Amalia "Yuyito" González: de bomba sexy a líder espiritual
“Soy cristiana, leo La Biblia y oro. Todo el tiempo estoy en un mix: los pies en la tierra y el corazón en el cielo. Vivo así”. He aquí la nueva Amalia Yuyito González. Una mujer que incorporó a Dios en su vida y que hoy se dedica a practicar la fe evangélica con total devoción. No es poca metamorfosis para quien en los 80 deslumbraba con la exuberancia de un cuerpo que lucía con desnudeces y sin prejuicios.
Contagiar el entusiasmo
Concretar la entrevista con Amalia González es toparse con alguien que irradia pasión por lo que hace. El día de la charla, muy temprano por la mañana, todo un signo de cambio de una mujer que dejó atrás los antinaturales horarios de las trasnochadas teatrales, envía varios mensajes por WhatsApp. No se refugia en lo textual, sino que apela a su verba de energía contagiosa con mucha simpatía y muy buenos modos. No falta el “buen día” ni el “gracias”. Los mensajes son una suerte de presentación contando sobre sus actividades actuales. Seguramente lo hace para comunicar y validar con legitimidad su presente laboral, pero quizás también para desterrar de antemano a la chica sexy y dejar en claro que quien se sentará en la mesa del café de la Avenida Del Libertador es una mujer diferente a la que todos conocemos y que las retinas atesoran como una de las más sexys que haya dado el espectáculo argentino.
Hoy, su vida no solo está dedicada a ejercer la fe cristina, sino también a brindar conferencias sobre diversos aspectos en torno a la temática femenina, en el marco de la iglesia evangélica en la que canaliza su credo y para alguna de las más de 15000 comunidades organizadas en torno a su religión. Además, cuenta con su propia web, www.amaliayuyitogonzalez.com, donde despliega textos propios, pensamientos y videos de sus conferencias. Una entrepreneur de Dios.
Como este cronista llegó una hora antes y no quiere claudicar en el tedio de la espera, le avisa que si desea, y puede, se podría comenzar la entrevista un poco antes. La exvedette no promete nada, pero dice que intentará adelantar la agenda. Lo hace. Amalia González llega al encuentro, a una cuadra de su departamento, a paso firme. Decidida. Prejuicio mediante, uno espera ver a una señora, de 57 años, con el physique du rol acorde a sus nuevas actividades evangélicas. Sin embargo, aparece una mujer realmente vistosa que no necesita de un escote pronunciado ni faldas extra cortas para hacerse notar. Sobria y llamativa. Esbelta y con ojos celestes que atraviesan al interlocutor. A pesar de la mesura de su atuendo, aun hay algo allí de esa Yuyito que paralizaba a los varones argentinos. En el coqueto restó donde se concreta la charla, no son pocos los caballeros que la observan ni las mujeres que vuelven su vista para regalarle una sonrisa. Ella celebra el reconocimiento mientras conversa con un ímpetu contagioso. Habla en voz alta, gesticula, se arregla el largo cabello. Es pura vida. Está claro que Amalia González no nació para pasar inadvertida. “Me gusta que me reconozcan, es una satisfacción”, se sincera.
Torcer el destino
Hace exactamente 12 años algo sucedió en su vida. Algo cambió. Y si alguien duda que cada uno es dueño del timón para llegar al puerto que desea, ella puede dar cátedra acerca de eso. En 2005 viró su brújula y se orientó hacia una vida diametralmente opuesta a la que llevaba. Se aferró a Dios y a La Biblia y, con no poco dolor, empezó a recorrer un nuevo camino, ese que la llevaría a convertirse en la mujer que es actualmente. Hoy, Amalia es fruto acabado de su deseo. Un producto de su propia creación. Y una convencida que siempre se puede cambiar cuando el presente no satisface y se convierte en el caldo de cultivo de algo ten temido: ¡crisis!
-Amalia, ¿cómo comenzó tu cambio de vida y tu transformación espiritual?
-Creo que es muy bueno tener una gran crisis. Esas que te hacen parar, que te hacen sentir mal con vos. Y esas que te permiten, cuando estás más lúcido, pensar hacia dónde ir, qué salida encontrar, cómo realizar los cambios.
