Tomó dos decisiones que cambiaron su rumbo laboral, primero cuando dejó un buen empleo para probar suerte como asistente de dirección y productor y luego cuando decidió actuar; sus papeles en ficciones y novelas emblemáticas lo hicieron un actor muy conocido para el gran público y el teatro lo cobijó desde siempre
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Aldo Pastur dio dos grandes volantazos que re direccionaron su vida laboral. Cuando hacía control de producción en grandes empresas se lanzó a estudiar cine y durante seis años fue productor. Luego quiso probar suerte delante de cámaras. Las dos elecciones fueron acertadas porque hizo decenas de ficciones en televisión, películas y, especialmente, obras de teatro. En televisión hubo épocas de poco trabajo, pero nunca dejó de subirse a un escenario. Actualmente protagoniza La decisión, una obra de Pacho O’Donnell que puede verse todos los domingos a las 20 en El Tinglado. En diálogo con LA NACION, Aldo Pastur hace un recorrido por su historia y cuenta que durante la pandemia volvió a nacer: “subí al techo a destapar una canaleta y me caí, me operaron dos veces y ahora estoy fenómeno”, se sincera.
-¿De qué habla La decisión?
-La obra cuenta el momento en el que Lisandro De La Torre va a suicidarse y aparece el fantasma de Leandro Alem diciendo que no lo haga, que carece de sentido, pues él también se había suicidado. A partir de ahí comienza un diálogo en el que opinan respecto de la política, sobre qué hicieron, qué les pasó y también hablan de lo íntimo y es realmente interesante. Alem era más revolucionario y Lisandro creía más en la política. Están muy bien tratados los dos personajes, porque además Pacho es psicólogo. Yo hago el personaje de Lisandro y Daniel De Biasi, el de Alem, con dirección de Gerardo Laregina. Es un viaje interesante para el espectador porque se van a dar cuenta de que lo que sucede ahora pasaba antes también. Y son dos personajes de nuestra historia de los que no se sabe mucho. Ya Pepe Soriano había hecho muy bien a Lisandro en teatro y en cine, en Asesinato en el Senado de la Nación, de Juan José Jusid. Yo me dediqué a trabajar con el texto más que nada, porque me gusta trabajar con el material en concreto, y después empecé a investigar sobre el personaje. Fue muy lindo el trabajo de elaboración.
-Investigaste entonces sobre nuestra historia. Si tuvieras que hacer una breve comparación con la actualidad, ¿qué dirías?
-Que se repite todo (ríe). Es impresionante, seguimos dando vueltas en círculos, en el mismo lugar. Los problemas siempre son los mismos, la corrupción, el poder que no reparte. Cuando (Agustín) Justo fue presidente le dio el poder a los frigoríficos ingleses que empezaron a manejar el 85 por ciento de la exportación de la carne argentina. Eso fue lo que denunció Lisandro y luego todo eso se tapó porque murió Carlos Gardel y el diario Critica lo aprovechó. La conclusión es que no aprendimos nada. Estrenamos antes de la pandemia, ganamos el ACE a la mejor obra de teatro alternativo y yo estuve nominado como mejor actor. Suspendimos las funciones y reestrenamos en el mismo teatro, con el mismo equipo. Esta vuelta es mucho mejor porque la gente está ávida de ir al teatro y estamos muy contentos. Los viernes y sábados hacemos gira. Y además estamos terminando éste mes un ciclo de radioteatro de Alberto Migré que dirige Nora Cárpena en Lomas de Zamora, con un elenco hermoso: Peggy Sol, Héctor Calori, Norma López Monet y Gabriel Rovito.
-¿Cómo pasaste la pandemia?
-En mi casa en Florida, lo cual me permitió salir a caminar y eso fue muy importante. Arreglé la casa, porque ya no sabía qué hacer. Me doy maña y me gusta porque estudié industrial y para algo me sirvió. Tuve un accidente casero, destapando una canaleta: me caí del techo y tuve dos operaciones, de fémur y cadera. Pero estoy muy bien ahora. Fue en marzo del 2021, tres días antes de mi cumpleaños.
-¡Volviste a nacer!
-Sí, nací de nuevo. La saqué barata y la obra social de Actores me atendió muy bien y también los médicos del IMAC, que fue donde me operaron. Por suerte siempre me cuidé y en el momento de la operación eso sirvió mucho. Hoy estoy fenómeno.
-¿Extrañás la tele?
