A punto de estrenar la obra Los soviets de San Antonio, la reconocida actriz abordó su presente laboral, recordó el juicio por pornografía del que fue víctima y reveló su zonas más íntimas
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Su enorme talento es proporcional al estricto bajo perfil con el que se manejó a lo largo de su casi medio siglo de carrera. Pionera y la gran referente del teatro musical argentino, Ana María Cores (“La Cores” para todos) es de esas figuras que están arraigadas en la memoria colectiva a partir de sus innumerables trabajos en televisión y teatro, medios en los que conquistó al público adulto y también a los niños, un mérito no menor que habla de su ductilidad para transitar diversos géneros y lenguajes artísticos y que le valieron premios como el Konex y el Podestá. “En el teatro, cuando la palabra ya no se puede decir más, llega la canción. Y cuando ya no se puede más con la canción, se empieza a bailar”, sostiene Ana María Cores en el inicio de la extensa charla con LA NACIÓN, definiendo ese género en el que se mueve como pez en el agua y que le exige interpretar desde la palabra, la música y el movimiento del cuerpo.
La entrevista, realizada en un coqueto bar en las inmediaciones de la Biblioteca Nacional, se verá interrumpida cada tanto por alguien que la saluda, le pide un selfie y le recuerda algún personaje: “Es el mejor premio a tanto trabajo”, reconocerá.
Incansable, y siempre volviendo al teatro como espacio para decir y decirse, este sábado 24 de julio estrenará, en la sala de El Tinglado, Los Soviets de San Antonio, pieza del premiado dramaturgo y docente Víctor Winer y bajo la dirección del experimentado Mariano Dossena. “Venía de hacer obras dramáticas, así que me entusiasmaba volver a la comedia. Mi personaje me divirtió mucho y está en función de un material muy bien escrito por Winer. No es una pieza fácil, está atravesada por situaciones que nacen en la comedia y terminan en la tragedia. Además, me interesó que fuera Mariano Dossena el director y estar acompañada por un elenco fantástico en el que hay compañeros como María Viau, con quien ya había trabajado”. Entre el pasado y el presente, el costumbrismo y la épica, Los Soviets de San Antonio transita la realidad y la ensoñación de un hombre confinado en una pensión visitado por la hija prófuga de los zares de Rusia en un desopilante e inquietante cruce entre aquel país y Argentina. El elenco se completa con Cristian Thorsen; David Midanson y Carolina Bonzi. La música es de Rony Keselman y la escenografía de Nicolás Nanni.
Ana María Cores apelará a los matices de su histrionismo para dar vida a esa mujer llegada de otras tierras, volviendo a ejercitar el minucioso y preciso tempo de la comedia. “El querido Carlos Moreno, que me dirigió en Pijamas, decía que la comedia es un espejo distorsionado de la realidad y que por esa razón te hace reír”, afirma la actriz. Si todos lloramos, más o menos por lo mismo, la paleta de colores de la comedia y el humor son bien disímiles: “Las distorsiones en el espejo pueden ser muy variadas, desde cóncavas hasta convexas, por esa razón hay tantas variantes de comedia. Además, cada pueblo tiene su propio humor”, reconoce.
–Es complejo universalizar el género de la comedia.
–El público es quien completa la comedia. Hasta que no se estrenó, hay algo incompleto allí. En el drama, la respuesta del público es silenciosa, en cambio en la comedia se expresa con la risa y eso modifica al actor. Por eso, en la comedia el público es un personaje más. Por otra parte, no todos los directores están capacitados para hacer comedia. En lo personal, es un género con el que me divierto mucho.
También en televisión, Cores transitó el género más hilarante en programas como Los hermanos Torterolo o en Por amor a vos, su último trabajo en Polka, la compañía de Adrián Suar. Pero también en la pantalla chica fue la actriz de Marco, el candidato con Rodolfo Bebán y de ese clásico llamado Compromiso, por solo citar algunos ejemplos.
