A días de estrenar la comedia hot Clímax, el actor recuerda a su mamá, Susana Ortiz, y cuenta cómo convive con la popularidad y el bajo perfil
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Creció jugando entre camarines, escenarios y sets de televisión. Estudió Bellas Artes y, a pesar de que su mamá le pidió que no siguiera sus pasos, Alejo Ortiz hizo oídos sordos y debutó en Señoras y señores (una comedia que emitió América), con apenas 20 años. Hizo decenas de programas de televisión, acarició la popularidad con Verano del ‘98 y protagonizó varias obras de teatro. En diálogo con LA NACION, el actor habla sobre su próximo estreno, Clímax, el viernes 18 de marzo en el Teatro Multiescena, donde estará todos los viernes y sábados junto a Mariana Genesio Peña, Facundo Gambandé y Dede Romano, con dirección de Casper Espósito. Además, reflexiona sobre su trabajo, cuenta cómo vivió la sorpresiva fama siendo muy joven y dice que todavía extraña a su mamá, la actriz Susana Ortiz que murió en 2020, en plena pandemia.
En estos últimos días, Alejo Ortiz está metido de lleno en los ensayos de Clímax, ajustando los últimos detalles. “Hace muchos años que tenemos ganas de trabajar juntos con el director de Clímax, y esta vez se dio porque la obra me interesó y el elenco también. Estoy chocho por haber elegido estar en este proyecto porque son unos compañeros maravillosos y todo va sobre ruedas. La obra, escrita por Alejandro Melero que es argentino, está en cartel en España desde hace diez años, y sigue”, detalla.
––¿De qué se trata la obra?
–Son seis historias, doce personajes, cuatro actores y un mismo final. Habla de historias vinculares que, de una u otra manera, se cruzan entre sí. Sin “spoilear” nada, en cada historia hay un punto de quiebre o un clímax, algo revelador para cada uno de los personajes. Es una comedia muy atractiva en la que salen a flote emociones como la soledad, la lujuria, el miedo, el amor no correspondido, la angustia.
–Durante la obra hay desnudos, ¿te incomoda esa situación?
–Hay, es verdad, pero tampoco es un desnudo total. Y no es la primera vez que lo hago. En Todos los judíos fuera de Europa, sí interpreté a un judío preso en el campo de concentración de Auschwitz e hice un desnudo completo, pero en otro contexto muy diferente. Siempre que esté justificado dentro de la situación, no me incomoda.
No es la primera obra con la que Ortiz vuelve durante la pandemia por el covid-19. Ya hizo Alma de fetiche, en el ámbito teatral independiente. “No fue fácil porque el covid nos dio otro revés con la variante Ómicron. Durante la pandemia hice radioteatro con Arturo Bonín, Ingrid Pelicori y Manuel Callau, un proyecto divino que se concretó por Zoom, como podíamos en ese momento. Después empecé con clases presenciales de actuación y me di cuenta de que la gente tenía necesidad de estudiar, y que fuera cara a cara. Estamos en esa lucha de la remontada. Ahora vuelvo con las clases de teatro aunque estoy más enfocado en trabajar como actor más que como docente. Y hay un proyecto muy interesante para una plataforma y quizá para la TV Pública; son historias de quince minutos, grabadas de corrido y en la que habrá muchos actores, al estilo de lo que fue Situación límite, en los años 80. Claro que es otra propuesta visual, porque los tiempos cambiaron. Estoy muy entusiasmado”.
–Tu debut fue en televisión pero después de un boom de popularidad te volcaste más al teatro, ¿fue una elección consciente?
–La tele lleva mucho tiempo. Me acuerdo que moría de ganas por hacer teatro pero era imposible porque grababa muchas horas, también de noche. Quedé elegido para hacer El organito, de Armando Discépolo en el San Martín y no pude, tenía una frustración enorme y Gustavo Yankelevich me dijo que no me preocupara, que soy buen actor, que en cualquier momento iba a poder hacer teatro y que él iba a estar sentado en la primera fila. Y así fue, empecé a hacer unitarios en televisión, tuve más tiempo y pude hacer teatro. Todos los judíos fuera de Europa fue una de mis primeras obras, y ganamos el Premio ACE. Además, la televisión empezó a cambiar y, aunque sin plataformas todavía, hubo menos ficciones y yo me volqué más al teatro. En los últimos años hice obras hermosas. 33 variaciones fue una de ellas, junto a Lito Cruz y Marilú Marini, fue una experiencia increíble. Y antes hicimos Hombre mirando al Sudeste, con dirección de Eliseo Subiela, en su primera experiencia como director de teatro. Pegué una relación muy linda con Lito y eso nos sucede a los actores, que durante un tiempo pasamos muchas cosas juntos y después tal vez no nos vemos más pero quedamos como hermanados.
–¿Seguís en contacto con los actores de Verano del 98?
