El actor protagoniza Estepa, film recientemente estrenado, donde bucea en la intimidad de un agente policial y en flagelos como la trata de personas, la corrupción y el abuso
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Agustín Sullivan recurrentemente piensa en los suyos. En sus antepasados que llegaron de Irlanda y hasta en la posibilidad de rodar una película con la historia de su sangre que incluye algunos episodios épicos dignos de ser narrados, aunque hoy su energía está depositada en Estepa, el film de Mariano Benito que acaba de estrenarse y donde cumple con un rol protagónico excluyente. También se lo puede ver en la serie de Disney+ Cóppola, el representante, donde recrea a Carlos Menem Jr. con notable parecido físico.
En él convive el actor de teatro independiente, un espacio de representación que desarrolla desde hace mucho tiempo, pero también el que le dio vida a Roberto Sánchez en la serie Sandro de América, un verdadero espaldarazo en su carrera. Además, está a punto de recibirse de director teatral, ya que solo le queda rendir Historia del teatro moderno y contemporáneo en la UNA.
Múltiples facetas que transita a sus 34 años con una formación que le permite explorar los formatos audiovisuales, hacer teatro de texto o lucirse en musicales como Hello, Dolly!, donde compartió el escenario del Opera junto a Lucía Galán, justo antes de la llegada de la pandemia. “Gracias a Dios, nunca paré”, reconoce sin falta de razón.
Llega al encuentro con LA NACIÓN y solicita realizar la entrevista en la vereda de un café de Palermo, a pesar de la llovizna persistente. Gustos son gustos. Dispuesto a hablar de casi todo, exponer su intimidad personal no es un terreno que le calce muy cómodo. Poco se sabe de él. Salvo, en su momento, sus desmentidas en torno a supuestos romances con sus compañeras Justina Bustos y Juli Poggio. “No me interesa construir una carrera basándome en mi privacidad”, argumenta convencido y convincente. De sus amores poco trascendió.
–¿Estás en pareja?
–No.
–Manejás lo público y privado con mucha discreción.
–Me gusta que se me conozca por mi trabajo, que me apasiona y es interesante para contar. Es lindo, a través de los personajes, poder transmitir algo que modifique al otro, que le sirva a alguien. Mi privacidad no tiene peso. Además, me parece que, cuando el espectador sabe menos del actor, puede empatizar más con la obra de arte.
Un no lugar
“Me apasiona mi trabajo, es mi pasión, lo disfruto; cada día me gusta más, no me resulta cotidiano. Me encanta ir a filmar, el encuentro en equipo, verme no tanto”, afirma el actor, quien durante la temporada pasada y el último verano fue parte de la comedia Coqueluche, acompañando a Betiana Blum, Juli Poggio y Mónica Villa.
-¿Cuándo nació tu vocación?
-La tuve siempre, en el jardín de infantes quería ser actor sin saber que existía eso.
–Entonces...
–Es que veía las películas de Disney y pensaba qué haría yo si fuese Aladín o Peter Pan. Jugaba con mis primos a hacer historias. También pintaba mucho. El arte siempre me rodeó.
Cuando se decidió a estudiar con Agustín Alezzo, el maestro entendió que era muy chico para enfrentarse a las clases de adultos y le sugirió que formase parte del curso de adolescentes, algo que Sullivan no aceptó esgrimiendo un buen planteo: “Le dije: ‘quiero entrenar con adultos, porque cuando me toque trabajar con ellos, ya voy a saber cómo hacerlo’”. Algo de razón tenía.
–¿Cómo terminó el cuento?
–Finalmente, luego de insistirle, Agustín Alezzo me dijo: “está bien, empezás”. Los viernes salía del colegio y me iba a su estudio con el uniforme puesto y me quedaba hasta la medianoche. Esperaba ansioso ese día. En el colegio la pasé mal, fue una etapa horrible de mi vida, así que no veía la hora de salir para ir a lo de Alezzo a estudiar, entrenar y hacer lo mío.
–¿Por qué la pasabas mal en el colegio?
–No era mi lugar.
–¿No era un buen grupo?
–No, no me sentí para nada cómodo.
–¿Qué sucedía?
–No me hacían bullying, pero no vibraba ahí. Cuando años después lo charlé con excompañeros, ellos también sentían lo mismo, hubiera sido bueno haberlo charlado en su momento y, quizás, compartirlo nos hubiese permitido transitarlo mejor. No hay que pasarla mal. Es mentira que uno se hace fuerte con las cosas malas, basta de eso. Hay que estar cómodo y en espacios donde existe la paz.
Prudentemente, solo adelanta que se trataba de un colegio privado de Belgrano, sin dar mayores precisiones. “Leí biografías de muchos artistas que sostienen que la pasaron mal en sus colegios, es que el sistema de cárcel para la educación ya no va más y hay que celebrar las diferencias, todo el mundo debería trabajar en la inclusión verdadera”.
–No sucedía eso en tu colegio.
–No, por eso siento que, en la vida, cada uno debe ser como se sienta cómodo ser y los demás deben respetarlo. En muchos colegios no se permite eso.
–En esa traumática época escolar, ¿veían con malos ojos tu inclinación artística?
