Alberto Olmedo, el hombre que padeció el amor y murió sin poder ser salvado
El recordado humorista murió el 5 de marzo de 1988, al caerse de un balcón cuando celebraba el reencuentro con Nancy Herrera, su última pareja; radiografía de un ídolo discreto que mantuvo sus relaciones con bajo perfil
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Como les sucede a casi todos los mortales, el amor y el desamor atravesaron la vida de Alberto Olmedo. Hasta en su último minuto, como una parábola de su destino, el gran cómico argentino estuvo acompañado por una mujer. Formó parejas estables y trascendentes y de las otras, las ocasionales para engañar a la soledad. De mirada melancólica y ánimos nada efervescentes, el actor organizó su vida afectiva a su modo; a veces con convicción y otras con la torpeza del autoengaño.
El 5 de marzo de 1988, Alberto Orlando Olmedo caía desde el departamento que habitaba en el edificio Maral 39 de la ciudad de Mar del Plata, ubicado a la altura de la playa Varese. Ya había amanecido, cuando su cuerpo golpeó contra una pequeña franja de césped que enmarcaba el ingreso a la torre e, instantáneamente, rebotó hacia el piso de material. Desconsolada, su pareja Nancy Herrera observaba la escena desde el balcón, acodada en la baranda a la que el actor se había subido segundos antes y de la que resbaló accidentalmente.
“Agarrame la pierna”, le dijo él. “No puedo, papi”, respondió ella. La noche anterior, el actor se había separado de Silvia Pérez y se había reencontrado con esa otra mujer que sería madre de Albertito, el hijo que nació cuando su padre ya había muerto.
Casi como en un relato de ficción, las relaciones de Olmedo escribieron páginas de una novela real que transitó todos los géneros. De la pasión idílica al thriller policial. La bonhomía del rosarino nacido en 1933 mereció mejor suerte.
Primer amor
Cuando Olmedo se instaló en Buenos Aires, rondando sus veinte años, sus primeros trabajos los desarrolló entre bastidores. Fue tiracables y lo que se llama en la jerga “ayudante de cámara”. Sin embargo, su innato carisma y la manera en que generaba buen clima en los equipos de trabajo, llamó la atención de los productores. Rápidamente, “el Negro”, como le decían sus más allegados, comenzó a trabajar como actor y cómico.
Fue en esos tiempos primigenios, cuando conoció a una destacada productora de Canal 7: Judith Jaroslavsky, quien, a mediados de 1954, había iniciado su fructífera carrera en el canal estatal. El flechazo con Olmedo se dio en uno de los pasillos de la emisora, que, poco tiempo después, pasaría a funcionar en los sótanos del Edificio Alas, ubicado en Leandro N. Alem y Viamonte, en el microcentro porteño.
Alberto Olmedo era una persona tímida, cuyo carácter estaba muy alejado de lo que se podía percibir de él en sus famosos personajes. Fue Judith Jaroslavsky quien apuró los tiempos y enamoró al actor casi sin darle opción.
El noviazgo fue breve. Judith y Alberto contrajeron matrimonio rápidamente. El 12 de marzo de 1958 dieron el sí y, con los años, se convirtieron en padres de Fernando, Mariano y Marcelo. La pareja siempre fue muy unida y con la claridad de entender que la educación de sus hijos era prioritaria.
A pesar del entendimiento mutuo, los fue alejando el imparable crecimiento de la carrera profesional de él y los compromisos como productora de Judith, que también trabajó en los canales 9 y 11, fue asistente de Blackie y durante años se desarrolló como responsable de la programación de la TV Pública. Cuando se separaron, ninguno habló mal del otro. Judith Jaroslavsky sobrevivió durante varias décadas a Olmedo, ya que su muerte se produjo en mayo del 2020.
Segunda oportunidad
Si bien Olmedo fue un hombre fiel, la vida mundana y los pasatiempos de la noche lo llevaron a conocer a varias mujeres con las que solo compartió el vínculo sexual. Sin embargo, siempre buscó la posibilidad del amor más duradero y formal.
Trabajando en teatro, conoció a una bailarina que lo impactó llamada María del Pilar García, conocida en el ambiente artístico como Tita Russ. Con ese nombre ocupó las marquesinas de los teatros de revista en los que se desempeñaba como vedette. Olmedo había quedado paralizado al descubrir la belleza de esta mujer que, además, tenía una gran inteligencia. Algunos dicen que aún estaba casado con Jaroslavsky cuando se enamoró de su segunda mujer.
Russ y Olmedo formalizaron su vínculo en septiembre de 1967, nueve años después que él legalizara su primer matrimonio. Javier y Sabrina fueron los hijos de la pareja que terminó disolviéndose en 1981, justo antes que el actor comenzara el momento más estelar de su carrera.
