El músico se prepara para los conciertos de Los Nocheros donde, junto con Mario Teruel y Rubén Ehizaguirre, celebrarán los veinticinco años del lanzamiento de Signos, un álbum bisagra de la banda salteña
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Álvaro Teruel acaba de llegar de una gira de casi veinte días por Chile, país al que arribó junto a su padre Mario y Rubén Ehizaguirre, sus compañeros con los que integra la conformación actual de Los Nocheros, la banda que los próximos 9 y 10 de agosto se presentará en el teatro Ópera de Buenos Aires para celebrar los veinticinco años de la salida de Signos, el cuarto álbum del grupo.
Ese material -reverenciado por los fans- que incluye clásicos como “Entre la tierra y el cielo”, para muchos, un himno, lleva un cuarto de siglo de vigencia y ha sido una de las cartas de presentación que posicionó la estirpe nochera en lo más alto. “Es un privilegio estar en ese teatro, Buenos Aires es la cita para mucha gente”.
Cuando aquella emblemática canción comenzó a sonar, Álvaro Teruel tenía solo doce años. “Aquel momento lo viví desde el lugar de hijo, pero siempre estuve cerca de la evolución de la carrera de los muchachos”, sostiene el músico. “Ya desde el disco Con el alma, que fue el del debut, uno pudo ir viendo como iba subiendo todo ese hervor”.
Los conciertos en la sala de la calle Corrientes inician un tour que también incluirá el Quality Arena de Córdoba (15 de agosto), el Arena Maipú de Mendoza (24 de agosto) y el teatro Broadway de Rosario (30 de agosto). Se sabe que habrá invitados, aunque Teruel elige el misterio.
-¿Estará Jorge Rojas acompañándolos?
-No, pero si quiere venir que venga.
Durante el último febrero, Los Nocheros, ya sin la presencia en la banda de Kike Teruel -con quien Rojas se encuentra enemistado-, compartieron varios conciertos con el propio Rojas, en La Yapa, un espacio montado en la casa del músico que puede albergar hasta tres mil personas. La reunión se produjo luego de algunos acercamientos personales del exintegrante del grupo, primero con Ehizaguirre y luego con Mario Teruel, a quien, en su momento, le manifestó sus condolencias por los fallecimientos de su esposa “La Moro” y de Carmelo, su padre.
“Estuvo buenísimo el acercamiento, compartir el escenario fue muy bueno, la gente, los “nocherólogos”, lo vivieron con fervor. Fue épico, mucho lo esperaban. En mi caso particular, fue entender un montón de cosas, desde el sentimiento hasta la vibra de cantar con Jorge (Rojas)”, reconoce Álvaro Teruel.
-¿Cómo viviste la partida de Kike Teruel, tu tío?
-Fue fuerte lo del Kike… Fue un tiempo de despedidas “de prepo”, que se dio con las partidas de mi vieja y de mi abuelo; y después pasó lo del Kike. Uno sigue, hay un mecanismo que te hace atravesar las cosas que te llegan y darle para adelante. Son procesos que siguen constantemente. Todo es un trabajo y una búsqueda de solución. Nosotros seguimos haciendo lo nuestro, que es seguir de gira.
-Hay una fortaleza de Los Nocheros que sostiene a la agrupación más allá de sus movimientos internos.
-Nos vamos apoyando en cosas que parecen pequeñas, pero la música te da soluciones.
-¿Por ejemplo?
-Tener ahora un coro, donde participa Ania Banchig, mi hermana Jimena y su hijo Santino Moreno, fue una forma de evolución. Ellos, junto a los músicos que trabajan con nosotros, han conformado un grupo hermoso.
-En esa evolución y lógica natural, ¿se ha pensado en una conformación de la agrupación sin la presencia de tu padre y tomándote a vos como el heredero natural?
-Todo estará por verse; la música nochera seguirá, amamos este repertorio, sería con mucho orgullo.
-Es decir que lo han conversado.
-No de manera explícita.
-Se trataría de una decantación natural.
-Nunca quise sentir esa responsabilidad, pero el orden natural va a pasar. Me gusta esto y lo hago con amor y entrega, pero no me tengo que poner a pensar nada ahora, cuando las cosas son como son.
-No adelantar los tiempos.
-No te voy a decir que no me cuesta, uno es ansioso, pero no me gusta vivir acelerado pensando en el mañana sin disfrutar el presente; pero ¿qué otras canciones voy a cantar si estas son las que sé?
