El comediante se luce en Matilda, donde interpreta a una directora de colegio primario tan maltratadora como horripilante, que infunde terror y a la vez genera risa; allí comparte el escenario con su pareja, Fernanda Metilli y con su hija Bianca
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Comenzó haciendo magia y pasando la gorra a los 14 años en los semáforos de su Bahía Blanca natal. Luego estudió música, actuación, canto, baile y la técnica del clown. A los 19 vino a probar suerte a Buenos Aires. Mal no le fue: en poco más de una década, Agustín “Soy Rada” Aristarán se convirtió en el standapero más famoso, llegando a colmar de público, incluso, el mismísimo Luna Park (con su último espectáculo humorístico, Revuelto), y logró que lo siguieran en las redes casi dos millones de personas. También se desarrolló como músico (en Spotify se pueden escuchar sus cuatro álbumes junto a la banda Los Colibriquis), como conductor de TV (al frente del envío Match Game) y como actor: participó de los films Re loca y Los adoptantes y de la serie El Reino 2, de Netflix, que lo mostró por primera vez en un rol dramático.
Hoy, a los 39 años, Agustín se luce en teatro, interpretando a la pérfida directora de Matilda, el musical, que bate récords de espectadores en el teatro Gran Rex y está basado en el film homónimo de 1996, sobre una niña con una capacidad mental extraordinaria que es rechazada por sus padres y maltratada por la autoridad máxima del colegio, Ágatha Tronchatoro. Allí comparte escenario por primera vez con su pareja Fernanda Metilli (otra genia del stand up, sola o junto a Las chicas de la culpa) y su hija Bianca (de 17 años, fruto de su relación con la violinista y acróbata Noelia Cobos), quien debuta como actriz al lado suyo. “Hoy siento que estoy viviendo un sueño”, dirá en algún momento de la entrevista con LA NACION, donde, además de analizar su exitoso presente laboral, descorre el velo sobre su vida afectiva y habla de la familia ensamblada que supo construir.
–¿Tenías la ambición de participar en un mega musical como Matilda, o fue algo que de repente apareció, te sorprendió y dijiste que sí?
–Yo ya había trabajado en la segunda temporada de Aladín, será genial haciendo el papel que había hecho Carlos Belloso, el Gran Visir, el malo, el archienemigo de Aladín; con una de las productoras que hoy hacen posible Matilda: MP, y dirigida por Ariel Del Mastro, así que ya me conocían y siempre hablábamos de volver a hacer algo juntos. Yo había visto Matilda en Madrid y cuando me enteré que a Tronchatoro siempre lo interpretan hombres se me pasó por la cabeza: `y si algún día sucede esto, qué loco sería’, y enseguida aborté la idea’. Pero después, cuando me convocaron aquí, empecé a fantasear otra vez con esa posibilidad. Por eso no dudé ni un instante en presentarme a la prueba.
–¿El proceso de selección fue muy arduo? ¿Cómo recibiste la noticia de que el papel era tuyo?
–No, fue todo muy corto. Fui a la cita, propuse el Tronchatoro que yo tenía en mi cabeza, lo hice, después Ariel me pidió algunos cambios y a los pocos días me avisaron que me había quedado con el papel. Así que no tuve que pelearlo demasiado. Pero pasó algo en la audición que aún recuerdo: me había puesto un almohadón en la espalda para generar una más grande y unos borcegos y unas medias encima de los pantalones, porque así me imaginaba que debía lucir el personaje. Pero Ariel, en cuento me vio, me pidió que me sacara todo. En un primer momento me sentí desnudo, desvalido, sin “el disfraz”, pero luego el monstruo que yo tenía en mi cabeza, la Tronchatoro que me imaginaba, salió igual ahí y me fui muy contento de la audición. Me dije: lo di todo, así que si no quedo es porque no tenía que ser. Pero quedé y fui muy feliz. También me alegré porque fui tozudo. ¿Te puedo contar algo que no sé si está bien revelar?