–¡Sí! Una amistad enorme. Nos hablamos siempre con todos para saber cómo andamos.
–¿Siempre te ganaste la vida como actor?
–Sí. A veces muy bien y otras a los ponchazos, la vida del artista es así. Por eso mi mamá no quería que fuera actor. Me decía que iba sufrir, que es una profesión muy dura. Me decía: “vos sos docente de artes plásticas, estudiaste Bellas Artes, estás con el dibujo”. Pero yo quería ser actor. Estudié cine durante un año y tomé clases de actuación con Norman Briski y con Raúl Serrano hasta que me llamaron de Señoras y señores, el primer programa en el que participé.
–¿Y dejaste de dibujar?
–Nunca dejé de dibujar, lo hago para mí aunque quizás alguna vez me gustaría hacer una muestra. Es algo pendiente que tengo. Me dediqué tanto a la actuación que dejé todo eso un poco relegado.
–Tuviste mucha popularidad haciendo Verano del 98, ¿supiste manejarla?
–Nadie está preparado para semejante popularidad, sobre todo siendo tan chico. Por momentos no podía salir. Fue una locura, estábamos parejos en rating con Gasoleros, y entre Canal 13 y Telefe en prime time, con esos dos programas hacíamos 64 de rating. Salía a la calle y era un infierno, entonces prefería quedarme encerrado.
–Lo padeciste más que disfrutarlo…
–Tampoco tanto. Fueron dos años y después todo se fue aplacando. Pero siendo tan chico fue raro. Por un lado me gustaba la popularidad, pero, por otro, prefería quedarme en casa. Me crié entre actores, entonces siempre estaba la mirada de todos y me decían: “ojo, que esto no es para siempre”. Todos me cuidaban mucho. Y, además, mi vieja también trabajaba en Verano del 98: hacía de mi suegra. Era muy divertido, la tenia ahí al lado. Por suerte he podido vivir de esto toda la vida, a veces mejor y otras no tanto.
–Tu mamá te pidió que no fueras actor y no le hiciste caso, ¿qué pasó después?
–Le gustaba venir a verme al teatro, a pesar de que no iba en general a ver obras porque era un poco fóbica. Pero a mí venía a verme. Estaba orgullosa.
-Murió en plena pandemia, debe haber sido muy doloroso…
–Sí, con la cuarentena fue todavía más duro despedir a mi vieja. Fue una actriz increíble, una persona maravillosa. Todavía se la extraña. No vivíamos juntos pero en el final estuve ahí. Éramos muy unidos porque mi papá (León Moguilner, director de teatro) murió cuando yo tenía 9 años, y soy hijo único. Éramos muy pegados, charlábamos mucho, nos consultábamos. Lo bueno de la relación con mi vieja era que no siempre todo lo que yo hacía estaba bien; ensayábamos mucho juntos. Era muy bueno.
–¿Por qué usas el apellido de tu mamá?
–Porque siempre fui “el hijo de Susy”, y así me conocían todos. Fue muy linda mi infancia yendo a teatros, a giras, creciendo entre actores; era la mascota de los elencos en los que estaba mi vieja. El teatro tiene un misterio que mamé. Es magia pura, es un ritual estar en un escenario con el público sentado en la platea. La obra se completa con el espectador, por eso es tan raro el streaming, porque no es teatro: es un híbrido. Sin embargo hicimos un streaming con la cooperativa que tenemos con Manuel Callau y fue complejo. Fue la forma que tuvimos de reinventarnos en ese momento.
–Muchos colegas tuyos, hijos de actores, a veces reniegan de serlo. ¿Nunca te molestó que te dijeran “el hijo de Susana Ortiz”?
–¡No! Tengo un pedestal a mi vieja. Era muy talentosa, muy profesional y de perfil bajo. Teníamos muy buena relación. Pertenecía a una raza de actores comprometidos política y socialmente. Otra generación, aunque pienso que es imposible que un actor no dé su opinión mientras actúa, donde sea. Por suerte, alrededor tuve gente talentosa y muy bien plantada, sabían lo que hacían. Así crecí y así lo vivo.
–Y también heredaste el perfil bajo…. Por ejemplo, no sabemos si estás en pareja…
–Lo vivo como lo mamé, como una profesión. La gente tiene una fantasía con los actores y está bien que sea así porque es parte del espectáculo. Pero es una profesión igual que cualquier otra. Lo vivo así y no como una frivolidad. Estoy bien como estoy. Aprendí que las relaciones humanas son complejas, siempre digo que es una construcción. Ahora tengo mariposas en la panza gracias al estreno de Clímax. Mi mamá me decía: “el día que ya no sientas esas mariposas en la panza, te tenés que dedicar a otra cosa”. Y tenía toda la razón del mundo.
Para agendar
Clímax
De Alejandro Melero
Viernes y sábados, a las 21
Espacio Multiescena, Corrientes 1764.
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