Alejandro Romay: cinco años sin el gran Zar amado y cuestionado de la televisión argentina
Lo divinizaron como el Zar de la televisión argentina. Lo era. Cuando, a sus 88 años, aquel 25 de junio de 2015 dio su expiración final, se iba con él toda una época dorada del espectáculo argentino. Amó a los actores, convirtió a su Canal 9 Libertad en una usina de ficciones de producción propia, impuso un estilo a la hora de comunicar noticias y brindar entretenimiento, y fue un promotor enamorado del teatro. Todo con un sello nacional y popular, cómo él mismo definía. A cinco años de su muerte, la ausencia de Alejandro Romay se percibe. Se lo extraña.
"Era consciente que, para muchos, yo había sido un tipo desafiante, excesivo, egocéntrico, incorregiblemente vanidoso y paternalista. ¡Y sí! Fui todo eso. Pero también sé que fui un trabajador obsesivo y empecinado, que volqué todas mis energías hacia la producción local y que anduve siempre con las manos abiertas para dar trabajo a mucha gente en una industria como la del entretenimiento, que necesita del riesgo, de la aventura creativa y de una mano firme para llevarla a cabo", redactó en MemoriZar su autobiografía que, a la luz del tiempo, es todo un documento de época.
"Amé y amo a Alejandro Romay", dice Susana Giménez a LA NACIÓN. La diva no dudó en sumar su recuerdo y su palabra afectuosa. Es que el gran emprendedor de los medios supo ganarse el cariño de todos los que trabajaron con él, en una época donde las oficinas de los directivos de los canales estaban abiertas para las necesidades de los contratados, un tiempo donde las emisoras tenían la identidad de sus máximos responsables.
"Fue una figura indivisible entre el espectáculo y los medios. Reunía todas las condiciones de un teleradiodifusor. Era un apasionado de esa actividad, a punto tal que eso estuvo por delante de cualquier otro interés. Es de aquella escuela en donde hacer televisión o radio era el motivo de la empresa que había creado y no como luego sucedió, las más de las veces, que las empresas de radio y televisión son soporte para otro tipo de negocios o inquietudes comerciales. No fue el caso de Romay. Hay pocos tipos que le dieron a la profesión la cantidad de fuentes de trabajo que él creó en nuestro país. En teatro, fue un adelantado con producciones que mucho después se volvieron a ver, pero que él ya había montado", reconoce el productor Carlos Rottemberg, a quién lo unía con Romay la pasión por el espectáculo y un vínculo personal muy estrecho.
El Zar fue amigo de sus amigos y un acérrimo defensor de la tarea actoral: "No solo era el jefe y el director de un canal, era un compañero más", recuerda el actor y director Arturo Puig, quien protagonizó telenovelas producidas por Romay y pisó los escenarios de sus salas teatrales. "La televisión de Alejandro Romay tenía verdad, era genuina. Hoy, es maravilloso contar con las herramientas que se cuentan, pero no nos dejemos someter por ellas", sostiene la actriz Luisa Kuliok, quien, producida por Omar Romay, hijo de Alejandro, protagonizó sucesos como La extraña dama, telenovela que hacía estallar el rating del Canal 9. Kuliok fue una de las celebridades más estelares de la programación de Romay. "Tenía un ojo popular muy grande. Se involucraba tanto que aparecía hasta en los spots del canal, era un personaje más dentro de los actores de su canal, era fantástico", dice emocionada la actriz Natalia Oreiro, quien se inició como extra en aquel Canal 9 y terminó protagonizando grandes éxitos.
