Agostina Alarcón, la hija de Claribel Medina: se fue a probar suerte a Miami, se cambió el nombre y va tras su sueño
Participó con su mamá en Cantando 2020 pero luego no tuvo continuidad como actriz; con la ciudadanía norteamericana en su poder, decidió probar suerte en Estados Unidos
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En seis meses le cambió la vida por completo. Cambió de país, de trabajo y hasta de nombre. Cansada de no conseguir trabajo como actriz en la Argentina, Agostina Alarcón decidió hacer un viaje que tenía pendiente a Miami y terminó quedándose a vivir allá. La hija mayor de Claribel Medina y Pablo Alarcón intentó insertarse en el medio artístico porteño durante mucho tiempo, pero le costó demasiado. A los 28 años, prefirió empezar de cero en un lugar nuevo y no se arrepiente: ya tiene un ingreso y varios planes. No le resulta fácil, pero va por el sueño americano. Y así lo cuenta.
-¿Cómo surgió este viaje a Miami?
-Se me vencía el pasaporte en 2024 y quería venir antes de eso. Tenía muchas ganas de viajar y generar alguna experiencia en el extranjero. Yo siempre viajé por Latinoamérica: Ecuador, Perú, Bolivia. Nunca había venido a los Estados Unidos. Y el año pasado, de un día para otro, decidí venir con mi mamá. El 28 de noviembre sacamos el pasaje y viajamos el 3 de diciembre.
-¿El que se te vencía era el pasaporte de Estados Unidos?
-Claro. Como mamá es portorriqueña, heredé la ciudadanía norteamericana. Si no tenía eso, no lo hubiera hecho. Acá conocí mucha gente que viene de Argentina o de otros países y veo lo que tiene que luchar para poder ser ciudadana. Son prisioneros en este país hasta que logran resolver su situación migratoria. Yo no estaba para eso. En un estado ilegal no podés tener los trabajos que querés tener y, si tenés sueños o una profesión, no la podés ejercer. Sin papeles, todo lo que uno piensa que es el sueño americano, no se puede realizar. Hay gente que se tiene que casar o se pone abogados para conseguir una visa de trabajo. Son todas cosas muy caras y para ahorrar ese dinero tal vez estás años.
-¿Te fuiste con tu mamá con la idea de hacer un viaje o ya le habías dicho que te ibas a quedar?
-Lo charlamos, pero en principio le dije que me quería quedar un mes. Y a la semana cambié el pasaje. Ella se impactó porque me vine con una valijita de mano, con un par de zapatillas, dos bombachas y cuatro remeras, como para unas vacaciones con mi familia. Así que me quedé con absolutamente nada. Minimalista.
-¿Por qué decidiste quedarte?
-Aterricé en Miami y conseguí trabajo el primer día que llegué.
-¿Trabajo de qué?
-Antes de venir había hecho un poco de networking por las redes sociales. Le escribí a todas las productoras de espectáculos que estaban acá. Viajé el 3 de diciembre y el 4 recibí un mensaje que decía: “Hola, nos falta una chica que haga un show con fuego, tenés que estar hoy a las 11 de la noche en tal lugar”. Yo no tenía idea de dónde era. Le pregunté a mi familia, que vive acá. Le pedí a mis tíos que me llevaran. Y me puse a buscar combustible para llevar al evento. Tuve que comprar ropa. No tenía nada para trabajar. En menos de dos horas resolvimos todo y ese día gané 200 dólares.
-¿Dónde era el evento?
-Acá se usan mucho esos shows en fiestas privadas, en boliches, en eventos. Este era en un boliche.
-Bueno, vos tenías esa habilidad del fuego.
-Yo soy medio cara rota, no es que soy la mejor, pero por lo menos no le tengo miedo al fuego y bailo. Creo que me salva que soy actriz, entonces hago una performance. Me prendo fuego el brazo, me lo apago y qué se yo. La gente se espanta y se asombra.
-¿Después de eso seguiste trabajando?
-Sí, a partir de ahí, empecé a trabajar un montón, con esa compañía y con otras. Fui como a cuatrocientas fiestas, ya ni me acuerdo en qué lugares estuve.
-¿Siempre haciendo el show del fuego?
-Lo del fuego lo fui dejando porque los bomberos son muy exigentes con las medidas de seguridad. Tenés que tener un seguro, hacer un curso que sale carísimo, y como todavía no lo hice, mi productora me dijo que mientras tanto podía ser gogó dancer, que es ser bailarina profesional en shows, con unos trajes divinos. Me gusta, pero no hay tanto dinero ahí.
-¿Tus tíos te siguieron alojando?
-Yo sabía que lo de mis tíos era temporal, que iba a estar ahí el tiempo que mi mamá se quedara, que después iba a tener que buscar otra cosa. Así que empecé a hablar con un montón de gente para ver quién tenía un lugarcito para mí. Fue todo muy improvisado, no sé cómo sobreviví.
