Colegas de la talla de Arturo Puig, Eleonora Wexler, Carolina Papaleo y Laura Novoa recuerdan cómo fue compartir escenarios y sets junto a la artista que brilló en cada uno de los proyectos en los que participó y que fue una de las víctimas de la partida de propóleo en mal estado que causó más de 20 muertes en los años noventa
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“Trabajo cada telenovela como si fuera Shakespeare... Estuve condenada a ser una intelectual en la televisión y una tilinga en el teatro”. Con esa frase, simple y clara, Alicia Bruzzo definía su carrera y el lugar que creía ocupar en el mundo del espectáculo. Sin embargo, obviaba un gran detalle: más allá de lo que murmuraran snobs grandielocuentes e ídolos de cartón, argentinos de varias generaciones e incluso algunos de sus colegas más respetados la consideraban una de las más grandes actrices argentinas.
“He trabajado muchas veces con ella en programas como Alta Comedia o Atreverse y en la película de Eliseo Subiela La conquista del paraíso. Era una gran, gran actriz. Fantástica y temperamental, muy al estilo italiano”, la define uno de sus grandes compañeros, Arturo Puig. Y es que esa impronta era, justamente, lo que la volvía única. Quizá por eso, a diferencia de otras estrellas a las que se las llama por sus nombres, como si fueran reinas de un imperio imaginario o maestras en el arte de no enseñar nada, a ella se la conocía como “la Bruzzo”, porque su apellido -tan rotundo, fuerte y tano como ella- la representaba.
Esa sensación de sentirse sapo de otro pozo incluso en los pozos que volvía propios la acompañaba desde el comienzo de su carrera, cuando a sus propios compañeros de conservatorio los ponía algo nerviosos no poder encasillarla. ¿Quién era “la Bruzzo”? ¿La chica de Parque Patricios? ¿La mujer que venía de París y se paseaba por los pasillos con enormes capelinas y pañuelos de seda? Alicia era las dos. Y fue muchas más a lo largo de su corta vida.
Su infancia transcurrió en la calle Rondeau, la misma en la que tiene una de sus entradas el que fue su colegio público, el Instituto Félix Fernando Bernasconi. El escenario del coqueto teatro de ese palacio escuela emplazado frente a la Maternidad Sardá -la misma que la vio nacer en uno de sus ascensores- fue el primero que Alicia pisó, en actos escolares en los que terminaba acaparando todas las miradas. Pero también tenía su propio “set de filmación”. “Siempre quise ser Presidente de la Nación, pero me doy cuenta ahora que cuando era chica me la pasaba actuando. En la terraza de mi casa habíamos establecido que era el set de filmación. Mi hermano dirigía la cámara -imaginaria- y yo era Ceninicienta o Blancanieves y le daba unos besos tremendos a sus amiguitos”, le contó alguna vez a Antonio Gasalla, en El palacio de la risa.
Esa misma casa familiar fue la que ocupó hasta que un día decidió irse a Europa, a los 19 años, sin dinero y huyendo de un desamor. Quería ver el mundo y no solo vio cosas que hasta ese momento sus ojos no habían captado, también les puso el cuerpo. En París se encontró con un grupo de beatniks que vivían en la calle. Habló con ellos y el discurso de los jóvenes, que rechazan a la sociedad, la convenció y se instaló junto a ellos durante un mes. Allí, también, tomó clases de pintura, una de sus grandes pasiones. Al volver a Buenos Aires, ya no quería ser presidenta y por consejo de su tío, el escenógrafo Saulo Benavente, se anotó en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático. “Era intimidante encontrártela en los pasillos. Con su impronta europea, sus capelinas gigantes. Era toda una celebridad entre los alumnos, aun antes de hacerse famosa”, contó alguna vez Alicia Zanca en la mesa de Mirtha Legrand, ante la risa de la propia Bruzzo.