"Me cuesta pensar que el legado de papá esté presente en los medios. Las cosas han cambiado muchísimo. La forma en la que pensó la televisión, hoy no existe. No veo aquella voluntad que él tenía de invertir y producir sin pausa. Esos riesgos los toman los que tienen por vocación la comunicación y el entretenimiento", reconoce Mirta Romay, quién continúa los pasos de su padre ilustre a través de la exitosa plataforma Teatrix que ella creó para impulsar la posibilidad de ver teatro grabado. "Papá fue un hombre que privilegió la acción sobre la contemplación", sintetiza Omar Romay desde Miami. Al igual que su progenitor, él también es un empresario televisivo y acaso sus palabras definan acabadamente la naturaleza del Zar. Diego Romay, hijo menor y heredero de la vocación por administrar salas de teatro, apela a los sinsabores para perfilar el temple de su padre: "El fracaso y la frustración también formaron parte de su vida. Perdió frecuentemente y aceptó su derrota varias veces. Su vida no fue perfecta. Sin embargo, fue un ser especial, porque lo que lo distinguía era que, a pesar de todo, siempre seguía adelante. Jamás el miedo a la derrota lo detuvo, infatigable". Aquella noche del 7 de diciembre de 1997, a horas de entregar el canal a sus compradores australianos, no fue una más: "Fue dura, emotiva, habíamos trabajado mucho. Con la entereza que lo caracterizaba, deseó buenos augurios para los que entraban", recuerda Viviana Romay, su otra hija.
Alejandro Romay fue uno y miles. Fue el que se inició en la radio en su Tucumán natal y el que fundó la emblemática Radio Libertad en Buenos Aires. El factótum del Canal 9 y el impulsor de salas como el Teatro Argentino o El Nacional. Sabía de técnica, era un sabio para armar programaciones y no se amedrentaba, ni mucho menos, a la hora de enfrentar la cámara o desenfundar un micrófono. Su vocación por la palabra, el buen decir, lo convertía en un estandarte de la elocuencia: "Daba unos discursos larguísimos, podía hablar una hora y media seguida y, si uno estaba atento, había cinco minutos que te servían para toda la vida", recuerda Patricia Palmer, quien protagonizó varios éxitos producidos en Canal 9 y fue, durante un tiempo, integrante del plantel de dirección de la emisora ubicada en el icónico edificio de Gelly 3378, en el barrio de Palermo. La sigla del LS83 dicha por la locutora Lidia Sánchez con la imagen de un niño tomando una paloma blanca aún está grabada en las retinas de los fanáticos de la televisión de los ochenta.
El nombre de Silvio Soldán está indisolublemente unido al de la empresa de Romay. Special, Grandes Valores del Tango y Feliz Domingo para la Juventud fueron algunos de los éxitos que animó el locutor, algunos de ellos por más de 25 años: "De parte mía, el trato era distante, jamás lo tuteé, siempre le dije señor Romay. Él, que estaba en un escalón mucho más alto que el mío, sí me tuteaba. Realmente, le tenía mucho respeto y lo quería mucho. Y él a mí. La calle Gelly no fue mi segunda casa, sino la primera, estaba todo el día en el canal. He sido absolutamente feliz trabajando allí", confirma con nostalgia el emblemático conductor, famoso por su ciclo tanguero de los miércoles por la noche y la maratón de ocho horas dominicales junto a los estudiantes que competían por el viaje de egresados a Bariloche.
A mi Tucumán querido
"Mi casa paterna era muy pobre", reconoció el Zar en más de una oportunidad. En 9 de julio 625, en la ciudad de San Miguel de Tucumán, se crió este hombre que sería esencial en la historia de los medios y del universo del espectáculo. Tuvo siete hermanos, algunos fallecidos prematuramente, y un apellido que se forjó entre equivocaciones: "Mi padre me llamó Argentino por el país que nos dio cobijo. Mi apellido era Ben Mahor, que significa 'hijo mayor'. Mi abuelo también se llamaba Saúl Ben Mahor e, indudablemente, al empleado de inmigraciones le fue más sencillo tomar el 'Saúl' como apellido", reconoció Alejandro Argentino Saúl Romay en su autobiografía. El Romay, que se convertiría en una verdadera marca registrada, nació de invertir el "Mahor" original o, mejor dicho, su significado. Así "mayor" mutó en Romay. Rebelde desde pequeño, cuando su madre Rebeca decidió mudar a la familia a Buenos Aires, en busca de mejores oportunidades, él no tuvo mejor idea que tirarse del tren para quedarse en su Tucumán querido.
