La actriz habló con LA NACIÓN sobre los inicios de su carrera, el trágico día en que se enteró del fallecimiento del humorista y por qué decidió dejarlo todo en su momento
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Pasaron 36 años y Adriana Brodsky sigue siendo “la bebota” de “El manosanta”, el clásico sketch que protagonizaba con Alberto Olmedo en No toca botón. Fue la única chica Olmedo que no trabajó en teatro con él, aunque sí hicieron cine. Y estuvo solamente en dos de las tres temporadas porque se sumó cuando el programa ya era un éxito. Tampoco estaba en Mar del Plata ese trágico 5 de marzo de 1988 sino en Carlos Paz haciendo temporada con Moria Casán. En diálogo con LA NACIÓN, Brodsky dice que Olmedo fue un maestro para ella, cuenta por qué no iba a cenar con sus compañeros después de las grabaciones, reflexiona sobre la huella que dejó el capocómico y asegura que la iluminó tanto que después le llovió trabajo.
-¿Cómo llegaste a trabajar con Olmedo?
-Empecé en el 82 en La peluquería de Don Mateo, con Gerardo Sofovich. No podíamos salir del teatro si no era con guardaespaldas y patrulleros. Una locura. Yo tenía 24 años, arranqué de golpe y fue muy fuerte. Tuve que tener los pies muy en la tierra para darme cuenta de qué estaba pasando. Tenía mucho trabajo, tanto que mi vida se abocaba solo a eso: teatro, televisión, teatro, desfiles, comerciales, actos de presencia. Por diez años trabajé de lunes a lunes. Estaba haciendo una temporada en Carlos Paz, viviendo en un hotel hasta que me ubicaran en una casa, cuando me llamó Hugo Sofovich. Me dio mucha emoción, pero mucha más emoción me dio lo que me dijo, que estaba terminando de escribir un sketch que se llamaba “El manosanta” en el que yo iba a hacer una especie de bebota y que iba a ser el sketch del año. Fue el sketch de cuatro décadas. Es una constante que la gente todavía me hable de eso. Y así conocí a Alberto Olmedo personalmente. La primera impresión que tuve fue la de una persona sumamente seria y muy caballero. Estuve dos años con él porque yo me sumé con ese sketch cuando el programa ya estaba en el aire. Fui la única chica Olmedo que no hizo teatro con él, pero sí hicimos cine.
-¿Alguna vez te molestó que te tildaran de chica Olmedo?
-Nunca me molestó. Al contrario, voy a ser una abuela Olmedo también (risas). Hice un montón de cosas, pero la gente sólo se acuerda de eso y no me molesta para nada; tengo tanto que agradecer.
-¿Cuál es el recuerdo más profundo que tenés de él?
-Me arrepiento mucho de no haber estado en las reuniones después de las grabaciones; todos se juntaban a comer y yo no iba. Nunca. Porque siempre tenía otras cosas que hacer, trabajo y vida personal. Eso es algo que lamento hasta hoy, no haber podido compartir más. Trabajaba mucho y no tenía tiempo de ver a mi familia, de tomar un café con ellos o de festejar un cumpleaños. Vivíamos en una vorágine de trabajo. Y además, en ese momento tenía una pareja que no era del medio y a veces me hacía algunos planteos. Cuando se murió el Negro no di notas sobre eso por años porque sentía que me colgaba de esa tragedia y me hacía sentir muy mal. Quizá sea una idea absurda, pero me pasaba eso. Lo recuerdo muy compañero. Nunca fue un jefe, siempre fue un amigo. Fue realmente un maestro y también siempre dio el ejemplo. Fue una de las personas más humildes y respetuosas que conocí.
-Sólo hiciste ese sketch, ¿cómo era la relación con tus compañeras?
-Con las chicas no compartíamos trabajo, pero nos veíamos en los camarines. ¡Eran todas tan lindas! Me acuerdo de que un día entré al camarín de Susana Romero, que era una bomba, y se había puesto lentes de contacto color celestes. Estaba tan hermosa. Mirá de lo que me acuerdo después de tantos años... Lo mejor que teníamos nosotras es que nos respetábamos. Había armonía en el grupo.
-¿Y les decía algo? ¿Les daba alguna indicación...?
-El Negro no nos decía nada. Nunca estaba con el dedito diciendo qué hacer. Simplemente, él daba el ejemplo y nosotras teníamos que aprender de ese ser que era un maestro de verdad y que como ser humano era más grandioso todavía. Porque es como dicen, llegás al poder y a la fama, y mostrás tu verdadera esencia. Y él nos demostraba que podía hacer cualquier cosa de su vida porque tenía todo y, sin embargo, era un ser tranquilo, amoroso. Nos decía que no nos hiciéramos problema, que éramos lo mejor. Lo único mejor era él, nosotras pululábamos y nos hacía creer que éramos unas diosas, unas reinas. Eso no pasaba siempre con los capocómicos. Le daba lugar a todos, a las mujeres y a los hombres que trabajaban con él. Fue una persona muy grandiosa humanamente y en este medio, en donde hay tanto ego.