No pasó mucho tiempo para que se produjera su debut en la televisión que, fiel a su estilo, fue un día patrio y a lo grande. “El 25 de mayo de 1970 empecé a grabar El monstruo no ha muerto, con Narciso Ibáñez Menta, que como buen obsesivo que era decidió que se trabajaba un feriado”, rememoró la actriz en una entrevista. Su personaje no era menor: era una de las protagonistas. La experiencia podía haber sido fatal, pero escena tras escena, Bruzzo demostró que el realizador español no se había equivocado. Las autoridades de Canal 9, la señal por la que se emitió la miniserie, quedaron encantados con ella y desde ese momento no paró de trabajar. “Dormía en unos bancos que había en los camarines del subsuelo. Se ve que la orden era probarme en todos los programas. Entonces, hacía comedia, tragedia, todo. Estaba todo el día en el canal”, recordaba.
A partir de ahí, eligió con precisión cada paso de su carrera y convirtió cada hecho artístico que le tocó transitar en una excusa para brillar. Así, sin tapujos ni prejuicios se destacó por igual en unitarios, telenovelas, clásicos del teatro universal y en el cine. Su talento no tenía límites, y ella lo sabía. Sin embargo, lejos de atragantarse con grandes bocanadas del más puro ego, Alicia era una persona humilde. Risueña. Inteligente.
Así la recuerdan quienes tuvieron el placer de cruzarse con ella. “Era una mujer con una gran energía y un desarrolladísimo sentido del humor. Su risa era libre y muy contagiosa. Con el tiempo nos fuimos haciendo muy compinches. Además de talentosa era muy generosa y solidaria”, evocó alguna vez Stella Maris Closas, su compañera de Mamá Linda, el programa televisivo de 1979. En diálogo con LA NACION, Puig coincidió con su colega: “Hicimos muchas veces de pareja en los programas en los que nos tocó trabajar juntos. Era una mujer que manejaba muy bien el humor. Quizá por eso algunos de los recuerdos que atesoro con más alegría son los momentos en los que nos tentábamos en plena grabación y no podíamos parar de reír”.
La gran atención del público le llegó con el papel de Luisa, en la telenovela El Rafa (1980). Esa sensual viuda de cabellos ondulantes y voz grave no sólo enamoró a Rafa (Alberto de Mendoza) y su hijo Cholo (Carlos Calvo) sino que terminó escandalizando al mismísimo gobierno militar. Tal vez ese haya sido uno de los picos de su carrera. Pero ni siquiera en esos momentos en los que era joven, elogiada y deseada se permitió perder la cabeza. “Fue muy placentero trabajar con Alicia. Era un ser muy querible. En esos tiempos teníamos charlas muy profundas y, también, a partir de una anécdota muy pequeña podíamos crear historias tan graciosas que terminábamos muertas de risa”, recordó Virginia Faiad, su compañera en aquella exitosa ficción de Canal 9 y rescató, por sobre todas las cosas, “su sencillez”.
Dentro de su carrera televisiva otro de los grandes hitos fue la telenovela Pobre Clara, que protagonizó junto a Germán Kraus. “De Alicia recuerdo su audacia. Su personaje, en un momento de la historia, tenía una afección neurológica y yo la operaba. El personaje tenía una regresión a los 3 o 4 años, y ella enseguida decidió que iba a hablar como una nena chiquita. Y alguien le dijo: ‘Pero sos la protagonista femenina, no podés hablar a media lengua’. Alicia insistió y lo hizo así, hablando a media lengua. Pensé que era riesgoso, pero la gente lo compró. Hizo un laburo importante. También fue audaz en la trasformación de la Clara extremadamente tímida, hasta la Clara que se libera y despliega toda su sensualidad”, le contó hace un tiempo el actor a este medio.
