Alejandro Dolina: "Tengo bastante capacidad para meterme en problemas"
La palabra como profesión, cualquier aproximación para definirlo achica los horizontes, impone límites. Escritor, músico, hacedor de radio y televisión, antes que revelarse de alguna manera Alejandro Dolina manifiesta su temor a ser un diletante, un eterno aficionado. "Yo no quisiera ser un diletante, pero tal vez lo soy. De puro andar saltando de disciplina en disciplina, de entusiasmo en entusiasmo, por ahí uno se convierte en un tipo que realmente no alcanza a ser profesional de nada, sino que anda asomándose en todos los balcones", señala. Se lo conoce por su obra literaria –todos sus libros fueron un éxito de ventas-, pero también ha transitado la TV, el cine, el teatro, y fundamentalmente es un hombre de la radio. Con 35 años al aire, su programa La venganza será terrible, es un auténtico clásico de la radiofonía en el Rio de la Plata.
Dolina nació en Morse, provincia de Buenos Aires, y pasó su primera infancia en la localidad de Caseros. Su madre, Delfa Virginia Colombo, era maestra, y su padre era contador, ejecutivo de Plavinil Argentina. Aprendió a leer a los tres años. Vivía en una casa muy grande, con árboles frutales, y era un niño solitario. Hasta que un día salió a la calle y no volvió nunca más. De chico jugaba con sus amigos al fútbol y era muy malo a la bolita. Juntaba figuritas Starosta, y una vez se ganó un despertador en una rifa. Desde su juventud fue aficionado al tango, a la filosofía y a la literatura. Tuvo varios empleos, trabajó en Entel y fue estudiante de derecho. A principios de los años 70 incursionó en el mundo publicitario y comenzó a escribir artículos para las revistas Satiricón y Humor.
"No tenía una gran vinculación con la revista porque era colaborador, de manera que iba una vez cada 15 días, entregaba mis notas y me las tomaba. Pero teníamos la costumbre de ir a almorzar una vez por mes, cada vez que íbamos a cobrar, por ejemplo. Los tipos de la redacción me invitaban a comer a El Globo y había desarrollado una gran simpatía con algunos de ellos, como Tomás Sanz, con el propio Andrés Cascioli y de esa vinculación amistosa salió mi primer programa de radio", recuerda.
Transcurría 1975, Carlos Ulanovsky y Mario Mactas estaban planeando hacer un programa por Radio Argentina que se llamó Plin caja y le propusieron integrarse con una sección independiente que bautizaron Mañanitas nocturnas.
Una década más tarde, en 1985, debutó como conductor de su primer programa con Demasiado tarde para lágrimas, junto a Adolfo Castelo, por Radio El Mundo. Después de pasar por distintas emisoras, en 1995 recaló en Continental con La venganza será terrible, el clásico que por estos días sigue adelante de martes a sábados, de 0 a 2 de la mañana por la AM 750, acompañado por Patricio Barton y Gillespie. Desde "Consejos para ser un buen mozo" o "Normas básicas de comportamiento en la playa", hasta "Aprenda a hacer como que no está cuando tocan el timbre", alrededor de las buenas bromas nunca falta algún tipo de reflexión sobre la condición humana.
Eso sin contar su producción literaria, desde Crónica del Angel Gris (1987), El libro del fantasma (1999); Bar del infierno (2005); Radio cine (2007) y la opereta Lo que me costó el amor de Laura (2010) en formato disco y luego en versión teatral, hasta su novela Cartas marcadas (2012).
Entre las novedades, en estos tiempos está terminando Notas al pie. Cuentos póstumos de Vidal Morozov, con prólogo y consideraciones de Franco de Robertis, una colección de cuentos que según la definición de su autor, también es una novela.