–Claro.
–A mí me habían pedido que audicionara para dos papeles: para Tronchatoro y para el padre de Matilda (que hoy interpreta José María Listorti). Y yo me jugué a todo o nada: les dije que sólo iba a audicionar para Tronchatoro. Entendí que me pedían que pruebe también el otro rol porque estaba más en mi línea humorística, pero yo preferí a Tronchatoro porque me generaba un desafío muy grande. Si no me aceptaban para ese rol prefería seguir haciendo lo mío y punto. Tronchatoro es completamente diferente a lo que hago habitualmente, es muy incómodo interpretarlo. Por eso paré todo lo que estaba haciendo y me dediqué el cien por ciento del tiempo a investigar músculo por músculo el personaje. Para mí no había otra forma: es un personaje muy difícil.
–Es un personaje muy arriesgado, que puede generar odio en los chicos.
–Sí, es un personaje espantoso. Yo no quería generar odio pero sí temor y sensación de absurdo, porque es tan mala que es absurda.
La transformación
–¿Cómo es interpretar por primera vez a una mujer y encima una tan mala, que maltrata niños?
–Hermoso. Pero a la vez es algo bien raro. Encontrar a esta “vieja” malvada que tiene un cuerpo muy diferente al mío, porque es muy grandota, no fue nada fácil. Además tiene el agregado de que tiene cierta habilidad física porque fue deportista toda su vida. Fue deportista de alto rendimiento, campeona olímpica de lanzamiento de martillo. Por eso tiene movimientos muy repentinos y con habilidad. Eso me obligó a entrenar, ya que de golpe debo saltar de la nada a una mesa o a un colchón con un giro en el aire.
–¿También trataste de buscarle cierta femineidad al personaje?
–Sí, en la voz y en los movimientos. Yo me la imagino como a una paloma gigante, con el pecho para adelante y con las manos atrás. Como las palomas cascarrabias de la serie de dibujos animados Animaniacs, que son muy tetonas y tienen una postura muy triangular.
–¿Cómo es el proceso, noche a noche, hasta convertirte en Ágatha Tronchatoro? ¿Cuánto tiempo te demanda la transformación física?
–El artífice de todo es Germán Pérez, que es el crack de la prótesis, un genio. Primero hizo un molde de mi cara para luego hacer un negativo y con eso construir la papada que me ponen todas las noches. Es tan bueno lo que hizo que en un momento de la transformación no se nota qué es mi cara y qué es la goma que tengo puesta. Este personaje me llegó justo en un momento de mi vida en el que estoy aprendiendo a vivir sin ansiedad. Porque, como te imaginarás, me tengo que quedar absolutamente quieto durante un largo tiempo para que me pongan todo lo que deben poner sobre mi cara. Por suerte Germán ha logrado bajar mucho el tiempo que lleva todo eso. Al principio la transformación física demandaba dos horas y cuarenta minutos, ahora estamos en una hora y veinte.
–¿Cuáles son los distintos pasos de la transformación?
–Primero me ponen una máscara que va desde los ojos hasta el cuello. Es como una polera que va pegada con un pegamento al agua. Después se sellan todas las uniones con una pasta para luego maquillar y lograr un color uniforme. No me ha generado problemas de piel, pero por las dudas me protejo antes y después de la transformación con cremas y distintos limpiadores. Luego me ponen el traje, que tiene un pecho muy grande, panza, piernas, cola y brazos, que no te imaginás el calor que da. Por eso cuando bailo y canto con todo eso gasto muchísima energía. Cuando hacemos doble función debo tomar seis litros de agua para hidratarme y compensar lo que transpiro. También tomo proteínas, como muy bien y entreno todos los días para tener la fuerza necesaria para afrontar tantas funciones. Lo más molesto de todo es la peluca. ¿Por qué? Porque debajo de ella va una gorra que me tapa todo el pelo más una cinta de goma que es donde se engancha la peluca, porque como me muevo tanto y revoleo la cabeza para un lado y para el otro podría llegar a salirse, pero así queda bien agarrada. De todos modos, no me quejo, lo tomo como parte de la aventura, que está buenísima.