Las chicas Olmedo
En la década del ochenta, Alberto Olmedo, luego de conquistar a la audiencia infantil con su personaje Piluso, estrenó su exitoso ciclo No toca botón, basado en sketches cómicos. El envío contaba con un elenco femenino integrado por actrices y modelos que fueron catalogadas como “chicas Olmedo”. Las jóvenes, que explotaban sus cuerpos esculturales en tiempos de cosificación de la mujer, se hicieron muy famosas. Silvia Pérez, Beatriz Salomón, Adriana Brodsky y Susana Romero se convirtieron, muy rápidamente, en las mujeres más codiciadas del país. Aunque no participó de los programas de televisión, en las comedias teatrales se sumó un nombre más: Nancy Herrera, una jovencita sin demasiadas dotes para la actuación.
Con Silvia Pérez, Olmedo mantuvo un romance con idas y vueltas y a espaldas de la opinión pública. Hace poco tiempo, la actriz comentó que la noche anterior a la madrugada en la que el cómico murió, ellos habían terminado su relación.
Silvia Pérez ocupaba un lugar destacado en la marquesina de las obras del intérprete del “Manosanta”, pero no aprovechó su vínculo con el actor para escalar en su carrera. Es más, nunca se refirió al tema. El romance fue guardado bajo siete llaves y solo los íntimos y los compañeros de trabajo de la pareja tenían conocimiento de la situación.
En ese tiempo de éxito arrollador, donde Olmedo era la figura más popular del país y sus obras encabezaban la venta de recaudaciones en Buenos Aires y Mar del Pata, el capocómico comenzó a noviar con Nancy Herrera, la más novata de sus actrices.
La chica no era querida por la “mesa chica” integrada por Pérez, Brodsky, Salomón y Romero. Acaso el mal vínculo con sus compañeras y los roces en la relación con Olmedo hicieron que, luego de integrar el elenco de la comedia El negro no puede, en el teatro Neptuno de Mar del Plata, la joven actriz no haya sido incluida en la temporada posterior, en la que su pareja protagonizaría Éramos tan pobres. Se trataba del verano fatídico de 1988 en el que el ídolo popular perdería la vida.
Amor fatal
En la noche del 4 de marzo de 1988, Alberto Olmedo y Silvia Pérez pusieron fin a su vínculo. Con profesionalismo salieron a escena sin que el público notara nada.
Mientras la función de la obra se llevaba a cabo en la sala sobre la calle Santiago del Estero, Nancy Herrera llegaba a Mar del Plata, luego de haber coordinado el reencuentro con Olmedo. La pareja mantenía una relación inestable con varias separaciones que fueron diezmando el vínculo.
Luego de la función de Éramos tan pobres, el actor cenó con algunos de sus compañeros, para luego dirigirse a su departamento en el edificio Maral 39, donde sabía que lo estaba esperando Nancy Herrera, a quien le llevó algo para que cenara.
Solo Nancy Herrera sabe qué sucedió luego que Olmedo ingresó a su departamento frente al mar. Lo cierto es que el cómico se subió “a caballito” a la baranda del balcón, una acción imprudente e inexplicable. ¿Estaba alcoholizado? ¿Había consumido drogas? ¿Se trató de un juego infantil sin medir las consecuencias?
Cuando Olmedo golpeó en el suelo de la planta baja, moría uno de los cómicos más queridos de todos los tiempos y terminaba una pareja turbulenta con esa chica que lo enamoró con su juventud. En menos de nueve meses nacería Albertito, el hijo póstumo del actor.
Olmedo fue un hombre parco y recoleto que no sabía vivir en soledad, quizás porque la melancolía hacía de las suyas convirtiendo a la vida en un acontecimiento tortuoso. Olmedo eligió amar para compartir sus noches sin soledad. No siempre lo logró. Estuvieron las mujeres que lo amaron y también las otras. Las que lo protegieron y las que lo usaron. Quizás la fortaleza en la escena se contrarrestaba con la debilidad emocional.
“Agarrame la pierna”. “No puedo, papi”. Nancy Herrera fue la mujer que tuvo el triste privilegio de ver desde las alturas aquella caída en la que los ojos del actor radiografiaban una mirada resignada.
El 5 de marzo de 1988, el espectáculo argentino perdió a uno de sus más dúctiles artistas y el país a uno de sus ídolos más queridos. Ni en vida ni ya fallecido, nadie se atrevió a hablar mal de ese hombre generoso que se rindió ante el amor y que murió intentando ser salvado por una mujer.
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