Vivita y coleando
La carrera de Ana María Cores está atravesada por la poética de Hugo Midón y Carlos Gianni, esos próceres del arte dirigido a los niños y no tanto. El imaginario y La vuelta manzana. Vivitos y coleando y Locos ReCuerdos. Títulos que hicieron historia y que encontraron en ella a la intérprete perfecta que pudo corporizar el ideario de los excelsos creadores. “Es un antes y un después en el teatro dirigido a los niños”, reflexiona la actriz a la que las creaciones de Midón y Gianni, quienes jamás subestimaron al público más chico, siempre le calzaron como anillo al dedo.
–En aquellos materiales se exponía una crítica social, una mirada aguda sobre modelos nocivos, y, sin embargo, no eran tediosos para los niños.
–Desde Vivitos y coleando en adelante, Midón y Gianni tomaron a los payasos como una forma de denuncia. Ponerse la nariz era denunciar lo que sucedía.
–El payaso tiene impunidad.
–Lo hace desde un lugar donde se le permite decir lo que otros no se animan.
En marzo de este año, en el marco del prestigioso Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA), la esencia de Midón y Gianni, con Ana María Cores a la cabeza, volvió a recrearse en la exquisita pieza Mi don imaginario, escrita por Mariano Taccagni y dirigida por Pablo Gorlero, un especialista en la materia, que supo rescatar y revivir con precisión la atmósfera fundacional y trascendente del dueto más prestigioso del teatro para niños que dio nuestro país. “Fue como volver a casa. Me sentía bien, como dice la canción, con la ropa y los zapatos adecuados. En esta pieza interpreté a La Música y compartía escena con los personajes de Hugo (Midón) y Carlos (Gianni), algo que, hasta ahora, nunca se había hecho, fue muy emocionante”, reconoce la actriz con los ojos humedecidos.
–Pablo Gorlero rescató esa esencia con precisión ideológica y estética.
–Fue fantástica su dirección, la gente nos decía que era como haber estado en una función de cualquiera de las obras de Midón y Gianni. Se recreó una esencia y, a la vez, aparecieron aires nuevos que revitalizaron aquello. Mágico. Cuando aparecía el personaje de Hugo Midón, que ya no está entre nosotros, me emocionaba, no podía evitar llorar cuando decía “te veo bien, estas siempre buscando, te veo bien, vivito, vivito y coleando”. La Cores canta y transporta al interlocutor a ese mundo de sensorialidades amorosas. “También me emocionaba que uno de los personajes fuera Carlogi, en homenaje a Carlos Gianni, a quien quiero y admiro tanto y quien le ha dado partituras inolvidables al arte argentino”. Mi don imaginario hoy puede verse en la plataforma Teatrix, al igual que Musiquitas, otra querible pieza en la que también fue dirigida por Gorlero.
Hoy, Ana María Cores también se vincula con el público infantil siendo una de las protagonistas de El ristorantino de Arnoldo, la serie encabezada por Topa que se ve por la plataforma de Disney +: “Topa trabaja con mucho respeto por los chicos y, además, por una cuestión generacional, él creció con las obras de Midón y Gianni. Me encanta su manera de comunicarse, creo que significa un gran aporte para los chicos del siglo XXl”, dice con convicción.
–Tu personaje en la serie aporta el conocimiento sobre la vida.
–Me encantó hacer a Margarita, es la voz de la experiencia, de alguna manera es el aura de la abuela de Arnoldo, el jefe del ristorantino.
–Es muy atractivo verte junto a Diego Topa en ese cruce generacional que proponen.
–Me encantó trabajar con Topa. Es un ser, no solo talentoso, sino muy generoso.
También los clásicos universales convocaron a Ana María Cores a la hora de ofrecer su arte a los niños: “Hice Hansel y Gretel, en una gran versión de Marisé Monteiro, una gran dramaturga con quien también protagonicé obras de contenido histórico y una propuesta para chicos que se basaba en el teatro de sombras a partir de Pedro y el lobo y que fue dirigida por Herminia Jensezian, una directora con la que trabajo mucho y admiro profundamente”.
