue retomar el trabajo?
-Vi los ocho capítulos y estoy re contenta de formar parte porque quedó buenísima. A la altura del capítulo seis tuvimos que parar porque nos agarró la pandemia, estuvimos diez meses sin grabar y es un montón de tiempo. Por suerte, se pudo seguir porque era una pena dejarla y había más hecho que lo que faltaba por hacer. Lo mismo me pasa con la obra que hacemos con Ricardo Darín, Escenas de la vida conyugal, que retomamos la gira que debimos postergar y vamos a España a finales de marzo de 2022. De hecho, cuando se frenaron las grabaciones yo ya había terminado porque me adelantaron escenas para poder hacer la gira. Por suerte, ya me había despedido porque es raro volver a meterse en un personaje habiéndolo dejado durante diez meses y retomar la misma escena y estar igual; es bastante difícil.
-¿Qué le pasa a tu personaje en esta segunda temporada?
-El Tigre (Chavez), que terminó preso, sale de la cárcel y en todo ese tiempo Marina estuvo sola en su casa, con su hija embarazada (Sofía Castiglione) y con su hijo (Marco Antonio Caponi) con problemas con las drogas. Ella entonces pudo tomar distancia, fortalecerse y le pasaron cosas... (risas). Arranca un conflicto nuevo y aparecen dos personajes bravos, interpretados por Luis Luque y Lautaro Delgado. Los ocho capítulos están bien actuados, tienen buen ritmo y la van a romper porque es una historia bien hecha.
-Televisión con Julio Chavez y teatro con Ricardo Darín, ¡todo un lujo!
-Son las personas que admiraba cuando yo estudiaba y con quienes quería trabajar. Lo mismo con Norma Aleandro, que dirige Escenas de la vida conyugal, pero que alguna vez la hizo con Alfredo Alcón. Estoy absolutamente agradecida por la oportunidad y por poder vivir esto, amo a los actores a quienes les creo, pero hay que pararse al lado de ellos y estar a su altura. Lo que más me gusta de mi trabajo es que cambia todos los días y si estás despierto, aprendés un montón.
La cuarentena y el amor
-¿Cómo transitaste la cuarentena por el coronavirus?
-La primera salida que tuve este año fue para el estreno de ART e iba en el auto con una alegría inmensa de volver a la calle, a disfrutar, ver amigos y después ir a comer. Me sentía como una nena como cuando mi papá me llevaba al Ital Park, que era una vez cada tanto. Todo quedó en pausa y de pronto volvimos a la vida. Hay cosas que agradezco y tuvieron que ver con el nido, el hogar. Disfruté mucho este tiempo en familia, pero claro que festejo que ese tiempo se haya terminado porque no lo quería para siempre. Fue una oportunidad de volver a la cuestión del hogar y un poco me llevó a mi infancia, cuando el tiempo alcanzaba para todo y no corríamos. Entonces disfruté bastante y ahora festejo volver a trabajar porque hago algo que amo y me hace feliz. En este tiempo estuvimos guardados y respetando protocolos, y en casa con mi marido (Daniel Grinbank, productor de espectáculos) vivimos lo mismo porque los dos trabajamos con algo relacionado al público y eso no se podía hacer, así que tuvimos un parate laboral importante y agradezco haber ahorrado antes porque ninguno tenía trabajo.
-Y la pareja sobrevivió a la pandemia, ¿cómo fue verse las caras todos los días y a toda hora?
-Llevamos 23 años juntos y ya tenemos ese ejercicio. No digo que sean eternos y ni siempre un nido de amor y rosas, pero hay laburo, charla, y somos conscientes de que uno se hastía de estar encerrado y nos lo permitimos también. Yo salía a correr todos los días diez kilómetros y no pude hacerlo por mucho tiempo y me he encontrado caminando adentro de mi casa para hacer algo (risas). Lo pasamos lo mejor posible y, por suerte, mi hija tuvo bastantes clases, el año pasado virtuales y ya este año, presenciales.
El camino de la adopción
-Hace poco contaste lo importante que era para vos ser madre y la manera que encontraste fue adoptando, ¿cómo fue ese proceso?
-No me gusta hablar de mi vida privada, pero cuando sé que algo que me pasó sirve, lo comparto. No es que soy una superada, me costó mucho trabajo y a partir de ese sufrimiento y esas frustraciones que viví en la búsqueda de la maternidad, encontré el motivo del porqué quería ser madre, lo fui, y me da una felicidad enorme. Entonces me siento responsable de poder contárselo al mundo porque sé lo que sufren quienes pasaron por lo mismo que yo, que hacen tratamientos y no les funciona o buscan un embarazo que se supone que nos pasa a todas las mujeres y de golpe no sucede. Quiero dar una palabra de aliento y esperanza porque en la vida podés desear ir para un lado y te frustrás, pero si empezás a despejar y sabés qué querés realmente, podés.
-Claro, ayudar con la experiencia...