"En principio son unos cuentos de un escritor ficticio, que se llama Vidal Morozov, y estos cuentos están glosados por un discípulo suyo que hace notas eruditas, escribe el prólogo y conforme avanza el libro, esas notas se hacen más frecuentes, más extensas, más personales respecto de Morozov y menos eruditas. Poco a poco va asomando el odio que le tiene este discípulo al escritor, un juego de odios y de crímenes alrededor del cual se va construyendo la novela", anticipa.
Pero además, el sábado 5 se lo podrá ver vía streaming con En la pieza de Dolina, unipersonal de su autoría con la participación de El trío sin nombre, y algunas citas de Gilesppie y Barton.
"Es una especie de reflexión acerca de la incomunicación y de la soledad que se hacen muy patentes con la pandemia, pero que son propias de la condición humana, que es más bien insular. Es decir, uno siempre es una isla, y muy de vez en cuando traza unos puentes de comunión con los demás. Algunos de nosotros no necesitamos pandemia para sentirnos solitarios. En este tiempo, las compañías posibles son las compañías inventadas, pero a lo mejor eso es lo que ocurre siempre, a lo mejor no podemos tener compañías reales, sino imaginadas por nosotros", señala Dolina acerca de su última creación, donde reflexiona sobre el arte y la naturaleza humana,
-A propósito de la pandemia, ¿cómo llevas la cuarentena?
-Personalmente la llevo bastante bien, sin grandes angustias. Mi principal angustia es lo que le pasa a los demás. Es decir, la gente que se muere, la gente que se enferma. Después, si yo no puedo salir a reunirme con mis amigos, no me voy a morir tampoco. Me parece que, a veces, somos demasiado preocupados por lo pequeño que nos pasa, sin tener en cuenta lo grande, por ahí lo dramático y terrible que le pasa a los demás. Así que esa angustia de no poder ir al cine ya pasará.
-¿Qué mirada tenés sobre la dinámica que se juega por estos días entre el oficialismo y la oposición?
-Me parece que es un poco áspera y sobreactuada. Mi visión es pacificadora, quisiera que la política se pacifique. Pero también es cierto que esta visión pacificadora tiene algo de político y de partidario. Yo soy bastante partidario del gobierno, y no podemos obviar el hecho de que la pacificación favorece sus planes y la grieta favorece los planes de la oposición. Es decir, si la oposición está tratando que el gobierno no imponga su natural mayoría, es porque le conviene un poco de pelea. Y al gobierno le conviene la pacificación para evitar una oposición dura. Pero en general me parece que un poco de pacificación nos vendría bien a todos, porque lo que está pasando es muy áspero y se corre el riesgo de entrar en un juego de ofensas de tono creciente, que puede llevar a un punto donde no haya retorno.
-¿Cómo nació tu amor por la mitología y la literatura, la filosofía y la historia?
-De oídas. Mi madre era maestra y mi tía también, había muchos libros en casa y, como se ha dicho, yo era un tipo solitario, y por ahí me ponía a mirar algunas cosas y a leerlas. Mi madre me contaba algunas historias, y me hice bastante aficionado a la mitología griega con los libros de Monteiro Lobato, un gran escritor brasileño que escribía para niños o para jóvenes. Había un sinfin de novelas, y algunas de ellas dedicadas a la mitología. Por ejemplo, Las doce hazañas de Hércules, con un lenguaje supuestamente juvenil que realmente tenía su complejidad.
-Hace unos días la radio cumplió 100 años. A modo de homenaje, ¿quiénes fueron tus referentes en el medio?
-En realidad me gustan los artistas y los periodistas de la radio. Pero me resulta difícil compartir la emoción de todos los colegas y compañeros por los 100 años de la radio, porque la radio como tal no es nada, es como los 100 años del teléfono. ¿Qué le vamos a hacer, un homenaje al teléfono? En realidad, lo que hay que homenajear es a los tipos creadores de la radio, que tuvieron su pensamiento y lo difundieron a través de ella. Entonces ahí yo me emociono con Antonio Carrizo, con los grandes cantantes que han estado cuando la radio era vehículo importantísimo de la música, y los actuales, como Héctor Larrea, Carlos Ulanovsky, tantos amigos que yo tengo en el medio, mis propios compañeros, mis amigos Jorge Dorio, Rolón y otros que por ahí no son tan vecinos a mi vida pero que son muy respetables y yo les tengo reverencia, pero la radio como conjunto de micrófonos y cable no.