Maternar
–Los resabios de la sociedad patriarcal aún juzgan a la mujer que decide no ser madre o, en el mejor de los casos, existe la incomprensión sobre tal cuestión. En tu caso, ¿te pesó no haber tenido hijos? ¿Te sentiste juzgada por eso?
–Muchas sociedades sostienen que la realización de una mujer se da con la maternidad, entonces quien no cumple con eso no es bien vista. A mí me parece que es una de las tantas formas de realización personal, pero no la única.
–En tu caso, ¿fue una elección?
-Me hubiera gustado tener hijos, pero no encontré la pareja adecuada para concretarlo. Nunca me imaginé trayendo un hijo al mundo en soledad, como conozco a tantas mujeres que tienen la fortaleza para hacerlo. Me maravillan las mujeres que son madres solas, yo no me atreví.
–¿Es una asignatura pendiente?
–En cierto momento, me hubiera encantado ser madre. Ahora, ya no lo vivo como una asignatura pendiente. Estoy muy bien.
–En un ambiente donde lo liminal entre lo público y lo privado está tan confundido, donde hay una obscena exhibición de la vida privada, ¿cómo se transitan tantos años de carrera sin protagonizar un solo escándalo?
-Hay dos formas distintas de abordar el trabajo: o se busca ser famoso rápidamente o se busca hacer una carrera seria y duradera. Si uno provoca un escándalo, inmediatamente te llaman de todos los medios y salís en todos lados. Hacer una carrera es diferente: significa estudiar, rendir pruebas, trabajar con infinidad de directores. Uno puede llegar, pero algo muy diferente es perdurar.
Aquella sensual carioca
Fue la protagonista de Doña Flor y sus dos maridos, aquella pieza basada en la novela del brasileño Jorge Amado, que fue un éxito de público cuando el teatro Metropolitan era una sola sala con más de 1000 localidades y se llenaba con dos funciones de martes a domingos. Seguramente, el fenómeno y las desnudeces de los actores [ella y Adrián Ghío] en escena alertaron a las autoridades en el último año de la dictadura militar que gobernó Argentina hasta diciembre de 1983. “Fue en el verano de 1983, previo al gobierno de Raúl Alfonsín. La sociedad empezaba a vivir el famoso ´destape´ y había dos o tres obras con desnudos”, recuerda Cores.
–La obra fue un suceso.
–Acá se hizo mucho hincapié en el desnudo, pero Jorge Amado escribió Doña Flor... de otra manera, bien lejos del machismo, no focalizando en lo sexy de mi personaje, sino pensando en una mujer que puede tener dos amores o amar de manera diferente a dos personas. Ella vive de manera ilusoria su amor con Vadinho, que está muerto, y con el boticario que es el presente posible. En la pieza se plantea la posibilidad de elegir con libertad.
–¿Qué sucedió con la obra?
–Cerraron el teatro, nos prohibieron y nos hicieron un juicio por pornografía.
–¿No la volvieron a representar?
–Tuvimos que ir a hacerla a Montevideo.
–Cuando se reestrenó en Mar del Plata, ya en el primer verano de la democracia, no formaste parte del elenco siendo la protagonista del material, ¿por qué?
–Un abogado me aconsejó que no era conveniente porque, si llegaba a tener una segunda denuncia por el mismo caso, la posible pena ya no era excarcelable.
–¿Tuviste que presentarse a declarar ante la Justicia?
–Por supuesto…
–¿Quién había hecho la denuncia?
–Un sacerdote que había ido a ver la obra.
–Pero era un espectáculo artístico y donde no ingresaban menores.
–Él sabía qué iba a ver, así que no sé para qué fue. Se trataba de un espacio privado y donde se pagaba una entrada para entrar, no estamos hablando de la televisión.
–Seguramente concurrió con la idea de generar lo que generó.
–Es posible…
–¿Cuál es el proceso emocional que tiene que llevar adelante una actriz para pararse en un escenario frente al público y desnudarse por completo?