Aquella infancia
-Siendo un niño, ¿cómo vivías el éxito que iba cosechando tu padre y sus ausencias como consecuencia de las giras?
-Lo extrañábamos, pero lográbamos cambiar cantidad por calidad de tiempo junto a él. En el colegio, se formaban grupos de música que comenzaban a cantar sus canciones; mi viejo pasaba y les afinaba las violas. Te subías a un remise o caminabas por la calle y era escuchar a Nocheros permanentemente.
-Ya en ese entonces, ¿había en vos una vocación por la música o despertó después?
-Siempre hubo algo, por eso, en casa, con mi hermana cantábamos las canciones a dúo y mi viejo armonizaba con nosotros, siempre fue el arreglador de voces y mis hermanos y yo éramos los cantores que íbamos aprendido jugando con el repertorio folklórico.
Además, el cuadro familiar se completaba con la presencia de Noemí Cristina Laspiur, “La Moro”, la matriarca de la familia, una enorme compositora fallecida en febrero de 2023, a los 58 años. “Era compositora y cantora”.
Ella fue un engranaje fundamental en el desarrollo de Los Nocheros, no solo por ofrendarle algunas de sus partituras más bellas (“Me enamoré de una zamba”, “La yapa”), sino también por todo lo que significó como soporte tras bambalinas.
-¿Componés?
-Sí, también.
En el disco Sol nocturno, editado en 2019, la banda apeló a un sistema democrático para evitar las habituales complejidades a la hora de seleccionar los temas con vistas a un nuevo material. “Cada uno debía llevar una determinada cantidad de canciones. En nuestro caso, fue un trabajo de composición que hicimos con mis viejos y mi hermana Jimena. Hoy tengo algunas melodías que debo terminar, siempre hay algo nuevo dando vueltas”.
-Entonces, desde siempre la vocación por la música estuvo en vos.
-También me ha gustado mucho el teatro. Hacía obras en la casa, cuando llegaban los primos o los amigos.
“En la casa”, así se referirá cada vez que mencione el hogar familiar donde se crio con la inexpugnable vista a la montaña. Cuando Álvaro era adolescente, en el centro de la ciudad de Salta, Valeria Lynch y Kike Teruel compartían una escuela de teatro musical, un ámbito que le generaba -y le sigue causando- mucha atracción. “Me llamaron para hacer muestras de fin de año y hasta un musical para chicos. Hacíamos muchas funciones, hasta los colegios nos venían a ver”.
En cierta oportunidad, Aníbal Pachano se acercó a esa academia de teatro musical para dar una charla. Fue una inflexión: “Ahí me dije, ´esto me regusta´”.
-¿Sigue latiendo esa vocación?
-Sí.
-Es decir que, si el día de mañana, una plataforma te hace una propuesta para integrar un elenco de ficción, ¿lo evaluarías?
-Por supuesto.
-¿Con quién te gustaría trabajar?
-Con el director mexicano Alejandro González Iñárritu y me encanta lo que hace Griselda Siciliani, aunque nunca la vi en teatro. En el afán de hacer, quiero encontrar mi lugar en la actuación. Estar en Los Nocheros me permite acercarme a todo lo concerniente a una puesta en escena, aunque el cráneo es mi padre Mario; trabajamos con mucho rigor y eso es aprendizaje total.
-¿Quién te convocó inicialmente para formar parte de la banda?
-Mi viejo y mi vieja me anunciaron que iba a cantar con Los Nocheros. Cuando me dijeron “ya estás para cantar”, ni yo sabía que podría hacerlo.
En ese tiempo, Álvaro tenía en mente otros planes. Estudiar Relaciones Públicas en la universidad y dedicarse al teatro.
-Está claro que hay un ADN, pero no dejar de ser muy sorprendente como, desde tus inicios en la banda, tu voz se amalgamó con mucha simetría a la del resto de los integrantes.
-Existe ese timbre, tiene que ver con que escuché a mi viejo, a Jorge (Rojas), a Rubén (Ehizaguirre) toda la vida. En una formación, el timbre, el color de la voz, es lo que llama la atención. Hay una intuición que se despierta cuando lo estamos haciendo. Es el principio de todo coro, cantar con el otro y lograr algo particular. En mi caso, además, fue pura herencia, por eso, cantar con Los Nocheros es un regalo de Dios, un privilegio real de la vida, es un lugar increíble.
La linda
Lleva 19 años en la banda, a la que ingresó a sus 18. De ahí en más, fue un derrotero de conciertos, grabaciones y giras extensas: “Seguramente habrá algún festival al que no fuimos”.