-Hablás con empatía sobre tu crisis, pero ese es un estado doloroso que no tiene buena prensa.
-Los orientales toman las crisis como oportunidad y no como algo para hundirse.
-En lo empírico, ¿cómo se acompaña ese sentimiento?
-Es importante rodearse de gente que te introduce en un camino de cambio, que te abre otras ventanas, que te cuenta sus experiencias. Hay que encontrar por lo menos una persona en quien confiar y que sea confiable. Así me sucedió a mí. Yo siempre digo que lo mejor que puede hacer uno con una crisis es compartirla, no quedársela.
-¿Cuándo, cómo y por qué se produjo en vos esa crisis que te llevó a los replanteos más profundos?
-Sucedió en marzo de 2005, luego de una temporada en un teatro de revista. Aquella fue mi última experiencia como vedette. En ese momento colapsé con la chica sexy.
-¿Qué te molestaba de ese rol?
-La sex symbol se había metido en todos los rincones de mi vida: en mis relaciones personales, en mi familia, en lo público. Si bien me identifiqué con ese rol durante muchos años, cuando ya no me sucedía eso, se produjo la crisis. Es como un matrimonio que se conoce desde chico y a los veinte años de casados se transforman en dos desconocidos. Cuando se cae esa estructura, te preguntas qué hacer porque vas a tener que arreglar muchas áreas de tu vida. Se podría decir que colapsó mi matrimonio con la vedette, no tenía más nada para hacer con ese personaje. Tomar la decisión fue replantearme mi situación económica y hasta mi situación sentimental, que no era muy conveniente, así que la pareja también entró en la bolsa de los planteos.
-Chau vedette, chau pareja.
-Así fue.
-¿Podés mensurar en tiempo el proceso de ese cambio?
-Los primeros cinco años fueron claves. En ese tiempo de este nuevo camino y estándar de vida, me ocupé de mi vida interior, de mis pensamientos, eso requirió mucho trabajo. Desaparecí esos cinco años porque los necesitaba para mí, para vincularme con las comunidades de fe.
-Y, alejada de la profesión y con ruptura de pareja, entro en escena el famoso “patear el tablero”.
-Solo quedó la casa y mis hijos, mis únicos refugios. Y comencé a conectar con gente que estaba en otra frecuencia. Cambió mi mundo de amistades, se dimensionó.
-¿Desechaste muchos amigos cosechados en el ambiente artístico?
-No me gusta la palabra desechar.
-Pero, indudablemente, hubo una modificación en tu entorno.
-El cambio sucedió en todos los aspectos.
-Hoy se visualiza el concepto de "gente tóxica".
-Jamás pongo la mirada en el afuera, es uno el que se relaciona mal. Prefiero y recomiendo la autocrítica. No te preocupes tanto de lo que le pasa al otro, de querer cambiarlo, de analizarlo. Uno no cambia al otro porque nadie cambia si no quiere cambiar. Lo importante es qué hago yo con mi cabeza frente a mis vínculos y qué tengo para dar.
-Imagino que este proceso no es un trabajo automático.
-En los primeros tiempos, lleva mucho tiempo recomponerse, repensar, resignificar la vida, sanar las cuestiones internas que hay que sanar.
-¿Qué cuestiones tuviste que sanar?
-Hay heridas no sanadas que, a veces, hasta arrastramos desde la infancia. Me ocupé de ver la relación con el dinero, observar los fracasos de pareja, los vínculos de familia. Todo eso lleva mucho tiempo. Es duro meterse con las cuestiones más profundas.
-Demasiado dolor, imagino.
-Se llora mucho. Uno se reconcilia con esta cosa de llorar. Es un proceso de sanidad. No hablo de llorar con violencia o con ira, ni del llanto de la histeria, sino del llorar de la introspección, como consecuencia de los mensajes profundos que te llegan por los cambios que vas haciendo.
-El llanto como catarsis.
-Llorar es muy sanador, algo que cuando era una figura popular no me lo permitía, porque tampoco me parece que el camino sea ir llorando por los medios, eso no es una profesión.
La Biblia es mi libro de cabecera. El Antiguo y el Nuevo Testamento son de una sabiduría extraordinaria.
-Muchos lo hacen.
-No fue mi caso.
