El empresario que cambió la cara de Buenos Aires habla de su camino personal y su obra
El ambiente de la oficina de este enigmático hombre de blanco permanece imperturbable y ajeno a todo. Al calor del verano en Buenos Aires, al movimiento cansino pero persistente de Puerto Madero (poblado de oficinas comerciales, con un incipiente centro comercial y siempre visitado por turistas en busca de algo distinto), y al ruido propio del gremio de la construcción en acción que, exactamente enfrente, le está dando forma al nuevo y más ambicioso emprendimiento inmobiliario cuya autoría intelectual le pertenece al entrevistado.
Alan Faena (46) saluda con amabilidad e invita a sentarse junto a él. Sobre la mesa descansa una Mac Air abierta en un ángulo de 45 grados –a prueba de miradas indiscretas– y aparecen desparramados planos de obra y papeles con anotaciones a mano. Más allá, en esta habitación rectangular impecablemente decorada, hay un sillón de diseño y varios cuadros que brindan la ambientación deseada, coherente con el blanco impoluto en la vestimenta de nuestro personaje.
Faena es alto y ese porte le permite observar todo desde una perspectiva mejor, más cómoda, ideal para ver "más allá". "Debemos ver con nuevos ojos y redefinir nuestra manera de percibir el mundo. Volver a evaluar nuestras necesidades", reza una de las frases que, a modo de manifiesto, en forma de tabloide, resume el espíritu de su más ambicioso proyecto, el Faena Art District, que incluye el ya famoso hotel y el flamante Arts Center, además de los proyectos inmobiliarios Los Molinos Building, La Porteña I y II y Aleph Residences, el primer desarrollo del reconocido estudio Foster + Partners en América latina, con la impronta registrada del famoso arquitecto francés.
Sin entrar en conversación, Faena pide disculpas, se levanta de su sillón y parte con rumbo desconocido. Minutos después aparece en la puerta de sus oficinas, sobre la vereda de la calle Aimé Painé, y se dispone al primer diálogo mientras nos dirigimos hacia el Arts Center. Camina como un candidato en campaña o, mejor dicho, como la máxima autoridad del barrio: los taxistas le tocan bocina, los ciclistas lo saludan y, desde un auto, dos chicas bajan su ventanilla para gritarle: "¡Chau, Alan, divino!". "¿Si me siento el alcalde de Puerto Madero? Puede ser… Yo llegué aquí cuando no había nada, viejos edificios casi en ruinas y pastizales", dice mientras señala el transformado paisaje urbano a su alrededor.
"Soy mi obra, ella habla por mí –afirma tajante–. Hay una diferencia entre trabajar con el arte y con los emprendimientos inmobiliarios. Este es un camino personal, para mí eso es lo más importante… Todo tiene que ver con mi propia evolución, con reinventarme todo el tiempo. Desarrollar este proyecto tiene que ver con esa transformación personal. Mi obra más importante es mi vida y generar de esta vida una obra propia. Es lo que trato de hacer", asegura.
Mientras caminamos, hablamos del recorte del diario La Nación que data de 1897 (27 de octubre) y que aparece en la tapa del suplemento que promociona la apertura del Arts Center. Bajo el título "De paseo por el puerto", se puede leer: "Hace diez años que se dio principio a la construcción de las obras del puerto –hoy casi del todo terminadas– y, sin embargo, todavía no se ha dado comienzo a la formación del barrio marítimo comercial que parecía su lógica consecuencia". Y a continuación, remarcado, reza: "Se decía que este barrio estaba llamado a surgir por invocación de un genio y se habló un día de cosas imposibles, de fabulosas especulaciones, de hoteles capaces de albergar pueblos, jardines babilónicos y de mil extraordinarias fantasías".
Sonríe cuando relee el recorte. "Nosotros hace mucho tiempo descubrimos este lugar, que era un sitio abandonado en la ciudad, vimos ese edificio derruido (el que ahora ocupa el hotel) con el otro de los molinos y nos imaginamos una historia… Una historia que era por sí misma demasiado ambiciosa. Se refería a la posibilidad de hacer un barrio dedicado a la cultura, al buen vivir, a la arquitectura. Y hoy, se puede decir que fuimos consecuentes narrando la historia que queríamos contar como una obra terminada."
Casi llegamos al flamante e increíble edificio que albergó una fábrica de Molinos Río de la Plata, hoy reconvertido en centro cultural de exhibiciones y eje central de un proyecto aún mayor que contempla locales comerciales y viviendas. Alan invita a cruzar la calle en diagonal, mientras sigue saludando con su mano a vecinos y curiosos en general que se detienen al paso de un hombre alto y simpático, completamente vestido de blanco. "Miremos desde esta perspectiva, se ve mucho mejor", invita orgulloso. Tiene razón.
–¿Esta obra es un legado tuyo para la ciudad, una forma de trascendencia?
–Pienso en el presente, en hacer cosas buenas ahora. No me voy en perspectiva, me veo en el hoy, pensando las próximas exposiciones, nuevos edificios, proyectos originales… Sólo la belleza consigue detener el tiempo. Creo que se puede lograr una concepción más sensible vinculando presente, pasado y futuro, en un estado que puede durar un instante o convertirse en un estilo de vida.
–¿Cómo definirías tu trabajo?
–Transformar es, de alguna manera, lo que siempre hice. Mis creaciones suceden a partir de las transformaciones. Todo me genera atracción. Todo donde yo pueda poner mi mente, mi capacidad, mi talento, mi pensamiento, mis sueños, mis ganas, mi fuerza. Lo único que no me provoca ganas es hacer cosas que no me interesa hacer. El negocio, al fin y al cabo, en mi caso, vino detrás de lo que me interesaba hacer.
–¿Por qué elegiste hacerlo aquí?
–Amo Buenos Aires, es mi ciudad, estoy agradecido a ella y por eso me encanta darle cosas. Es lo mejor que puedo hacer, dar sin pedir nada a cambio. Buenos Aires me encanta, está lleno de artistas, gente que hace cosas imaginativas y geniales. A pesar de la crisis que vivimos, logró reinventarse y crecer. Creo que en este caso lo importante es generar una experiencia positiva.
–¿Existe una función social palpable en estos emprendimientos?
–Para mí, el Arts Center es la culminación de esa idea, y de muchas maneras: por la gente que trabaja con nosotros, por el empleo que damos, por las personas que vienen a disfrutar de las obras, por las visitas para colegios y jubilados. El hotel es mucho más elitista, sofisticado, pero justamente aquí, con el mismo nivel de sofisticación, se puede disfrutar pagando apenas 20 pesos la entrada. Quiero que la experiencia de los demás sea igual de perfecta que a través del mejor plato que podamos dar en nuestros salones del hotel, en nuestra cava. Todo es parte de la interacción entre cada uno de los espacios que hemos desarrollado en Puerto Madero. La mejor manera de lograr la magia es generando un ambiente.
Texto: Guillermo E. Pintos
Fotos: Ignacio Arnedo/Hernán Pepe
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