Trabajó en un ingenio para poder sobrevivir. En la ciudad de la Plaza Independencia y de la Casa Histórica hizo de todo. Allí fue donde encontró su verdadera vocación. Era un escolar cuando, ante el sopor de un profesor, no tuvo mejor idea que imitar un relato deportivo divirtiendo a sus compañeros. Al terminar la "transmisión", el docente despertó de la siesta, Alejandro le comunicó que había terminado de dar su lección oral, y la cosa terminó con una bien ganada aprobación. Así era. Ya despuntaba el espíritu líder y la vocación por la comunicación que terminó de fomentar Ángel Remigio Abregú, jefe de locutores de LV7 Radio Tucumán, la primera señal que le dio una gran oportunidad de trascendencia. En esa emisora entrevistó a Agatha Galiffi, bautizada como "La Flor de la Mafia". En esos tiempos, Alejandro realizaba varios trabajos para sobrevivir, restándole muchas horas al sueño. Aunque también se daba tiempo para desarrollar su pasión iniciática por la lectura. Walt Whitman, Emilio Salgari, Joseph Conrad y Alejandro Dumas eran algunas de sus plumas que lo deslumbraban.
En la adolescencia llegó la conscripción. Lo llamaron del Regimiento 19 de Infantería de Tucumán, que luego lo trasladó a Buenos Aires. Una vez obtenida la baja, buscó trabajo en la gran ciudad. Consiguió un puesto en una mueblería, pero, al tiempo, volvió a Tucumán para trabajar en un ingenio con mejor paga. Terminada la cosecha, un contacto lo acercó a Radio Rivadavia de Buenos Aires, y ahí sí, sintió que ya nada lo apartaría de esa vocación que le atravesaba la sangre. Mientras daba sus primeros pasos como locutor y animador de eventos, conoció, en una fiesta de carnaval, a Leonor Rosio, quien fue la mujer de su vida y la madre de sus hijos. Con Lita, como la llamaban todos, conformó una familia unida. Ella lo apoyó en todas sus aventuras laborales sosteniendo y educando a los hijos ante las extensas jornadas fuera de casa de su marido. En 1953 se casaron y se fueron a vivir al barrio de Palermo, sobre la calle Ravignani.
Los 4 hijos comenzaban a llegar y la familia se sostenía con el trabajo de Alejandro, quien soñaba con tener medios propios. Siguiendo ese deseo, se presentó a una licitación radiofónica. Una colecta de canillitas conocidos permitió que reuniese la suma para obtener la frecuencia. El 18 de abril de 1958, en el estudio mayor de Radio El Mundo, le entregaron la onda. Nacía Radio Libertad. La emisora, al poco tiempo, funcionaría en los sótanos de la Galería Güemes. La programación tenía una impronta tanguera de acuerdo al gusto de su propietario, todo un experto en el tema. Ya había nacido la marca Grandes Valores del Tango. Cada Navidad, Romay abría las puertas de los estudios y organizaba grandes celebraciones para los oyentes que estuviesen solos. Los suyos y su familia política lo acompañaban en esa travesía solidaria. Genio y figura. "Mamá fue una persona enormemente leal a él. Se acompañaron y se respetaron muchísimo. Por eso formaron la familia que formaron", dice orgullosa Mirta, la hermana mayor.
"Jamás compró la victimización personal ni la culpa ajena. Se hizo responsable de su vida, éxitos y fracasos. Creyó en la libertad como eje central. En el pluralismo, en la competencia. Y en la función del Estado para fijar las reglas de juego", reconoce Omar Romay. En una ajetreada historia nacional, Romay adquirió medios que el Estado luego le sacaría, pero él volvía a intentarlo, tenaz como pocos.
Primero en audiencia, primero en calidad
La masividad de Canal 9 Libertad estremecía a sus competidores. El rating logrado por la emisora la convertía en indestructible. Tener más de 30 puntos de rating era moneda corriente. "Tenía una personalidad fuerte, nadie llega a ser lo que fue don Alejandro si no se es así, pero, además, era un gran ser humano", reconoce Gustavo Siegrist, quien fue uno de los responsables de conducir los destinos del área informativa de la emisora a partir de 1984, en aquel Nuevediario bajo el liderazgo de Horacio Larrosa.