Y es que, además de talentosa y graciosa, la Bruzzo era una mujer increíblemente bella. “Yo no me daba cuenta ni de que era linda ni de que era sexy. Nunca me pensé de esa manera. Pero ahora, cuando me veo en viejos trabajos me doy cuenta que sí. Fui una bella mujer”, se sinceró años después de que un jarabe con propóleo en mal estado hiciera estragos en su cuerpo. Por la ingesta de aquel medicamento al que recurrió para calmar los efectos de una gripe, terminó sufriendo una polioneuritis y aumentando considerablemente de peso, pero no se dio por vencida. Llegó, incluso, a someterse a una intervención para colocarse un cinturón gástrico. “Me operé porque llegó el momento en que ya no tenía miedo de no poder adelgazar, sino que me aterraba no poder parar de engordar”, explicó en su momento.
En una entrevista publicada por el sitio Nuestros Actores, Ana María Giunta se refirió al problema de Bruzzo para controlar su peso luego de la ingesta de aquella fatídica partida de propóleo que provocó 21 muertes en 1992. “Mi contacto con Alicia siempre fue por trabajo y por algo que nos emparentaba: la obesidad. Sin embargo, no éramos parecidas; ella no soportaba estar gorda. Un día, en una reunión de grupo en la Clínica del doctor Cormillot me dijo: ‘Che, Giunta, si tenés tanta autoestima, ¿qué estás haciendo acá?’. Teníamos carácter fuerte y nos sacábamos chispas, pero nunca la sangre llegó al río. Después, cuando nos tocó filmar De mi barrio con amor, fue un placer. Ella a veces desaparecía y la encontrábamos comiendo un sándwich de milanesa en el bar de la esquina. Siempre la consideré una de las mejores y más bellas actrices argentinas”.
Su impronta, la manera en que manejaba su cuerpo, las inflexiones de su voz y todo lo que era capaz de hacer sobre un escenario hicieron que muchas actrices jóvenes vieran en ella a un referente. “Cuando la vi por primera vez en teatro, en Yo amo a Shirley, me quedé muda por un buen rato. Fui sola y ahí sentada me dije: ‘¡Esto es lo mejor que vi en mi vida!’’. Un buen día, me convocaron para hacer de su hija en Alta Comedia y luego me enteré de que ella me había pedido. Fue tocar el cielo con las manos”, contó Adriana Salonia.
“Trabajé con ella en el programa Vínculos, pero compartí más escenas unos años después, en Alta Comedia, el ciclo de unitarios dirigidos por Alejandro Doria en Telefe. Además, formamos parte del mismo grupo de actores que tomabamos clases con Augusto Fernándes. Alicia era una gran profesional y una hermosa actriz”, la recuerda Laura Novoa. A su vez, Eleonora Wexler. indicó: “Era muy chica cuando trabajé con ella en Alta Comedia, pero recuerdo algo que me impactaba: su mirada y el nivel de verdad que había en su decir. Su verdad y su potencia la volvían catitivante”.
“Trabajé mucho con la Bruzzo. Pero uno de los momentos que más recuerdo fue en mis inicios. Hacíamos un programa que se llamaba ¡Hola crisis!, en el que hacíamos un personaje por semana. Un día la senté y dije: ‘No se me cae una idea más’. Sentía que mi poder creativo se había fundido. Y entonces, ella me dijo: ‘Tus próximos años van a hacer así: vas a estudiar dos años con Raúl Serrano -que había sido su marido-, después vas con Agustín Alezzo y después con Augusto Fernandes. Le hice caso, pero a Fernandes no llegué. Ella quería que me diera cuenta de que todo lo que yo hacía intuitivamente, había un método para lograrlo”, le contó a este medio Carolina Papaleo.
La recomendación fue a conciencia. Además de Fernandes, Bruzzo fue durante años alumna de Agustín Alezzo, otro de los grandes maestros de actores. Dos años después de haber debutado en la televisión, vivió bajo las órdenes del director uno de sus mayores éxitos teatrales. “Hicimos Las brujas de Salem, de Arthur Miller. Mi personaje era el de Abbie, el protagónico. Y ese elenco era monstruoso: Alfredo Alcón, Milagros de la Vega, Lalo Hartich, Alicia Zanca, Héctor Manso, Norma Bacaicoa... Hacíamos tres funciones los sábados: una locura. Salíamos del teatro a las dos de la mañana y había gente con banquitos para comprar entradas para el día siguiente. No se podía creer. Por esta obra, el agregado cultural de la embajada de los Estados Unidos me becó un mes para ir a su país y desarrollar la actividad cultural que eligiese… Le debo a Alezzo el haber podido participar de eso porque en aquel entonces yo seguía estudiando con él. Fui su alumna durante siete años”, recordaba la actriz.