-Amalia, tenías todo lo que la sociedad occidental y el sistema del espectáculo colocan en un pedestal. Poseías fama, dinero, belleza. Eras una mujer deseada. ¿Qué era lo que no te completaba?
-Supongo que había dentro de mí un montón de cosas que querían salir y no encontraban el espacio para hacerlo. A veces, se siente una insatisfacción y no se sabe bien qué es lo que se quiere cambiar. Erróneamente se busca calmar eso con parejas, comidas, adicciones, cirugías, pero hay algo más profundo que tiene que ver con uno y eso es lo que hay que modificar.
Palabra de Dios
Amalia no se recuesta en el fanatismo. No intenta dar sermones ni fatigar con un discurso críptico o de extrema vinculación con lo místico. No baja línea. Cuenta su experiencia. Comparte su sentir. Y muestra su presente. No menciona cada dos palabras a Dios ni utiliza frases cliché. Su vínculo con la espiritualidad fluye natural. No agobia.
-¿Cómo llegás a la iglesia evangélica?
-Una conocida me llevó a escuchar al pastor de Catedral de la Fe en Parque Chacabuco. Me enamoré del mensaje. Esa mujer me acercó porque seguramente no me veía bien.
-¿Seguís concurriendo a ese espacio?
-Ahora recibo y comparto el mensaje espiritual en la Iglesia Rey de Reyes de Belgrano.
-¿Qué sentís que te aportó la Iglesia?
-Ir solamente a la Iglesia no te soluciona las cosas, hay que tener un encuentro personal con Dios. Yo quiero que Dios viva en mí, porque conocerlo es conocerse a uno.
-¿Cómo se conoce a Dios?
-De muchas maneras, una de ellas es la Biblia, que es mi libro de cabecera. El Antiguo y el Nuevo Testamento son de una sabiduría extraordinaria. Leerlos fue conectar con algo distinto.
-¿En qué cuestiones concretas sentís que se produjo un cambio en tu estándar de vida?
-Vivimos de manera tal que no nos queda tiempo para pensar, para saber si lo que hacemos nos conviene o no. Me pasé años de mi vida haciendo cosas que no me convenían, que no me sumaban, que no me construían. Es un gran trabajo interior el que hay que desarrollar para llegar a darte cuenta de eso. Un trabajo de perseverancia.
-¿Y de renuncia?
-Es como meterse en un tratamiento donde se dejan cosas. Si no hay cambio, no viene lo nuevo.
-¿Qué modificaste en este proceso que se inició en 2005?
-Cambié mi relación con las personas y ahora soy una administradora de mi tiempo, lo valoro mucho más.
-¿En qué perdías ese tiempo?
-En salidas vacías, en no tener proyectos. Era una maquinita de hacer lo que había que hacer, de pasar de un trabajo a otro. No pensaba las decisiones. Con haberme detenido un poco, hasta hubiese tenido mejores contratos. No me cuidé.
-¿Y ahora cómo sentís que te manejas?
-Aprendí a no mandarme sino a pensar antes y conecto con lo que me entusiasma. Incluso, muchas cosas que a uno lo apasionan se pueden transformar en una vocación y en el propio emprendimiento. Ahí converge el desarrollo personal, tu economía, el crecimiento. Uno le da un nuevo significado a la vida, porque el antiguo significado ya cumplió su tiempo.
Acerca de la valentía
Renuncia y fortaleza. Si bien el derrotero de Amalia González estaba vinculado a la espiritualidad y la sensación de bienestar que ello conlleva, toda renuncia y aprehender un nuevo estilo de vida implican una indisoluble sensación de abismo inicial y requiere de una templanza inquebrantable. Amalia apeló a su yo más animoso e íntegro para no claudicar en el intento.
-¿Te considerás una mujer valiente?
-La valentía fue dejar cosas materiales. Hay que ser valiente para romper con estructuras y quedar afuera del sistema.
-Un camino de renuncias.
-Te quedás sin pareja, sin plata, sin estructura social, en el medio en el que te movés se preguntan: “¿qué le pasó, enloqueció?"
-En este proceso, ¿fue hostil el medio con vos?
-Todo lo que es cambio, altera. Desorienta. Cuando uno dice: “esto ya no me sirve”, afectás al otro. Hacés pensar al otro, le movés el piso.