Romay estuvo al frente del canal en dos épocas diferentes. La primera arrancó en 1963 y concluyó en 1975 cuando las emisoras privadas, 9, 11 y 13, fueron expropiadas y pasaron a manos del Estado. El segundo período arrancó en mayo de 1984, ya con el gobierno democrático en la Casa Rosada. El edificio siempre había quedado en propiedad de Romay y alquilado al sistema estatal. Siegrist recuerda que Romay recuperó el canal "luego de luchar con Raúl Alfonsín, que no se lo quería devolver". Al momento de las licitaciones, ingresó al canal "sin poner un peso, porque el Estado le debía ocho millones de dólares por los alquileres" y él hizo una oferta licitatoria por igual monto. "Una jugada maravillosa de Alejandro. A diferencia de lo que hicieron Goar Mestre en el 13 y Héctor Ricardo García en el 11, él, en ningún momento, entregó el edificio. Decía: 'La onda es del Estado, pero el edificio es mío'. De hecho, una noche tiró abajo el estudio 9, que estaba sobre Figueroa Alcorta, porque lo había construido él. Cuando le sacaron el canal, devolvió lo que le habían dado originalmente. Ese terreno quedó como una playa de estacionamiento hasta que Romay volvió", dice Siegrist, quien es, además, sobrino de Miguel de Calansanz, el hombre que estuvo mucho tiempo a cargo de la programación de la emisora.
En aquella primera etapa en blanco y negro, surgieron títulos gloriosos como las telenovelas Simplemente María con Irma Roy y Cuarto hombres para Eva, el musical Grandes valores del Tango, el ciclo solidario Sábados de la bondad que tenía la finalidad de juntar fondos para los hospitales públicos, el humorístico La peluquería de Don Mateo de Gerardo Sofovich y Alta Comedia, el formidable programa de historias unitarias protagonizados por celebridades de gran prestigio. Era el preferido de Alejandro Romay, quien, como amante del teatro y la buena literatura, plasmó sus gustos en esta creación.
Cuando en el ´63 el Zar comenzó a timonear la emisora, se encontró con algunas trabas presupuestarias: "Logra salvar el canal gracias al teatro. Las horas extras hacían que no se pudiera mantener a flote, entonces inventó, gracias a su experiencia en el teatro y su amor a la ficción, un modelo de trabajo que quedó instalado a partir de Simplemente María: filmar de acuerdo al modelo teatral. Los actores ensayaban y se grababa sin cortes como se hacía en el cine. El manejo de las cámaras también se hacía bajo a esa modalidad. Esto hacía que surgieran anécdotas muy divertidas cuando los protagonistas no podían abrir una puerta porque la escenografía estaba trabada o que a una actriz se le quedará pegado un bigote. No se podía cortar nada", rememora Mirta Romay.
"Hacía un programa que se llamaba Estudiantes, que tenía muy poco rating. Un día me llama Alejandro y me dijo: 'Me gusta, pero tiene poca audiencia. Si no lo tomás a mal, lo vamos a levantar'. Le pregunté con qué me iba a reemplazar: 'Con Mirtha Legrand', me respondió. Lo felicité porque me parecía un buen horario para una telecomedia. Pero, para mi sorpresa, me dijo: 'La voy a poner a almorzar'. Ahí nacen los almuerzos", rememora Soldán. El longevo formato primero se llamó Almorzando con las Estrellas, hasta que mutó con el nombre de su animadora. Corría 1968.
"Él fue el que me descubrió. Romay se había peleado con Mirtha, así que cuando me invitaron a uno de los almuerzos estaba Orlando Marconi conduciendo y toda la plana mayor viendo el programa. Cuando terminó la emisión, me llamó y me dijo: 'Lo quiero contratar. Así nació Carmiña, que fue un éxito rotundo y que impulsó mi carrera hacia la popularidad", recuerda Puig.
