Alfredo Garrido: adiós al creador desde las sombras de grandes y transformadores momentos en la historia de la TV argentina
Como conductor, productor, empresario y comunicador se convirtió en narrador y artífice de varios programas que dejaron profunda huella; fue responsable máximo de Canal 9 en los años 80, tarea que incluyó la creación de éxitos como A solas y Amo y señor
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Aquello que todavía seguimos llamando televisión está tan expuesto a un proceso de transformaciones constantes que cuesta cada vez más dirigir la atención de las nuevas generaciones hacia alguna de las grandes etapas de su historia. Alfredo Garrido, que falleció este jueves 9 de mayo, a los 90 años después de una breve internación por un cuadro de neumonía del que no pudo recuperarse, fue un destacado protagonista delante y detrás de las cámaras de momentos decisivos en la evolución y la transformación de la TV abierta en la Argentina.
Garrido será recordado como un profesional de impecable formación y ejemplar conducta que pasó en un momento de ser testigo y narrador del crecimiento del medio a convertirse en artífice de algunas decisiones trascendentes. Le tocó manejar, por ejemplo, la programación de Canal 9 en un momento (mediados de la década del 80) en el que la TV abierta estaba en uno de sus picos históricos de popularidad y alcanzaban cifras de rating descomunales, varias veces más altas que las de hoy.
La trayectoria de Garrido merece recordarse mucho más allá de aquella experiencia televisiva, por cierto la de mayor exposición (y reconocimiento) de todo lo mucho que hizo como periodista, comunicador, empresario teatral, publicitario, editor de publicaciones especializadas, gestor cultural y organizador de eventos. Hombre ligado por sobre todo al cine se dedicó también a la distribución de películas (sobre todo europeas, las más cercanas a su gusto y predilección) y a la radio, que al fin y al cabo marcó el comienzo y el final de su vida en los medios.
Garrido nació el 14 de septiembre de 1933 en la ciudad de Buenos Aires y se crió en el barrio de Balvanera. Dejó la carrera de Medicina cuando le faltaba apenas un año para recibirse detrás de una vocación más fuerte, surgida casi espontáneamente alrededor del estudio de fotografía que tenía su padre.
El público conoció su rostro por primera vez en 1961 cuando Fila 13, el programa sobre cine que conducía con su colega y entrañable amigo Alberto Almada, pasó de la radio a la televisión. En la divulgación, el comentario y el análisis de la actualidad del cine en la Argentina podría decirse que Almada y Garrido fueron precursores de un modelo de comentario a dúo que luego continuó con Función privada. Pero en Fila 13, el programa que conducían ambos, además de cine se hablaba mucho de lo que genéricamente se conoce como “la noche porteña” a través de imágenes, comentarios y testimonios registrados en lugares de moda de ese momento como la boîte Mau Mau.
La dupla fue inseparable en la pantalla y en la vida hasta la prematura muerte de Almada (padrino de Alberto, uno de los cuatro hijos de Garrido) en 1974, víctima de un aneurisma. Además de comentar cine el dúo llegó a manejar una agencia de publicidad. Desde ese momento, se puso en marcha para Garrido la etapa de mayor exposición ante las cámaras como animador y comentarista en magazines vespertinos que los historiadores de la TV registran como muy exitosos en su tiempo: En vivo y en directo (1971, Canal 11, con Andrés Percivale, Rosemarie, Emilio Ariño) y Teleshow (1973, Canal 13, con Víctor Sueiro, Laly Cobas y José de Zer).
Pionero local
Garrido llegaba a esa etapa después de ganar reconocimiento por sus coberturas cinematográficas, algunas de ellas casi como pionero local. Fue editor y director durante varios años de la prestigiosa revista El Heraldo del Cine y frecuente interlocutor desde fines de la década de 1950 de directores y actores de relevancia mundial.
También fue el primero en transmitir la ceremonia del Oscar para la Argentina por radio. Lo mismo hacía en festivales locales (el de Mar del Plata, en su apogeo artístico) e internacionales. Estuvo muchas veces en Cannes, primero como cronista y más tarde como distribuidor de películas.
En todo ese largo vínculo con el mundo del cine, Garrido cosechó algunas amistades estrechas con grandes figuras como Leopoldo Torre Nilsson, Beatriz Guido, Armando Bo e Isabel Sarli. Con estos dos últimos compartió veraneos familiares en Pinamar y largas tardes jugando al golf, una de sus pasiones.
Seguidor entusiasta y fiel de River Plate, Garrido siempre soñó cuando era chico con un destino como futbolista profesional cuando ingresó en las divisiones inferiores del club de sus amores. No lo logró, pero hasta más allá de sus 70 y pico seguía jugando con amigos de toda la vida en la cancha cubierta instalada en la sede céntrica del Club Universitario de Buenos Aires, del que era socio vitalicio. Quiso el destino que uno de sus hijos, Alberto, llegara a jugar como marcador de punta en la primera división de Boca Juniors (apenas un partido) y alcanzara un poco más de continuidad en Racing, para seguir luego su carrera en clubes de Italia y Escocia.
Tuvo otros tres hijos. Cecilia, destacadísima cirujana radicada en Saint Louis, Estados Unidos; Alejandra, bióloga y experta de reconocimiento internacional en el estudio del comportamiento de los chimpancés, que vive en Tanzania, y el primogénito, Mariano, fruto de su unión matrimonial con la cantante Amelita Baltar, que triunfó sobre todo en la década del 80 como modelo publicitario en las principales pasarelas del mundo y vivió durante muchos años en Europa.