-Me gustan mucho todos los medios, el teatro, el cine y la televisión. La diferencia es que en el teatro tenés esa vivencia única ese día y con ese público en particular. Es una transferencia de energía inigualable. Hasta fotonovelas he hecho con Luisa Kulliok, para Italia, y fueron un éxito tremendo. Se extraña la televisión porque hay poca producción nacional. Hice una miniserie hace unos meses, que todavía no se dio. Se llama Limbo. La última novela que hice fue Malparida, y pasaron ya muchos años. Pienso que se puede seguir haciendo ficciones porque sucede en Televisa, Telemundo, Caracol. Lo que pasa acá es muy argentino. Tenemos técnicos de primera, buenos guionistas, buenos actores. Es una pena. Hay que encontrarle la vuelta.
-De todas las ficciones que hiciste, ¿tenés cariño especial por alguna?
-La primera que hice fue Aprender a vivir, que empezó como unitario y terminó como tira y ahí arrancamos muchos: Luis Luque, Héctor Calori, Marita Ballesteros, Marina Skell, Gustavo Garzón. Estaba muy bien hecha, fue un golazo de Canal 9, que todavía era del Estado y no de Alejandro Romay. Y también recuerdo otra para el mismo canal que se llamó Dulce Ana, con Patricia Palmer, en la que interpreté a su hermano y era un personaje muy jugado, complejo. Éramos los hijos de Susana Campos y fue un placer trabajar con ella. Recuerdo también una comedia hermosa para Canal 13 que fue Mundo de muñecas, con Gabriela Toscano.
-¿Es verdad que empezaste como productor y no pensabas en ser actor?
-Es verdad. Fui a una escuela industrial y cuando terminé trabajé durante algunos años en grandes empresas haciendo control de producción. De chico me gustaba mucho el cine y decidí estudiar. Y un día largué todo para trabajar en la industria del cine como asistente de producción y dirección.
-Pateaste el tablero...
-Si. Ganaba un buen sueldo y renuncié para hacer producción. Mi primera película fue La Mary, con Susana Giménez y Carlos Monzón, por el sandwich y la gaseosa. Pero era bueno y enseguida me aceptaron. Estuve casi seis años, porque la última película que hice fue La parte del León, de Adolfo Aristarain, y ahí aparecí delante de cámara con un personaje chiquito. Siempre me gustó mucho dirigir a los actores y en los cortos de mis compañeros terminaba yo delante de cámaras porque alguno había faltado. Decidí estudiar dirección de actores, hice un taller de juegos teatrales y cuando subí al escenario me di cuenta de que me gustaba más de lo que pensaba.
-Otro volantazo...
-Si, dos veces tuve ese acto de valentía. Cuando me jugué como actor, ya hacía pequeñas apariciones. Por ejemplo, hice un ladroncito que subía al colectivo de Un mundo de 20 asientos. Hice muchas publicidades también. Siempre fui muy tímido, pero en este asunto era bastante cara rota. Me acuerdo que tenía programado ir a cada canal cada día de la semana, para buscar trabajo. Porque no tenías que ser pesado, pero había que estar. Los productores siempre te iban a ver al teatro y yo nunca dejé de hacer, desde el año 76 en adelante. Lo primero que hice fue Los indios estaban cabreros, de Agustín Cuzzani, en el Teatro Payró. Me tiré a la pileta porque le di bolilla a lo que quería y tuve suerte, porque desde entonces me gano la vida como actor.
-¿Tuviste períodos sin trabajo?
-Hubo momentos malos y otros excelentes. En los últimos años no hice televisión, porque no hay ficciones, pero teatro nunca dejé de hacer. Tuve un grupo de teatro durante más de diez años con los que hacíamos una obra detrás de otra, en teatro independiente.
-¿Recordás cuándo fue la primera vez que deseaste estar sobre un escenario?
-Vi actuar de chico a mis padres y recuerdo que me gustaba. Íbamos mucho al cine y al teatro, también. Eran de Florida y formaban parte de un grupo de teatro del que salió Nelly Panizza. Mi padre llegó a actuar, pero en ese entonces no era fácil. Hacía teatro en los barrios y mi mamá también. Y mi hija María es actriz.
-¿Trabajaste con tu hija?
-Nunca, aunque estuvimos a punto, pero no se dio. Hicimos escenas cuando protagonicé Mundo de muñecas, y ella era de una de las alumnas de la escuela. Sería lindo trabajar con mi hija.
-¿Tenés proyectos?
-Una obra de teatro para el Teatro de la Cooperación, Israfel, de Abelardo Castillo, en una nueva versión que hizo su viuda, Silvia Iparraguirre.
-¿Alguna vez pensaste en retirarte?
-No, para nada, me encanta trabajar. Es una profesión en la que podés seguir trabajando mientras el cuerpo aguante.
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