Cuando Alejandro Romay regresa a comandar el canal, en 1984, volvió a acompañarlo el éxito. Por lejos, lideraba por sobre sus competidores, una vez más. Eran tiempos donde la ficción era la columna vertebral del canal. Luego de Venganza de Mujer, Luisa Kuliok protagonizó un verdadero suceso que inauguró el horario de las 21 para la ficción: La extraña dama. "Alejandro me confió ese personaje, fue algo extraordinario. Su hijo Omar había regresado de EE. UU. y su primera producción acá fue esta novela que iba a protagonizar Jeanette Rodríguez, pero, por alguna razón que desconozco, se fue a punto de comenzar. Estaban desesperados, ya estaba la infraestructura montada, toda la producción armada, y les faltaba la extraña dama. Ante esto, Omar le consultó a su padre qué hacer. Fue Alejandro quien le dijo: 'Llamala a Luisita'. Esa frase significó la proyección internacional y todo lo que sucedió con esa historia. Como siempre conservo mucha distancia en los trabajos, no era amiga de él. Pero una sabía que él estaba. Tenía presencia, un cuidado enorme, y eso me hacía sentir muy bien en el trabajo cotidiano. Era sensible, se podía confiar en Alejandro", afirma Kuliok.
"Le encantaba descubrir figuras, sentía que era un hacedor de talentos. Lo era. Tenía una visión muy especial con las personas, donde ponía el ojo era muy raro que se equivocase. De hecho, jamás lo vi equivocarse. Decía cosas que a uno le podían sonar extrañas, pero el tiempo siempre le daba la razón", reconoce Palmer. La llegada y carrera escalonada de Oreiro confirma esta visión: "Entré a Canal 9 haciendo una participación en Alta Comedia donde solo decía 'qué lindo espejo', en una escena con Darío Víttori. Luego estuve en Inconquistable corazón, pero, al comienzo, sin tener letra. Yo me pintaba y gesticulaba de fondo, era relleno. Sabía que alguien me iba a ver y me iba a dar una oportunidad. Lo que ganaba en esos bolos me alcanzaba para alquilar una pieza. Pero, como Alejandro veía las novelas con las empleadas de su casa, quienes le decían qué les gustaba y qué no, finalmente, me dio un papel con letra. Creo que les gusté a él y a ellas".
Romay conocía plenamente qué buscaba su audiencia. Ese ojo lo hizo mantener una programación coherente. Con ese fin, se involucraba en absolutamente todo: "Cuando estábamos en la etapa de casting de Ricos y Famosos, hice escenas con él como partenaire, donde le indicaba a Diego Ramos qué tenía que hacer", explica Oreiro aún asombrada por aquella audición en la gestación de lo que sería un gran suceso. "Fui como una nieta, me perdonaba todo, aunque, si me tenía que parar el carro, lo hacía. Yo recorría el largo pasillo del nuevo edificio de la calle Dorrego haciendo media luna y así entraba a su despacho. Era una inconsciente por la edad y porque, como venía de Uruguay, no conocía tanto su enorme trayectoria, lo que implicaba su nombre", reconoce la actriz.
Un Zar siempre atento
Alejandro Romay conocía a cada uno de los empleados de su canal por nombre y apellido. Y sabía cómo estaban conformadas sus familias y si tenían algún tipo de problema por resolver. Caminaba por los pasillos del laberíntico edificio de Gelly hablando en voz alta, saludando y observándolo todo. No había detalle que pasase por alto.
"Cuando alguien estaba en problemas, el hacía llegar su solución, su consejo y hasta su préstamo. Recuerdo que un camarógrafo tenía a su hijito muy enfermo y Alejandro puso un avión para que se pudiese atender afuera", recuerda Palmer. "En una oportunidad, un becado del canal tuvo una meningitis viral. Desgraciadamente, no se conseguían los remedios y este muchacho se moría. A instancias de Silvia Fernández Barrio, Horacio Larrosa y mía, Alejandro se hizo cargo de buscar los medicamentos en todo el país para salvarle la vida. A una secretaria del canal, cuando se casó, le regaló la casa con todo el equipamiento, en colaboración con sus socios Héctor Pérez Pícaro y José Scioli", rememora Siegrist.