–No, tanto los profesores como los compañeros me apoyaron. Sin embargo, sentía que no era mi lugar.
–En la vida, esa sensación de estar en el lugar equivocado, ¿se repitió en diversas oportunidades?
–Sí, me ha pasado, pero aprendí a tratar de escucharme e irme de donde no siento paz; eso me lo respeto mucho. Ni siquiera voy a una reunión social a la que no tenga ganas de ir. No me someto a bancar cosas por obligación.
A los 16, en el histórico estudio de Alezzo de la avenida Córdoba y Jean Jaures llegó a sus manos el texto de Madre coraje. “Soñé con hacerlo y, mucho tiempo después, se me dio”. Años más tarde, gracias a la convocatoria de José María Muscari, fue el “hijo de Claudia Lapacó” en la obra de Bertold Brecht.
El maestro Alezzo era tan respetuoso que, dado que Sullivan aún era menor, los demás integrantes del taller debían pedirle autorización para compartir escenas con el más chico de la clase: “Hacía un filtro y se ocupaba de pensar, dada mi edad, qué tipo de textos podía hacer y cuáles no; me cuidaba”.
Luego llegó a los talleres dictados por Nora Moseinco, con quien sigue entrenando. “Es la mejor docente de teatro que puede haber hoy”. Lo dice un artista que también conoció la docencia norteamericana gracias a una beca ganada en Nueva York. “Ella vibra más que lo que pude aprender en el exterior”.
–¿Cuáles fueron las mayores enseñanzas de tus maestros?
–Agustín Alezzo me enseñó a observar y Nora Moseinco fue una gran alentadora a que capitalice las críticas: ella dice que un “no” es un “sí”.
–En la vida, ¿recibiste muchas negativas?
-Hice mil castings en los que no quedé, pero aprendí a tomarlo como algo no personal. Uno se tiene que entrenar en la incertidumbre de no saber, pero tener paz y calma, estados que no eliminan la angustia, pero que te permiten seguir en la vida.
Bisagra
Cuando en 2018 se conoció la serie Sandro de América -basada en la biografía escrita por la periodista Graciela Guiñazú y dirigida por Adrián Caetano- la carrera artística de Sullivan tuvo un quiebre. Interpretar al ídolo de la canción popular en su juventud le permitió acceder a una visibilidad potenciada. “Fue uno de los trabajos más lindos que hice en mi vida”, reconoce el actor y cantante que recibió el premio Martín Fierro por esta labor en el rubro Revelación.
–¿Cómo llegaste al personaje?
–Me aceptaron luego de unos cuantos castings y tuve que cumplir con varios meses de preparación musical. Aprendí a tocar guitarra, armónica y piano. Lo que se escucha fue realizado con sonido directo. Cuando el personaje toca esos instrumentos es real, soy yo quien los ejecuta. Por otra parte, conecté mucho con la historia, resonaba en mí.
–Un gran compromiso, porque, si bien se trataba de una ficción, no podías escaparte de un imaginario instalado.
–No soy imitador, creé un personaje de ficción en base a alguien real; aunque presté mucha atención a sus modos de hablar, de caminar y a la energía que irradiaba. Observé todo lo que había sobre él, leí mucho y me junté con gente que lo conocía.
Mantuvo varios encuentros con Olga Garaventa, viuda de Sandro y con Graciela Guiñazú. “También hablé con las nenas, quienes me ayudaron muchísimo. Sandro tenía un vínculo personal con cada una de ellas”, reconoce el actor en torno a su vínculo con las fanáticas del hombre criado en Valentín Alsina y que logró conquistar todo un continente con su música y sus films.
Mirando al sur
La trata de personas, el abuso a menores y la corrupción policial son tres temáticas presentes en Estepa, el largometraje de Mariano Benito donde Agustín Sullivan encarna a un agente policial. “Lamentablemente es una temática vigente desde hace años, por eso es importante que el arte ponga luz sobre algunas cuestiones. No es que con el arte vayamos a cambiar algo, pero sí mostrar y denunciar, hacer que la gente se entere”.
–Tu personaje es muy diferente a todo lo que has hecho antes.
–Haciendo un paralelismo, le encontré algunos puntos en común con el héroe griego, ya que se trata de una persona con ideales, sueños y una ética y moral muy definidas que lo llevan a pensar que puede cambiar el mundo.
–¿Lo logra?
–Se va encontrando con paredes que le van haciendo romper el idilio que tiene con sus propios sueños. Quise romper con todo lo que nos imaginamos que un policía es. Salir de ese lugar común.
El director Mariano Benito fue discípulo de José Martínez Suárez, quien llegó a leer el guion del material y hacer sus devoluciones.
Sullivan también participa en El sabor del silencio, otro thriller que puede verse por la plataforma Flow, donde comparte el trabajo con Luciano Castro y Gonzalo Heredia. Además, rodó en España Unicornio, su primer trabajo realizado en esa tierra.
–Se percibe que elegís a conciencia cada uno de tus trabajos y con una claridad en torno al futuro.
–En la vida, con perseverancia y esfuerzo, las cosas se consiguen. Me guio a través de los deseos que van apareciendo, deseos que van cambiando con los años.
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