-¿Conseguiste lugar para vivir?
-Sí, me hice muy amiga de una chica uruguaya, que se llama Betiana. Ella me dijo que vivía con otro chico, un chileno, que le iba a preguntar si yo podía vivir con ellos. Le preguntó y aceptó. Yo no sabía cómo era el lugar y cuando llegué, vi que era un monoambiente. Pensé: “Ay, no, acá me muero”. O sea, sabía que iba a estar fuera de mi zona de confort, ¡pero no sabía que tanto!
-¿Tenían una cama para vos?
-No. Había que conseguir una. Pero mientras tanto, compramos un colchón inflable. Lo tenía que armar y desarmar todos los días. Yo llegaba de trabajar a las cinco de la mañana y tenía que inflar el colchón, con todos durmiendo. Hacía un ruido tremendo, me odiaban. Pero bueno. Al final, terminamos echando al otro chico y nos quedamos nosotras solas.
-¿Seguiste trabajando de bailarina?
-Tuve que dejar en un momento porque me salió una obra de teatro, gracias a una manager que conseguí acá.
-¿Qué obra hiciste?
-Se llamaba Las lloronas, en el teatro The Roxy, que es súper lindo. Eso estaba bueno porque tenía un sueldo fijo, pero tampoco es que me daba para tirar manteca al techo. Podía pagar la renta y comer todo el mes, pero nada más. Habré ganado 2500 dólares en un mes con esa obra y me llevaba todo el día. Era lejos, yo no tenía auto, me movía en bicicleta y tenía que pedalear 38 kilómetros de ida y 38 kilómetros de vuelta. Acá no hay buen transporte público, entonces todo es muy lento. Si te querés tomar un colectivo, tenés que salir cuatro horas antes para llegar al lugar. Yo prefería ir en bici, llegar sudada y pegarme una ducha en el teatro, antes que estar cuatro horas esperando un colectivo.
-Sacrificado todo.
-¡Súper! Pero mi conclusión es que el sueño americano sí existe. Pasaron seis meses desde que estoy acá y ya me compré un auto, ahora estoy proyectando mudarme sola. También hubo una transición de cambios de trabajo. Ahora estoy en un lugar que me gusta, aprendiendo un oficio, está bueno.
-¿Qué trabajo?
-Estoy trabajando en Mango´s Tropical Café. Es un bar emblemático de Miami. Queda frente a la playa, en el lugar más turístico de todos, que es Miami Beach. Ahí soy bartender y bailarina. Hago un show y después bajo a la barra y me pongo a hacer tragos, me súper divierte. Es aniquilador ¡pero aprendí algo nuevo! No sé cómo terminé acá, pero ya siento que me estoy acomodando. Tengo algunos ahorros, que es lo que necesito para poder alquilar algo sola. Acá, para entrar a un departamento, tenés que demostrarle al banco que tenés ingresos fijos y que podés mantenerte. Yo, antes de esto, no tenía nada, porque era freelance. Aprendí mucho y me di cuenta que lo importante en Estados Unidos es no olvidar cuál es el objetivo con el que uno llega.
-¿Cuál es el tuyo?
-Ser actriz. Sigo yendo a audiciones, mi manager sigue trabajando conmigo y vamos buscando, haciendo publicidades, algunas cositas. Pero, por otro lado, no me tengo que olvidar que estoy sola acá, que tengo que pagar un montón de cosas y que nadie me va a ayudar. Ahí está la parte más difícil. Mis papás, ¿cuánto me podrían mandar desde Argentina? ¿Cincuenta dólares? Me daría vergüenza pedirlos. Quisiera yo poder mandarles a ellos dinero, como agradecimiento por todo lo que hicieron por mí en este viaje y en mi vida. Me encantaría poder darles una retribución de mi trabajo a ellos.
-Claro, hay que trabajar de lo que sea, pero no perder de vista tu sueño.
-Yo encontré esto que me divierte, tuve suerte. La paso bien y hay dinero. Cuando hice el casting, no quedé como bailarina, quedé como bartender. Acepté igual y después a medida que empecé a trabajar, me dieron el lugar como bailarina, porque necesitaban gente.
-¿Qué es lo que más te gustaría lograr como actriz?
-Me encantaría hacer una telenovela acá. En Argentina las miraba y decía: “Ay, qué exagerado todo”. Pero ahora que empecé a audicionar para esas cosas, me encariñé con ese tipo de actuación. Ni bien llegué hice un casting para una serie de Gloria Trevi y cuando leí el guin dije: “Guau”. Porque todo tiene el mayor dramatismo que le puedas poner. De hecho, si en la prueba estabas un poquito abajo, como en las novelas argentinas que son muy realistas, te decían: “Más, más, dame más escándalo. Tirá la mesa, rompela”. Y ahora eso me parece súper divertido.
