Manejó Loma Negra, el imperio de su abuela, Amalita Fortabat, entre 2000 y 2002; y tras su renuncia en plena crisis económica, a los 39 estudió Psicología y volvió a enamorarse
Amalita siempre lo vio como a un hijo. Desde que nació, la "Dama del cemento" crio a su nieto Alejandro –el primogénito que su hija Inés de Lafuente y Julián Bengolea trajeron al mundo el 11 de septiembre de 1964– para que fuera su sucesor en Loma Negra, ese imperio que ella con tanta dedicación había ubicado en la lista de las empresas cementeras más importantes del mundo. Desde muy chico, lo mimó sin parar y jamás dudó en cumplirle sus gustos y hacerlo sentir el consentido, el elegido. Con él compartía su gusto por el campo y los animales, por lo que sus veranos transcurrieron en Olavarría, su lugar preferido en el mundo y en el que pasaba los días entre los toros y las vacas. Pero después de casarse con Zelmira Peralta Ramos von der Heyde (47), en marzo de 1991, y con quien tuvo a Sofía (23) y Alejandro (20), su abuela comenzó a pensar en su educación e ideó un meticuloso plan para prepararlo.
Para eso no pensó en Harvard ni en Georgetown, las prestigiosas universidades norteamericanas donde se educa a descendientes de los millonarios del mundo, sino en Ricardo López Murphy, a quien Amalita escuchó en una conferencia y mandó llamar para que se ocupara de la formación empresarial de su nieto. Entonces, quien fuera ministro de Economía de Fernando de la Rúa estaba aún alejado del poder y las cátedras en la Universidad de San Andrés y La Plata eran concurridas por estudiantes de todo el país. Sin dudarlo, el exministro aceptó la propuesta de Amalita y empezó a adoctrinar a Alejandro en el edificio de la calle de Bouchard. Corría el año 1997 y Amalita había tomado tal decisión en una reunión con su núcleo duro –los ingenieros Mateo Gemignani y Klaus Dyckerhoff– sin siquiera haberlo consultado previamente con Alejandro. En esa reunión informal, celebrada en su tríplex de Libertador y a espaldas de su nieto, nombró sucesor de su "reino" a Alejandro Bengolea de Lafuente.
Según cuentan Marina Abiuso y Soledad Vallejos en Amalita (Sudamericana, 2013), la única biografía escrita hasta ahora sobre Lacroze de Fortabat, López Murphy se encontró con un estudiante de apenas 30 años muy dedicado y que a pesar de su corta edad era muy respetado en las fábricas. "Amalita pretendía hacer con él lo que Alfredo Fortabat había hecho con ella: entrenarlo por exposición. Que estuviera ahí, que escuchara, que viera. Arregló para que recorriera cada fábrica de Zapala, la de Frías, la de Barker. Iba aprendiendo los límites de su reino", cuentan las periodistas.
Su primer desafío constó en construir una nueva fábrica que recibiría el nombre de L’Amalí para seguir saciando las ganas de su abuela de tener más hornos y seguir produciendo cemento. Con todo el entusiasmo y a pesar de que se enteró de su nuevo rol de "jefe supremo" a través de un subordinado, Alejandro adoptó el proyecto como propio y estuvo presente en cada decisión y pendiente de todos los detalles. Para él, L’Amalí se convirtió en La Catamarca de su abuela: la primera fábrica que Amalita había construido sin Alfredo Fortabat.
Pero el destino le jugó una mala pasada y la crisis de diciembre de 2001 hizo que las piezas del tablero cambiaran considerablemente. El caos económico en el que cayó Argentina pusieron a Alejandro bajo una prueba de fuego: fue encomendado por "Mema" –como llamaban cariñosamente a Amalita sus íntimos– para que gestionara un plan de "retiros voluntarios" y enfrentar las enormes deudas en dólares que habían contraído en la década del 90, pero con el paso de los meses la situación de la empresa no parecía mejorar. Cinco meses después, en mayo de 2002, Alejandro dejó la dirección de las empresas de su familia y se fue de un día para otro sin despedirse de sus empleados.
Así fue que le dio un giro a su vida y se anotó en la facultad para estudiar Psicología, la carrera que había querido seguir desde chico y donde conoció a Valeria Bonanno (44), su último gran amor. Se recibió y montó un consultorio. A pesar de que la relación con su abuela nunca volvió a ser la misma desde aquel intempestivo despido de la dirección de Loma Negra, Alejandro siguió recibiendo de ella un gran apoyo económico. Su último proyecto fue un coqueto hotel boutique sobre la calle Rodríguez Peña, en pleno corazón de Recoleta, al que bautizó como Hub Porteño.
A los pocos meses de la muerte de Amalita, en febrero de 2012, trascendió que Alejandro sufría de un cáncer de timo (la glándula de las emociones y la felicidad, ubicada detrás del corazón) y que se encontraba bajo tratamiento en Estados Unidos. Desde entonces su vida pública se volvió nula y apenas se lo podía ver en los eventos familiares. Se volcó a sus afectos y, siguiendo los pasos de su abuela, inició una gran colección de arte argentino. Tras una larga batalla contra la enfermedad, murió a los 50 años en la madrugada del 21 de abril en su departamento de Figueroa Alcorta.•
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