-Sí, yo me di cuenta de que lo que realmente quería era ser la madre de alguien y pude despejar todo lo demás, mi ego, mi falta de panza, ser el centro del mundo durante nueve meses para que nazca el bebé. Resigné y resignifiqué todas esas cuestiones, tardé un tiempo, no fue de un día para el otro, hasta que descubrí que realmente no hay ninguna diferencia en ser madre adoptiva y el amor explota en tu corazón igual. Agradezco haberme dado cuenta de que podía hacer el camino de esta forma también y no haberme perdido este amor que no hubiese vivido de ninguna otra manera. Por eso cuento la verdad de lo que me pasó. Fue muy mágico y hay señales que confirman que está muy bien lo que hiciste. Son cosas que no sabés que te van a suceder, pero con el tiempo te das cuenta que el camino que tomaste es el correcto porque todas las piezas se unen y sucede.
-Debe haber sido muy emocionante que tu hija que nació en Haití con el nombre de Stephanie, eligiera llamarse Ani, como tu mamá.
-Mucho. En mi carpeta de adopción no puse ningún sexo definido, aunque mi deseo era adoptar una nena que se llame Ana, que sea de Aries como yo, porque siento que es un signo fuerte que siempre va para adelante. Y todo eso se fue dando y se dio sin que salga de mi genética, de mi ideología, de todas esas cuestiones. Lo siento como confirmaciones del universo que las cosas están muy bien y más allá de eso, lo confirmó en mi felicidad y en mi vida.
-¿Intentaste adoptar en la Argentina?
-En 2010, con el terremoto, Haití aceleró las adopciones porque los niños se morían. Es un país absolutamente olvidado, está así hace años, y la violación fue delito recién en el año 1995, así que imaginate los destrozos que hay con las niñas, la gente vive hacinada en carpas, nadie los protege ni los contiene ni los alimenta, no tienen agua potable. Entonces las adopciones eran bastante rápidas y en la Argentina había gente que esperaba desde hacía 7 años. Yo ya tenía 42 años y ya venía con mi camino recorrido y mis frustraciones y no quería pasar por más dolor. Además Haití da una adopción plena y en la Argentina hay un año o más en que la familia biológica puede reclamar al niño. No quería pasar por esa situación ni tampoco que el niño la pasara.
-¿Y cómo te llegó la información para adoptar en Haití?
-La oportunidad de adoptar en Haití se me presentó en mi camino por personas allegadas, pero mucho tiempo antes de concretarlo lo había dejado de lado porque seguía intentando con tratamientos de fertilización. Pero corroboro mi decisión de hacerlo así hoy en día con el caso Mimi, a quienes sus padres de acogida tuvieron tres años y se la sacaron y la dieron en adopción como si fuera un paquete. Todavía hay jueces que no están dispuestos a respetar el interés superior del niño y se atienen a un listado que respetar sin importar si el niño vivió tres años con una familia que lo crió y lo formó. Fue el Estado quien no cumplió con los tiempos de la guarda de acogida, que tiene que durar máximo un año y lo dejó tres años; el niño no puede ser arrancado de una familia. Hay cuestiones que siguen sin respetarse y yo no quise ser una de las víctimas de estas modalidades.
-Y después de lo vivido con tu hija y por la experiencia de otras personas cercanas, te involucrás con estas cuestiones de la adopción...
-Voy a volcar en los demás mi agradecimiento por haber sido madre, para que quienes deseen puedan serlo y por eso colaboro en mi país aportando cosas a las ONG que trabajan con los niños y le ponen el cuerpo y no firman un papel desde un escritorio sin enterarse de lo que le pasa al niño. Acá hay algo trabado porque no puede haber tantos niños en los orfanatos y no los dan en adopción y nadie les da afecto. Hay que meterle el cuerpo y tratar de que eso cambie porque las leyes están, pero no se cumplen.
-¿Pensaste en adoptar a más de un niño?
-En ese momento casi ponemos dos en la carpeta, pero con Daniel decidimos ir paso a paso como es nuestra pareja y nuestra historia. Si hubiese tenido 30, hubiera sido diferente, pero ya con 42 y una bebé en casa, volver a viajar, dejarla, se me complicó con la crianza y otras cuestiones. Queríamos tener un hijo para criarlo, acompañarlo en sus etapas y no que sea criado pro otras personas; nos dedicamos mucho a esto. Daniel tardó tres años en poder darle el apellido a Ani porque yo la adopté monoparental y en la Argentina no había jurisprudencia de que un concubino le ponga el apellido a la hija adoptada de su concubina. Entonces tuvimos que hacer un trámite que duró tres años para no tener que casarnos. La jueza me citó y me preguntó por qué no quería casarme y le respondí que por cábala, porque hacía 12 años que estábamos juntos y veía gente que se casaba después de muchos años y se separaba al toque.
-¿Fue difícil compaginar el trabajo con la crianza de Ani?
-Hice una tira estando con Ani de dos añitos, Sos mi hombre, y venía conmigo a grabar disfrazada de Blancanieves (risas). Ani siempre fue muy compañera, desde muy chiquitita, es muy fácil, se divierte, le gusta compartir. Nunca dejé de trabajar, incluso, cuando Ani tenía 9 meses hice Espejos circulares en teatro, lo que me permitía estar todo el día con ella y trabajar unas horas a la noche. Pude combinar mi trabajo con la crianza de mi hija. En mi primera gira con Darín a España, Ani tenía 7 años y pudo venir bastante a visitarme y le encanta subirse al escenario y se sabe la letra y le apasiona este mundo, así que está disponible siempre para acompañarme.
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