–¿Hoy cómo te llevás con los tacos?
–Nunca me había subido a unos tacos, así que imaginate. Por suerte tuve dos coachs que me ayudaron muchísimo: Fernanda y Bianca. Así que me llevé desde el día uno los tacos a mi casa y estuve taconenado todo el día. Ahora hasta te puedo correr una maratón en tacos (risas).
El público infantil
–Hay un dicho que asegura que el público infantil es el más difícil de todos. Eso, según tu experiencia, ¿es verdad o un mito?
–Yo trabajé mucho para chicos haciendo shows de magia, en mi vida de mago infantil, cuando era muy joven. Y te puedo decir que no es el público más difícil pero sí el más sincero. Es cero careta, algo no le gusta y no le gusta. Nosotros, los adultos, cuando algo no nos gusta nos lo bancamos por respeto o porque ya que pagamos las entradas cómo nos vamos a ir. Pero los chicos, si algo no les gusta, se ponen a hablar. O te gritan: ¡estoy aburrido!
–¿Qué sucede con los niños durante las funciones de Matilda?
–El termómetro que tenemos es que los nenes abuchean al papá, al personaje que interpreta José María Listorti, y que cuando Matilda logra desmayarme, hacia el final del espectáculo, siempre alguno grita algo, del tipo “bien, la mató” o “morite vieja”. Eso es espectacular porque significa que están metidos en la historia. Ahí nos tentamos todos.
Fernanda y Bianca
–Del elenco de Matilda también participan tu pareja y tu hija. ¿Cómo es trabajar en familia?
–Yo estoy muy atravesado por eso, muy feliz. Es la primera vez que trabajamos los tres juntos sobre un escenario. Hemos hecho algunas cosas dentro de mi universo, para las redes, pero nunca algo así. Además, es el debut de mi hija en teatro. Con Fernanda siempre mantuvimos nuestras carreras separadas y si esto sucedió así es porque nos convocaron separadamente a cada uno, no es que me convocaron sólo a mí o a Fernanda y uno logró meter en el proyecto al otro. Acá no hubo ningún combo. De hecho Bianca también ingresó a través de un casting. Ella venía estudiando hace mucho teatro musical y se presentó a la audición como cualquier otra persona y quedó seleccionada para el ensamble. Hoy estoy muy emocionado como papá porque veo a mi hija cumplir su sueño. Ella está terminando la secundaria y todo esto fue un cambio muy fuerte en su vida. Es muy loco venir a laburar juntos. La paso a buscar todos los días por el colegio y nos venimos para el teatro. Eso no quita que después pase por su camarín y la rete: “che Bianca, mirá que mañana tenés que rendir historia, repasá un poquito, ¿eh?”, le digo.
–Alguna vez dijiste: “Si hay algo que me enamora de Fernanda es que nos gusta jugar”. ¿Esto es lo que te sigue enamorando de ella luego de nueve años de relación?
–Totalmente. Entre otras cosas, claro está. Con Fer nos divertimos muchísimo. Tanto Fernanda como yo tenemos muy actualizada la aplicación del juego en nuestras mentes, en nuestras almas. Nos dedicamos a lo que nos dedicamos porque nos gusta jugar y esta obra nos conectó mucho con eso, porque estamos trabajando con niños y niñas que son súper profesionales y muy precisos a la hora de hacer lo que tienen que hacer, pero a la vez juegan y eso es hermoso. Nos conecta con el niño que cada uno lleva adentro y con el jugar en el sentido más maduro de la palabra.