-¿Alguna reflexión sobre el amor romántico y la convivencia?
-(Se ríe) ¿No son lo contrario? Yo creo que el amor romántico tiene más de ficción que de realidad. Tiene también una duración limitada, y después la vida espantosa que la sociedad de consumo nos impone a todos nos convierte en unos sujetos no muy aptos para el romanticismo en general, y para lo que se llama el amor romántico en particular. Pero es así, después uno puede hacer el esfuerzo, y puede tener la suerte de lograrlo, pero en general el romanticismo necesita, incluso desde el punto de vista artístico, de alguna calamidad. El amor romántico necesita de algún desencuentro, de una separación no deseada, de un abandono quizás; o siendo que dos amantes se aman, fuerzas extrañas, exteriores, los separan. Todo eso hace a la novela romántica en general y al amor romántico. El amor romántico puede ser muchas veces unilateral, lo siente solamente uno de los dos, y la otra parte de la pareja está ausente, fuera del romanticismo, no lo siente, no le parece que sea un episodio romántico sino más bien un episodio molesto de alguien que está demasiado cerca. Y eso es más romántico que quizás un matrimonio que alcanza a acomodar las cosas de modo tal que, a lo mejor, no se aman tanto que digamos, pero pueden coexistir y convivir a partir de los hijos y otra clase de sentimientos más tenues y menos románticos.
-¿Profesás alguna religión, realizás algún tipo de práctica espiritual?
-No, nada. La verdad es que me gustaría mucho creer, yo soy muy "unamunesco", en el sentido de lector y partidario de Miguel de Unamuno, que era ateo, pero que estaba totalmente angustiado por eso. Él hubiera deseado creer, pero como era un escritor, un poeta, un científico, un filólogo, un pensador de una talla impresionante, no podía creer, su propia inteligencia se lo impedía. Y sufría porque comprendía lo vacío de la vida humana, en el sentido de que tenía apetito de eternidad, y no lo podía saciar. En ese sentido yo tengo apetito de eternidad, me gustaría que nadie se muriera, me gustaría creer en la continuidad de nuestra mente, de nuestra conciencia, pero no puedo, no porque sea un genio, sino porque me he dado cuenta de que la inteligencia, el pensamiento, el razonamiento nos conduce fatalmente a la convicción de que no hay otra cosa.
-¿Qué cosas te angustian?
-Bueno, desde luego la muerte, la soledad, la vejez por qué no. Todo esto me angustia, no solamente mi muerte, mi decrepitud, mi soledad, sino la de todos. La muerte de mis seres queridos. Pero la angustia frente a la muerte sería la principal de mis calamidades.
-¿Cómo aceptás el paso del tiempo?
-No lo acepto, ¿quién dijo que lo acepto? O sea, yo soy viejo en beligerancia, un mortal en beligerancia, me resisto todo lo que puedo, no es que acepte mansamente cada calamidad que aparece nueva, trato de revelarme ante ella. Se trata por ejemplo de ser un poco más lento, de no pensar tan rápidamente como lo hacía antes, trato de adiestrarme, de meterme en berenjenales filosóficos para adiestrar la inteligencia y la respuesta rápida. De modo que no es que me siento en un rincón y digo que esto es lo que corresponde a mi edad. No, por el contrario, por suerte no me sale tan mal, tengo bastante capacidad para meterme en problemas, no sé si para resolverlos.
-¿De qué cosas estás seguro?