Así como era solidario, también fue un personaje insólito. En medio de la revuelta carapintada liderada por Aldo Rico y bajo amenazas de tomar el canal, le gritó a su portero, que estaba desarmado: "Aguante Ferradás, el canal es suyo".
"Fue un productor que me mimó muchísimo siempre", reconoce Susana Giménez, quién fue tentada por el Zar para llevar su exitoso Hola Susana de ATC al 9. El programa iba los lunes a las 21, y hacía estallar los teléfonos de la emisora con millones de televidentes dispuestos a participar en los diversos juegos.
Soldán pinta la generosidad del Zar: "En algún momento llegó una disposición que decía que nadie en la televisión podía ganar más que un Teniente Coronel. Así que me bajaron el sueldo, pero, en cuanto pasó el cimbronazo, me volvió a aumentar".
Su hija Viviana se encargó de dirigir la venta de Canal 9 a la australiana Prime: "En los momentos previos a un almuerzo en el que se iba a anunciar la venta, no nos poníamos de acuerdo con las garantías que nos tenían que dejar por el saldo deudor. Ellos no querían, era un infierno. En el medio de aquella comida, había que explicarle a mi papá que no estaba cerrado el acuerdo. Terrible. Se lo explico y me dice: 'Seguí trabajando, esta comida no se suspende'. La tensión fue tremenda. Era un tipo con mucha entereza, nunca iba para atrás y confiaba en que iba a lograr todo". Y lo lograba.
El padre
Alejandro Romay fue un gran padre, compinche de sus hijos, a los que les inculcó la excelencia en el trabajo y la vocación esforzada por lograr los objetivos. Omar Romay recuerda aquel rótulo amoroso de "amigos-compañeros" con el que Alejandro definió el vínculo: "Compartíamos sus intereses, su pasión, sus desvelos. Sus abrazos eran memorables. Era buen consejero y muy competitivo. Jugábamos a las damas, al ping pong, al tenis".
"Recordar a mi padre es pensar mi primer chapuzón en la pileta. Tenía pánico a hundirme y él, cansado de los profesores y colonias a las que odiaba, un día sentenció: 'Vos podés nadar'. Ahí mismo sentí el empujón con el que me arrojó al agua. Siempre lo recordé como el golpe de confianza", confiesa Diego Romay, el hijo que reparte sus días entre Argentina y la dirección del Teatro Alcalá de Madrid.
Para Mirta, el recuerdo de su padre la transporta a las noches de su primera infancia: "Él llegaba tarde y yo me acostaba con mamá, pero básicamente para esperar que él llegara y me llevase a upa hasta mi cama. Me acomodaba las mantitas y me daba un beso, creyendo que yo estaba profundamente dormida. Pero no, yo escuchaba la puerta y fingía para que él tuviera que hacer eso que hacía. No puedo olvidar que era muy divertido escucharlo contar una película, era mejor lo que él narraba que la película real. Ya de más grande, siempre estaba haciendo travesuras y transgresiones con los nietos". Viviana, la hija abogada, reconoce que "era cálido, pero exigente y duro. Hay cosas que recuerdo con mucho cariño: íbamos a un bar y estudiábamos Historia juntos, él me ayudaba para rendir los exámenes de la primaria y la secundaria", agrega.
Rottemberg pinta de cuerpo entero esa esencia paternal del Zar: "Yo tenía 18 años y una noche me invitó a comer junto con Lita. Cuando terminé mi plato, su mujer me preguntó si quería algo más. Dije: 'Estoy lleno'. Y él me retrucó: 'Se dice estoy satisfecho'. Hace 45 años que cuando voy a decir 'estoy satisfecho', me viene la imagen de Alejandro".
Romay era un hombre culto con un gran sentido de lo popular y propenso al amoroso consejo a quienes elegía como familia adoptiva. "Me enseñó a negociar mis contratos. Una vez le comenté lo que quería ganar y me explicó que esa no era la forma. Me dijo: 'Vos tenés que pedir un dinero para los primeros tres meses, más para los tres que siguen y un poco más para los tres finales. Y, si la cosa va bien de rating, un plus'. Él ya sabía lo que me iba a pagar, pero quiso que yo se lo pidiese de esta forma. Me enseñó todo", dice Oreiro.