–Ahora que trabajás rodeado de tantos niños, ¿te dio ganas de volver a tener un hijo, esta vez con Fernanda? ¿Lo han contemplado?
–Es un tema que solemos hablar mucho con Fer, pero hoy no está dentro de nuestros planes inmediatos. Los dos estamos muy enfocados en el laburo y en nuestra vida. Pero podría llegar a suceder en el futuro, sí.
–¿Es más fácil o difícil ser padre de una hija adolescente siendo tan joven, como vos?
–Para mí ha sido siempre algo hermoso y súper fácil. Tal vez porque fui muy inconsciente cuando nació mi hija, era muy pendejo, tenía sólo 22 años. Si hoy tuviera un hijo probablemente tendría muchos más miedos, seguramente todos los que no tuve en aquel momento. Por ejemplo, a los tres años Bianca me acompañó a una gira por Perú, se vino sola conmigo mientras que la mamá se quedó acá. Hoy pienso: qué locura, era muy chiquita y si bien estaba todo el día conmigo a la hora de los shows ella se quedaba detrás del telón del fondo del teatro durmiendo arriba de un portatrajes. Yo le proponía que se quedara en el camarín al cuidado de una productora, pero ella se negaba: quería verme los pies por debajo del telón para sentir que estábamos cerca. Eso le daba seguridad.
Familia ensamblada
–¿Qué tal resulta lo de la familia ensamblada?
–Espectacular, lo recomiendo mucho. Bianca y Fernanda se llevan muy bien. Y Bianca y Fabián, que es el marido de la mamá de Bianca, también se llevan muy bien. Eso es lo más importante: que Bianca se lleva muy bien con las parejas que eligieron sus papás. Pero también está genial que Fernanda con la mamá de Bianca y yo con Fabián nos llevamos muy pero muy bien.
–O sea, felices los cuatro.
–¡Felices todos! Porque Bianca tiene dos hermanos por parte de su mamá, Juanita y Ringo y es espectacular cómo se llevan. Y la cosa no termina ahí: Fabián, al que le decimos El Ruso, viene a comer a mi casa con mis amigos, solo, sin su pareja, la mamá de Bianca, y sin Bianca. Tenemos una relación de amistad.
–¿Y es verdad que Bianca la llama a Fernanda “mamastra”?
-Sí, es verdad. Es que nosotros el humor lo usamos para todo, es parte de nuestra cotidianidad.
–La relación con Fernanda, ¿es de cama adentro o de cama afuera?
–Vivimos en casas separadas. Yo vivo en Hudson con Bianca y Onorio, mi perro. Y Fernanda vive en Capital. Es como si tuviéramos dos casas los dos. Yo gerencio la de Hudson y ella gerencia la de Capital. Yo a veces me quedo a dormir en la de Capital y otras ella se queda en la de Hudson.
–¿Esto será para siempre así o se trata de un período en la relación?
–Yo creo que esto va a cambiar el día que decidamos ser padres, si es que algún día decidimos eso. O tal vez más adelante, cuando seamos más grandes. Lo que seguro va a suceder, porque lo hemos charlado bastante, es que cada uno va a tener su habitación. Ambos somos muy respetuosos del espacio del otro, tenemos el síndrome de exclusión completamente radicado. Si de repente mañana Fernanda me dice: “che, sabés que hoy no tengo ganas de verte, prefiero quedarme sola o ver a una amiga”, yo no me voy a sentir mal, no voy a pensar: ¡Ay!, no me quiere más. Tenemos mucha terapia encima y nos queremos mucho realmente. Nuestra relación es muy sana. Y, ojo, no somos una pareja abierta ni nada por el estilo, es más, somos muy conservadores.
El comienzo y el futuro
–Empezaste como artista callejero. ¿Qué queda de aquel pibe que a los 14 trabajaba haciendo trucos de magia en los semáforos de Bahía Blanca?