–Me desnudé dos veces sobre un escenario. La primera vez fue en Hair, donde se desnudaba todo el elenco, y la segunda vez fue en Doña Flor y sus dos maridos. Cuando el personaje transita una situación privada, no aparecen trabas para que acontezca el desnudo. De esa forma, se trata de algo orgánico que tiene que ver con el momento de intimidad que vive el personaje.
–¿Existen los pudores con respecto al desnudo frente a los compañeros?
–En el caso de Doña Flor..., el director Cocho Paolantonio estableció que recién nos desnudáramos en el ensayo general.
–Estamos hablando de tiempos donde la sociedad manejaba otros valores. ¿Te sentiste cosificada por mostrar tu cuerpo?
–No me sucedió. Hoy se tienen en cuenta los derechos de la mujer, pero si pensamos en programas como los de Olmedo y Porcel, estaba aceptado que la mujer fuera cosificada.
–La televisión respondía a un modelo imperante en la sociedad.
–Donde la mujer era denigrada. Era una práctica usual y aprobada por la sociedad, que condenó a la mujer a no desarrollarse, a no darle posibilidades de estudio y a privilegiar al hombre. Antes, la chica que estudiaba era la no mujer.
–Según los parámetros de ese tiempo, ¿cuándo era considerada verdaderamente una mujer?
–La mujer debía casarse y servir al hombre. Incluso, en los gobiernos dictatoriales del mundo la mujer era condenada a cumplir con un único rol de procreación.
–Pensando en esas cuestiones, hace dos décadas imaginaste la obra La novia de Gardel, que concretaste años después, donde tocás el tema de la trata de personas, la esclavitud en el siglo XXl y el abuso sexual hacia una inmigrante sin recursos.
–Me parece que es importante hablar de estos temas tan dramáticos y vigentes. Pareciera que, en muchos casos, el hombre le teme a la mujer y por eso la ha sometido históricamente. Nos fue muy bien con La novia de Gardel y queremos volver a hacerla. Es casi una misión.
Hoy
–¿Cómo es tu presente?
–Estoy muy tranquila, me considero una persona feliz, dentro de la felicidad que se puede tener en un mundo tan convulsionado.
–En determinado momento de la vida, ¿se cierra la puerta al amor?
–El amor se manifiesta de distintas maneras: en la familia, el trabajo, con los amigos, amando a la naturaleza y a los animales.
–¿Y el amor de pareja?
–A medida que uno va creciendo, la sorpresa es menor y cuesta más encontrar alguien con quien uno sienta una conexión total. Cuando uno es joven se entusiasma más rápido y tiene la sorpresa a flor de piel. Con los años, y la experiencia de haber pasado por distintas situaciones, uno ya sabe qué cosas no quiere volver a repetir y eso te convierte en una persona más exigente, ya no te ilusionás tanto.
–¿Hay un personaje soñado?
–No, prefiero que la profesión me sorprenda, como en la vida. Te digo más, a diferencia de lo que me pasaba en mi juventud, ahora me percibo más libre en todo sentido, incluso de equipajes. Me siento mucho mejor y más feliz que cuando era joven. Disfruto de las pequeñas cosas.
–La sabiduría del disfrute.
–Con los años, uno entiende qué es lo que verdaderamente te hace feliz. Antes tenía mejor cuerpo, ahora tengo mejor vida.
–Estás espléndida, ¿cómo te atraviesa el paso del tiempo?
–Creo que hay que ejercer la aceptación. De todos modos, aún puedo moverme, bailo en el escenario, canto, hago obras para niños y para adultos, no dejo de trabajar. El cuerpo me responde, estoy vital. A mi edad, seguir en actividad es maravilloso.
–Se intuye que en esa lozanía también se refleja un trabajo espiritual.
–No me engancho con lo tortuoso. Cuando uno conecta con lo bueno, la vida te ofrece todo lo mejor que tiene para darte: te rodeás de buena gente y atraés cuestiones positivas. En un momento de mi historia, cambié la muerte por la vida. Es una decisión.
–¿Le temés al futuro?