-¿Cómo sobrellevaste, sobrellevás, cierta incomprensión?
-Lo que te hace soportar las crisis y el cambio profundo es tu mundo interior, no es lo de afuera. El afuera, así como te da la mano, también te da la espalda. Por eso no se puede depender de estructuras temporales que un día te aceptan y otro no. No dependí, ni dependo, de la comprensión del otro. No tenemos tanto tiempo como para malgastarlo en estar pendiente de lo que el otro opina sobre nosotros. Desde ya, uno trata de tener un buen diálogo con quienes te rodean, con tus afectos.
-¿Qué otras cuestiones entraron en juego en este cambio de estándar de vida?
-El proceso implica conversión y arrepentimiento. El arrepentimiento es muy importante, porque en esta sociedad nadie se arrepiente de nada. La sociedad condena el arrepentimiento, pero arrepentirse es cambiar la mentalidad y, por ende, cambiar la forma de vivir.
-¿De qué te arrepentiste?
-En el plano espiritual no es tan puntual poder describirlo.
-¿Te arrepentís de Yuyito?
-No, pasa por otro lado. Es más filosófico. Es tomar una decisión y entender que tu cabeza tiene que cambiar, hacer una conversión.
Nacional y popular
Gerardo Sofovich la bautizó Yuyito para interpretar el personaje de una jardinera en La peluquería de Don Mateo, dentro de Operación Ja Ja, programa que podía alcanzar cómodamente los 60 puntos de rating los martes a la noche allá por los 80. En esos tiempos, el éxito se replicaba sobre los escenarios. Comedias como El champán las pone mimosas la contaban como una de las atracciones del elenco de mujeres pulposas y comediantes libidinosos. Aquella bomba sexy hoy devino en una mujer que no extraña las marquesinas, pero que disfruta de llegar con su mensaje de fe desde los atriles religiosos ante una platea tan o más numerosa que la de los teatros en los que protagonizó comedias y revistas.
-¿Te sentías cómoda interpretando aquel personaje?
-Sí, me sentía cómoda, pero no lo disfrutaba. Estaba estructurada a que tenía que ser de esa manera. No había otra ventana abierta. Cuando comencé a ver que había otra cosa, arrancó el cambio.
-¿Disfrutabas dándole vida a Yuyito?
-No, pero no era un problema para mí. Además, no era muy consciente de lo que hacía. Me conectaba con la aceptación, el gustar, el seducir. Estaba programada, de manera automática, a cumplir con eso.
-Al no haber disfrute, sería un trabajo duro.
-No, para nada. El trabajo duro fue el cambio. Eso sí fue trabajo. Ahora, todo lo hago con noción, antes no. Si hubiese tenido consciencia no hubiese hecho un montón de cosas que no me sumaron.
-¿Qué aspectos de tu carrera sentís que no te sumaron?
-El exhibicionismo, salir en la revista Playboy. Todo eso no me sumó en lo más mínimo. En mi esquema no va que la plata lo justifica todo. Además, el dinero es lo que más rápido desaparece y mi cabeza tampoco estaba preparada para ser una buena administradora. Cuando hice aquellos desnudos me tendría que haber valorado más, haberle dado otro significado al hecho de desnudarse en una revista o en un teatro. No me arrepiento, la vida se hace viviendo y aprendiendo.
A pesar de ya no ejercer ese rol de mujer fatal, Amalia luce fantástica. Genética, alimentación vegetariana y ejercitación hacen lo suyo y demuestran que se puede tener una rica vida interior, pero sin descuidar el físico: “Salgo a correr sola porque voy maquinándome ideas para el trabajo, hago un repaso de lo que me pasa, o voy orando. Es un momento con Dios. En soledad no me distraigo con charlas que me apartan de ese instante íntimo y nadie me apura”, explica sobre su rutina diaria que abarca varios kilómetros a lo largo de los bosques de Palermo.