El teatro
Junto con la radio, el teatro es una de sus grandes pasiones iniciales. Fue el responsable de salas como el Teatro Argentino que sufrió un atentado al momento de estrenarse Jesucristo Superstar, y el icónico El Nacional que también sufrió una voladura en momentos de llevarse adelante una revista con Susana Giménez y Juan Carlos Calabró: Sexitante. En uno de los monólogos se cuestionaba la administración de la ciudad de Buenos Aires, en tiempos de dictadura militar. "Me esperaba siempre con rosas y tenía delicadezas como empapelarme el camarín con estampados de leopardo. Alejandro estaba en todos los detalles. Me respetaba mucho, era un señor. Jamás tuve una discusión, ni un sí ni un no", explica Susana.
"Yo había cumplido los 17 años cuando Romay tenía en marcha un contrato con el Teatro Ateneo que estaba cerrado. Él era el inquilino, pero no lo explotaba. Fue él quien me inicia, porque fue quien me puso las llaves del teatro en la mano para que arrancase con mi actividad. Él siempre supo, y lo sabe hoy su familia, que aquel fue el gran puntapié. Si bien, luego produje el programa de Mirtha Legrand en Canal 9, nuestra relación era netamente teatral y, por supuesto, muy personal", explica Rottemberg.
Esta semana, Alejandro Romay será recordado como uno de los mayores hacedores del teatro nacional en la plataforma Teatrix, ideada por su hija Mirta: "Papá filmaba con muy buena calidad sus obras, así que estas piezas son el eslabón que une un momento y otro de la historia. Cada uno de estos títulos tiene un valor enorme". Desde hoy y hasta el domingo 28, Teatrix ofrecerá El violinista en el tejado, Víctor Victoria, El diario privado de Adán y Eva, El precio y El hombre de la Mancha; ésta última era la pieza preferida de Alejandro, de hecho en su despedida se entonó el leitmotiv de la misma. "Esas filmaciones que quedaron para la historia me inspiró esta plataforma", reconoce la ideóloga de un emprendimiento con trascendencia internacional que ya cuenta con 160 piezas en su catálogo.
Inolvidable
"Hace muchos años, cuando nada hacía pensar eso dijo: 'La televisión abierta muere. Lo que van a ver son plataformas y productoras privadas'. Tenía un don muy especial", reconoce Palmer.
"Quería a los actores. Ese tipo de gente no hay más en la televisión, no existen. Era maravilloso tener un problema, golpear la puerta, y que alguien como Romay te recibiera. Hoy no sabés quiénes son los dueños de los canales. Por algo le decían el Zar", dice Puig. Para Kuliok, Romay "tenía algo muy poderoso que era su enorme amor y el respeto por los artistas. Alejandro creó una historia, una forma de trabajar. Uno podía hablar con ese director, organizador, imaginero de la ficción", admite.
Fue el Zar de los medios. Poderoso sin hacer gala de eso. Tenía la fórmula del éxito. Y supo también de los sinsabores de la política, la censura y el despojo arbitrario por parte del Estado. Fue el amoroso padre de sus hijos y de aquellos que encontraban en él al consejero, al hombre de temple firme que disfrutaba tendiendo la mano solidaria y dando trabajo: "Lo pude ver poco antes de que se fuera de gira. Le pedí a su familia visitarlo, necesitaba hacerlo. Caminamos por su hermoso jardín, me leyó varias de sus poesías y hasta me retó cuando pensó que iba a arrancar una rosa que yo solo estaba olfateando. No habrá una figura igual. Fue único", concluye Oreiro.
Hace cinco años Alejandro Romay pasó a la inmortalidad. Murió el hombre y nació el mito. Ese que, como ningún otro, hizo del amor a los artistas un estilo de vida y de la comunicación a las audiencias populares, un mandato.
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