Sin embargo, consideraba que el estudio no era el único factor determinante a la hora de construir una carrera en los escenarios: “Creo que debe haber un talento natural y que el estudio es importante para la formación de un actor, pero lo fundamental es trabajar, trabajar, trabajar”, sostenía.
Además del teatro y de la televisión, la Bruzzo brilló en el cine. Su interpretación de una madre alcohólica y siempre al borde del incesto en Pasajeros de una pesadilla fue quizá uno de sus mayores logros en la pantalla grande. En esa película un jovencísimo Gabriel Lenn interpretó a uno de los hijos de su personaje. “Era una síntesis de profesionalismo, intensidad y magnitud, capaz de llevar a ese plano a sus compañeros. Porque sin que importaran las ideas o la edad que uno tuviera, ella te potenciaba. Era una gran compañera y una maestra”, sintetiza. “La adoraré por el resto de mi vida. Seguro que en algún lugar del universo necesitaban una gran maestra y se la llevaron, demasiado temprano”, coincidió Silvina Rada, su compañera en las telenovelas Nacido para odiarte, Un extraño en nuestras vidas y Vendedoras de Lafayette.
Cuando el cuerpo comenzó a resultarle un escollo, encontró en la pintura digital -su amor por la pintura tradicional la acompañaba desde siempre- un buen vehículo para canalizar su creatividad. “La última vez que la vi fue en la presentación de sus bellísimos cuadros. Estaba feliz, con su amada Manuela y, como siempre, optimista”, evoca Patricia Rozas, con quien Bruzzo trabajó en Pobre Clara y forjó una fuerte amistad. Manuela es la única hija de la actriz, fruto de su relación con el director teatral Raúl Serrano.
Después de colocarse el cinturón gástrico, en 2000, Bruzzo bajó 45 kilos, pero las complicaciones siguieron: debieron volver a intervenirla para quitárselo porque le producía complicaciones en una hernia de hiato que ya padecía. Apenas un tiempo después le comunicaron que tenía cáncer de mama. Luego de someterse a tratamientos de quimio y radioterapia, le diagnosticaron un cáncer de pulmón que resultó fatal. A principio de 2007, mientras se encontraba en su casa de la localidad balnearia de Mar del Sur, sufrió una descompensación pulmonar y debió ser trasladada a Buenos Aires. La misma ciudad que la vio nacer, la vio morir, el 13 de febrero, a los 61 años.
Amada por el público, admirada por sus colegas más jóvenes y aclamada por la crítica, Bruzzo también supo cosechar los halagos de las actrices más importantes de su generación, que ponderaban su poderío escénico, pero también su don de compañera. “Durante tres años hice con Rodolfo Bebán en teatro Cartas de amor. Yo me deprimía porque era tan fuerte el personaje que, cuando terminaba la obra, no dormía hasta las cinco de la mañana, seis. Y un día me llamó Alicia, que siempre fue mi actriz favorita, y me dijo: ‘ Borges, ¿cómo te estás sintiendo?´. ´No muy bien, me canso mucho´. Yo la había visto a ella hacer la obra y la hizo como nadie, junto a Miguel Ángel Solá. Me dice: ´Mirá, a Bárbara Mujica le pasaron cosas dramáticas con esa obra, tratá de decirle a tu ser básico que es un chiste´. Vas, le comprás alguna cosita, comé chocolate, reíte, tomá vino cuando termines. Yo hice eso”, reveló, a modo de anécdota, Graciela Borges en un reportaje. Y remató: “Por esas cosas, nunca pude olvidarla”.
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