Amalia abuela
Amalia fue mujer de amores intensos. De sus ex guarda un buen recuerdo y disfruta de sus hijos, frutos de esas relaciones. Con Guillermo Coppola tuvieron a Bárbara, quien, a sus treinta años, transita su primer embarazo. Con el entrenador de tenis César Di Aloy, Amalia dio a luz a los mellizos Brenda y Stefano que hoy tienen veinte años. Cuesta imaginar que en marzo, la mujer impactante se convertirá en abuela: “El nacimiento de Josefina me encuentra pensando que voy a tener que cambiar mis tiempos. Sé que perderé algunas libertades adquiridas que irán cediendo porque mi hija y mi nieta me necesitarán, y a mí me gustará estar. Ahora me pasa de ir mirando jugueterías, cochecitos, veo nenas y me imagino a Josefina. Estoy feliz”, confiesa.
-¿Cómo te llevás con tus ex parejas?
-No soy amiga, pero me llevo muy bien. Solo tengo trato con los padres de mis hijos. Pongo mucho de mí para que las cosas estén bien con ellos. Uno tiene que poner todo para que las cosas salgan bien.
-El 2017 lo definiste con la palabra “desapego”. En vos, ¿qué encierra ese concepto?
-A veces el desapego viene por parte del otro y uno lo tiene que aceptar, por más que no se quiera, porque además tiene que ver con la libertad del otro. Mi hijo se fue a vivir a Estados Unidos de la noche a la mañana. Fue una noticia muy buena porque tiene que ver con sus estudios en Psicología del Deporte y su carrera como tenista. Pero me duele tenerlo lejos, para mí se fue el nene. Además, en el 2017 me mudé del departamento en el que vivía desde hace 25 años y que respondía a otro modelo de familia que yo tenía antes. Irse de ahí fue bravo. Y eso conllevó pérdidas afectivas y económicas. En ese aspecto también hubo desapego. Y, por otra parte, tuve una experiencia sentimental que se truncó, una pareja de poco tiempo que finalizó.
-¿Por qué?
-Soy medio plomo, muy filosófica. Ese no es un modelo que vaya con todo el mundo. Me va a costar conseguir novio. Voy a hablar menos porque tengo ganas de enamorarme.
-Espiritualidad y sensualidad no son conceptos reñidos.
-Desde ya que no. Al decidir no dilapidar el cuerpo, el tiempo, las emociones, las horas de sueño, y cuando uno tiene control de uno mismo, ese bagaje de energía se pone donde se tiene que poner. Se valora más el encuentro, la relación con un varón. En mis oraciones le digo a Dios: “Señor ya tengo a los chicos grandes, es tiempo de mi novio”.
La mujer hoy sabe que hay cosas que no tiene que permitir, que no está obligada a aceptar.
-¿Te escucha Dios?
-No es fácil encontrar a alguien que compatibilice con toda esta filosofía. Hoy es todo más frugal. Además, el hombre no llegará para ocupar mi vida. Yo no tengo un minuto de aburrimiento, me llevo genial conmigo, siempre tengo en mi cabeza algo para hacer: veo películas, corro, acomodo mi casa, tengo un grupo de amigas fenomenal. Así que el novio no llegará para tapar nada y tendrá que ser una relación profunda. No me hallo muy cómoda en la superficie.
-Fijate qué paradoja para alguien que se manejó mostrando lo exterior.
-Sí, mi personaje se sostenía en la cáscara, en lo que se veía desde afuera. Y dirigido a la aceptación masculina. En cambio hoy, trabajo para la mujer.
-Hoy hay una concepción diferente del universo femenino y del respeto hacia la mujer. Hay acciones concretas que previenen y denuncian la violencia, la cosificación y la falta de respeto. ¿Qué vínculo tenés con eso?
-La mujer hoy sabe que hay cosas que no tiene que permitir, que no está obligada a aceptar. La Ley obliga a que las personas vayan evolucionando y pone límites. La evolución no trae la Ley. Es al revés, la Ley obliga a los cambios de parámetros. Es un proceso largo, si cada mujer se reconociese valiosa y pudiera estar fortalecida interiormente, no habría tanta mujer golpeada y matoneada.
-¿Tus talleres versan sobre eso?
-Mis talleres no se dirigen especialmente hacia el tema de la violencia, que repudio, sino que son conferencias sobre evolución, búsqueda interior, descubrimiento de valores espirituales, desarrollo personal y vocacional, emprendimientos, independencia económica.
-De mujer a mujer.
-Mi mensaje va hacia ellas porque me reencontré conmigo misma como mujer.
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