-¿Qué es lo más duro de la vida en gira?
-El desarraigo. Cuando pasamos mucho tiempo fuera de casa nos agarra “saltitis”. Ayer, alguien hablaba de locro y sentíamos la ausencia de ese cobijo que te da la casa. Salta es mi ciudad, ahí está mi gente, las relaciones que uno construye.
-¿Podés llevar una vida normal en Salta?
-Sí, absolutamente, juego torneos de fútbol con mis compañeros del colegio, ando en bici, camino las calles, me gusta salir a cafetear. Ser uno más, ese es el privilegio de estar allá.
-Tus coprovincianos están más acostumbrados a verte en la cotidianidad.
-Nadie te molesta, aunque también hay mucho turismo, pero la gente es muy amable y siempre te saluda con afecto. Si voy a una peña, sé que tengo que salir a hacer de cantor. Está bien que sea así.
-¿Vivís cerca de la casa de tu padre?
-Sí, ese es punto de encuentro. Es más, cuando yo estoy de viaje, mis amigos van a visitarlo a él.
Álvaro Teruel vive en un departamento en la capital salteña, pero también se organizó un espacio en la cercana localidad de Vaqueros, donde atesora sus instrumentos y hasta su propia cancha para jugar al fútbol.
Su gran pérdida
Álvaro Teruel habla de “tesoros” cuando reconoce que hurgando en los archivos familiares aún encuentra composiciones inéditas de “La Moro”, su madre. “Antes uno era solo intérprete, pero ahora puedo darle dimensión a qué sucedía cuando escribía tal o cual letra”.
-¿Te sucede muy seguido encontrarte con material de ella?
-Hay un escritorio donde están sus papeles, sus libros y sus discos clasificados. Siempre me llevo alguito. El otro día di con un libro llamado Efecto Mozart, que es sobre musicoterapia, ejercicios para bajar el ritmo cardíaco, ordenar los pensamientos.
Aún se sorprende con otro hallazgo reciente, el disco Mozart por Barenboim. “Donde querés presentar atención, encontrás un mundo”.
-El fallecimiento de “La Moro” es cercano, pero, además, sigue muy presente desde su música. ¿Cómo es ese tránsito?
-Nos vamos dando los tiempos. Seguimos en duelo, no lo negamos. A veces la extrañamos en la casa, en su cocina, los eventos familiares tienen sus momentos y si tienen sus lágrimas, tienen sus lágrimas. También nos acordamos de sus ocurrencias.
-¿Recordás lo último que conversaste con ella?
-Le dije que no le debía nada a nadie y que no se sintiera retenida por nada ni nadie, que siguiera su camino de luz.
-Ya fallecida, ¿tenés algún tipo de vinculación?
-Sí, esto te quería contar.
-Te escucho.
-A ella nunca le gustó que nos embarcáramos ni que fuéramos a nadar al dique, le parecía peligroso. El año pasado, cuando me invitaron a nadar en aguas abiertas en El Cadillal, Tucumán, estaba medio cagado, así que, la noche anterior, puse un pie en el pasto, y le mando un mensaje “Má, estoy por competir, hay un montón de gente, si me llega a pasar algo es porque soy un pelotudo, no me puede pasar nada, tranquila, un beso”.
-¿A dónde enviaste ese mensaje?
-A su WhatsApp. Al día siguiente, salí nadando como una bala, con el sol penetrando el agua.
Otro tipo de dolor
Lautaro Teruel, hermano de Álvaro, se encuentra detenido acusado de abuso sexual. El hecho conmocionó a la opinión pública y, en un comienzo, implicó un paréntesis en la tarea musical de Mario, el padre del acusado.
-¿Visitás a tu hermano en prisión?
-Sí, los martes y jueves lo vamos a visitar, esperando, cuanto antes, una solución mejor para su condena que, por supuesto, no me voy a extender en hablar sobre eso. Considero injusto su proceso ahí adentro. Es algo que nos ata, nos llena de angustia e impotencia. Espero una mejor y pronta solución, me duele verlo ahí. A Lautaro lo veo bien, contenido y lidiando con todas las cuestiones que lidia un preso. Como familia, uno quiere lo mejor para ellos, que no les pase nada. Estamos dolidos, pero acompañando es la manera. Mi hermano necesita que lo acompañe, le de un abrazo y para eso estoy. En lo que lo pueda ayudar, lo ayudaré.
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