-Casi de ninguna, tendría que buscarla un rato largo, a ver de qué cosa estoy seguro. Yo creo que no conviene estar seguro de nada, pero tampoco se puede vivir sin cierta clase de adhesión a la regularidad. Es decir, tenemos que vivir como si estuviésemos seguros de algunas cosas. Karl Popper, hablaba de unas regularidades que tenemos que admitir. Él las llamaba tradiciones, un poco raro, pero decía que si pusiéramos todo en tela de juicio, la vida común, la vida en sociedad, resultaría imposible. Por ejemplo, dar por sentado que el pan se vende en las panaderías, que los caminos son inmutables, que el camino que lleva a Mar del Plata es siempre el mismo, que el dinero sirve para comprar objetos. Toda esa fe es indispensable para una vida en sociedad, después todo lo otro lo podés poner en tela de juicio, pero si vos no crees que tu domicilio es el que es, sin dudas de eso cada día, va a ser un drama volver a tu casa.
-Una fácil: ¿Cuál es el sentido de la vida?
-(Se ríe). Bueno, justamente una de las preocupaciones, de las angustias que tiene el que no alcanza a creer del todo en nada es que es muy probable que la vida no tenga sentido. O lo que es peor todavía, que tenga algún sentido en el que no estemos involucrados. Que el universo tenga algún sentido en el que la raza humana no va a nada, o sea, no es la raza humana la culminación de la creación, sino simplemente un aspecto lateral sin importancia.
-Igual no dejamos de ser parte del todo, del universo.
-Sí, sí, puede ser que uno encuentre un consuelo en eso, pero yo que soy más elemental, o repito, más "unamuniano", quiero que esa participación, esa parte que tengo del todo sea consciente, es decir, que yo tenga conciencia del sentido de esa participación del todo. O sea, aniquilarme en la humanidad, aniquilarme en lo multitudinario, no resulta para mí un consuelo. Para algunos sí. Los chinos piensan que alcanzado el nirvana, uno de algún modo termina con su propio deseo, hay una especie de renacimiento como parte de un todo, pero no es consciente eso. No lo voy a sentir. Por ejemplo, formo parte de este universo, no me voy a dar cuenta, voy a estar recontra muerto. No alcanza a superar ese abismo de pensamiento que hay entre la forma occidental de concebir el mundo, que es una forma personal, y la forma impersonal en que muchas veces se lo considera en el Oriente. En el Occidente la mejor manera de aniquilar el deseo es cumpliéndolo, el chino piensa de otra manera.
-A través de Zazen, también conocido como meditación zen, una de las prácticas principales del budismo, es posible alcanzar un estado de silencio interior, un estado consciente que ellos denominan Hishiryo, pensar sin pensar, más allá del pensamiento, donde surge esa mente búdica o universal, pero en estado de completa conciencia.
-Bueno, hay también en el budismo zen lo que se llama el satori, o la súbita revelación, que es también una comprensión que no viene del pensamiento sino viene andá a saber de qué.
-El maestro Dogen, quien transmitió el budismo desde China a Japón, sostenía que no hay diferencia entre práctica e iluminación. Es decir, si no surge la separación en uno mismo, entonces tampoco surge la separación de uno mismo con el medio ambiente, con lo que lo rodea. Y ahí está eso que se llama iluminación o despertar. De ahí que práctica e iluminación no están separados, la práctica en sí misma es la iluminación. La práctica te va llevando a calmar esa mente discriminativa y que surja esa mente que podemos llamar universal, esa mente unida, o esa no-mente.
-Me imagino también que la meditación produce al menos una atenuación o una desaparición de la angustia que produce el no saber para qué estamos acá. Como todos los occidentales, estamos demasiados pendientes del yo, y entonces la angustia se hace muy patente todo el tiempo.
-Para terminar. ¿Qué te gustaría que dijera su epitafio?
-Me gustaría que dijera: "Lamentamos informar que el señor Alejandro Dolina todavía no está por aquí".
PARA AGENDAR
En la pieza de Dolina. Sábado 5, a las 21.30, vía streaming. Para adquirir las entradas hay que ingresar al sitio web www.entradauno.com, donde se brindará el link para ver la función. El valor de la entrada es 400 pesos
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