Aldo Barbero, el recio de corazón noble que llegó en busca de un sueño y actuó hasta su último aliento
Hasta el último día de su vida fue parte de la Asociación Argentina de Actores y casi murió sobre un escenario, tal cual lo deseaba
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Alto, con pinta de recio y voz profunda, Aldo Barbero fue uno de esos actores que casi cumple el deseo de todos los artistas: morir en el escenario. Pocos días antes de su fallecimiento participó en Gris de ausencia, en un homenaje a Teatro Abierto y dirigido por su gran amigo Agustín Alezzo, en el Picadero. Gran defensor de los derechos del actor, se desempeñaba como secretario de Interior en la Asociación Argentina de Actores cuando falleció, el 27 de octubre del 2013, a los 76 años.
Había nacido en San Guillermo, en la provincia de Santa Fe, el 13 de febrero de 1937. Hacía un tiempo que lidiaba con varios problemas de salud, pero quiso darse el gusto de actuar hasta su último aliento. Llegó a Buenos Aires con una valija llena de sueños y la certeza de que quería ser actor. Tuvo su primera oportunidad en la radio y fue uno de los más solicitados por los directores y productores de radioteatros. También fue un maestro del doblaje y puso su voz en diversas películas y series.
Le gustaba jugar al futbol y lo hizo por más de veinte años con colegas como Rudy Chernicoff, Darío Grandinetti, Carlín Calvo, Facha Martel, Hugo Arana. Y sus colegas coinciden en que era un buen contador de anécdotas. “Aldo era un ser encantador, buen compañero y un excelente contador de historias... Y todo siempre en primera persona, porque le había sucedido a él. La mayoría de las veces, al menos yo, pensaba que esas historias eran inventadas. Pero quién sabe, a lo mejor era como en la película El gran pez: no eran mentiras, sino verdades embellecidas por la mirada de un artista”, lo recuerda Coni Vera para LA NACION.
Debutó en televisión con un pequeño papel en 1963 y en Canal 13, con el Teleteatro Colgate-Palmolive al aire y siguió trabajando hasta el final de sus días. Hizo Alta comedia, Nosotros y los miedos, Los especiales de ATC, Dos a quererse, Simplemente María, Andrea Celeste, Tu mundo y el mío, La extraña dama, Estrellita mía, Mi nombre es Coraje, María de nadie, Soy Gina, El oro y el barro, Alén, luz de luna, Hombre de mar, Ricos y famosos, Campeones de la vida y Mujeres asesinas, entre otras tantas producciones. Su última participación en televisión fue en el 2006, en Hermanos y detectives.
También tuvo mucha actividad teatral. En 1964 hizo en Romeo y Raquel, luego Deolinda Correa, Así es la vida, Un tal Servando Gómez, Panorama desde el puente, Lorenzaccio, Jettatore, Las d’enfrente, En familia, La profesión de la señora Warren, Narcisa Garay mujer para llorar, Cremona, Tierra del fuego, entre otras. Hizo el doblaje de la voz de decenas de actores extranjeros en coproducciones y versiones televisivas, entre ellas la de Clint Eastwood en la película Cuero crudo; la de Rossano Brazzi en El gran robo; de Jorge Rivero en La bastarda; de Bernard Giraudeau en Expreso a la emboscada; hizo la película animada Condor Crux y fue el narrador en off de La fiesta de todos y La República perdida I y II. Su carrera cinematográfica fue prolífica también. Participó en El santo de la espada, de Leopoldo Torre Nilsson; La venganza del sexo, de Emilio Vieyra; Bajo el signo de la patria, de René Mugica; La tregua, de Sergio Renán; Volver, de David Lipszyc; La isla y Contragolpe, de Alejandro Doria; Tiempo de revancha, de Adolfo Aristarain; Los extermineitors y La patria equivocada, ambas de Carlos Galettini; Un muro de silencio, de Lita Stantic; Juan Manuel de Rosas, de Manuel Antín; La flor de la mafia, de Hugo Moser; Bodas de cristal, de Rodolfo Costamagna; y El grito de Celina, de Mario David.
Durante muchos años y hasta su muerte se desempeñó como secretario de Interior de la Asociación Argentina de Actores, y en el 2012 lo distinguieron con una medalla por los 50 años de afiliado. También ganó el premio Trinidad Guevara, en el 2011.
Ana María Picchio tuvo oportunidad de compartir trabajo en Breve cielo, de David José Kohon. “Los doblajes eran en los laboratorios Alex y el que dirigía el doblaje era Aldo Barbero. Y tenía una paciencia (risas). Un día se hartó tanto de mí que me dijo: ‘Vení, Ana María, que te voy a mostrar cómo graba una actriz’. Y me mostró cómo grababa Isabel Sarli una escena que no puedo contar porque nos van a censurar. Pero entendí perfectamente y volví a trabajar sin que me llamaran la atención otra vez. Era un amor de persona Aldo, y un actorazo”, le confió a LA NACION.
Barbero, además, fue quien le dio la primera gran oportunidad de trabajo a Carlos Calvo cuando se lo recomendó a su amigo Ricardo Bauleo, en 1979. El propio Bauleo contó la anécdota hace algunos años: “Teníamos una compañía de teatro con Paulina Singerman y necesitábamos a un galancito para llevar a Córdoba. Entonces le pregunté Aldo, que me dijo sin dudarlo ‘llevate al pibe Carlín’. ‘¿Pero habla?’, pregunté yo. Y su respuesta fue genial ‘¿Con lo que le vas a pagar todavía querés que hable?’”, contó entre risas. La obra era Una noche a la italiana y Calvo se lució junto a Marta González, María Noel, Bauleo y Singerman, en una gira por todo el país.
Constanza Maral, colega y compañera en la Asociación de Actores lo recuerda con emoción: “Aldo era una persona entrañable, amigo de sus amigos, un actor alto como una catedral. Un tipo particular. Yo le decía que era de dos mundos porque amaba el teatro y siempre tenía un pedacito de su corazón en su Santa Fe querida y soñaba con tener una casita e irse a vivir ahí algún día. Era también un gran jugador de billar, de truco, de fútbol. Forma parte de una Buenos Aires que se fue para siempre. Me acuerdo que, cuando teníamos plata, comíamos lo que queríamos, y cuando no, compartíamos un plato de tallarines en Pipo. Fuimos grandes amigos y me acompañó mucho cuando murió mi mamá, en 1974″.
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