–Quedan las ganas de seguir investigando, estudiando y aprendiendo y pasar a escenarios cada vez más lindos, no digo más grandes o glamorosos, sino escenarios que me desafíen cada vez más. Me queda la ambición de seguir creciendo, de ponerme trajes y máscaras nuevas.
–¿Qué recuerdos tenés de aquella época?
–Fue una época hermosa, yo era adolescente y no venía de una familia adinerada. Yo iba a los semáforos porque tenía la necesidad gigantesca de hacer eso, de jugar frente a otros. Pasaba la gorra porque me parecía divertido juntar unos mangos mientras lanzaba clavas o hacía trucos de magia, no porque no tuviera para morfar. Después empecé a hacer fiestas infantiles, luego de 15, de casamientos y de empresas. Mi ambición era tener plata para comprar cada vez mejores trucos o viajar una vez por mes a Buenos Aires para tomar clases de magia, de teatro, de canto o de baile.
–Tu participación en El reino 2 te permitió mostrar un perfil muy distinto al habitual. ¿Te gustaría seguir ganando experiencia en roles dramáticos?
–Sí, me encantó haber atravesado esa experiencia, la pasé muy bien y tuve mucha suerte de haber trabajado con Joaquín Furriel, porque es un gran compañero y un gran actor. Sólo verlo actuar o compartir alguna escena con él era como una masterclass de actuación. Lo mismo que estar cerca de Diego Peretti, Mercedes Morán o Peter Lanzani. Fue un privilegio total trabajar en El Reino 2, y encima dirigido por Miguel Cohan y Marcelo Piñeyro. Fue una locura, fue estar en el mejor lugar, como hoy me ocurre con Matilda. Fue estar en la mejor serie, como hoy estoy en el mejor musical. Volviendo a tu pregunta original, sí me encantaría que me volvieran a convocar para un rol dramático.
–Después de Matilda, ¿te proponés protagonizar algún otro musical? ¿Cuál?
–¿Me dejás soñar? Beetlejuice (basada en la comedia homónima de 1988, que dirigió Tim Burton y protagonizaron Michael Keaton y Winona Ryder sobre la relación de una adolescente con un espectro excéntrico, al que convoca cada vez que necesita ayuda). Lo vi en Broadway hace unos años y me volví loco. De hecho se los estoy pidiendo a los productores de Matilda: “che, locos, qué les cuesta, tráiganla a la Argentina”, les digo todo el tiempo.
–Mientras, ¿tus unipersonales quedaron en suspenso?
–Sólo por el momento. El 14 de septiembre me voy para Europa. Haré shows en España, Inglaterra, Irlanda y Países Bajos, siempre en castellano, para el público hispano. Después vuelvo y me voy a Colombia a trabajar en la televisión. Y el 8 de diciembre estreno mi nuevo espectáculo acá, en el teatro Ópera. Se va a llamar Truco. Va a tener magia, comedia y una banda en vivo, un poco como el formato de mi último espectáculo, que fue Revuelto, pero más enfocado a la magia.
–Una vuelta a los orígenes.
–Exacto. Un regreso al mago que me vio nacer como artista pero con toda la experiencia de estos 12 años de comediante y actor. Yo nunca pienso a mis espectáculos como para niños, pero siempre vienen muchos y la pasan muy bien. Supongo que después de Matilda vendrá aún más. Serán muy bienvenidos.
–A partir de ahora, ¿te gustaría que el standapero y el actor se alternaran periódicamente?
–Totalmente. Siempre hice muchas cosas. Tengo mi banda de música y hago espectáculos con varias herramientas artísticas juntas, como la magia, el stand up y la comedia corporal, pero nunca me definí con un solo término. Ahora, sin embargo, lo veo de otra manera: te puedo decir que soy actor porque actúo de todas esas cosas que hago, de mago, de músico y de comediante. La palabra actor hoy engloba todo lo que soy, por eso me representa, me enorgullece y me hace feliz.
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