-¿Cuántas publicidades hiciste?
-Una sola, pero por lo menos hice algo. Es difícil insertarse en un mercado donde nunca estuviste, es hacer todo desde cero.
-¿En Buenos Aires también te costaba mucho, no?
-Sí, es un rubro difícil, hay que estar muy preparado y hay muy buenos artistas. A mí me enorgullece cuando veo colegas míos que están en proyectos interesantes porque veo que son personas que se esfuerzan, que estudian, que trabajan. Creo que hay un lugarcito para todos. Recibimos lo que merecemos Yo ahora bajé mis expectativas, porque antes me frustraba no llegar a donde quería. Entonces, prefiero ir paso a paso. Esta experiencia de viajar me dio eso. No estoy allá, donde quería estar, pero estoy acá y está bueno también.
-¿Qué te pasaba en Argentina, qué era lo que querías conseguir que no se daba?
-Yo pensé que después del Cantando iba a trabajar un poco más en la tele. No sucedió y me frustré mucho. Me preguntaba: “¿Será que no les gusta como trabajo?” ¿Será que todo lo que pienso que soy, no lo soy?” Empecé a flashear que no estaba llenando las expectativas ajenas y creo que ahí estaba fallando. ¿Por qué me estaba fijando tanto en los demás? En realidad, mi búsqueda tendría que haber sido cien por ciento interior y tenía que preguntarme a mí si yo estaba contenta con el tipo de trabajo que estaba haciendo. Recién ahora lo estoy entendiendo y es lo que me está ayudando a crecer. Me doy cuenta en qué cosas tengo que mejorar, en cuáles no y voy trabajando en esos aspectos. Estoy súper disciplinada para decirme a mí misma qué es lo que quiero, qué es lo que no quiero. Además, ¡estoy más sola que un hongo! Entonces nadie me puede escuchar.
-¿Tu mamá lloró mucho porque te quedaste?
-Ay, sí. Vino a visitarme hace unos días y lloraba. Me fue a ver al trabajo y lloraba. Pero está contenta. Creo que el mayor miedo de mis padres era que viniera acá y que me perdiera, que hiciera cualquier cosa. Miami es una ciudad de la noche y de la fiesta y bueno, ellos pensaban que me iba a ir de joda.
-¿Conociste a otros argentinos?
-Conocí a varios, pero en mi trabajo casi que no me vinculo con argentinos. Los que están, ya están súper instalados. Trabajé dos semanas en un lugar lleno de argentinos, un local de comida rápida, pero me fui enseguida. Y, la verdad, amigos argentinos no hice. No me muevo en esos ambientes. No salgo a bailar, trabajo todo el día, estudio, audiciono y entreno. Estoy en mi burbujita, siento que acá no puedo perder el tiempo. Necesito arreglar mi vida, quiero vivir sola y eso implica trabajar el doble. Tengo que estar concentrada en mi objetivo. Mi vida social la dejé un poco de lado, lamentablemente. A veces lloro, digo: “Mierda, estoy re sola, no tengo amigos”. Pero bueno, tengo muy en claro que es una etapa que hay que pasar. La supervivencia a veces te hace poner en la balanza ciertas cosas y decir: “Esta es mi prioridad ahora”.
-¿Eras tan disciplinada cuando vivías acá?
-Sí, lo que pasa es que allá se me permitía desarrollar más facetas. Tal vez podía invertir tiempo en mi formación y no preocuparme por el trabajo. Pero lo que estoy haciendo acá, lo hacía allá. Todo lo aprendí en Argentina. Acá lo que no puedo es relajarme. Todo es muy caro. La renta es carísima, comer es carísimo. Todo cuesta mucho dinero.
-¿Los sueldos alcanzan?
-En ese lugar de comida rápida me pagaban 12 dólares la hora. Y las propinas no valían la pena. Por mes sacaba 2 mil dólares. Y el alquiler cuesta 1500. Ahora, en este nuevo trabajo, me pagan 3 dólares la hora pero hago mucha diferencia con las ventas y las propinas. Me llevo, en total, entre 450 y 600 dólares por día. Son 7 mil dólares al mes. A los quince días de trabajar acá, me compré el auto. Lo estoy pagando en cuotas.
-Te cambió la vida.
-¡Hasta el nombre me cambió!
-¿Por qué?
-Porque a los americanos les costaba pronunciar “Agostina” y decidí cambiármelo. ¡Ahora me llamo Maia!
-¿Tuviste miedo alguna vez? ¿Miedo a estar sola, a que la plata no te alcance…?
-Esto es una aventura y sí, al principio tuve miedo pero porque no sabía nada. Me costó mucho entender el sistema de Estados Unidos. Pero ahora que ya entré, sé para donde ir. Es mucho laburo. Y el que se queda en lo cómodo, acá no sobrevive.
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