Garrido tomó distancia de la tele durante casi una década hasta que el gobierno alfonsinista lo convocó para hacerse cargo de Canal 9 en tiempos en que todas las emisoras de TV abierta estaban todavía bajo control estatal. En esa década de pausa se volcó al teatro, al frente de la desaparecida sala Embassy, a metros de Suipacha y Córdoba, de la que surgieron bajo su conducción Tres mujeres para el show (con Susana Rinaldi, Marikena Monti y Amelita Baltar) y el encuentro entre Eladia Blázquez y Chico Novarro, producido junto a Carlos Rottemberg, dueño del casi vecino teatro Ateneo.
A Garrido siempre le gustó definirse como un “periodista no militante”, pero jamás ocultó sus simpatías por el radicalismo. Cercano al sector más influyente de expertos en medios del alfonsinismo, representado en la figura de Emilio Gibaja, aceptó convertirse en director general y administrador de Canal 9 a comienzos de 1984, secundado por Carlos Illana (director de programación) y Silvio Huberman (director de noticias).
Lo que hizo durante solo cinco meses, hasta que Alejandro Romay recuperó su histórico lugar como dueño absoluto del 9, fue una verdadera proeza. Transformó con una mezcla de intuiciones, destreza, conocimiento y bastante audacia una pantalla languideciente en una máquina eficaz y rendidora al máximo en términos artísticos y de rating. A Garrido le debemos la creación de A solas, el memorable programa de entrevistas y soliloquios a cargo de Hugo Guerrero Marthineitz cada medianoche.
Impuso allí una primera regla de hierro: el conductor no debía bajo ningún punto de vista encontrarse antes de la emisión con su entrevistado del día. “Cuando llegaba se sentaba a esperar, le dábamos un café 15 minutos antes, largábamos la música y arrancaba Guerrero. Creo que ni lo presentábamos al entrevistado, se sobreimprimía el nombre”, recordaba Garrido años más tarde en el cuarto tomo de La magia de la televisión argentina, la exhaustiva historia escrita por Jorge Nielsen.
Telenovelas y éxitos
También a Garrido le debemos buena parte del éxito de Amo y señor, convertida rápidamente en la telenovela del momento. Convenció a su productor, Raúl Lecouna, de programarla a las 13 con la idea de revivir el éxito previo, en el mismo horario, de Rosa de lejos. El romance ardiente entre Arnaldo André y Luisa Kuliok y los cachetazos hicieron el resto. De esa etapa fugaz y formidable en sus resultados también se recuerda un doble gran éxito humorístico con Las mil y una de Sapag e Hiperhumor (regreso triunfal de la brillante troupe de cómicos uruguayos) y el estreno de la serie de aventuras y humor Brigada A, que el público argentino convirtió de inmediato en favorita.
Garrido no volvió a un lugar que le hubiese dado, según un vaticinio generalizado, un lugar en la historia similar al que alcanzaron los grandes programadores televisivos de esos tiempos y los que estaban por llegar: Carlos Montero, Gustavo Yankelevich, Hugo Di Guglielmo. Prefirió ser fiel a su historia personal y a su temperamento, que siempre lo llevó a ser reconocido como un profesional extraordinariamente prolijo, didáctico y respetuoso de un código de valores que respetó a rajatabla.
Por eso prefirió a partir de allí desempeñarse en lugares de menor exposición y a la vez cercanos a su espíritu innovador como la dirección general de Teleinde, el último emprendimiento en la Argentina del cubano Goar Mestre (el gran productor y creador televisivo al que reconocía como indiscutido mentor), desde cuyos estudios en el partido de San Isidro (hoy parte del patrimonio de Telefé) se hacían y grababan programas para la TV abierta local y de exportación. “La tele crea paisajes para ayudar al común de la gente a salir de lo cotidiano. Ayuda a la ilusión, que es necesaria porque sin ilusiones nadie crea nada, nadie hace nada”, decía en 1985, en una entrevista con la Revista de LA NACION.
Activo hasta el final, en sus años altos desarrolló en Punta del Este uno de los proyectos pioneros de la programación de la TV por cable, Alto nivel, nombre que también impuso a su productora de eventos. Ese ciclo de encuentros con figuras y hechos de la vida cultural y del espectáculo esteño se forjó también a partir de la cercanía de Garrido con Uruguay. Allí había nacido su madre.
Alfredo Garrido conocía todos los secretos de la televisión. Sabía moverse en todos los rincones de ese medio con gran destreza con un conocimiento pleno de todo lo que podía despertar la inmediata atención del público, además de resistir las inevitables tentaciones del éxito fugaz y transitorio. Siempre procuró evitarlas y tal vez por eso eligió durante buena parte de su carrera tomar distancia de cualquier exposición excesiva.
Pero al mismo tiempo se sintió hasta el final como un genuino hombre de radio. Hasta hace poco volcaba todo el oficio acumulado a lo largo de los años en un sencillo programa llamado Cine de siempre, emitido por una FM local, que marcó su despedida de los medios. Los hijos, familiares y amigos de Alfredo Garrido evocarán su vida en una misa consagrada a su memoria este sábado 11 de mayo, a las 19, en la Parroquia Patrocinio de San José, de Barrio Norte.
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