–No le tengo miedo a la muerte, sino a la decadencia física, al dolor. No quisiera perder autonomía y tener que depender de alguien. Elena Lucena siempre me decía: “Mientras pueda ir al baño sola, nena...”. Antes pedía amor y dinero, ahora pido salud, porque sin salud, lo demás no llega.
Pionera
La Cores protagonizó todo y más en el teatro musical: Godspell, The Rocky Horror Show, Hair, Sor-presas, El patio de la Morocha y Jesucristo Superstar (obra que generó la ira de los intolerantes y sufrió el incendio intencional de su sala). Eran tiempos donde no existían las escuelas integrales de formación artística y la joven actriz corría del Conservatorio Nacional, donde se recibió, a las clases de canto y baile en otras instituciones. También fue precursora del musical con ADN nacional: “Si bien existía el sainete o la revista, con Pepito Cibrián se empieza a instalar el teatro musical argentino, sostenido en historias más cercanas. Aquí no podemos hacerlo era lo que nos pasaba a nosotros, la constante de la Argentina, y sigue muy actual”, reflexiona la actriz que protagonizó la última versión de El conventillo de la Paloma dirigida por el premiado director Santiago Doria y que fue un suceso de público, marcando récords de ventas de entradas en el Teatro Nacional Cervantes.
–La gente ha interrumpido la charla en varias oportunidades para saludarte. ¿Sos consciente del lugar que ocupás en el medio y en el público?
–Me asombra que, cuando no hago televisión, la gente me reconozca por la calle. Es raro, pero sucede. Significa que uno dejó una marca. Alguna vez me han confesado que se habían curado de una enfermedad escuchándome cantar las canciones de Midón y Gianni o, en un supermercado, una señora me dijo que la beba que tenía en brazos se llamaba Aixa por un personaje que yo interpretaba en una novela. Algunas actrices más jóvenes me han dicho que siguieron la carrera luego de verme trabajar a mí. Una vez, una actriz inmensa como Alejandra Radano me decía eso sin dejar de llorar, es maravilloso que eso suceda, tarea cumplida.
–¿Por qué no estás en televisión?
–Hay poco lugar en la televisión y somos muchos los actores.
–Además, los personajes no tienen padres, tíos ni abuelos. En general, las ficciones son unigeneracionales.
–Los personajes de las ficciones de televisión son de gajo, no tienen familia. Eso es lo que hay, por eso estoy convencida que hay que seguir produciendo y haciendo sin esperar un llamado, y tratando de estar en el medio con lo que uno cree que tiene que hacer. En lo personal, hace muchos años que puedo elegir y solo hacer los proyectos que me gustan e interesan. Y sólo acepto los personajes cuando siento que les puedo aportar algo.
–Además, la televisión no es la única posibilidad.
–Por supuesto que no. El “somos actores, queremos actuar”, que comenzó hace tantos años tiene que ver con ese deseo de transitar la profesión en todas sus posibilidades. A mí me encanta la televisión y me gustaría hacer cine, pero no depende de uno. Lo que sí puedo generar yo es el teatro, es la única vía para la autoproducción. Y, además, por suerte me llaman mucho para ofrecerme distintas obras.
–Se percibe a mucha gente alienada ante los vaivenes del medio. ¿Cómo hacés para mantener tu sanidad emocional?
–El actor trabaja con el cuerpo y con su sentimiento. En ese sentido, cuando un personaje no funciona, es un ataque a ese sentimiento. Cuando te ponen en una marquesina en un lugar bien destacado, están ensanchando tu ego y eso es peligroso. Por eso, no hay que creerse el mejor cuando se está arriba, ni sentirse el peor cuando no te llama nadie, porque uno es la misma persona solo que en distinta situación. Eso es lo más difícil que un actor entienda.
–¿Sos consciente de tu enorme trayectoria?
–No mucho. Últimamente, cuando hice Musiquitas y Mi don imaginario, con Pablo Gorlero, me rodeé de chicos jovencitos que me conocían. Ahí empecé a tomar noción de las generaciones que vieron mi trabajo y los que siguen el camino estimulados por haberme visto. Pero no hay que creerse nada demasiado.
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