-¿Qué es lo que más recordás de ese sketch que se transformó en un clásico?
-Me acuerdo de todo. Hasta de la letra. Había mucha improvisación por parte de él porque para improvisar hay que saber y yo no puedo hacerlo, por ejemplo. Él me daba pie y me volvía a ubicar con la letra porque se iba tanto que yo me perdía... (risas). Muchas veces sentía que había encendido la tele y lo estaba mirando y en realidad estábamos grabando. Me quedaba escuchándolo, tratando de disimular que estaba perdida. Me sobrepasaba la magia de este hombre y yo quedaba como en un limbo. Él se daba cuenta de todo porque si Coppola fumaba abajo del agua, Olmedo hacía una parrilla. Era realmente muy genial.
-¿Cambiarías algo?
-Nunca me sentí incómoda trabajando con Olmedo. Nunca jamás. Ir a grabar era una fiesta. Era maravilloso trabajar con él y no nos podíamos dar el lujo de llegar un segundo tarde o no saber la letra o hacer algo que no correspondiera porque el Negro nos daba libertad y teníamos que entender el valor de estar en el programa más visto del país. Y no éramos tontas... Por ahí parecíamos, pero no éramos tontas y sabíamos qué teníamos que respetarnos y tener armonía y buena onda. Nunca nadie le faltó el respeto a nadie. Al mismo tiempo, también puedo decir que en mi vida cambiaría muchas cosas. No soy de las que no se arrepiente de nada, pero esas cosas ya no se pueden cambiar y miro hacia adelante porque no se puede perder tiempo. Pero si pudiera apretar un botón y cambiar cosas, claro que lo haría.
-¿Qué estabas haciendo cuando te enteraste de su muerte?
-Ese verano yo estaba trabajando en Carlos Paz con Moria Casán, Mario Castiglione y Mario Sánchez. Nos enteramos como todo el país. No me acuerdo de detalles, pero sí recuerdo que estuve horas y horas mirando una pared. Se me mezclaban cosas y por momentos pensaba que era una broma porque no podía concebir que le hubiese sucedido eso a una persona que tenía todo el éxito y todo el amor. Porque no había una persona que no quisiera a Olmedo. Dejó una huella. Fue muy tremendo. Estábamos destruidos como todos. Siento que lo que pasó fue por un descuido. No fue algo intencional porque estaba pasando por uno de los mejores momentos de su vida. Habrá estado de fiesta y las consecuencias fueron tremendas.
-¿Cómo siguió tu vida después?
-Íbamos a seguir con No toca botón, a hacer la película El manosanta 2 y quedó trunco. Después de la muerte del Negro, hice televisión con Jorge Porcel, un sketch en Las gatitas y los ratones de Porcel. Y ese verano también hice teatro con él en el Provincial de Mar del Plata, con Jorge Luz y Beatriz Salomón. Después tuve una propuesta de hacer un programa para chicos, El magimundo de Adriana. Siempre quise trabajar para chicos. Siento que el Negro me dejó un camino iluminado porque me apareció laburo de todos lados. Unos años después, cuando fui mamá, decidí dejar todo. Olmedo dejó algo increíble en mi vida. Un legado muy importante y jamás voy a dejar de agradecerle. Lo conocen todas las generaciones porque es cultura popular argentina. Era un ser tan iluminado, tan encantador. Era muy serio, muy tierno. Destilaba ternura y picardía, y las plasmaba en la actuación. Era realmente especial. Todavía sigue en el corazón de todos los argentinos.
-¿Y qué recuerdos tenés de Beatriz Salomón?
-Fue una buena mujer, una luchadora. Siempre puso el hombro para todo y mantuvo a su familia. No se merecía todo lo que le pasó. Sufrimos mucho lo que le sucedió.
-¿Tenés proyectos?
-Por primera vez, el verano pasado hice temporada en Mendoza con una comedia que se llamaba No hay dos sin tres y estuvo muy lindo porque además conocí esa provincia hermosa. Este año hay proyectos para hacer otra comedia, y estoy viendo cosas que quizá no tienen que ver con el medio artístico sino con otros emprendimientos. Me gustaría tener algo paralelo, más allá del restaurante que tenemos con mi hijo y otros socios, en el barrio de Nuñez. Y soy madrina de Fundamind, que se ocupa de niños con VIH, desde hace 27 años. Hace muchos años que ya se terminó la época en el que trabajo llovía. Eran otros tiempos y yo tenía otra edad también. Hoy todo cambió. Trato de reinventarme, aunque en ciertos aspectos añoro mi época.
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